Guía políticamente incorrecta de la ciencia 
Tom Bethell 
En este ensayo mantenido dentro de un espíritu permanentemente crítico, el autor va desmantelando auténticos mitos de la ciencia mediante un análisis independiente y certero. Cuestiones como por ejemplo:
¿Que ocurrio con cacareado  proyecto  
Genoma humano?
"El cancer habra sido vencido antes de los años 90.s" 
Richard Nixon 
..............etc...etcEl libro tal vez desnuda verdades incómodas.
Este libro de Tom Bethell* deja un mensaje que no deberíamos olvidar: detrás de muchas de las propuestas aparentemente científicas se esconden únicamente posicionamientos políticos e ideológicos.
Parece como si los científicos gozaran de cierta inmunidad. Toleran el examen, pero preferiblemente si se hace dentro de sus propias filas (...) Los que no son especialistas en [un determinado] terreno temen entrar en el campo de los demás, como no sea con un espíritu respetuoso. Por todo lo cual raramente se producen desacuerdos. Y los sacerdotes de la ciencia no se ven molestados, que es lo que en el fondo les gusta.
Pero la verdad es que la ciencia se ha politizado, y si los 
científicos no quieren criticarse unos a otros ¿quién lo va a hacer? 
Creo que los periodistas necesitarían involucrarse más en este asunto. 
No hacer simplemente reportajes sobre temas científicos, sino prepararse
 para poder ser más críticos. 
Los medios de comunicación han cooperado en todo este proceso de miedos, esperanzas y exageraciones. Las crisis venden periódicos. De ahí parte una relación simbiótica. Y lo que resulta más importante: los periodistas no dudan ni por un segundo de que, si no hablan de un problema, se reducirá su importancia. 
Los periodistas son generalistas y, con frecuencia, muy proclives a
 adquirir conocimientos básicos en cualquier nuevo campo. Pero también 
se muestran muy reticentes a enfrentarse a los especialistas (...) 
Algunas veces los periodistas creen que es peligroso cuestionar a los 
expertos.
En realidad, lo verdaderamente peligroso es no hacerlo. Un antiguo y admirable refrán que se oía a menudo en las redacciones de los periódicos en la época del Watergate decía: "No aceptes las limosnas que te da el Gobierno". Pero eso es algo que tiende a olvidarse cuando se trata de la Medicina. En cierta ocasión le pregunté a un periodista por qué se mostraba tan poco crítico con lo que decía el Gobierno sobre el sida.
"Yo no soy médico", me respondió.
En realidad, lo verdaderamente peligroso es no hacerlo. Un antiguo y admirable refrán que se oía a menudo en las redacciones de los periódicos en la época del Watergate decía: "No aceptes las limosnas que te da el Gobierno". Pero eso es algo que tiende a olvidarse cuando se trata de la Medicina. En cierta ocasión le pregunté a un periodista por qué se mostraba tan poco crítico con lo que decía el Gobierno sobre el sida.
"Yo no soy médico", me respondió.
El presupuesto del Instituto Nacional de la Salud se ha duplicado 
bajo el mandato del presidente Bush, y en lo que se refiere a la 
seguridad nacional se ha creado una gran muralla a partir del 11 de 
Septiembre.
Es una muralla real y también simbólica:
¡No molesten! La clase sacerdotal de corbata y camisa blanca está trabajando. Busque su propio tratamiento. Y aunque uno debería pensar que les pagamos con nuestros impuestos, los periodistas se sienten intimidados.
Es una muralla real y también simbólica:
¡No molesten! La clase sacerdotal de corbata y camisa blanca está trabajando. Busque su propio tratamiento. Y aunque uno debería pensar que les pagamos con nuestros impuestos, los periodistas se sienten intimidados.
[...]
[Por eso] se necesita una Guía políticamente incorrecta de la ciencia.  En resumen, vale la pena 
comparar el tratamiento de la ciencia médica con lo que Thomas Carlyle 
llamó la "ciencia funesta", cuando se refería a la economía [...] En el 
siglo XIX la economía se conocía como "economía política", y estamos de 
acuerdo en que ése era su nombre correcto. 
Durante décadas, como señala Michael Crichton, se consideró que la 
ciencia estaba por encima de la política. Después de todo, trataba con 
hechos y no con opiniones o juicios. Los hechos se comprobaban de forma 
experimental, y los experimentos se pueden repetir. La ciencia es un 
campo del saber que se autocorrige (una verdad a largo plazo). Por el 
contrario, la política es un campo de valores en contienda.
