TRES REVOLUCIONES:
LUTERO, REVOLUCION FRANCESA , BOLCHEVIQUE
Robespierre:
Un asesino de masas que nunca lo fue ?
Estamos ante la asombrosa y largamente esperada novela del escritor Javier García Sánchez.
Basta decir Robespierre e inmediatamente
pensamos en autoritarismo, frialdad, violencia, Terror, guillotina,
sangre. Es como nombrar a una especie de Anticristo: la simple mención
de su nombre estremece.
¿Pero fue realmente así?
¿Qué
parcela de responsabilidad le cupo a Robespierre en los millares de
ejecuciones ocurridas entre 1793 y 1794, el año del Terror, justo
cuando, muerto Marat, él era el máximo responsable de los jacobinos?
García Sánchez rescata a Robespierre de las mentiras escritas por los vencedores y repetidas hasta la saciedad por la Historia "oficial"
Retrato del político francés Robespierre (1758-1794), a quien García Sánchez trata de hacer justicia en sus páginas
El virtuoso y entristecido Robespierre no fue la cabeza del Terror,
sino su víctima
De modo que García Sánchez rescata con vehemencia a
Robespierre de los zarpazos de la Historia reintegrándolo al lugar que
le corresponde, a la luz de consideraciones que apenas se hicieron hasta
ahora. La fundamental es casar su ejecución, el 28 de julio de 1794,
con el golpe de Estado llevado a cabo el mismo día por la Convención
Termidoriana.
La Revolución francesa [para Tocqueville], lejos de ser una ruptura brutal, acaba y perfecciona la obra de la monarquía. La Revolución francesa no se puede comprender sino en y por la continuidad histórica.
François Furet
El 9 de Termidor
No es que Francia, con la muerte de Robespierre, se librara
de un hombre sanguinario, adicto a la crueldad, sino que aprovechándose
de su falta de astucia, sus enemigos, la gente taimada que siempre sabe mantenerse en un engañoso y turbio segundo plano,
le destruyeron (a él y al joven Saint-Just), beneficiándose de sus
frutos y reservándole las heces que ellos mismos habían ocasionado.
Es
decir, que no solo el virtuoso y entristecido Robespierre no fue la
cabeza del Terror, como tanto se ha escrito, sino que se convirtió en su
gran víctima.
Su mayor error fue aspirar al poder moral que podía
ejercer en el pueblo llano, en lugar de dirigir los esfuerzos de su
lucha a la obtención del poder político.
García Sánchez analiza aquellos
hechos apasionantes desde muchos puntos de vista, en sucesivos asedios
que recuerdan la técnica musical de la fuga.
Él mismo lo señala en un
sorprendente post scríptum que desarrolla la hermenéutica histórica de
la novela que acaba de escribir.
“La obra nació como un acto de mi hacia mi que trata de desvelar una
mentira, una de las mayores mentiras de la historia”, revela el autor.
La reacción termidoriana estaría
compuesta por aquellos que precisamente habían hecho del terror la
herramienta de sus ambiciones convirtiendo la legítima defensa de la
República en un indiscriminado baño de sangre que horrorizaba al
“incorruptible”: “Cuando los integrantes de esa trama fueron conscientes
de que una parte del movimiento jacobino, liderada por Robespierre y Saint-Just,
pretendía parar en seco sus fragrantes desmanes pero no sin antes
pedirles cuentas por cuanto habían hecho en los meses previos, viendo
pues que sus vidas peligraban, y de hecho lo hacían en grado sumo aunque
no tanto como ellos imaginaban, giraron todo su odio y astucia contra
estos dos hombres y sus colaboradores, idealistas y por tanto en grado
sumo ingenuos para algunas cosas, consiguiendo en apenas unas pocas
horas llevarlos al cadalso…” (Página 148)
No se permite libertades a la hora de poner frases en boca de cada uno de los emblemáticos personajes de la historia francesa, sino que trata de utilizar frases reales que establezcan la verdad. “No es Robespierre quien estuvo detrás de las matanzas de septiembre. Fue Marat” ha corregido el autor. Incluso el político no quiso que se instaurara la guillotina durante la época, ni quiso acabar con la vida de Luis XVI y Maria Antonieta, a la que quería como rehén.
Robespierre y Saint Just fueron chivos expiatorios ofrecidos en comandita por la conjunción de intereses de la mayoría de diputados jacobinos y del “marais” para liquidar la memoria de un tiempo infame que a nadie convenía mantener.
A nadie como al diputado que fue capaz de levantar un discurso filosófico y moral sobre los conceptos indisolubles de terror, virtud, gobierno constitucional y revolucionario le calzaba con tanta exactitud ese guante:
“…aún no era consciente de que en torno a su persona se estaba creando toda una tela de araña, el terror en aumento , cuyo eje axial se resumía en la hipótesis de que él y no otro miembro del Gobierno Revolucionario era responsable de estar creando una maquinaria destinada a la represión. Y lo que era peor, no con el objetivo de salvar al Estado, sino para su propio beneficio.” (Pagina 52)
Javier García Sánchez:
'Que Napoleón siga siendo el ídolo de Francia
me exaspera'
Ante todo el autor pone todo un verdadero despliegue argumental, perfectamente documentado para demostrar que el considerado como “autor intelectual” del “Terror”,(“Robespierre fue responsable por haber sido el alma de la teoría del Terror, no por nada mas”) (Página 118), poco tuvo que ver con las tareas de gobierno durante los dos últimos meses, y sí mucho con el intento de reconducir la locura en que se había convertido su práctica, muy lejos de aquella concepción hegeliana suya expresada el 5 de Nivoso del año II (25 de diciembre de 1793) en su “Informe sobre los principios del Gobierno revolucionario, realizado en nombre del Comité de Salud Pública”, en el que virtud y terror interactúan dialécticamente, “…la virtud sin la cual el terror es mortal; el terror sin el cual la virtud es impotente”, en la nueva cuadratura del círculo.
En muchos momentos el tono de la obra es el que pudiera tener la más pura obra histórica, algo que uno considera como un verdadero acierto para una novela que tiene mucho más que ver con la reconstrucción de la realidad que con la de una ficción embutida en ella.
Confiesa el autor haber leído más de doscientas obras sobre la Revolución Francesa, aparte de una buena porción de documentos originales, a muchos de los cuales hoy cualquier navegante de internet puede acceder para su contraste, como es el caso de las leyes emanadas de la Convención Nacional, por citar sólo las más socorridas, y haber comenzado esta obra en el año 1980. Una y otra cosa se justifican ampliamente a lo largo del texto, donde sólo el manejo de los cientos de nombres propios que lo pueblan son una verdadera proeza narrativa, aunque luego en los anéxos, cuando aparecen, queden reducidos a un par de líneas.
demostrar, a través de una figura tan calumniada como Robespierre, que la Historia nos ha llegado amordazada desde
aquel decisivo 9 de Termidor (o 28 de julio), cuando cayeron los
hombres que merecían vivir y triunfaron los que debían seguir
permaneciendo en las cloacas: «Mi teoría es que el 9 de Termidor empezó a
funcionar nuestro sistema».
Un sistema que, para García Sánchez, lo abarca todo, por
supuesto la política y también la cultura, cuya falta de rigor
científico, manejando tópicos que apenas tienen que ver con lo que de
veras ocurrió, a veces da miedo.
He aquí la historia de un asesino de
masas que nunca lo fue, escrita maravillosamente.
¿Fue Maximilien Robespierre el verdadero
protagonista de las atrocidades del Terror?
Esa es la pregunta que
muchos estudiosos de la historia se han ido planteando a lo largo de los
años. La creencia general es que, efectivamente, Robespierre era un
personaje despiadado, adalid de la guillotina y uno de los cabecillas
del período revolucionario, siendo responsable por tanto de la ejecución
del rey Luis XVI. Pero Javier García Sánchez parece no compartir este
punto de vista.
Presentada como una mezcla de ensayo y novela (aunque están más presentes los rasgos de la primera), García Sánchez revisiona en Robespierre
la figura del líder revolucionario, construyendo un personaje que poco
tiene que ver con los crímenes que tradicionalmente se le han atribuido.
Lejos de ese espíritu monstruoso, Robespierre es aquí un hombre
austero, comprometido con el pueblo pero sin obsesionarse con los
llamados “enemigos de la revolución”. En definitiva, una persona
incorruptible, sin llegar a ser un símbolo de la libertad y los derechos
humanos pero tampoco imbuido de ese carácter delirante del que siempre
le hemos creído poseedor.
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Angeles Prieto Barba
Robespierre, cuántas erres belicosas. Qué difícil encontrar, a lo largo de esa historia oficial de progreso que nos inculcan, y que consagra a tanto canalla, un personaje más cubierto de oprobio que éste. Figura histórica de un periodo crucial que determinó el destino del nuestro, a la que me asomé hace muchos años, aunque no tantos como Javier García Sánchez lleva estudiándolo, gracias a a esos dos Robespierres, hombre y mujer*, del Cádiz de las Cortes, cuya ejemplar historia conocí indignada pues también debieron acatar, y de manera injusta, un destino aciago. Desde que ejecutaron a Maximilien, con el viejo sueño de la igualdad social derrotado, vivimos en un Termidor perpetuo. Hoy día, aún más voraz, más vulgar y más chusco. También el Terror se recrudeció y se extendió hasta lo inimaginable. Cerca de la Estatua de la Libertad, aún anda.
Robespierre, cuántas erres belicosas. Qué difícil encontrar, a lo largo de esa historia oficial de progreso que nos inculcan, y que consagra a tanto canalla, un personaje más cubierto de oprobio que éste. Figura histórica de un periodo crucial que determinó el destino del nuestro, a la que me asomé hace muchos años, aunque no tantos como Javier García Sánchez lleva estudiándolo, gracias a a esos dos Robespierres, hombre y mujer*, del Cádiz de las Cortes, cuya ejemplar historia conocí indignada pues también debieron acatar, y de manera injusta, un destino aciago. Desde que ejecutaron a Maximilien, con el viejo sueño de la igualdad social derrotado, vivimos en un Termidor perpetuo. Hoy día, aún más voraz, más vulgar y más chusco. También el Terror se recrudeció y se extendió hasta lo inimaginable. Cerca de la Estatua de la Libertad, aún anda.
Esa podredumbre termidoriana que impregna nuestra educación, a mayor
gloria del Dios Capital y de la Diosa Economía, la encontramos instalada
también en esas mesas librescas cubiertas de novedades: insulsas
novelitas románticas, negras, históricas, de fantasía o ciencia ficción
escritas en serie, a mayor gloria del mercado que las consagra, y que no
tienen otro objeto que mantenernos distraídos y ajenos, dentro de la
caverna platónica sin cuestionarnos nada. Por eso, no hace falta alguna
preguntar al autor la razón de este esforzado despliegue literario de
mil doscientas páginas muy densas, ni por qué lo ha escrito como lo ha
escrito. De hecho, él mismo nos responde en su obra que un libro sobre
el Terror necesitaba dimensiones terroríficas. Las que debe tener y
tiene sin sobrar nada, mi aplauso por ello.
Esta apasionada y elegante narrativa de no ficción, mucho más cercana a Alejo Carpentier que a Anatole France,
viene además muy bien estructurada en doce capítulos que se
corresponden con los meses del calendario revolucionario, acoplando así
ese tiempo lineal en el que vivimos desde esta precisa Revolución que
aceleró el ritmo de la Historia, con el ciclo vital de la Naturaleza, a
fin de explicar mejor motivaciones y causas. Pues demasiado largo es el
memorial de agravios del que resarcir a aquel hombre tímido, miope,
frugal, íntegro y serio que murió por no renunciar un ápice a sus
postulados revolucionarios, y que Javier García Sánchez
nos desbroza en esta narración, no sólo con profundidad y rigor
histórico, ateniéndose a hechos y documentos, sino también retratando
fiel a ese elenco de seres viles (Fouché, Barras, Tallien, la Cabarrús,
otros diputados del Pantano) que propició su ejecución. Personajes que
desataron luego el llamado Terror Blanco, indebido color para un periodo
atroz, en el que la cantidad de sangre derramada nos obliga a
cuestionarnos el motivo de que ante la historiografía éstos carden
inocua lana, mientras los jacobinos se lleven toda la fama del horror
revolucionario.
Conmueve este Robespierre, pero deslumbra su mano derecha Saint Just,
ese otro gran personaje de fulgor coherente sin el cual no puede
entenderse al primero y en nuestra retina lectora permanecerán, precisos
y conmovedores, los grandes cuadros que García Sánchez
traza del París de los espías, la Máquina y sus víctimas, la Convención
y sus debates, el paseo hasta el cadalso, el grito doloroso ante la
crueldad gratuita de uno, también el silencio y la mirada digna del otro
en nuestras conciencias. Y esas dos muchachas secundarias impagables,
la que posa dócil su nuca ante el verdugo y la niña delatora, qué
hermoso contraste femenino con aquellas dos huerfanitas de Griffith
donde Danton y Robespierre aparecían como seres abyectos e inmorales. En
toda la obra impera también la mirada atónita y desconcertada ante los
hechos y no sólo en Sebastien, nuestro personaje de enlace, ese examen
del que sospecha y teme, pero no puede evitar, el desastre que se
cierne. Mirada que compartimos todos los que hemos vivido algún tipo de
catástrofe. Y la culpa, por acción u omisión, que salpica igual que esa
sangre propiciada por el Terror imparable, hijo del odio y del miedo a
partes iguales.
