¿Cuántas verdades fueron enterradas en los escombros del World Trade Center?
Juana Carrasco Martín
¿Hubo o no oro perdido y encontrado cuando se derrumbaron los edificios
del World Trade Center de Nueva York?
La pregunta sale a la palestra
seis años después, cuando un reporte del Chicago Tribune, hizo
referencia a una de las verdades expuestas por el Presidente cubano
Fidel Castro en la Reflexión titulada El imperio y la mentira.
Fidel dice: «Hoy se cumplen seis largos años de aquel doloroso
episodio. En la actualidad se conoce que hubo desinformación
deliberada. No recuerdo haber oído hablar ese día de que en los sótanos
de esas torres, en cuyos pisos superiores radicaban bancos de
multinacionales junto a otras oficinas, había depositadas alrededor de
200 toneladas de barras de oro.
La orden era disparar a muerte contra todo el que intentara penetrar hasta el oro...».
El diario de Chicago, en su edición del 23 de septiembre pasado, dijo que la columna escrita por Fidel «había levantado preocupación en la comunidad internacional sobre su lucidez», y se explicaba la publicación con este párrafo: «En esa columna, Castro avanza la teoría extremista de que una conspiración de EE.UU. está ocultando la verdad detrás de los ataques del 11 de septiembre, incluyendo la presencia de barras de oro en el sótano del World Trade Center».
Advertidos de la intriga, desempolvamos archivos, más fácilmente en esta era del ciberespacio, y una parte de la historia sale a flote, aunque nos deje todavía sin responder la más crucial de las interrogantes: ¿A quiénes y a qué intereses representaban los que derribaron las Torres Gemelas de Nueva York?
El oro se abre paso
Secretos, armas, drogas, plata y oro fueron tesoros sepultados bajo toneladas de escombros, polvo y vigas de acero retorcidas el 11 de septiembre de 2001... Por tanto, no solo hubo equipos para el rescate de cuerpos entre las ruinas de los 15 millones de pies cúbicos de espacio de oficinas obliteradas y las decenas de miles de metros de cable de telecomunicaciones o los miles de computadoras derretidas en el complejo de edificios del World Trade Center. Desde el primer momento se fue a la búsqueda de los tesoros, un hecho de muy poca repercusión en la prensa, dedicada por entero a llorar justamente a los muertos, y a servir de caja de resonancia a la turbia guerra que lanzó desde entonces George W. Bush contra el terrorismo.
Sin embargo, en su última edición del sábado 15 de septiembre de 2001, The New York Times publicaba un extenso reportaje, firmado por Jonathan Fuerbringer, bajo el título Luego de los ataques: los bienes.
El diario neoyorquino revelaba la cantidad de oro y plata enterrados bajo el World Trade Center 4, su valor en el mercado: más de 230 millones de dólares; y que pertenecía «a personas o firmas que están comerciando contratos futuros en la bolsa de Intercambio Mercantil de Nueva York (Nymex)...».
Nymex no podía darse el lujo de parar sus negocios habituales en el World Financial Center —vecino de las Torres derrumbadas—, así que trabajaba temporalmente en otra sede del centro de Manhattan y usaba un sistema de computadoras puesto a punto en la vecina New Jersey. En animada actividad podía mostrar que ese día se habían hecho 69 790 contratos por oro, plata, petróleo y muchos otros bienes, que cambiaban una y otra vez de manos, pero estaban en esos depósitos.
Millones de personas en Estados Unidos podían estar aterrorizadas o llorar a sus seres queridos, pero el capital se engrasaba con esa sangre y sufrimiento: el precio del oro saltaba siete por ciento (de 272.30 el lunes a 290.90 la onza, lo que elevaba en siete millones de dólares el valor de los metales sepultados desde el martes fatal en los sótanos del WTC.
La onza de plata, revelaba The New York Times, ganaba 14 centavos (cotizándose a 4.33), mientras que el barril de petróleo subía 1.89 y alcanzaba el precio de 29.74, cifra que hoy en día parece irrisoria, pero reveladora de que mientras más muertos pavimenten ese mercado más alto se cotiza: las guerras de Bush en Iraq y Afganistán, y sus constantes amenazas a otras naciones por el tema energético han llevado a más de 84 dólares el barril del crudo en los días en que se cumplían seis años de la fatídica fecha.