Pero ha sucedido que la ciencia se puede politizar fácilmente.
La 
razón más importante para ello es ésta: a menudo existe mucha 
incertidumbre en lo que se refiere a los hechos. En tales casos se 
pueden sustituir los hechos por preferencias, y esto puede resultar poco
 veraz.
Un buen ejemplo de lo anterior es lo referente al calentamiento 
global.
Suele decirse que, si no sabemos con certeza si hemos de coger 
un paraguas para ir al trabajo, ¿cómo vamos a predecir el clima que 
habrá dentro de cien años? Algunos de aquellos que hoy hablan con más 
fuerza del calentamiento global hablaban, hace veinticinco años, del 
enfriamiento global. 
Si el planeta se está calentando, ¿es responsable 
de ello la humanidad, o lo es el sol?
Inevitablemente, al encontrarnos 
en semejante incertidumbre, la pugna por establecer hechos que se 
muestren relevantes se convierte en una pugna política.
Son
 muchos los que no se dan cuenta de esto. En consecuencia, se ha 
iniciado sobre el tema del calentamiento global algo que recuerda a un 
auténtico debate. Está ampliamente aceptado que la meteorología es una 
ciencia inexacta, y que algunos de los alarmistas ven en ello, por 
ejemplo, un mecanismo político para frenar el crecimiento económico de 
Estados Unidos - mundial  (...)
Toda aquella ciencia que se base en advertencias de mal agüero 
sobre el futuro debería resultar sospechosa, y habría que considerarla, 
casi por definición, politizada; aunque sólo fuera por el hecho de que 
las democracias, tal como se encuentran constituidas actualmente, 
responden con una desmedida prisa a cualquier aviso de crisis.
En 1798, 
en Inglaterra, el economista Thomas Robert Malthus –un tipo lúgubre, 
seguramente– advirtió de que la población estaba creciendo con mayor 
rapidez que los recursos alimentarios.
El Parlamento, sin embargo, no 
tomó ninguna medida, e hizo bien al actuar así. Pero el genio tutelar de
 Malthus en lo referente a los índices matemáticos de crecimiento siguió
 confundiendo a los estudiosos durante años.
Hace unos treinta años –siempre dentro del mundo occidental– 
volvieron a resurgir los temores de superpoblación malthusianos.
Ahora 
se veía el asunto como una crisis a escala mundial. El biólogo Paul 
Ehrlich vaticinó que morirían de hambre millones de americanos 
(realmente, habría estado más acertado si se hubiera referido al 
problema de la obesidad).
Estados Unidos facturó al extranjero miles de 
millones de preservativos. Sólo en 1990, según una estimación oficial, 
se enviaron 7.000 millones. Sin embargo, y como contraste, ahora 
empezamos a oír hablar de los problemas potenciales que presenta la 
reducción de la natalidad.
En 2000, se creyó que el estallido de una "pandemia" de sida y VIH 
(virus de inmunodeficiencia humana) en los países subsaharianos podía 
llegar a ser tan alarmante que incluso el vicepresidente Al Gore y la 
secretaria de Estado Madeleine Albright llevaron el asunto al Consejo de
 Seguridad de las Naciones Unidas.
Se trataba, según se decía, de una 
enfermedad que se transmitía por vía sexual; así pues, se volvieron a 
necesitar los preservativos. Hoy día, los países subsaharianos tienen el
 índice de crecimiento de población más alto del mundo .
Los acontecimientos futuros son de índole desconocida; y, para 
abreviar, la incertidumbre se convierte en una buena oportunidad para 
todos aquellos que buscan una forma de politizar la ciencia.
Todos los departamentos gubernamentales se enfrentan básicamente a 
los mismos incentivos. Se benefician tratando de persuadirnos de que no 
podemos seguir viviendo sin ellos. ..... sobre todo en 
aquellos departamentos  que se han creado recientemente en base a una 
supuesta emergencia ( por ejemplo, la Agencia 
para la Protección del Medioambiente).
Todos estos organismos utilizan 
las mismas campañas publicitarias: "El problema es más grande de lo que 
podemos imaginar; pero no se preocupen: estamos esforzándonos en 
resolverlo. Así que ¡aumenten nuestro presupuesto, ya!".
Los periodistas deberían sospechar de este tipo de campañas, tanto 
si pretenden incrementar nuestros temores como si quieren hacerlo con 
nuestras esperanzas. Tomemos el caso del Proyecto del Genoma Humano.