Es banal, en cualquier recensión de nuestros días, etiquetar libros bajo
los epígrafes “bueno” o “malo”, pero con este además sería un gesto
absurdo, prepotente e inútil de quien recuerda y ha leído hasta el final
una narración apasionada, tenaz e incorruptiblemente literaria, sin
lugares comunes, sin una sola errata, sin concesiones al mercado. De
quien ha podido por ello presenciar también, a través de estas páginas,
el más digno y apropiado homenaje al sueño de un mundo mucho más justo
que éste que hoy habitamos. En cualquier caso, nos encontramos en la
vida con libros que logran hablarnos de lo que somos y también con
aquellos que en modo alguno nos atañen. Sólo los primeros perduran. Como
este intenso Robespierre, de Javier García Sánchez, que se instala en la memoria y que en ella perdura para siempre.
* Pedro Pascasio Fernández Sardinó y Maria del Carmen Silva, redactores del Robespierre español, 30 números.
Javier García Sánchez:
"Sé que ya no puedo aspirar al éxito.
Por tanto, sólo me resta luchar por la inmortalidad"
Javier García Sánchez (Barcelona, 1955), es uno de los escasos
autores literarios que aún campean en la narrativa española, un
superviviente de mejores épocas. Sólido autor de una veintena de títulos
(Mutantes de invierno, Teoría de la eternidad, La dama del viento sur, Última carta de amor de Carolina von Günderrode a Bettina Brentano, El mecanógrafo, La hija del emperador, El amor secreto de Luca Signorelli, Recuerda, Crítica de la razón impura, La historia más triste, Continúa el misterio de los ojos verdes, Oscar, La aventura de correr, Los otros, La mujer de ninguna parte, Falta alma, Dios se ha ido, El alpe d'Huez, Ella Drácula, K2, Júrame que no fue un sueño) siempre heterogéneos, arriesgados e intensos, nos presenta ahora este fabuloso Robespierre como culmen de su obra.
—¿Cuándo
y por qué surgió tu interés en las figuras de Robespierre y
Saint-Just?, ¿qué vislumbraste en ellos para dedicarles luego tanto
tiempo y esfuerzo?
—Hace más de treinta años pude comprobar, atónito, cómo ciertos hechos, y
sobre todo ciertos datos, referidos a la práctica de lo que se llamó la
Grande Terreur, no coincidían en absoluto. A partir de ahí, de
biografía en biografía -aunque todas convencionales, se entiende- empecé
a pensar: “Pues si Robespierre no pudo haber hecho esto o lo otro, ¿por
qué entonces le culpan absolutamente de todo?”. Hasta que aparecieron
en el horizonte los trabajos de Albert Mathiez. Aquello certificaba la
magnitud de una conspiración mayúscula, cuyos nefastos efectos en la
Democracia perduran en la actualidad. La Revolución Francesa empezó como
un sueño casi colectivo y acabó en apenas un año, verano de 1794,
envuelta en una gran mentira y en un formidable baño de sangre. Eso es
lo que intento denunciar: la mecánica del Terror.
De otro lado, ya en 1985 el desaparecido Rafael Conte me convenció de
que uno de los grandes personajes de la Historia Contemporánea era
Saint-Just, y entonces me precipité en Saint-Just, alter ego del
Incorruptible. De hecho, Rafael me llamó siempre Saint-Just, lo cual me
llena de orgullo. Que él no estuviese aquí cuando nació la novela es uno
de los dolores que, en relación a Robespierre, me acompañará constantemente. Y sin duda Saint-Just es, junto a John Lennon, el personaje de mi vida.
Robespierre
javier garcía sánchez
Galaxia Gutenberg / Círculo de lectores. Barcelona, 2012. 1.200 páginas, 27,90 euros. Calificación: cinco estrellas
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Otra vision de la conspiracion:
Otro Illuminatus importante, el escritor y editor, Johann Joachim Christoph Presagie (1730-1793), alias Amelius, había viajado a París en el mismo año para organizar la revolución francesa y dar la señal ‘vamos’ para la rebelión dos años después, según el libro de Johannes Rogalla von Bieberstein "Die These von der Verschworung 1776-1945" (Frankfurt am Main, 1978).
Como Illuminatus, Presagie había tenido éxito haciendo los contactos con otros francmasones, también en Suecia. Él publicó la primera revista Masónica durante los años 1116-1119. Él también tomó parte en la convención Masónica en Wilhelmsbad en 1782.
Weishaupt había enviado al judío Giuseppe Balsamo (nacido el 8 de junio de 1743 en Palermo), quién se presentó bajo el falso título Conde Alessandro Cagliostro, en Francia para que los Illuminati controlaran las órdenes Masónicas francesas. Cagliostro- Balsamo había sido reclutado en Frankfurt am Main en 1781. ("El Sendero de la Serpiente", Hawthorne, California, 1936, pág. 163.)
Un año antes, se había declarado líder de la francmasonería egipcia. Cagliostro también tomó parte en el importante Congreso Masónico en París el 15 de febrero de 1785. Cagliostro fue expulsado de Francia en 1786 en relación con el "asunto del collar". Fue encarcelado en Roma en 1789, después de intentar levantar una Logia Masónica y fue sentenciado al encarcelamiento por vida. Cagliostro murió el 26 de agosto de 1795.
El lacayo más importante de Rothschild, Adam Weishaupt, también fue enviado a París con fondos ilimitados para sobornar a hombres importantes, organizar una revuelta y deponer al rey. Un comité secreto fue designado en la convención Masónica de febrero de 1785 para coordinar las acciones de la revolución. Esta incluía a San-Martin, Etrilla, Franz Anton Mesmer, Cagliostro, Mirabeau, Charles Maurice de Talleyrand (en realidad T. Perigord), Bode, Dahlberg, Barón de Gleichen, Lavater, Conde Louis de Hesse, y representantes del Gran Oriente de Polonia y Lituania. ("El Sendero de la Serpiente", Pág. 73.)
Weishaupt siempre jugó el papel principal a las reuniones del Illuminati en París. Él invitó a miles de asesinos a París.
Muchos pasquines contra la Reina Marie Antoinette comenzaron a circular en París (Svenska Dagbladet, 27 de sept de 1987). Después de esto, se lanzaron hojas impresas para incitar al pueblo a sublevarse. El objetivo de los francmasones era destronar al rey. La máquina de propaganda fue hábilmente tendida. Marie Antoinette fue transformada en el símbolo de todo el mal en el reino.
Estos llamados revolucionarios que trabajaron para minar el orden establecido eran a menudo jóvenes y muchos entre ellos era judíos o francmasones, según el historiador Henrik Berggren, Ph. D. (Dagens Syheter, 20 de enero de 1987, "La Gramática de la Revolución"). Los trescientos hombres que tomaron el poder bajo la Revolución francesa eran todos Illuminati. (Gerald B. Winrod, "Adam Weishaupt - "Un Diablo Humano", pág. 37.)
Marat y Robespierre pertenecían oficialmente a la organización "revolucionaria" 'Los Amargados'. La 'Asociación de los Iguales' también había estado activa en París desde 1786. Esta organización había ya decidido en el mismo año, dónde encarcelar a los "enemigos del pueblo."
Los líderes revolucionarios Mirabeau, Garat, Robespierre, Marat, Danton, Desmoulins y muchos otros eran Illuminati, según Gerald B. Winrod, "Adam Weishaupt - "Un Diablo Humano" (pág. 36).
Según Nesta Webster, Danton y Mirabeau eran originalmente miembros de la Logia Masónica "Les Amis Reunis" (Los Amigos Reunidos) sobre la cual el Illuminati también puso su marca. Louis Leon Saint-Just, llamado uno de los padres del totalitarismo, también era francmasón.
El Illuminati se tomó los clubes Jacobinos en 1789. 152 de estos clubes estaban activos el 10 de agosto de 1790, según la Enciclopedia Británica. Los Jacobinos tenían una red centralizada sobre toda Francia.
El primer club fue tomado por los colaboradores cercanos de Weishaupt, Bode y el Barón de Busche.
Los fondos de los Jacobinos sumaban 30 millones de libras en 1791. Los investigadores honestos han señalado que la historia de los Jacobinos es de hecho una parte de la historia del Illuminati. No debemos olvidar que uno de los títulos de Weishaupt fue "Patriarca de los Jacobinos". Los Jacobinos también llevaron gorras rojas las cuales llamaba las "gorras de la libertad" o gorras Jacobinas.
Según la propaganda actualmente conocida, Louis XVI era un tirano implacable y estúpido. En la realidad, él era afable, una persona bien intencionada, un hombre de familia expresivamente religioso y, además extremadamente ágil de mente y un literato, según la biografía del Rey del historiador francés Eric Le Nabour, "Le pouvoir et la fatalite" ("El Poder y la Fatalidad"). Leía a menudo sus enciclopedias. Louis era tan miope que tenía dificultad para reconocer a las personas a una distancia de sólo unos pasos. Era un buen cerrajero y tenía conocimientos de mecánicas que sorprendieron a los expertos contemporáneos. Le gustaban la carpintería y el trabajo en madera. El rey no tenía interés en los glamorosos aspectos de vida en la corte. Louis tenía 16 años cuando se casó con Marie Antoinette de 14 años de edad. Nunca viajó al extranjero.
Los Illuminati han logrado presentar tan negativa como sea posible la imagen de Louis XVI y su Francia al mundo pos-revolucionario. No fue la extravagancia y el malgasto de la corte lo que causó el enorme déficit estatal, sino el apoyo de Francia a la Revolución norteamericana.
Los costos de la guerra contra Inglaterra fueron astronómicos. Louis XVI fue la primera cabeza de estado del Viejo Mundo en reconocer esta nueva república. Gustavus III fue el segundo.
Louis XVI habían reformado el sistema judicial, abolido la tortura en 1788, humanizó las prisiones y desarrolló un servicio de salud. Pavimentó el camino a la caída de la monarquía a través de las constantes pequeñas concesiones a los francmasones y a los Illuminati. La revolución no fue organizada en un país indigente, sino en una nación floreciente. Las exportaciones de Francia se habían multiplicado diez veces durante el siglo. La industria y la agricultura habían hecho grandes adelantos.
La red francesa de más de 40.000 kilómetros de caminos empedrados era admirada por un asombrado mundo. (René Sedillot, "Le cout de la Revolution francaise" / "Los Costos de la Revolución francesa", París, 1986.)
Un presagio de la catástrofe por venir ocurrió casi exactamente un año antes, en la mañana del 13 de julio de 1788, una gran tormenta asoló por el país. En pocos minutos la temperatura bajó 13 grados, el sol se ocultó y granizos como piedras, del tamaño de la cabeza de un bebé, cayeron sobre los campos de cultivo más ricos del país -900.000 hectáreas fueron afectadas, los árboles fueron arrancados de raíz, las viñas fueron destruidas y las cosechas se estropearon. Más de mil pueblos sufrieron. Los tejados fueron barridos por el viento y las torres de las iglesias se derrumbaron. No pasó tiempo antes que los supersticiosos se demostraran en lo correcto - era una terrible señal de calamidad y violencia, de súbita muerte. Tampoco fue una buena señal que el precio del pan comenzara a subir día a día, las hordas de mendigos marchaban por los caminos y más de 100.000 indigentes marcharon a París.
Otro mal agüero fue que el invierno de 1788-1789 en Francia, fue sumamente severo. El puerto de Marsella se congeló totalmente. Todo el tráfico entre Dover y Calais se detuvo. Los molinos se congelaron y no podían moler el trigo, por lo cual la escasez de pan se puso desastrosa.
Por esto el populacho pudo ser incitado a sublevarse. Los alborotos siguieron a lo largo del invierno. El 1 de marzo de 1789, el teniente de 19 años, Napoleón Bonaparte, fue enviado a Dijon para aplastar un alboroto pero se negó a tomar el lado del rey. Escogió entregarse a los revolucionarios.
Las fuerzas oscuras del Illuminati fomentaron los alborotos en el campo francés. Las deudas debidos al déficit estatal consumieron la mitad del presupuesto francés. Todo este dinero encontró su camino a las manos de usureros prestamistas judíos.
Todos estos factores fueron explotados. El tiempo para el golpe había llegado para los conspiradores que habían unido a los clubes Jacobinos.
Como un firma del preludio, Mirabeau llamó al Estado General el 5 de mayo de 1789, justo después del treceavo aniversario de la fundación del Illuminati. Marx describió a Mirabeau como "el león de la revolución."
En el comienzo de la Revolución existían 282 Logias Masónicas en Francia, de las cuales 266 estaban controladas por el Illuminati, según Nesta Webster (la Revolución" "Mundial, Londres, 1921, pág. 28). Fueron esto mismos grupos quienes organizaron todos los alborotos y problemas.
El 13 de julio de 1789, a las 11 hrs., los conspiradores se reunieron en la iglesia Prix San-Antoine dónde prepararon un comité revolucionario y discutieron cómo organizar la milicia revolucionaria. Dufour del Gran Oriente presidió la reunión. Incluso la caída de la Bastilla fue planificada por estos francmasones, según el testimonio de Gustave Bord. (V. Ivanov, "Los Secretos de Francmasonería", Moscú, 1992, pág. 120.)
Al día siguiente, el 14 de julio, el pueblo fue incitado a marchar hacia la fortaleza de la Bastilla con hachas en sus manos. Contrariamente a lo que el mito de los Illuminati dice acerca de esto, no hubo asalto y captura de la Bastilla. Simplemente capituló ante las amenazas de cuatro francmasones. De esta manera fue tomada la Bastilla. En la realidad, no tenía mucho sentido tomar la Bastilla - las autoridades ya habían decidido demolerla para construir una área de albergue.
Ni un solo prisionero político se encontraba en la Bastilla.