Los hombres del oro y la plata se dedicaron tempranamente a tranquilizar a los inversores, a pesar de las toneladas sepultadas de esos metales. Por ejemplo, James Newsome, presidente de la Comisión de Comercio de Bienes Futuros (Commodity Futures Trading Commission), había dicho en una entrevista: «Porque el metal está seguro y hay un amplio abastecimiento, esto no nos concierne». No había que preocuparse por el oro del WTC. Philip Klapwijk, director ejecutivo de Gold Fields Mineral Services, una importante firma en metales preciosos, lo ratificaba al decir que las 12 toneladas enterradas en el WTC era solo el 0,3 por ciento del oro mundial del año 2000. «Hay oro en abundancia en Londres y Suiza», afirmaba.
Parecían estar demasiado seguros sobre las barras de 100 onzas (3,1 kilogramos) con el número de serie estampado como identificación por la entidad de intercambio, aunque estuvieran bajo toneladas de escombros.
FBI al rescate
Había en esos momentos dos depósitos para el oro y la plata aprobados por Comex (Commoditties Exchange), que regentea el mercado de los metales. Sometidos a una seguridad extrema, que incluía ocultar su existencia, el atentado del 11 de septiembre dio a conocer que el ScotiaMocotta, propiedad del Scotia Bank de Toronto, tenía en sus bóvedas del World Trade Center 4 una parte de ese oro.
Cuando entraba el mes de octubre y ya se habían iniciado las labores de demoler las ruinas en pie, en especial los World Trade Center 4 y 5, que habían sucumbido bajo el peso de las Torres Gemelas (WTC 1 y 2), el New York Daily News y la revista Fortune, así como diarios importantes de otras partes del mundo, entre estos los británicos The Times y The Mirror; los distantes New Zealand Herald, The Australian y The Stateman de la India; los canadienses Globe and Mail y The Gazette, hablaban del plan de Wall Street para la recuperación tras la catástrofe y, sobre todo, del rescate del oro...
Una noticia los ponía eufóricos y era publicada el 1ro. de noviembre: unos 375 millones de dólares en barras de oro y plata habían sido encontradas y reubicadas. La información la daba el Bank of Nova Scotia, custodio de los metales preciosos, porque anunciaba que se estaban moviendo los contenidos de las bóvedas del ScotiaMocatta a otro lugar —secreto por supuesto, por razones de seguridad— pues el edificio debía ser demolido.
«El oro está en prístinas condiciones», decía Pam Agnew, la vocera del Scotiabank, y no hay que dudar de la sonrisa en su rostro.
No se mencionaban las barras de plata ni otros metales preciosos, joyas o inversiones que podían haberse recuperado de la zona de desastre; pero se conocía también entonces que los ocho empleados de la cámara acorazada que guardaban el oro y la plata habían escapado ilesos de los sucesos del 11 de septiembre. Todo estaba a salvo.
El New York Daily News había reportado la víspera que equipos de emergencia encontraron el oro en el bajo Manhattan y habían llenado al menos dos camiones blindados de la compañía Brink’s Inc.
A las noticias felices se sumaba el entonces alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, quien confirmaba la presencia de los camiones de transporte de bienes y que «la mayoría» del oro había sido hallado. Un pequeño grupo de agentes federales fuertemente armados montaron guardia, mientras policías y bomberos cargaban los vehículos blindados.
Otros ladrones
El diario The Mirror habló incluso de que ladrones habían intentado robar oro y plata por 264 millones de dólares en las ruinas cuando se hicieron pasar por rescatadores, pues los guardias armados que cumplieron la orden de remover el tesoro del Bank of Nova Scotia, encontraron marcas de que habían entrado intrusos a los sótanos.
Se habló entonces de la desaparición de acciones y bonos certificados de otro depósito contiguo, pero fueron recuperados semanas después.
El New Zealand Herald hizo referencia el 6 de octubre de 2001 a otros secretos: documentos, armas y otras evidencias guardadas por la CIA, el Servicio Secreto de Estados Unidos, y el Buró de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego, agencias que también tenían oficinas en las torres destruidas, por lo que en algún lugar de los escombros estarían contenedores con armas, heroína, cocaína, éxtasis y otras drogas, evidencias de crímenes que no podrían ser ya procesados. Hasta por esa razón la CIA había pedido a agentes del FBI que rodearan el lugar poco después del colapso. El entierro incluyó, además, detallados planes de contingencia para la caravana presidencial en Nueva York, y archivos con los nombres de informantes sobre el crimen organizado y el terrorismo.