Desde sus inicios se trató de un proyecto gubernamental, "un tema que 
debería ser llevado al Congreso", como afirmó el gurú de la ciencia 
James Watson, tratando de darle mayor realce. Se dijo que se lograrían 
grandes ventajas en el campo médico con ese proyecto, pero hasta ahora 
no se ha materializado ninguna de ellas; y, probablemente, seguirán sin 
materializarse. 
Sin embargo, aparte de algunas críticas (justificadas) 
por parte de la izquierda, deplorando su ideología "determinista", el 
proyecto del genoma no ha recibido más que alabanzas por parte de toda 
la prensa.
Probablemente el concepto del gen tendrá que ser 
revisado, y habrá que volver a escribir nuevos textos (...)
[...]
Cuando parece surgir una oportunidad ventajosa y los inversores 
privados la desdeñan, la cosa no debe de estar muy clara. En el caso del
 genoma, se pudo comprobar que el "negocio modelo" resultó inapropiado, 
pero el error de cálculo todavía fue peor. Incluso la ciencia lo miró 
con recelo. Lo mismo puede suceder con la investigación sobre las 
células madre. Y aunque los fondos gubernamentales se han visto 
restringidos, la investigación es legal. No obstante, si las promesas de
 indiscutibles ventajas médicas son tantas y tan grandes, ¿por qué 
resulta esencial que se comprometa en el asunto el Gobierno federal? 
¿Es
 que acaso los grandes inversores saben algo más de lo que conocen los 
redactores de los grandes titulares de prensa?
A veces los periodistas pasan por alto estas cuestiones. Quizás la 
razón estribe, en el caso de las células madre, en que el tema se ha 
enmarcado dentro de una especie de enfrentamiento entre las promesas 
científicas y la ética reaccionaria. Los científicos lo prefieren así. 
Pero las dificultades todavía no resueltas por la ciencia raramente se 
convierten en titulares.
Otros temas son "políticos" de manera diferente. Tomemos, por 
ejemplo, la investigación sobre el cáncer. (...) durante tres décadas el
 Instituto Nacional del Cáncer ha seguido una teoría errónea sobre los 
orígenes de esta enfermedad: la teoría de la mutación genética. 
No es 
que los científicos involucrados en este trabajo –la gran mayoría de los
 investigadores sobre cáncer– hubieran adoptado tal teoría por motivos 
políticos. No era así. Si el argumento que expongo es correcto, el 
problema que subyacía en todo esto se debía al recorte de fondos 
gubernamentales que impedía la búsqueda de otras teorías alternativas.
 La revista Science,
 por ejemplo, vigila muy de cerca los gastos gubernamentales $ en temas 
científicos, estableciendo sin vacilar una correlación entre "más" y 
mejor.
Las inversiones gubernamentales han promovido también la idea de 
que una teoría científica puede ser considerada veraz si dispone de 
suficiente apoyo $ (...) Una teoría aceptada por el 99% de los científicos
 puede estar equivocada. 
Pero los comités del Instituto Nacional de la 
Salud que deciden qué proyectos serán aprobados por el presupuesto se 
hallan inevitablemente formados por científicos que están muy de acuerdo
 con semejante teoría (...)
La teoría de la evolución también se ve apoyada por un consenso 
total. Pero ¿es verdadera? 
La dificultad para saber lo que son los 
hechos (o lo que fueron) es, una vez más, una tarea gigantesca. Los 
hechos tuvieron lugar hace cientos de millones de años, cero más o cero 
menos, y la decadencia física ha convertido aquellos hechos en algo poco
 menos que imposible de conocer. Los fósiles están muy dispersos y son 
difíciles de interpretar.
Así pues, tenemos pocos hechos; pero ahora lo desconocido reside 
más en el pasado que en el futuro. Los fósiles nos dicen que la mayoría 
de los organismos que en una época poblaron la Tierra ya no lo hacen. De
 esto pueden extraerse un gran número de conclusiones, o quizás sólo 
una.
Nos inclinamos fuertemente a sustituir la fe por la duda. Recientemente, Ben Adler, de la revista New Republic preguntó
 a una serie de eminentes científicos si "creían en la evolución". 
Se 
arrancaron afirmaciones rotundas ("Creo en ella", "Por supuesto", "Sí").
 Fue una cosa un tanto extraña. Ninguna de estas personas parecía 
haberse dado cuenta de que la fe es algo más apropiado para los temas 
religiosos que para asuntos científicos.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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