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Otra vision de la conspiracion:
Adam Weishaupt, fundador de los Illuminati, también trabajó intensamente como miembro de la orden Masónica Gran Oriente para preparar la así llamada ‘revolución’. (Nesta Webster, "La Revolución" francesa, Londres, 1919, Pág. 20-21.) Al mismo tiempo, el Illuminati había ganado una fundación segura en Francia. Un judío portugués, Martínez Paschalis, había formado grupos del Illuminati por el país en 1787. El Conde Honore Gabriel Riqueti de Mirabeau (alias Leónidas) se tranformó en el líder Illuminati más importante.
Otro Illuminatus importante, el escritor y editor, Johann Joachim Christoph Presagie (1730-1793), alias Amelius, había viajado a París en el mismo año para organizar la revolución francesa y dar la señal ‘vamos’ para la rebelión dos años después, según el libro de Johannes Rogalla von Bieberstein "Die These von der Verschworung 1776-1945" (Frankfurt am Main, 1978).
Como Illuminatus, Presagie había tenido éxito haciendo los contactos con otros francmasones, también en Suecia. Él publicó la primera revista Masónica durante los años 1116-1119. Él también tomó parte en la convención Masónica en Wilhelmsbad en 1782.
Weishaupt había enviado al judío Giuseppe Balsamo (nacido el 8 de junio de 1743 en Palermo), quién se presentó bajo el falso título Conde Alessandro Cagliostro, en Francia para que los Illuminati controlaran las órdenes Masónicas francesas. Cagliostro- Balsamo había sido reclutado en Frankfurt am Main en 1781. ("El Sendero de la Serpiente", Hawthorne, California, 1936, pág. 163.)
Un año antes, se había declarado líder de la francmasonería egipcia. Cagliostro también tomó parte en el importante Congreso Masónico en París el 15 de febrero de 1785. Cagliostro fue expulsado de Francia en 1786 en relación con el "asunto del collar". Fue encarcelado en Roma en 1789, después de intentar levantar una Logia Masónica y fue sentenciado al encarcelamiento por vida. Cagliostro murió el 26 de agosto de 1795.
El lacayo más importante de Rothschild, Adam Weishaupt, también fue enviado a París con fondos ilimitados para sobornar a hombres importantes, organizar una revuelta y deponer al rey. Un comité secreto fue designado en la convención Masónica de febrero de 1785 para coordinar las acciones de la revolución. Esta incluía a San-Martin, Etrilla, Franz Anton Mesmer, Cagliostro, Mirabeau, Charles Maurice de Talleyrand (en realidad T. Perigord), Bode, Dahlberg, Barón de Gleichen, Lavater, Conde Louis de Hesse, y representantes del Gran Oriente de Polonia y Lituania. ("El Sendero de la Serpiente", Pág. 73.)
Weishaupt siempre jugó el papel principal a las reuniones del Illuminati en París. Él invitó a miles de asesinos a París.
Muchos pasquines contra la Reina Marie Antoinette comenzaron a circular en París (Svenska Dagbladet, 27 de sept de 1987). Después de esto, se lanzaron hojas impresas para incitar al pueblo a sublevarse. El objetivo de los francmasones era destronar al rey. La máquina de propaganda fue hábilmente tendida. Marie Antoinette fue transformada en el símbolo de todo el mal en el reino.
Estos llamados revolucionarios que trabajaron para minar el orden establecido eran a menudo jóvenes y muchos entre ellos era judíos o francmasones, según el historiador Henrik Berggren, Ph. D. (Dagens Syheter, 20 de enero de 1987, "La Gramática de la Revolución"). Los trescientos hombres que tomaron el poder bajo la Revolución francesa eran todos Illuminati. (Gerald B. Winrod, "Adam Weishaupt - "Un Diablo Humano", pág. 37.)
Marat y Robespierre pertenecían oficialmente a la organización "revolucionaria" 'Los Amargados'. La 'Asociación de los Iguales' también había estado activa en París desde 1786. Esta organización había ya decidido en el mismo año, dónde encarcelar a los "enemigos del pueblo."
Los líderes revolucionarios Mirabeau, Garat, Robespierre, Marat, Danton, Desmoulins y muchos otros eran Illuminati, según Gerald B. Winrod, "Adam Weishaupt - "Un Diablo Humano" (pág. 36).
Según Nesta Webster, Danton y Mirabeau eran originalmente miembros de la Logia Masónica "Les Amis Reunis" (Los Amigos Reunidos) sobre la cual el Illuminati también puso su marca. Louis Leon Saint-Just, llamado uno de los padres del totalitarismo, también era francmasón.
El Illuminati se tomó los clubes Jacobinos en 1789. 152 de estos clubes estaban activos el 10 de agosto de 1790, según la Enciclopedia Británica. Los Jacobinos tenían una red centralizada sobre toda Francia.
El primer club fue tomado por los colaboradores cercanos de Weishaupt, Bode y el Barón de Busche.
Los fondos de los Jacobinos sumaban 30 millones de libras en 1791. Los investigadores honestos han señalado que la historia de los Jacobinos es de hecho una parte de la historia del Illuminati. No debemos olvidar que uno de los títulos de Weishaupt fue "Patriarca de los Jacobinos". Los Jacobinos también llevaron gorras rojas las cuales llamaba las "gorras de la libertad" o gorras Jacobinas.
Según la propaganda actualmente conocida, Louis XVI era un tirano implacable y estúpido. En la realidad, él era afable, una persona bien intencionada, un hombre de familia expresivamente religioso y, además extremadamente ágil de mente y un literato, según la biografía del Rey del historiador francés Eric Le Nabour, "Le pouvoir et la fatalite" ("El Poder y la Fatalidad"). Leía a menudo sus enciclopedias. Louis era tan miope que tenía dificultad para reconocer a las personas a una distancia de sólo unos pasos. Era un buen cerrajero y tenía conocimientos de mecánicas que sorprendieron a los expertos contemporáneos. Le gustaban la carpintería y el trabajo en madera. El rey no tenía interés en los glamorosos aspectos de vida en la corte. Louis tenía 16 años cuando se casó con Marie Antoinette de 14 años de edad. Nunca viajó al extranjero.
Los Illuminati han logrado presentar tan negativa como sea posible la imagen de Louis XVI y su Francia al mundo pos-revolucionario. No fue la extravagancia y el malgasto de la corte lo que causó el enorme déficit estatal, sino el apoyo de Francia a la Revolución norteamericana.
Los costos de la guerra contra Inglaterra fueron astronómicos. Louis XVI fue la primera cabeza de estado del Viejo Mundo en reconocer esta nueva república. Gustavus III fue el segundo.
Louis XVI habían reformado el sistema judicial, abolido la tortura en 1788, humanizó las prisiones y desarrolló un servicio de salud. Pavimentó el camino a la caída de la monarquía a través de las constantes pequeñas concesiones a los francmasones y a los Illuminati. La revolución no fue organizada en un país indigente, sino en una nación floreciente. Las exportaciones de Francia se habían multiplicado diez veces durante el siglo. La industria y la agricultura habían hecho grandes adelantos.
La red francesa de más de 40.000 kilómetros de caminos empedrados era admirada por un asombrado mundo. (René Sedillot, "Le cout de la Revolution francaise" / "Los Costos de la Revolución francesa", París, 1986.)
Un presagio de la catástrofe por venir ocurrió casi exactamente un año antes, en la mañana del 13 de julio de 1788, una gran tormenta asoló por el país. En pocos minutos la temperatura bajó 13 grados, el sol se ocultó y granizos como piedras, del tamaño de la cabeza de un bebé, cayeron sobre los campos de cultivo más ricos del país -900.000 hectáreas fueron afectadas, los árboles fueron arrancados de raíz, las viñas fueron destruidas y las cosechas se estropearon. Más de mil pueblos sufrieron. Los tejados fueron barridos por el viento y las torres de las iglesias se derrumbaron. No pasó tiempo antes que los supersticiosos se demostraran en lo correcto - era una terrible señal de calamidad y violencia, de súbita muerte. Tampoco fue una buena señal que el precio del pan comenzara a subir día a día, las hordas de mendigos marchaban por los caminos y más de 100.000 indigentes marcharon a París.
Otro mal agüero fue que el invierno de 1788-1789 en Francia, fue sumamente severo. El puerto de Marsella se congeló totalmente. Todo el tráfico entre Dover y Calais se detuvo. Los molinos se congelaron y no podían moler el trigo, por lo cual la escasez de pan se puso desastrosa.
Por esto el populacho pudo ser incitado a sublevarse. Los alborotos siguieron a lo largo del invierno. El 1 de marzo de 1789, el teniente de 19 años, Napoleón Bonaparte, fue enviado a Dijon para aplastar un alboroto pero se negó a tomar el lado del rey. Escogió entregarse a los revolucionarios.
Las fuerzas oscuras del Illuminati fomentaron los alborotos en el campo francés. Las deudas debidos al déficit estatal consumieron la mitad del presupuesto francés. Todo este dinero encontró su camino a las manos de usureros prestamistas judíos.
Todos estos factores fueron explotados. El tiempo para el golpe había llegado para los conspiradores que habían unido a los clubes Jacobinos.
Como un firma del preludio, Mirabeau llamó al Estado General el 5 de mayo de 1789, justo después del treceavo aniversario de la fundación del Illuminati. Marx describió a Mirabeau como "el león de la revolución."
En el comienzo de la Revolución existían 282 Logias Masónicas en Francia, de las cuales 266 estaban controladas por el Illuminati, según Nesta Webster (la Revolución" "Mundial, Londres, 1921, pág. 28). Fueron esto mismos grupos quienes organizaron todos los alborotos y problemas.
El 13 de julio de 1789, a las 11 hrs., los conspiradores se reunieron en la iglesia Prix San-Antoine dónde prepararon un comité revolucionario y discutieron cómo organizar la milicia revolucionaria. Dufour del Gran Oriente presidió la reunión. Incluso la caída de la Bastilla fue planificada por estos francmasones, según el testimonio de Gustave Bord. (V. Ivanov, "Los Secretos de Francmasonería", Moscú, 1992, pág. 120.)
Al día siguiente, el 14 de julio, el pueblo fue incitado a marchar hacia la fortaleza de la Bastilla con hachas en sus manos. Contrariamente a lo que el mito de los Illuminati dice acerca de esto, no hubo asalto y captura de la Bastilla. Simplemente capituló ante las amenazas de cuatro francmasones. De esta manera fue tomada la Bastilla. En la realidad, no tenía mucho sentido tomar la Bastilla - las autoridades ya habían decidido demolerla para construir una área de albergue.
Ni un solo prisionero político se encontraba en la Bastilla.
Había sólo siete personas encarceladas. Cuatro de éstos eran tristemente
famosos estafadores y falsificadores. El joven Comte de Solages había
sido encarcelado a petición de su padre ya que había cometido severas
ofensas (incesto). Dos de los presos de la Bastilla estaban mentalmente
enfermos; uno de éstos era un irlandés con una barba de 1 metro de larga
que afirmaba ser el propio Dios.
Los revolucionarios continuaron desinformando al pueblo mostrándoles una
prensa, diciéndoles que era un instrumento de tortura. También
afirmaron que una vieja armadura se había usado como camisa de fuerza
para los prisioneros tercos.
En la realidad, los prisioneros la habían tenido bastante fácil. Tenían su propio mobiliario y les era permitido llevar su ropa normal. También recibieron varios tipos de comidas. Los calabozos habían sido usados para guardar vino. Los carceleros habían sido decentes y las visita de los amigos y parientes se habían permitido frecuentemente. La biblioteca era de un estándar alto. Los paseos diarios en el pequeño jardín de la Bastilla habían sido agradables.
Los francmasones, encabezados por Camille Desmoulins, agitaron al pueblo más y más intensivamente con los gritos de “Abajo la Bastilla! ” El tumulto costó la vida de 83 asaltantes. Otros 73 fueron heridos de los cuales 15 murieron después por sus lesiones (Svenska Dagbladet, 25 de junio de 1989). Poco antes, el gobernador liberal de la Bastilla, ¡Había invitado a los mensajeros de los francmasones incluso a cenar! Fue torturado y asesinado por la muchedumbre. Su cabeza fue cortada y llevada como trofeo en un palo a través de París. Después, tres funcionarios fueron asesinados y dos inválidos fueron colgados. Los “revolucionarios” ondeaban sus banderas rojas. Después, los agentes de los francmasones fueron enviados por el país.
Su tarea principal era crear el pánico simultáneamente en la mayoría de las provincias. Durante este verano del hambre, comenzaron a diseminar mentiras en los pueblos y ciudades acerca de las bandas de mendigos y desempleados, llamándolos bandoleros e incendiarios, que mataban a las mujeres y niños. También mintieron sobre un inminente ataque por parte de los alemanes y de los ingleses. Dentro de 36 horas estos malvados rumores habían alcanzado las grandes masas a lo largo del país y habían creado un enorme pánico al 22 de julio.
Los panfletos impresos parecían ser declaraciones oficiales. Ellos decían: “Por orden de su Majestad, la quema de todos los castillos está permitida y colgar a cualquiera que se oponga, desde el 1º agosto hasta el 1º noviembre.” Las personas creyeron estas mentiras. Los campesinos tomaron las armas.
Atacaron y saquearon feudos y castillos. Quemaron inventarios y otros documentos y así también, quemaron su propia historia.
Detrás de la idea del “Día del Terror” estaba el francmasón Adrien Dupont, quien quiso aprovecharse del pueblo tanto como pudo por razones “revolucionarias”, según Nesta Webster (“La Revolución Mundial”, Londres, 1921, pág. 31-32). Para acelerar su propio objetivo de tomar el poder, los francmasones controlaron cualquiera intento de reformas.