Todo el tiempo que duró el trabajo de los constructores y equipos de demolición en la eliminación de los escombros fueron estrechamente vigilados por los agentes del gobierno; sin embargo, ABC News reportó entonces la presencia de camiones y trabajadores de limpieza de firmas que tenían conexiones con la mafia, y que se habían robado muchas toneladas de chatarra, en lugar de llevarlas a los sitios establecidos para su inspección...
Pero volvamos al oro. En un sitio de Internet llamado America rebuilds: a year at Ground Zero, el tema del caudal dorado salió con fotos y detalles.
Se relata ahí que los trabajadores que limpiaban un túnel de servicio en uno de los edificios del WTC se encontraron de pronto rodeados por más de 100 agentes del FBI y personal del Servicio Secreto, pues Comex, la división de comercio de metales del Nymex, guardaba 3 800 barras de oro y 102 millones de onzas de plata en el Bank of Nova Scotia, y también tenía metales preciosos en el Chase Manhattan Bank, el Bank of New York, y en el Hong Kong Shanghai Banking.
En la mañana del mismo 11 de septiembre, el oro fue transportado a través de los sótanos del edificio, una rampa temporal fue construida para tener acceso al túnel y un pequeño buldózer fue utilizado para romper la pared. Entonces apareció un equipo de la policía y de los bomberos que pusieron el oro en un camión blindado. Ahí fue cuando a uno de los obreros le dijeron que si bajaba le dispararían.
Las autoridades protegían al capital, pues cuando ocho años antes el World Trade Center había sido blanco de otro ataque terrorista con explosivos, había en sus sótanos oro por más de mil millones de dólares propiedad del gobierno kuwaití, y en un primer momento la policía creyó que era un intento de robo de aquel tesoro.
Cuestión de lucidez
Ahí están los elementos sin nada de «extremismos», por eso la presunción del diario de Chicago mereció este comentario del profesor Nelson Valdés en Cuba-L Direct:
«Esto solo muestra que:
a) los reporteros no leen,
b) los reporteros leen, pero no recuerdan,
c) los reporteros leen y recuerdan, pero no nos lo dicen,
d) los reporteros no saben cómo buscar en Lexis/Nexos, y
e) los editores tampoco saben cómo investigar.
«Entonces, parece que Fidel Castro lee, recuerda lo que lee, nos lo dice, sabe cómo usar Lexis/Nexos y tiene editores que lo ayudan a ello. ¿Cuál lucidez debe ser cuestionada?»
No necesita comentario.
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La orden era disparar a muerte contra todo el que intentara penetrar hasta el oro...».
El diario de Chicago, en su edición del 23 de septiembre pasado, dijo que la columna escrita por Fidel «había levantado preocupación en la comunidad internacional sobre su lucidez», y se explicaba la publicación con este párrafo: «En esa columna, Castro avanza la teoría extremista de que una conspiración de EE.UU. está ocultando la verdad detrás de los ataques del 11 de septiembre, incluyendo la presencia de barras de oro en el sótano del World Trade Center».
Advertidos de la intriga, desempolvamos archivos, más fácilmente en esta era del ciberespacio, y una parte de la historia sale a flote, aunque nos deje todavía sin responder la más crucial de las interrogantes: ¿A quiénes y a qué intereses representaban los que derribaron las Torres Gemelas de Nueva York?
El oro se abre paso
Secretos, armas, drogas, plata y oro fueron tesoros sepultados bajo toneladas de escombros, polvo y vigas de acero retorcidas el 11 de septiembre de 2001... Por tanto, no solo hubo equipos para el rescate de cuerpos entre las ruinas de los 15 millones de pies cúbicos de espacio de oficinas obliteradas y las decenas de miles de metros de cable de telecomunicaciones o los miles de computadoras derretidas en el complejo de edificios del World Trade Center. Desde el primer momento se fue a la búsqueda de los tesoros, un hecho de muy poca repercusión en la prensa, dedicada por entero a llorar justamente a los muertos, y a servir de caja de resonancia a la turbia guerra que lanzó desde entonces George W. Bush contra el terrorismo.
Sin embargo, en su última edición del sábado 15 de septiembre de 2001, The New York Times publicaba un extenso reportaje, firmado por Jonathan Fuerbringer, bajo el título Luego de los ataques: los bienes.
El diario neoyorquino revelaba la cantidad de oro y plata enterrados bajo el World Trade Center 4, su valor en el mercado: más de 230 millones de dólares; y que pertenecía «a personas o firmas que están comerciando contratos futuros en la bolsa de Intercambio Mercantil de Nueva York (Nymex)...».