La Asamblea Nacional se mudó a una vieja escuela de monturas en la Rue de Rivoli en octubre de 1789. Los radicales se sentaron a la izquierda del presidente, los conservadores a la derecha. De esto el Illuminati creó “izquierda y derecha” como conceptos ideológicos en la política mundial. Todo lo que tenía que ver con la izquierda fue considerado progresista después de esto, la verdad es que era Illuminismo.
Los asesinatos comenzaron bajo el estandarte rojo de Rothschild y los eslogan de los Illuministas: “¡Libertad, Igualdad y Fraternidad!” y “¡Libertad o Muerte!” En Lyon los “enemigos del pueblo” fueron muertos con tiros de cañones, en Nantes, después de la matanza de 500 niños, 144 costureras fueron ahogadas en las viejas barcazas en el Río Loira. Su “crimen”: habían cosido las camisas para el ejército.
Las personas eran ejecutadas sin juicio, a pesar de la ostensible introducción de los llamados “tribunales revolucionarios” en septiembre de 1789. Uno de los jueces que presiden estos tribunales era el pervertido Marqués Donatien Alphonse François de Sade, quien había sido traído directamente de un hospital mental. De Sade fue responsable de darle nombre al concepto “sadismo”. Posteriormente, también murió en un hospital mental.
El golpe de los Illuministas en Francia no trajo ninguna de las mejoras que los historiadores corruptos intentan hacernos creer; por el contrario produjo una orgía de violencia e intrigas.
Para hacer el asesinato más eficiente, los “revolucionarios” comenzaron a usar la guillotina en abril de 1792. La idea vino originalmente de Joseph-Ignace Guillotin, un profesor en anatomía. El doctor y francmasón Antoine Louis construyó la máquina para los asesinatos. El record de Henri Samson, el verdugo jefe, fue de 21 cabezas en 38 minutos.
El verdadero reino del terror, sin embargo, empezó el 10 de agosto de 1792, que es un día de Yahweh, cuando la monarquía fue abolida y la comunidad de París fue establecida. Los líderes de la Comuna incluían a 288 Illuminati encabezados por Chaumette, Danton y Robespierre. Los líderes de los Jacobinos y sobre todo “Les Enrages” (los enfurecidos) quisieron destruir a todos aquellos que habían mostrado cualquier tipo de dudas con respecto a la “revolución”. Georges Jacques Danton, famoso como malvado, era Ministro de Justicia. Deseaba que todo sospechoso fuese encarcelado. También se encarcelaron muchos sacerdotes y parientes de emigrantes. De esta manera los líderes de la revolución ganaron acceso a enormes recursos.
El propio Danton se hizo increíblemente rico. Antes, ya había aceptado grandes sobornos de aquellos que deseaban salvar sus vidas. Al principio de septiembre de 1792, Danton animó a las chusmas para hacer una matanza de los “enemigos del pueblo”.
Sólo en París, 2.800 personas fueron asesinadas entre el 2 y el 4 de septiembre, según la historiadora Nesta Webster. Entre las víctimas de esta carnicería estaba una amiga de la reina, la Princesa de Lamballe, quien fue atacada en la calle y fue cortada a pedazos.
Todo aristócrata era automáticamente culpable, pero sólo aquellos que amenazaban la posición de los Jacobinos perecieron. Los Jacobinos habían comenzado a cerrar las Logias Masónicas – ellas ya habían jugado su rol. En 1794 quedaban solamente 12 Logias, las más útiles al Illuminati.
El primo del rey, el Duque de Orleans que había comenzado a llamarse Philippe Egalite (igualdad) también fue guillotinado a pesar de haber renunciado a su título y en 1792 había dejado su posición como Gran Maestro de la Logia Gran Oriente que él había dirigido durante 20 años, desde la fundación de la Orden. Él sabía demasiado sobre las preparaciones para la revolución. Había trabajado con los Jacobinos con la esperanza que podrían permitirle tomar el trono como monarca constitucional.
Philippe Egalite explicó por qué dejó la Logia Gran Oriente de la siguiente manera: “… Yo ya no sé a quién pertenece el Gran Oriente. Por consiguiente, creo que la República ya no puede permitir ninguna sociedad secreta. Ya no quiero tener algo que ver con el Gran Oriente y las reuniones Masónicas”.
El Illuminati no podía perdonar esto y exigió la venganza sobre él, a pesar del hecho que su voto había sido decisivo en el proceso de deponer al rey. Nada se dijo sobre los campesinos y obreros culpados, pero fueron ellos principalmente quiénes padecieron los castigos “revolucionarios.” Marat quería guillotinar a 100.000 personas para asustar a los enemigos de la “revolución”.
Louis de Sanit-Just prometió en nombre de la República eliminar a todos los adversarios. El Terrorismo de los Jacobinos (El terror de los Illuminati) cobró la vida de 300.000 personas, según Nesta Webster (“La Revolución Mundial”, Londres, 1921, pág. 47).
El historiador René Sedillot, en su libro “El Costo de la Revolución Francesa”, calcula que la “revolución”, a causa del terrorismo y la guerra civil, cobró 600.000 víctimas por lo menos.
Charlotte Corday asesinó al poderoso y sanguinario francmasón Marat, el 13 de julio de 1793 .
Menos de uno de cada diez de aquellos guillotinados eran aristócratas. Esto fue revelado justo antes del 200 aniversario de la revolución. Esta información está basada en los protocolos de los tribunales revolucionarios que incluyen los nombres de todos aquellos ejecutados. Nueve por ciento de los “enemigos del pueblo” decapitados eran nobles, 28 por ciento eran campesinos y el 30 por ciento eran obreros. El resto eran sirvientes. (Dagens Nyheter, 1 de julio de 1989) En otros términos, los asesinados eran personas bastante simples. Sólo en París, se ejecutaban 30 personas todos los días. Los verdugos Jacobinos normalmente preferían las víctimas rubias.
En 1903, Lenín proclamó: “Un social demócrata ruso debe ser un Jacobino.” Éste fue simplemente el principio. Después de la “revolución” vinieron las guerras.
Los Jacobinos explicaban en sus inflamados discursos cómo “una guerra sería una bendición para la nación. La peor cosa que nos podría pasar ahora es que no podamos conseguir una guerra”. El 20 de abril de 1792, Francia declaró la guerra a Austria.
Después de eso, invadieron Bélgica, Holanda y partes de Alemania. Todas esas guerras cobraron más de dos millones de vidas. Todos, los 27 millones de habitantes de Francia fueron hechos padecer esta locura.
Con la ayuda de las tropas “revolucionarias” francesas, la República o Comunidad de Mainz, Alemania, fue proclamada el 18 de marzo de 1793. El 18 de marzo tenían una importancia especial para los conspiradores Illuministas.
En el mismo día, en 1314, el Gran Maestro judío de los Caballeros Templarios, Jacques de Molay, fue quemado en la hoguera. Debido a esto, algunas de las acciones más importantes del Illuminati fueron planeadas justamente este día, como una forma de venganza por su ejecución. Se organizaron revueltas para que irrumpieran el 18 de marzo de 1848 en varios países europeos. Un golpe fue organizado en París en este día (1871) después que el Illuminati proclamó la Comuna de París.
Gracias a los esfuerzos del ejército Prusiano, el nido de la serpiente en Mainz fue liquidado sólo cuatro meses después – el 23 de julio de 1793. Goethe acompañaba al ejército Prusiano ya en 1792 en su campaña contra los “franceses sin ley”. (Dagens Nyheter, 4 de febrero de 1989.) El 17 de enero de 1795, un revolucionario “Estado-hermana” fue fundado en los Países Bajos – la república de Batavia, dónde Ámsterdam se transformó en su capital.
Napoleón dirigió la conversión de este estado en el reino de Holanda en 1806.
Los “revolucionarios” judíos inmediatamente facilitaron que todos los judíos recibieran la ciudadanía plena y así tendrían las manos libres para actuar.
Maximilien Marie Isidore Robespierre (1758-1794) publicó un trabajo titulado “Para Proteger los Derechos Políticos de los Judíos” ya en en 1789. La protección de los derechos de los judíos fue considerada obviamente la prioridad principal.
Louis Joseph Marchand, amigo de Napoleón Bonaparte, escribió en 1895 que Robespierre, en la realidad, era un judío de nombre Ruban, de Alsacia (“A la Sombra de Napoleón”, San Francisco, 1998). El eslogan que mejor resumió los objetivos de los Jacobinos fue: “¡Todo el Poder a la Burguesía!” (¡a los Illuminati!). Y el poder ciertamente se centralizó en Francia, según Leo Gershoy, “La Era de la Revolución Francesa 1789-1799″ francesa (Nueva York, 1957, pág. 41). Todo lo que era no-esencial fue presentado de pronto como esencial.
Sin embargo, el trabajo budista Dhammapada (11-12) dice de esto: “Aquellos que toman lo no real por real y lo real por no-real y por ende caen víctimas de nociones erróneas, nunca alcanzarán la esencia de la realidad. Habiendo comprendido lo esencial como lo esencial y lo no-esencial como lo no-esencial, ellos siguiendo el pensamiento correcto lograrán así la esencia”.
Los judíos Illuministas lograron que todo lo que era bueno en Francia fuese destruido durante la “revolución”. Lo que era bueno desapareció en la misma proporción como creció el mal. La red de caminos fue dejada sin reparar, el comercio de ultramar cesó casi completamente y tomó hasta 1809 para que la producción industrial alcanzara los niveles pre-revolución nuevamente, según el historiador René Sedillot (Le cout de la Revolution Francaise”/”El Costo de la Revolución Francesa”).
Muchos pueblos fueron arrasados totalmente, se destruyeron iglesias y castillos a propósito. La herencia cultural fue asolada, incluyendo los edificios medievales. La estructura arquitectónica Romanesca más grande, la abadía del siglo X en Cluny, fue destruida. Sólo una torre resta hoy. Aquellos bárbaros incluso comenzaron a romper el Palacio Papal en Aviñón. El campanario de Notre-Dame en París fue considerado altamente ofensivo y lo destruyeron.
Al mismo tiempo, los “revolucionarios” empezaron el pillaje de los tesoros de arte en los castillos. La escritora judía, Anatole France describió en su libro “Los Dioses Sedientos” cómo los inspectores con cintas tricolores alrededor de sus cuellos comenzaron a ingresar a las casas de los adinerados en búsqueda de las riquezas. Encantados comerciantes de arte extranjeros, compraron las esculturas y fragmentos de las pinturas. Carga tras carga de colecciones de arte confiscadas, fueron embarcadas a través del canal a Inglaterra. La “revolución” fue lucrativa para los Illuminati y los especuladores.
Todo esto fue repetido durante y después de la llamada revolución rusa. La poderosa dinastía de las finanzas, los Rothschilds, nació a partir de la “revolución” francesa. Los Rothschilds, aún hoy siguen controlando detrás de bastidores, especialmente dentro de la Unión Europea.
El gobierno alcanzó un déficit que hizo que las deudas de antes de la revolución parecieran bastante modestas en comparación. La deuda equivalía a 800 toneladas de oro, o el 40 por ciento de la producción total del oro del mundo durante todo el siglo 18.
Los verdaderos perdedores en la “revolución” fueron las herramientas del Illuminati – el pueblo común. Los derechos de tierra de los pequeños campesinos fueron quitados. La caridad de la iglesia cesó abruptamente y cualquier intento de mejorar las condiciones para aquellos que solicitaban préstamos fue considerado como una conspiración contra el estado. El rango de ‘propiedad abandonada’ se infló. Durante los días de Napoleón, uno de cada cinco parisienses vivía mendigando.
El mito mantiene que esto fue hecho para quitar el yugo de la tiranía y proteger los derechos humanos. En el hecho real, el reino del terror Illuminista abolió los derechos humanos en su totalidad. Se prohibió que los obreros se organizaran e hicieran huelgas por mejores condiciones. Esta prohibición se legisló el 14 de junio de 1791. (Etienne Martin-Saint-Leon, “Les deux C.G.T., syndicalisme et communisme”, París, 1923, pág. 7.)
A los actores de teatro se les dio libertad en un principio, pero después, los actores comenzaron a ser castigados por las producciones indeseables. La Academia de Arte fue cerrada y cualquiera que quisiera podía hacerse llamar ‘un artista’. Cualquiera que deseara podía hacerse llamar doctor y mezclar medicinas, lo que tuvo un efecto muy negativo en el estado de salud general en Francia – pero entonces, quizás, ¿Era ésta la intención? El 21 de enero de 1793, el verdugo judío y francmasón, Samson, y su hijo Henry, ejecutaron a Louis XVI. Samson dijo: “¡Louis, hijo de un santo, sube al cielo!” La ejecución del rey fue celebrada todos los años hasta el golpe de Napoleón en Bruimare (noviembre) 1799. (Dagens Nyheter, 25 de enero de 1989) Incluso la palabra “roi” (Rey) fue abolida. Marie Antoinette fue ejecutada el 16 de octubre (Día del Juicio Final de Yahweh) en 1793.
El joven filósofo húngaro Ferenc Feher, discípulo de Lukacs, viviendo en Nueva York, afirmó en 1989 que Louis XVI fue juzgado políticamente y no judicialmente. Debido a esto, él determinó que fue terrorismo, no democracia lo que se introdujo en Francia.
Feher cree que lo que construido después de la revolución francesa fue simplemente una infundada anarquía. (Expressen, 21 de agosto de 1989) El dramaturgo Eugenio Ionesco observó en 1990, que esta revolución fue un gran error que llevó a diseminar la falsa doctrina más terrible en la historia.
El Illuminati quería un estado policial total. Éste fue el trabajo de los “hermanos insinuadores” bajo el nombre de “Comité de Seguridad Nacional ” con su jefe principal, Chauvelin. Al mismo tiempo, la sociedad comenzó a ser minada a través de las Logias secretas que comenzaron a preparar una dictadura y una revolución mundial que se pensaba derrocaría el orden social absolutamente.
Esta revolución mundial fue diseñada para ser implementada por un puñado de conductores del Illuminati. (Svenska Dagbladet, 16 de agosto de 1989) El homosexual Robespierre fue públicamente considerado como un tirano o dictador.
Los nuevos gobernantes exigieron, que el populacho se dirigieran unos a otros como “ciudadanos”. El año comenzaría en un nuevo día, los meses fueron renombrados, y la semana se cambió por un período de 10 días. Una hora comprendería 100 minutos.
Todas estas idioteces fueron abolidas por Napoleón en 1806.
Los campesinos en la provincia de Vendee habían tenido bastante de toda esta estupidez “revolucionaria”: su rey había sido asesinado, la educación había sido abolida y sus hijos mayores habían sido todos enrolados en el ejército. El 10 de marzo de 1793, se rebelaron. Al principio tuvieron bastante éxito, pero cuando los Jacobinos comprendieron que el populacho estaba empezando a amenazar sus posiciones, impusieron su dictadura que empezó el 31 de mayo de 1793 y duró hasta marzo de 1794.
El terrorismo durante ese período fue peor al antes visto. Virtualmente como criminales enrabiados asesinaron a todos en la provincia de Vendee. Sólo 12.000 personas en toda la provincia sobrevivirían a los ataques. Un general informó a París: Vendee ha dejado de existir”. Otro escribió que su banda de asaltantes armados logró asesinar a 2.000 personas diariamente. Una nueva rebelión le siguió durante los años 1794-95. En total, se extinguieron 600.000 vidas en la provincia de Vendee. En sus luchas por el poder, algunos “revolucionarios” comenzaron a ejecutarse unos a otros.
Algunos líderes, sobre todos aquellos que quisieron limitar la magnitud del terrorismo, fueron apartados con la guillotina (Georges Danton, Camille Desmoulins y otro Dantonistas fueron a la guillotina el 5 de abril de 1794 como “enemigos del Pueblo”). Este horrible fin también le esperaba a Robespierre.
El 27 de julio de 1794, el líder de los Jacobinos fue arrestado junto con otro líderes de la Comuna (su hermano Augustín, Saint-Just y Georges Gouthon) y fueron guillotinados sin juicio. El reino del terror había terminado. Los directores disolvieron la Comuna de París el 26 de octubre de 1795.
El famoso historiador francés, Urbain Gohier, reveló en su libro “La Vieja Francia” (1922) cómo un cierto discurso, que Robespierre sostuvo durante dos horas en la convención del 26 de julio de 1794, había significado su fin. Condenó a todos los ávidos agentes extranjeros que intentaban dirigir el desarrollo del comercio en Francia demasiado intensivamente y exigió que esos agentes se declaren sin valer. Al día siguiente fue arrestado junto con su hermano, Saint-Just y Georges Gouthon. Todos ellos fueron ejecutados sin juicio el 28 de julio. Este discurso se ha omitido de la versión oficial de los eventos. Oficialmente, los “revolucionarios” justificaron su sed de poder como “moral”, pero las personas fueron obligadas ser “virtuosas” y cambiar sus mentes.
Estas experiencias fueron explotadas posteriormente en Rusia cuando los Illuminati, que se llamaban a sí mismos Bolcheviques, rindieron homenaje al hombre responsable de este terrorismo revolucionario: una estatua de Robespierre (Ruban) cuya familia había inmigrado a Francia desde Irlanda, fue erigida y un macizo crucero acorazado (así como varias fábricas) recibieron el nombre Marat (en la realidad Mosessohn).
¿Qué han dicho los ideólogos judíos sobre esta “revolución” en Francia? Los archivos israelitas lo admiten muy ambiguamente, el 6 de junio de 1889: “La Revolución francesa tiene un carácter Hebraico muy expresivo”. El objetivo de esta nueva política, perseguido por el propio bien del pueblo (propio bien del Illuminati), fue indudablemente totalitario (Svenska Dagbladet, 14 de marzo de 1989).
Después, se levantó la pregunta si esta conspiración para derrocar a la iglesia y el estado había empezado en alguna parte en Alemania (Svenska Dagbladet, 16 augusto 1989). Otros estados buscaron ahora defenderse contra los Illuminati. Los Turcos desecharon las sugerencias de Rusia de tomar una acción conjunta contra Francia.
Gustavus III estaba también preparado para enviar a 16.000 soldados suecos para ayudar a forjar una alianza europea y aplastar la Revolución Francesa. Prohibió la Marseillaise en Suecia.
Debido a esto, la decisión tomada anteriormente para asesinar al rey se llevó a cabo. El 16 de marzo de 1792, Gustavus III fue fatalmente herido en una fiesta de máscaras por el francmasón, Jakob Johan Anckarstrom. El rey había sido advertido sobre el posible intento de asesinato, pero no había tomado estas advertencias en serio. Un busto de Anckarstrom está en la sala de entrada de la Logia del Gran Oriente en París.
En 1818 los francmasones pusieron a uno de sus agentes de Francia en el trono sueco – Jean Baptiste Bernadotte.
En la realidad, los prisioneros la habían tenido bastante fácil. Tenían su propio mobiliario y les era permitido llevar su ropa normal. También recibieron varios tipos de comidas. Los calabozos habían sido usados para guardar vino. Los carceleros habían sido decentes y las visita de los amigos y parientes se habían permitido frecuentemente. La biblioteca era de un estándar alto. Los paseos diarios en el pequeño jardín de la Bastilla habían sido agradables.
Los francmasones, encabezados por Camille Desmoulins, agitaron al pueblo más y más intensivamente con los gritos de “Abajo la Bastilla! ” El tumulto costó la vida de 83 asaltantes. Otros 73 fueron heridos de los cuales 15 murieron después por sus lesiones (Svenska Dagbladet, 25 de junio de 1989). Poco antes, el gobernador liberal de la Bastilla, ¡Había invitado a los mensajeros de los francmasones incluso a cenar! Fue torturado y asesinado por la muchedumbre. Su cabeza fue cortada y llevada como trofeo en un palo a través de París. Después, tres funcionarios fueron asesinados y dos inválidos fueron colgados. Los “revolucionarios” ondeaban sus banderas rojas. Después, los agentes de los francmasones fueron enviados por el país.
Su tarea principal era crear el pánico simultáneamente en la mayoría de las provincias. Durante este verano del hambre, comenzaron a diseminar mentiras en los pueblos y ciudades acerca de las bandas de mendigos y desempleados, llamándolos bandoleros e incendiarios, que mataban a las mujeres y niños. También mintieron sobre un inminente ataque por parte de los alemanes y de los ingleses. Dentro de 36 horas estos malvados rumores habían alcanzado las grandes masas a lo largo del país y habían creado un enorme pánico al 22 de julio.
Los panfletos impresos parecían ser declaraciones oficiales. Ellos decían: “Por orden de su Majestad, la quema de todos los castillos está permitida y colgar a cualquiera que se oponga, desde el 1º agosto hasta el 1º noviembre.” Las personas creyeron estas mentiras. Los campesinos tomaron las armas.
Atacaron y saquearon feudos y castillos. Quemaron inventarios y otros documentos y así también, quemaron su propia historia.
Detrás de la idea del “Día del Terror” estaba el francmasón Adrien Dupont, quien quiso aprovecharse del pueblo tanto como pudo por razones “revolucionarias”, según Nesta Webster (“La Revolución Mundial”, Londres, 1921, pág. 31-32). Para acelerar su propio objetivo de tomar el poder, los francmasones controlaron cualquiera intento de reformas.
La Asamblea Nacional se mudó a una vieja escuela de monturas en la Rue de Rivoli en octubre de 1789. Los radicales se sentaron a la izquierda del presidente, los conservadores a la derecha. De esto el Illuminati creó “izquierda y derecha” como conceptos ideológicos en la política mundial. Todo lo que tenía que ver con la izquierda fue considerado progresista después de esto, la verdad es que era Illuminismo.
Los asesinatos comenzaron bajo el estandarte rojo de Rothschild y los eslogan de los Illuministas: “¡Libertad, Igualdad y Fraternidad!” y “¡Libertad o Muerte!” En Lyon los “enemigos del pueblo” fueron muertos con tiros de cañones, en Nantes, después de la matanza de 500 niños, 144 costureras fueron ahogadas en las viejas barcazas en el Río Loira. Su “crimen”: habían cosido las camisas para el ejército.
Las personas eran ejecutadas sin juicio, a pesar de la ostensible introducción de los llamados “tribunales revolucionarios” en septiembre de 1789. Uno de los jueces que presiden estos tribunales era el pervertido Marqués Donatien Alphonse François de Sade, quien había sido traído directamente de un hospital mental. De Sade fue responsable de darle nombre al concepto “sadismo”. Posteriormente, también murió en un hospital mental.
El golpe de los Illuministas en Francia no trajo ninguna de las mejoras que los historiadores corruptos intentan hacernos creer; por el contrario produjo una orgía de violencia e intrigas.
Para hacer el asesinato más eficiente, los “revolucionarios” comenzaron a usar la guillotina en abril de 1792. La idea vino originalmente de Joseph-Ignace Guillotin, un profesor en anatomía. El doctor y francmasón Antoine Louis construyó la máquina para los asesinatos. El record de Henri Samson, el verdugo jefe, fue de 21 cabezas en 38 minutos.
El verdadero reino del terror, sin embargo, empezó el 10 de agosto de 1792, que es un día de Yahweh, cuando la monarquía fue abolida y la comunidad de París fue establecida. Los líderes de la Comuna incluían a 288 Illuminati encabezados por Chaumette, Danton y Robespierre. Los líderes de los Jacobinos y sobre todo “Les Enrages” (los enfurecidos) quisieron destruir a todos aquellos que habían mostrado cualquier tipo de dudas con respecto a la “revolución”. Georges Jacques Danton, famoso como malvado, era Ministro de Justicia. Deseaba que todo sospechoso fuese encarcelado. También se encarcelaron muchos sacerdotes y parientes de emigrantes. De esta manera los líderes de la revolución ganaron acceso a enormes recursos.
El propio Danton se hizo increíblemente rico. Antes, ya había aceptado grandes sobornos de aquellos que deseaban salvar sus vidas. Al principio de septiembre de 1792, Danton animó a las chusmas para hacer una matanza de los “enemigos del pueblo”.
Sólo en París, 2.800 personas fueron asesinadas entre el 2 y el 4 de septiembre, según la historiadora Nesta Webster. Entre las víctimas de esta carnicería estaba una amiga de la reina, la Princesa de Lamballe, quien fue atacada en la calle y fue cortada a pedazos.
Todo aristócrata era automáticamente culpable, pero sólo aquellos que amenazaban la posición de los Jacobinos perecieron. Los Jacobinos habían comenzado a cerrar las Logias Masónicas – ellas ya habían jugado su rol. En 1794 quedaban solamente 12 Logias, las más útiles al Illuminati.
El primo del rey, el Duque de Orleans que había comenzado a llamarse Philippe Egalite (igualdad) también fue guillotinado a pesar de haber renunciado a su título y en 1792 había dejado su posición como Gran Maestro de la Logia Gran Oriente que él había dirigido durante 20 años, desde la fundación de la Orden. Él sabía demasiado sobre las preparaciones para la revolución. Había trabajado con los Jacobinos con la esperanza que podrían permitirle tomar el trono como monarca constitucional.
Philippe Egalite explicó por qué dejó la Logia Gran Oriente de la siguiente manera: “… Yo ya no sé a quién pertenece el Gran Oriente. Por consiguiente, creo que la República ya no puede permitir ninguna sociedad secreta. Ya no quiero tener algo que ver con el Gran Oriente y las reuniones Masónicas”.
El Illuminati no podía perdonar esto y exigió la venganza sobre él, a pesar del hecho que su voto había sido decisivo en el proceso de deponer al rey. Nada se dijo sobre los campesinos y obreros culpados, pero fueron ellos principalmente quiénes padecieron los castigos “revolucionarios.” Marat quería guillotinar a 100.000 personas para asustar a los enemigos de la “revolución”.
Louis de Sanit-Just prometió en nombre de la República eliminar a todos los adversarios. El Terrorismo de los Jacobinos (El terror de los Illuminati) cobró la vida de 300.000 personas, según Nesta Webster (“La Revolución Mundial”, Londres, 1921, pág. 47).
El historiador René Sedillot, en su libro “El Costo de la Revolución Francesa”, calcula que la “revolución”, a causa del terrorismo y la guerra civil, cobró 600.000 víctimas por lo menos.
Charlotte Corday asesinó al poderoso y sanguinario francmasón Marat, el 13 de julio de 1793 .
Menos de uno de cada diez de aquellos guillotinados eran aristócratas. Esto fue revelado justo antes del 200 aniversario de la revolución. Esta información está basada en los protocolos de los tribunales revolucionarios que incluyen los nombres de todos aquellos ejecutados. Nueve por ciento de los “enemigos del pueblo” decapitados eran nobles, 28 por ciento eran campesinos y el 30 por ciento eran obreros. El resto eran sirvientes. (Dagens Nyheter, 1 de julio de 1989) En otros términos, los asesinados eran personas bastante simples. Sólo en París, se ejecutaban 30 personas todos los días. Los verdugos Jacobinos normalmente preferían las víctimas rubias.
En 1903, Lenín proclamó: “Un social demócrata ruso debe ser un Jacobino.” Éste fue simplemente el principio. Después de la “revolución” vinieron las guerras.