Nymex no podía darse el lujo de parar sus negocios habituales en el World Financial Center —vecino de las Torres derrumbadas—, así que trabajaba temporalmente en otra sede del centro de Manhattan y usaba un sistema de computadoras puesto a punto en la vecina New Jersey. En animada actividad podía mostrar que ese día se habían hecho 69 790 contratos por oro, plata, petróleo y muchos otros bienes, que cambiaban una y otra vez de manos, pero estaban en esos depósitos.
Millones de personas en Estados Unidos podían estar aterrorizadas o llorar a sus seres queridos, pero el capital se engrasaba con esa sangre y sufrimiento: el precio del oro saltaba siete por ciento (de 272.30 el lunes a 290.90 la onza, lo que elevaba en siete millones de dólares el valor de los metales sepultados desde el martes fatal en los sótanos del WTC.
La onza de plata, revelaba The New York Times, ganaba 14 centavos (cotizándose a 4.33), mientras que el barril de petróleo subía 1.89 y alcanzaba el precio de 29.74, cifra que hoy en día parece irrisoria, pero reveladora de que mientras más muertos pavimenten ese mercado más alto se cotiza: las guerras de Bush en Iraq y Afganistán, y sus constantes amenazas a otras naciones por el tema energético han llevado a más de 84 dólares el barril del crudo en los días en que se cumplían seis años de la fatídica fecha.
Los hombres del oro y la plata se dedicaron tempranamente a tranquilizar a los inversores, a pesar de las toneladas sepultadas de esos metales. Por ejemplo, James Newsome, presidente de la Comisión de Comercio de Bienes Futuros (Commodity Futures Trading Commission), había dicho en una entrevista: «Porque el metal está seguro y hay un amplio abastecimiento, esto no nos concierne». No había que preocuparse por el oro del WTC. Philip Klapwijk, director ejecutivo de Gold Fields Mineral Services, una importante firma en metales preciosos, lo ratificaba al decir que las 12 toneladas enterradas en el WTC era solo el 0,3 por ciento del oro mundial del año 2000. «Hay oro en abundancia en Londres y Suiza», afirmaba.
Parecían estar demasiado seguros sobre las barras de 100 onzas (3,1 kilogramos) con el número de serie estampado como identificación por la entidad de intercambio, aunque estuvieran bajo toneladas de escombros.
FBI al rescate
Había en esos momentos dos depósitos para el oro y la plata aprobados por Comex (Commoditties Exchange), que regentea el mercado de los metales. Sometidos a una seguridad extrema, que incluía ocultar su existencia, el atentado del 11 de septiembre dio a conocer que el ScotiaMocotta, propiedad del Scotia Bank de Toronto, tenía en sus bóvedas del World Trade Center 4 una parte de ese oro.
Cuando entraba el mes de octubre y ya se habían iniciado las labores de demoler las ruinas en pie, en especial los World Trade Center 4 y 5, que habían sucumbido bajo el peso de las Torres Gemelas (WTC 1 y 2), el New York Daily News y la revista Fortune, así como diarios importantes de otras partes del mundo, entre estos los británicos The Times y The Mirror; los distantes New Zealand Herald, The Australian y The Stateman de la India; los canadienses Globe and Mail y The Gazette, hablaban del plan de Wall Street para la recuperación tras la catástrofe y, sobre todo, del rescate del oro...
Una noticia los ponía eufóricos y era publicada el 1ro. de noviembre: unos 375 millones de dólares en barras de oro y plata habían sido encontradas y reubicadas. La información la daba el Bank of Nova Scotia, custodio de los metales preciosos, porque anunciaba que se estaban moviendo los contenidos de las bóvedas del ScotiaMocatta a otro lugar —secreto por supuesto, por razones de seguridad— pues el edificio debía ser demolido.
«El oro está en prístinas condiciones», decía Pam Agnew, la vocera del Scotiabank, y no hay que dudar de la sonrisa en su rostro.
No se mencionaban las barras de plata ni otros metales preciosos, joyas o inversiones que podían haberse recuperado de la zona de desastre; pero se conocía también entonces que los ocho empleados de la cámara acorazada que guardaban el oro y la plata habían escapado ilesos de los sucesos del 11 de septiembre. Todo estaba a salvo.
El New York Daily News había reportado la víspera que equipos de emergencia encontraron el oro en el bajo Manhattan y habían llenado al menos dos camiones blindados de la compañía Brink’s Inc.