Los Jacobinos explicaban en sus inflamados discursos cómo “una guerra sería una bendición para la nación. La peor cosa que nos podría pasar ahora es que no podamos conseguir una guerra”. El 20 de abril de 1792, Francia declaró la guerra a Austria.
Después de eso, invadieron Bélgica, Holanda y partes de Alemania. Todas esas guerras cobraron más de dos millones de vidas. Todos, los 27 millones de habitantes de Francia fueron hechos padecer esta locura.
Con la ayuda de las tropas “revolucionarias” francesas, la República o Comunidad de Mainz, Alemania, fue proclamada el 18 de marzo de 1793. El 18 de marzo tenían una importancia especial para los conspiradores Illuministas.
En el mismo día, en 1314, el Gran Maestro judío de los Caballeros Templarios, Jacques de Molay, fue quemado en la hoguera. Debido a esto, algunas de las acciones más importantes del Illuminati fueron planeadas justamente este día, como una forma de venganza por su ejecución. Se organizaron revueltas para que irrumpieran el 18 de marzo de 1848 en varios países europeos. Un golpe fue organizado en París en este día (1871) después que el Illuminati proclamó la Comuna de París.
Gracias a los esfuerzos del ejército Prusiano, el nido de la serpiente en Mainz fue liquidado sólo cuatro meses después – el 23 de julio de 1793. Goethe acompañaba al ejército Prusiano ya en 1792 en su campaña contra los “franceses sin ley”. (Dagens Nyheter, 4 de febrero de 1989.) El 17 de enero de 1795, un revolucionario “Estado-hermana” fue fundado en los Países Bajos – la república de Batavia, dónde Ámsterdam se transformó en su capital.
Napoleón dirigió la conversión de este estado en el reino de Holanda en 1806.
Los “revolucionarios” judíos inmediatamente facilitaron que todos los judíos recibieran la ciudadanía plena y así tendrían las manos libres para actuar.
Maximilien Marie Isidore Robespierre (1758-1794) publicó un trabajo titulado “Para Proteger los Derechos Políticos de los Judíos” ya en en 1789. La protección de los derechos de los judíos fue considerada obviamente la prioridad principal.
Louis Joseph Marchand, amigo de Napoleón Bonaparte, escribió en 1895 que Robespierre, en la realidad, era un judío de nombre Ruban, de Alsacia (“A la Sombra de Napoleón”, San Francisco, 1998). El eslogan que mejor resumió los objetivos de los Jacobinos fue: “¡Todo el Poder a la Burguesía!” (¡a los Illuminati!). Y el poder ciertamente se centralizó en Francia, según Leo Gershoy, “La Era de la Revolución Francesa 1789-1799″ francesa (Nueva York, 1957, pág. 41). Todo lo que era no-esencial fue presentado de pronto como esencial.
Sin embargo, el trabajo budista Dhammapada (11-12) dice de esto: “Aquellos que toman lo no real por real y lo real por no-real y por ende caen víctimas de nociones erróneas, nunca alcanzarán la esencia de la realidad. Habiendo comprendido lo esencial como lo esencial y lo no-esencial como lo no-esencial, ellos siguiendo el pensamiento correcto lograrán así la esencia”.
Los judíos Illuministas lograron que todo lo que era bueno en Francia fuese destruido durante la “revolución”. Lo que era bueno desapareció en la misma proporción como creció el mal. La red de caminos fue dejada sin reparar, el comercio de ultramar cesó casi completamente y tomó hasta 1809 para que la producción industrial alcanzara los niveles pre-revolución nuevamente, según el historiador René Sedillot (Le cout de la Revolution Francaise”/”El Costo de la Revolución Francesa”).
Muchos pueblos fueron arrasados totalmente, se destruyeron iglesias y castillos a propósito. La herencia cultural fue asolada, incluyendo los edificios medievales. La estructura arquitectónica Romanesca más grande, la abadía del siglo X en Cluny, fue destruida. Sólo una torre resta hoy. Aquellos bárbaros incluso comenzaron a romper el Palacio Papal en Aviñón. El campanario de Notre-Dame en París fue considerado altamente ofensivo y lo destruyeron.
Al mismo tiempo, los “revolucionarios” empezaron el pillaje de los tesoros de arte en los castillos. La escritora judía, Anatole France describió en su libro “Los Dioses Sedientos” cómo los inspectores con cintas tricolores alrededor de sus cuellos comenzaron a ingresar a las casas de los adinerados en búsqueda de las riquezas. Encantados comerciantes de arte extranjeros, compraron las esculturas y fragmentos de las pinturas. Carga tras carga de colecciones de arte confiscadas, fueron embarcadas a través del canal a Inglaterra. La “revolución” fue lucrativa para los Illuminati y los especuladores.
Todo esto fue repetido durante y después de la llamada revolución rusa. La poderosa dinastía de las finanzas, los Rothschilds, nació a partir de la “revolución” francesa. Los Rothschilds, aún hoy siguen controlando detrás de bastidores, especialmente dentro de la Unión Europea.
El gobierno alcanzó un déficit que hizo que las deudas de antes de la revolución parecieran bastante modestas en comparación. La deuda equivalía a 800 toneladas de oro, o el 40 por ciento de la producción total del oro del mundo durante todo el siglo 18.
Los verdaderos perdedores en la “revolución” fueron las herramientas del Illuminati – el pueblo común. Los derechos de tierra de los pequeños campesinos fueron quitados. La caridad de la iglesia cesó abruptamente y cualquier intento de mejorar las condiciones para aquellos que solicitaban préstamos fue considerado como una conspiración contra el estado. El rango de ‘propiedad abandonada’ se infló. Durante los días de Napoleón, uno de cada cinco parisienses vivía mendigando.
El mito mantiene que esto fue hecho para quitar el yugo de la tiranía y proteger los derechos humanos. En el hecho real, el reino del terror Illuminista abolió los derechos humanos en su totalidad. Se prohibió que los obreros se organizaran e hicieran huelgas por mejores condiciones. Esta prohibición se legisló el 14 de junio de 1791. (Etienne Martin-Saint-Leon, “Les deux C.G.T., syndicalisme et communisme”, París, 1923, pág. 7.)
A los actores de teatro se les dio libertad en un principio, pero después, los actores comenzaron a ser castigados por las producciones indeseables. La Academia de Arte fue cerrada y cualquiera que quisiera podía hacerse llamar ‘un artista’. Cualquiera que deseara podía hacerse llamar doctor y mezclar medicinas, lo que tuvo un efecto muy negativo en el estado de salud general en Francia – pero entonces, quizás, ¿Era ésta la intención? El 21 de enero de 1793, el verdugo judío y francmasón, Samson, y su hijo Henry, ejecutaron a Louis XVI. Samson dijo: “¡Louis, hijo de un santo, sube al cielo!” La ejecución del rey fue celebrada todos los años hasta el golpe de Napoleón en Bruimare (noviembre) 1799. (Dagens Nyheter, 25 de enero de 1989) Incluso la palabra “roi” (Rey) fue abolida. Marie Antoinette fue ejecutada el 16 de octubre (Día del Juicio Final de Yahweh) en 1793.
El joven filósofo húngaro Ferenc Feher, discípulo de Lukacs, viviendo en Nueva York, afirmó en 1989 que Louis XVI fue juzgado políticamente y no judicialmente. Debido a esto, él determinó que fue terrorismo, no democracia lo que se introdujo en Francia.
Feher cree que lo que construido después de la revolución francesa fue simplemente una infundada anarquía. (Expressen, 21 de agosto de 1989) El dramaturgo Eugenio Ionesco observó en 1990, que esta revolución fue un gran error que llevó a diseminar la falsa doctrina más terrible en la historia.
El Illuminati quería un estado policial total. Éste fue el trabajo de los “hermanos insinuadores” bajo el nombre de “Comité de Seguridad Nacional ” con su jefe principal, Chauvelin. Al mismo tiempo, la sociedad comenzó a ser minada a través de las Logias secretas que comenzaron a preparar una dictadura y una revolución mundial que se pensaba derrocaría el orden social absolutamente.
Esta revolución mundial fue diseñada para ser implementada por un puñado de conductores del Illuminati. (Svenska Dagbladet, 16 de agosto de 1989) El homosexual Robespierre fue públicamente considerado como un tirano o dictador.
Los nuevos gobernantes exigieron, que el populacho se dirigieran unos a otros como “ciudadanos”. El año comenzaría en un nuevo día, los meses fueron renombrados, y la semana se cambió por un período de 10 días. Una hora comprendería 100 minutos.
Todas estas idioteces fueron abolidas por Napoleón en 1806.
Los campesinos en la provincia de Vendee habían tenido bastante de toda esta estupidez “revolucionaria”: su rey había sido asesinado, la educación había sido abolida y sus hijos mayores habían sido todos enrolados en el ejército. El 10 de marzo de 1793, se rebelaron. Al principio tuvieron bastante éxito, pero cuando los Jacobinos comprendieron que el populacho estaba empezando a amenazar sus posiciones, impusieron su dictadura que empezó el 31 de mayo de 1793 y duró hasta marzo de 1794.
El terrorismo durante ese período fue peor al antes visto. Virtualmente como criminales enrabiados asesinaron a todos en la provincia de Vendee. Sólo 12.000 personas en toda la provincia sobrevivirían a los ataques. Un general informó a París: Vendee ha dejado de existir”. Otro escribió que su banda de asaltantes armados logró asesinar a 2.000 personas diariamente. Una nueva rebelión le siguió durante los años 1794-95. En total, se extinguieron 600.000 vidas en la provincia de Vendee. En sus luchas por el poder, algunos “revolucionarios” comenzaron a ejecutarse unos a otros.
Algunos líderes, sobre todos aquellos que quisieron limitar la magnitud del terrorismo, fueron apartados con la guillotina (Georges Danton, Camille Desmoulins y otro Dantonistas fueron a la guillotina el 5 de abril de 1794 como “enemigos del Pueblo”). Este horrible fin también le esperaba a Robespierre.
El 27 de julio de 1794, el líder de los Jacobinos fue arrestado junto con otro líderes de la Comuna (su hermano Augustín, Saint-Just y Georges Gouthon) y fueron guillotinados sin juicio. El reino del terror había terminado. Los directores disolvieron la Comuna de París el 26 de octubre de 1795.
El famoso historiador francés, Urbain Gohier, reveló en su libro “La Vieja Francia” (1922) cómo un cierto discurso, que Robespierre sostuvo durante dos horas en la convención del 26 de julio de 1794, había significado su fin. Condenó a todos los ávidos agentes extranjeros que intentaban dirigir el desarrollo del comercio en Francia demasiado intensivamente y exigió que esos agentes se declaren sin valer. Al día siguiente fue arrestado junto con su hermano, Saint-Just y Georges Gouthon. Todos ellos fueron ejecutados sin juicio el 28 de julio. Este discurso se ha omitido de la versión oficial de los eventos. Oficialmente, los “revolucionarios” justificaron su sed de poder como “moral”, pero las personas fueron obligadas ser “virtuosas” y cambiar sus mentes.
Estas experiencias fueron explotadas posteriormente en Rusia cuando los Illuminati, que se llamaban a sí mismos Bolcheviques, rindieron homenaje al hombre responsable de este terrorismo revolucionario: una estatua de Robespierre (Ruban) cuya familia había inmigrado a Francia desde Irlanda, fue erigida y un macizo crucero acorazado (así como varias fábricas) recibieron el nombre Marat (en la realidad Mosessohn).
¿Qué han dicho los ideólogos judíos sobre esta “revolución” en Francia? Los archivos israelitas lo admiten muy ambiguamente, el 6 de junio de 1889: “La Revolución francesa tiene un carácter Hebraico muy expresivo”. El objetivo de esta nueva política, perseguido por el propio bien del pueblo (propio bien del Illuminati), fue indudablemente totalitario (Svenska Dagbladet, 14 de marzo de 1989).
Después, se levantó la pregunta si esta conspiración para derrocar a la iglesia y el estado había empezado en alguna parte en Alemania (Svenska Dagbladet, 16 augusto 1989). Otros estados buscaron ahora defenderse contra los Illuminati. Los Turcos desecharon las sugerencias de Rusia de tomar una acción conjunta contra Francia.
Gustavus III estaba también preparado para enviar a 16.000 soldados suecos para ayudar a forjar una alianza europea y aplastar la Revolución Francesa. Prohibió la Marseillaise en Suecia.
Debido a esto, la decisión tomada anteriormente para asesinar al rey se llevó a cabo. El 16 de marzo de 1792, Gustavus III fue fatalmente herido en una fiesta de máscaras por el francmasón, Jakob Johan Anckarstrom. El rey había sido advertido sobre el posible intento de asesinato, pero no había tomado estas advertencias en serio. Un busto de Anckarstrom está en la sala de entrada de la Logia del Gran Oriente en París.
En 1818 los francmasones pusieron a uno de sus agentes de Francia en el trono sueco – Jean Baptiste Bernadotte.
http://arucasblog.blogspot.com/2013/06/revolucion-francesa-el-primer-golpe-de.html
Del libro: Bajo el signo del escorpión
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mas informacion:
Napoleon fue el bueno de la historia contra el perfido Imperio Britanico:
Este documento que os enlazo
y que me ha enviado un lector de la página sobre la época de Napoleón
alumbra un gigantesco cambio de la Historia que nos enseñaron en la
escuela, en España, acerca de la figura del emperador francés.
Bien es cierto que procede del Instituto Napoleónico México-Francia, pero los datos que aporta en torno a la conspiración de los banqueros al servicio de Inglaterra concuerdan de tal manera con lo que ahora sabemos acerca de la independencia de los actuales estados americanos de habla hispana que me parece que se va a convertir en Historia Oficial dentro de no mucho.
El documento del escritor e historiador francés Maximilien Vox, recrea desde otro punto de vista los acontecimientos europeos alrededor de la victoriosa batalla napoleónica de Austerlitz; mientras el emperador triunfaba, en la retaguardia el banquero Ouvrard estaba llevando a la bancarrota al estado francés al frente de la Compañía de Negociantes Reunidos que proveía de aprovisionamientos a las tropas galas. La descripción que hace de esas maniobras es muy detallada y bastante confusa, por lo que habrá de estudiarse como se merece, pero después de las dos primeras lecturas que he realizado todo ello conecta muy bien con la conspiración Rotschild que desembocó en la Batalla de Waterloo 1815, que todos ya conocemos.
Lo interesante de este documento es que entendemos muchas otras cosas gracias a él porque, por ejemplo, aparece la moneda española como avalista de este conglomerado (y a su vez el oro mejicano), que en un oscuro contubernio acaba afectando gravemente a la banca española, de una manera que parece calcada a la época actual.
El principio consistía en utilizar los cuatrocientos millones de la reserva de oro que duerme inaccesible en los sótanos del virrey de México, bloqueada por los cruceros ingleses – para echar mano sobre el dinero vivo y corriente que yace en el bolsillo del contribuyente francés.
El mecanismo es ingenioso, pero simple: contra adelantos autorizados a 9%, la compañía Ouvrard-Négociants Réunis (Ouvrard Negociantes Reunidos) se hace entregar por el Tesoro las deudas de los recaudadores generales, garantizadas por anticipado con el ingreso de los impuestos inmobiliarios. Habiéndolos hecho negociar a 6% por la Banca de Francia, usa el producto para soldar a los proveedores generales del ejército: MM. Ouvrard, Vanlerberghe et Cie. A cambio, los cofres del Estado reciben bonos de la Caja de Consolidación de Madrid: pues justamente se acaba de encargar del «subsidio de neutralidad» anualmente impuesto al gobierno español una cierta sociedad Ouvrard et Cie de Bordeaux – cuyo coasociado no es otro que el rey Carlos IV de España en persona: el contrato está firmado: Yo, el Rey. Dicha sociedad recibió el monopolio exclusivo del comercio con la América española, incluido el de los metales preciosos.
El circuito consiste, así, en pagar en tintineos de piastras, – y cobrar en billetes de la Banca de Francia: pues la garantía de base es puramente teórica, haciendo Pitt oídos de mercader a las solicitudes de la banca anglo-holandesa Baring and Rope que se encargó de importar a Europa el fabuloso metal del que se alimenta la guerra. El grupo Ouvrard está pues obligado a sisar del Tesoro, mediante un millón de comisión entregada bajo mano al comisionario Roger, el permiso exorbitante de extraer contra simple recibo los fondos disponibles en la caja de los recaudadores generales de las contribuciones. De tal forma que la Banca, presentando a éstos las deudas descontadas, no puede recibir nada más que los recibos de los Négociants Réunis. Ha emitido papel contra papel.
Lo que logro entender es que el bloqueo inglés del oro español guardado en México, que a su vez debía pagar a Napoleón por su protección de los piratas ingleses, no llegó a Europa, de manera que Francia quedó desabastecida del metal, y así estos acreedores-banqueros comenzaron a sisar de la banca francesa, al tiempo que el rey español Carlos IV traicionó al pueblo español al asociarse con los banqueros sionistas y cederles el monopolio exclusivo del comercio con la América Española. Algo “clavado” a lo que ha sucedido con el rey y los gobernantes actuales que han vendido las empresas españolas al capital sionista”.
Nos enteramos (yo al menos lo desconocía) que en aquella época Inglaterra había decretado un bloqueo comercial sobre Francia y los países neutrales (incluido España) que es la explicación política de la época de los piratas.
España, tomada por los banqueros sionistas, había sido aliado histórico de Francia en la independencia de las colonias norteamericanas y por eso atacaron conjuntamente Portugal (al servicio de Inglaterra).
La invasión napoleónica posterior, que se desarrolla el año siguiente de la vuelta de Napoleón de Austerlitz (1807-8) fue para evitar que Inglaterra se quedara con España, luego la historia oficial acerca de los supuestos valores democráticos de las constituciones liberales es falso: eran los falsos valores liberales, que en realidad no es más que el imperio inglés lo que se jugó en esa “guerra de la independencia“. De manera que los supuestos guerrilleros españoles fueron el equivalente decimonónico a los soldados del ISIS actuales; eran bandidos, como los narcotraficantes actuales.
A la luz de los datos exhibidos por Maximilien Vox, Carlos IV traicionó al pueblo español, de manera que la llegada de su hijo Fernando VII habrá de ser estudiada con otra luz, con el carlismo, enfrentado al rey Fernando VII, como posible ganador moral de esta batalla.
Casi con total seguridad, todos los golpes de estado del siglo XIX y la batalla entre liberales y conservadores tuvieron como telón de fondo la disputa sobre quién tenía derecho a emitir la moneda: si los banqueros sionistas (ingleses) o el gobierno español. En vuestros países debió ocurrir exactamente lo mismo. Al igual que en Estados Unidos, por supuesto.
Decididamente, tenemos que reescribir la Historia.
www.rafapal.com/
---este es el documento mencionado al principio de este ultimo articulo:
« [Napoleón] decía, recuerda Chaptal, que el comercio seca el alma por una codicia constante de ganancia, y añadía que el comercio no tiene ni fe ni patria. » Pasquier se queja del « estado de hostilidad o al menos de desconfianza en el que el Emperador siempre quería colocarse en relación al comercio. Se obstinaba en no confiarle nada, estaba convencido de que no se podía evitar ser engañado por él, y quería por consecuente que todas las operaciones se hicieren por medio de la administración de rentas y por agentes de su gobierno. »
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mas informacion:
Napoleon fue el bueno de la historia contra el perfido Imperio Britanico:
Bien es cierto que procede del Instituto Napoleónico México-Francia, pero los datos que aporta en torno a la conspiración de los banqueros al servicio de Inglaterra concuerdan de tal manera con lo que ahora sabemos acerca de la independencia de los actuales estados americanos de habla hispana que me parece que se va a convertir en Historia Oficial dentro de no mucho.
El documento del escritor e historiador francés Maximilien Vox, recrea desde otro punto de vista los acontecimientos europeos alrededor de la victoriosa batalla napoleónica de Austerlitz; mientras el emperador triunfaba, en la retaguardia el banquero Ouvrard estaba llevando a la bancarrota al estado francés al frente de la Compañía de Negociantes Reunidos que proveía de aprovisionamientos a las tropas galas. La descripción que hace de esas maniobras es muy detallada y bastante confusa, por lo que habrá de estudiarse como se merece, pero después de las dos primeras lecturas que he realizado todo ello conecta muy bien con la conspiración Rotschild que desembocó en la Batalla de Waterloo 1815, que todos ya conocemos.
Lo interesante de este documento es que entendemos muchas otras cosas gracias a él porque, por ejemplo, aparece la moneda española como avalista de este conglomerado (y a su vez el oro mejicano), que en un oscuro contubernio acaba afectando gravemente a la banca española, de una manera que parece calcada a la época actual.
El principio consistía en utilizar los cuatrocientos millones de la reserva de oro que duerme inaccesible en los sótanos del virrey de México, bloqueada por los cruceros ingleses – para echar mano sobre el dinero vivo y corriente que yace en el bolsillo del contribuyente francés.
El mecanismo es ingenioso, pero simple: contra adelantos autorizados a 9%, la compañía Ouvrard-Négociants Réunis (Ouvrard Negociantes Reunidos) se hace entregar por el Tesoro las deudas de los recaudadores generales, garantizadas por anticipado con el ingreso de los impuestos inmobiliarios. Habiéndolos hecho negociar a 6% por la Banca de Francia, usa el producto para soldar a los proveedores generales del ejército: MM. Ouvrard, Vanlerberghe et Cie. A cambio, los cofres del Estado reciben bonos de la Caja de Consolidación de Madrid: pues justamente se acaba de encargar del «subsidio de neutralidad» anualmente impuesto al gobierno español una cierta sociedad Ouvrard et Cie de Bordeaux – cuyo coasociado no es otro que el rey Carlos IV de España en persona: el contrato está firmado: Yo, el Rey. Dicha sociedad recibió el monopolio exclusivo del comercio con la América española, incluido el de los metales preciosos.
El circuito consiste, así, en pagar en tintineos de piastras, – y cobrar en billetes de la Banca de Francia: pues la garantía de base es puramente teórica, haciendo Pitt oídos de mercader a las solicitudes de la banca anglo-holandesa Baring and Rope que se encargó de importar a Europa el fabuloso metal del que se alimenta la guerra. El grupo Ouvrard está pues obligado a sisar del Tesoro, mediante un millón de comisión entregada bajo mano al comisionario Roger, el permiso exorbitante de extraer contra simple recibo los fondos disponibles en la caja de los recaudadores generales de las contribuciones. De tal forma que la Banca, presentando a éstos las deudas descontadas, no puede recibir nada más que los recibos de los Négociants Réunis. Ha emitido papel contra papel.
Lo que logro entender es que el bloqueo inglés del oro español guardado en México, que a su vez debía pagar a Napoleón por su protección de los piratas ingleses, no llegó a Europa, de manera que Francia quedó desabastecida del metal, y así estos acreedores-banqueros comenzaron a sisar de la banca francesa, al tiempo que el rey español Carlos IV traicionó al pueblo español al asociarse con los banqueros sionistas y cederles el monopolio exclusivo del comercio con la América Española. Algo “clavado” a lo que ha sucedido con el rey y los gobernantes actuales que han vendido las empresas españolas al capital sionista”.
Nos enteramos (yo al menos lo desconocía) que en aquella época Inglaterra había decretado un bloqueo comercial sobre Francia y los países neutrales (incluido España) que es la explicación política de la época de los piratas.
España, tomada por los banqueros sionistas, había sido aliado histórico de Francia en la independencia de las colonias norteamericanas y por eso atacaron conjuntamente Portugal (al servicio de Inglaterra).
La invasión napoleónica posterior, que se desarrolla el año siguiente de la vuelta de Napoleón de Austerlitz (1807-8) fue para evitar que Inglaterra se quedara con España, luego la historia oficial acerca de los supuestos valores democráticos de las constituciones liberales es falso: eran los falsos valores liberales, que en realidad no es más que el imperio inglés lo que se jugó en esa “guerra de la independencia“. De manera que los supuestos guerrilleros españoles fueron el equivalente decimonónico a los soldados del ISIS actuales; eran bandidos, como los narcotraficantes actuales.
A la luz de los datos exhibidos por Maximilien Vox, Carlos IV traicionó al pueblo español, de manera que la llegada de su hijo Fernando VII habrá de ser estudiada con otra luz, con el carlismo, enfrentado al rey Fernando VII, como posible ganador moral de esta batalla.
Casi con total seguridad, todos los golpes de estado del siglo XIX y la batalla entre liberales y conservadores tuvieron como telón de fondo la disputa sobre quién tenía derecho a emitir la moneda: si los banqueros sionistas (ingleses) o el gobierno español. En vuestros países debió ocurrir exactamente lo mismo. Al igual que en Estados Unidos, por supuesto.
Decididamente, tenemos que reescribir la Historia.
www.rafapal.com/
---este es el documento mencionado al principio de este ultimo articulo:
PRESENTACIÓN GENERAL | |||||||||||
Por
Eduardo Garzón-Sobrado Presidente-fundador del Instituto Napoleónico México-Francia |
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|
|||||||||||
En
un artículo publicado en el diario de
su Fundación de la cultura estratégica,
y difundido enseguida en la publicación
de Internet Global Research, el general
Leonid Ivachov, vice-presidente de la Academia
de Asuntos Geopolíticos, escribe:
-----« ¿Cuál es la verdadera razón por la que los Estados Unidos desencadenarían un conflicto militar en Irán? Actividades que tienen consecuencias de proporción mundial no pueden estar destinadas más que a tratar un problema mundial. Ese problema no es para nada un secreto – es la posibilidad de una quiebra del sistema financiero internacional sobre el dólar estadounidense. Actualmente, la masa de la moneda estadounidense rebasa el valor total de todos los haberes estadounidenses por un factor de diez. Todo lo que se halla en los Estados Unidos - industrias, inmuebles, tecnologías de punta, etc., - ha sido hipotecado más de diez veces por doquier en el mundo. Una deuda de semejante amplitud no podrá ser reembolsada jamás, solo puede ser retardada. Los montos en dólares que figuran en las cuentas de los individuos, de organizaciones y de Tesoros públicos constituyen una realidad virtual. Estas entradas no se apoyan sobre productos, objetos de valor o nada que exista en la realidad. Si este endeudamiento estadounidense es simplemente eliminado, será el fin de la regla bien establecida del becerro de oro. La importancia de los eventos que están por venir es realmente épica. Es por ello que el agresor ignora las consecuencias catastróficas globales de su ofensiva. Los “banqueros mundiales” en quiebra necesitan un evento de fuerza mayor de proporciones mundiales para salirse con la suya. La solución ya está prevista. Los Estados Unidos no tienen nada más que ofrecer al mundo para salvar al dólar en declive que operaciones militares como las de Yugoslavia, Afganistán e Irak. E incluso esos conflictos locales no dan más que efectos a corto plazo. Es preciso algo mucho más importante, y esa necesidad es urgente. »
Este texto neurálgico
se torna aún más interesante en
el caso que nos ocupa cuando, por medio de un
ejercicio de transposición histórica,
lo aplicamos – respetando toda proporción
por supuesto – a los sucesos que marcaron
el Imperio, y de los cuales se estudiarán
algunos de los aspectos financieros más
importantes en el artículo que presentamos
a continuación así como a través
de los textos que se incorporen sucesivamente
a ésta rúbrica..