A las noticias felices se sumaba el entonces alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, quien confirmaba la presencia de los camiones de transporte de bienes y que «la mayoría» del oro había sido hallado. Un pequeño grupo de agentes federales fuertemente armados montaron guardia, mientras policías y bomberos cargaban los vehículos blindados.
Otros ladrones
El diario The Mirror habló incluso de que ladrones habían intentado robar oro y plata por 264 millones de dólares en las ruinas cuando se hicieron pasar por rescatadores, pues los guardias armados que cumplieron la orden de remover el tesoro del Bank of Nova Scotia, encontraron marcas de que habían entrado intrusos a los sótanos.
Se habló entonces de la desaparición de acciones y bonos certificados de otro depósito contiguo, pero fueron recuperados semanas después.
El New Zealand Herald hizo referencia el 6 de octubre de 2001 a otros secretos: documentos, armas y otras evidencias guardadas por la CIA, el Servicio Secreto de Estados Unidos, y el Buró de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego, agencias que también tenían oficinas en las torres destruidas, por lo que en algún lugar de los escombros estarían contenedores con armas, heroína, cocaína, éxtasis y otras drogas, evidencias de crímenes que no podrían ser ya procesados. Hasta por esa razón la CIA había pedido a agentes del FBI que rodearan el lugar poco después del colapso. El entierro incluyó, además, detallados planes de contingencia para la caravana presidencial en Nueva York, y archivos con los nombres de informantes sobre el crimen organizado y el terrorismo.
Todo el tiempo que duró el trabajo de los constructores y equipos de demolición en la eliminación de los escombros fueron estrechamente vigilados por los agentes del gobierno; sin embargo, ABC News reportó entonces la presencia de camiones y trabajadores de limpieza de firmas que tenían conexiones con la mafia, y que se habían robado muchas toneladas de chatarra, en lugar de llevarlas a los sitios establecidos para su inspección...
Pero volvamos al oro. En un sitio de Internet llamado America rebuilds: a year at Ground Zero, el tema del caudal dorado salió con fotos y detalles.
Se relata ahí que los trabajadores que limpiaban un túnel de servicio en uno de los edificios del WTC se encontraron de pronto rodeados por más de 100 agentes del FBI y personal del Servicio Secreto, pues Comex, la división de comercio de metales del Nymex, guardaba 3 800 barras de oro y 102 millones de onzas de plata en el Bank of Nova Scotia, y también tenía metales preciosos en el Chase Manhattan Bank, el Bank of New York, y en el Hong Kong Shanghai Banking.
En la mañana del mismo 11 de septiembre, el oro fue transportado a través de los sótanos del edificio, una rampa temporal fue construida para tener acceso al túnel y un pequeño buldózer fue utilizado para romper la pared. Entonces apareció un equipo de la policía y de los bomberos que pusieron el oro en un camión blindado. Ahí fue cuando a uno de los obreros le dijeron que si bajaba le dispararían.
Las autoridades protegían al capital, pues cuando ocho años antes el World Trade Center había sido blanco de otro ataque terrorista con explosivos, había en sus sótanos oro por más de mil millones de dólares propiedad del gobierno kuwaití, y en un primer momento la policía creyó que era un intento de robo de aquel tesoro.
Cuestión de lucidez
Ahí están los elementos sin nada de «extremismos», por eso la presunción del diario de Chicago mereció este comentario del profesor Nelson Valdés en Cuba-L Direct:
«Esto solo muestra que:
a) los reporteros no leen,
b) los reporteros leen, pero no recuerdan,
c) los reporteros leen y recuerdan, pero no nos lo dicen,
d) los reporteros no saben cómo buscar en Lexis/Nexos, y
e) los editores tampoco saben cómo investigar.
«Entonces, parece que Fidel Castro lee, recuerda lo que lee, nos lo dice, sabe cómo usar Lexis/Nexos y tiene editores que lo ayudan a ello. ¿Cuál lucidez debe ser cuestionada?»
El colofón de la historia
El 13 de octubre Chicago Tribune hizo un reconocimiento de su falta: «Un artículo del 22 de septiembre desde Cuba cuestionó la aseveración del Presidente cubano Fidel Castro de que barras de oro estaban enterradas bajo el World Trade Center en el momento de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. De hecho, oro y plata fueron enterrados bajo los edificios en ese momento. El Tribune lamenta los errores».No necesita comentario.
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