Reemplacemos por un momento a los Estados Unidos por Inglaterra, y a las diversas operaciones militares evocadas por Ivachov por las guerras de Coalición impuestas a Napoleón. Tendremos entonces frente a nosotros en toda su espantosa desnudez una de las dos claves de las constantes ofensivas armadas financiadas por Albión contra el Emperador: la hegemonía comercial internacional. En efecto, Napoleón se enfrentó toda su vida a los demonios del capitalismo salvaje, del libre mercado, derivados de las teorías económicas del barón Joseph Dominique Louis, y en especial a la corriente anglosajona – ciega y brutal – derivada de la doctrina de Adam Smith y de sus émulos (muy bien conocida y despreciada por el Emperador), y que a la larga se convertirá en el credo y dogma de nuestro mundo mundializado actual: valor fundado sobre la oferta y la demanda, comercio libre de toda prohibición y control, la concurrencia elevada a nivel de principio, el sistema del crédito público y de los empréstitos, « que no son más que un juego de anticipaciones ruinosos », escribirá el soberano en una nota para el reporte de la situación del Imperio, en octubre de 1808. En un decreto de diciembre de 1810, explica más detalladamente, en torno al tema del sistema del empréstito que: «Este medio es a la vez inmoral y funesto; impone por adelantado a las generaciones futuras; sacrifica al momento presente lo que los hombres tienen más caro, el bienestar de sus niños; arruina insensiblemente el edificio público y condena a una generación a las maldiciones de las que la siguen.» En verdad éstas no eran palabras vacuas, y es sorprendente constatar que tras su ascensión al poder, después de haber encontrado una Francia exangüe, arrasada por el bandolerismo y en plena bancarrota tras diez años de guerra ininterrumpida, para el año 1802 el Primer Cónsul ya había levantado y restablecido por completo la economía nacional, precisando para semejante hazaña tan sólo dos años. A pesar de los incesantes conflictos que tuvo que enfrentar en los años siguientes, para 1813 el Emperador, sin haber contractado jamás un empréstito, había creado en Francia una base institucional y una administración tan sólidas y fabulosas que el Tesoro del Eliseo rebozaba con trescientos millones de francos... ¡De qué maravillar a nuestros dirigentes modernos!
Como lo veremos
a lo largo de este expediente, Napoleón,
rechazando el pujante sistema de libre intercambio,
nunca quiso aplicar una concepción global
a la economía europea, prefiriendo al
liberalismo económico una política
empirista y de reglamentación.
Preocupado ante todo por el buen aprovisionamiento de las comunidades, por el desarrollo social común y el amparo de las clases desfavorecidas y campesinas, impuso un régimen proteccionista que concedía un gran valor al desarrollo de la agricultura y de la industria manufacturera, en suma, un sistema que algunos especialistas han llamado « colbertista » por su manifiesto conservadurismo.
En estas condiciones,
dispuesta a todo para concretar su proyecto
de dominio universal – su proyecto
global sería una expresión
más edulcorada y actual – la opulenta
Albión se encuentra en una excelente
posición para poner en marcha todos sus
recursos a fin de derrotar a Francia, su enemigo
hereditario, y ante todo a su soberano, que
de manera abierta desafía y se opone
a su sistema financiero, sobre el cual se sustenta
todo el edificio económico y expansionista
de Inglaterra. El destino todo entero del imperio
británico está en juego, y, desde
Londres, el gabinete de los Pitt y de los Castelreagh
no escatimará esfuerzos ni dinero, prodigando
éste último espléndidamente
(66 millones de libras de oro
de la época, es la cifra oficial) para
organizar una tras otra a las coaliciones
de los estados absolutistas de Europa, financiando
las innumerables guerras por procuración
que ensangrentaron al continente durante veinte
años, por ende condenando a Napoleón,
muy a su pesar, a la guerra a perpetuidad,
siempre en estado de legítima defensa
de Francia, de su integridad, de sus valores,
y de su cultura. Estos conflictos son los que
como resultado de una maquiavélica manipulación
semántica concebida y fabricada por el
gabinete inglés, y perpetuada por sus
comparsas y deudores, se persiste erróneamente
en conceptuar como «Guerras Napoleónicas»
cuando en realidad no fueron otra cosa que guerras
de coaliciones; el lector avisado apreciará
la diferencia.
Para concluir,
podemos decir que el enfrentamiento entre Inglaterra
y Francia de alguna manera se asemejó
a una moderna Guerra Púnica, salvo que
a una escala mundial. « Mi
posteridad, dice
el Emperador a Caulaincourt en 1812,
que juzgará con imparcialidad, pronunciará
entre Roma y Cartago. Su juicio será
a favor de Francia. Ésta no combate hoy,
a pesar de lo que se diga, más que por
el interés general. Luego es justo que
las banderas del continente se unan a las nuestras.
Francia no combate hoy más que
por los derechos más sagrados de las
naciones, mientras que Inglaterra no defiende
más que los privilegios que se ha arrogado.
»
Es triste constatar que la posteridad no ha emitido el fallo esperado, y persiste en su error de condenar al Emperador Napoleón, último paladín del principio del Derecho privado mediterráneo contra el principio de libre asociación anglosajón, último campeón en la lucha secular entre las vistas políticas de estas dos culturas. Sin duda no ajeno a estas nociones, el poeta y humanista Henri Heine aseveró que: « En Waterloo, no fue Francia la que perdió, fue el mundo ». Nada es tan cierto como esta afligida constatación. En este sentido también, no cabe duda que la vida y la obra del Emperador, hoy más que nunca, constituyen una importante fuente de reflexión, una incontestable prueba de su persistente modernidad, pero ante todo un ejemplo más, por desgracia sin parangón en la actualidad, para la juventud y el futuro del mundo. |
MARTE Y MAMMÓN |
Por
|
Maximilien
Vox
|
Maximilien Vox (1894-1974) |
|
Militarmente,
la campaña
de Austerlitz terminaba en apoteosis; financieramente,
estuvo cerca de acabarse por un desastre. El 2 de diciembre,
si Napoleón hubiese sido derrotado, estaba además
arruinado.
Mientras nuestros ejércitos
avanzaban a marchas forzadas, ganando batallas « con
sus piernas más aún que con sus bayonetas »,
se peleaba en las calles de París frente a las ventanillas
de la Banca de Francia, que no rembolsaba más que un
billete a la vez, en escudos contados uno por uno, lentamente,
para ganar tiempo...
Pues ya no había más
que papel en las cajas públicas; y todo ese papel,
por un acto de pasapasa fantástico, portaba la misma
firma que las facturas cuya contraparte estaba supuesto asegurar:
la del más célebre negociante de los tiempos
modernos.
Gabriel-Julien Ouvrard, celta
de ojo azul, de tez fresca, nariz breve y labios finos, ciertamente
no presenta el tipo semita: es sin embargo bajo esos rasgos
que Napoleón parece haberse representado el peligro
« judeo-capitalista » tal como se le presentó
durante su paso por Estrasburgo, a su regreso de Alemania,
cuando los alsacianos se quejaron ante él de los usureros
judíos. La lucha en dos frentes que va a entablar apenas
esté de regreso en París es uno de los episodios
más curiosos de su reino, y de los menos conocidos.
Tratemos de ver claro.
Ouvrard,
cuyo nombre legendario se quedó como un sinónimo
de especulación, había comenzado a los
diecinueve años dándose cuenta, desde
1789, que toda revolución política debuta
inevitablemente por una derroche de papel impreso. Tomó
opción sobre el conjunto de la producción
papelera del Poitou, y realizó un beneficio neto
de 300,000 francos-oro.
A los veintidós años, importador en Nantes, especula con los ultramarinos coloniales. A los veintitrés, primer millón. Veinticuatro, banquero en París. Veinticinco, proveedor en el ejército. Veintiséis, quince millones. Veintisiete, abastecedor general de la marina. Veintiocho, treinta millones: propietario de Azayle-Rideau, Mar1y, Luciennes, Saint-Brice, Villandry, Clos-Vougeot. A los veintinueve años, mantiene a la bella Madame Tallien y comienza a hacerle una serie de niños, uno de los cuales será el Dr. Cabarrus. |
|
Había en él
algo de Figaro y de Grandet. Pero también de Fouquet.
En su palacio de Raincy, el Todo-París político,
financiero y galante come, baila y se acuesta en una fiesta
que dura trescientos sesenta y cinco días al año.
Las tres cabinas de porteros están ocupadas por tres
ministros: Talleyrand, Berthier, Decrès. Un solo nombre
faltó siempre al llamado: Bonaparte.
Desde su primer contacto,
en 1795, el general de veintiséis años no se
había tocado el corazón para mostrar al financiero
de veintisiete años una sorda « enemistad »
que debía tener, dice éste último, «
una influencia tan funesta sobre mi vida. Era, añade,
no sin fatuidad, de todos los que componían la sociedad
de Madame Tallien, el que estaba menos en evidencia. Estaba
lejos de prever entonces que él tendría un día
en sus manos los destinos del mundo...
Yo tenía mi fortuna hecha, y Bonaparte la suya por hacer. Impaciente de toda superioridad (sic) disfrazaba mal el disgusto que la causaba esta diferencia de posición. Pero uno se equivocaría si se quisiera tomarme por un hombre político. Soy únicamente un hombre de negocios, un especulador que no se niega a ninguna operación cuando ésta puede realizarse por beneficios. »
Yo tenía mi fortuna hecha, y Bonaparte la suya por hacer. Impaciente de toda superioridad (sic) disfrazaba mal el disgusto que la causaba esta diferencia de posición. Pero uno se equivocaría si se quisiera tomarme por un hombre político. Soy únicamente un hombre de negocios, un especulador que no se niega a ninguna operación cuando ésta puede realizarse por beneficios. »
Los economistas, y un buen
número de historiadores, se burlaron de las concepciones
financieras de Napoleón o las han tratado con desdeño;
se dio a entender, en la era de oro del capitalismo, que el
Emperador no conocía nada de ello, y que su rechazo
obstinado de fiarse a las teorías del barón
Louis y de organizar el crédito, pertenecía
a una mentalidad de hidalgüelo campesino y de anglófobo
inveterado. Y ciertamente, los principios financieros
del Emperador son de una simplicidad heroica: se resumen en
el buen uso del Debe y el Haber, y caben por entero en la
clásica libreta de la lavandera.
Si se obstinó a reducir el arte financiero al de la contabilidad, no fue por el hecho de tener una cabeza mal hecha para las nociones convertidas en clásicas de la economía liberal, sino porque, muy al contrario – comprendiendo a ésta hasta sus últimas consecuencias, no quiso de ella.
La pregunta permanece entera de saber si hubiese estado en su poder oponérsele y si el dinero era – como lo decía antaño a la tribuna un servidor del dinero, Léon Say – « más fuerte que Napoleón ».
El rigor de su actitud, durante la discusión judía, se motivará por la resolución de poner el poder del « Éstado atravesado a toda nueva extensión del poder de las finanzas anónimas. Nada le hará desviarse del principio que los proveedores y los hombres de negocios son el azote de una nación.
Si se obstinó a reducir el arte financiero al de la contabilidad, no fue por el hecho de tener una cabeza mal hecha para las nociones convertidas en clásicas de la economía liberal, sino porque, muy al contrario – comprendiendo a ésta hasta sus últimas consecuencias, no quiso de ella.
La pregunta permanece entera de saber si hubiese estado en su poder oponérsele y si el dinero era – como lo decía antaño a la tribuna un servidor del dinero, Léon Say – « más fuerte que Napoleón ».
El rigor de su actitud, durante la discusión judía, se motivará por la resolución de poner el poder del « Éstado atravesado a toda nueva extensión del poder de las finanzas anónimas. Nada le hará desviarse del principio que los proveedores y los hombres de negocios son el azote de una nación.
« [Napoleón] decía, recuerda Chaptal, que el comercio seca el alma por una codicia constante de ganancia, y añadía que el comercio no tiene ni fe ni patria. » Pasquier se queja del « estado de hostilidad o al menos de desconfianza en el que el Emperador siempre quería colocarse en relación al comercio. Se obstinaba en no confiarle nada, estaba convencido de que no se podía evitar ser engañado por él, y quería por consecuente que todas las operaciones se hicieren por medio de la administración de rentas y por agentes de su gobierno. »
Toda su vida, Napoleón
permanecerá escrupulosamente apegado a lo que escribía
al principio del Imperio: Mientras
viva, no emitiré ningún papel. Y
no es ciertamente la cosa menos sorprendente de su reinado,
que después de tan grandes actos logrados, incluso
después de desastres inauditos, habiendo tomado las
finanzas de Francia radicalmente arruinadas, las haya dejado
más prósperas que las de los demás Estados
e Europa, observa Thiers.
Por su lado, Ouvrard formula
la profesión de fe que se convertirá en el credo
del Siglo XIX: « El único tesoro de los imperios,
es el crédito. Es una desgracia que un gran Estado
como Francia no deba dos o trescientos millones de rentas...
El impuesto mata y la deuda vivifica. »
Vivifica
a los financieros, se dice su poderoso contradictor
– que ve los grandes beneficios como una especie
de robo hecho al Estado – pero mata las finanzas
públicas. « Todas
las potencias me envidian mi sistema de impuestos, que
consiste en tener muchos de ellos cuyo monto se eleva
o se rebaja según las necesidades, por medio
de céntimos adicionales, como el licor se eleva
o baja en el termómetro, de tal suerte que puedo
bastarme, cualesquiera que sean mis necesidades, sin
recurrir a un nuevo impuesto cuyo establecimiento siempre
es difícil.
Quiero hacer el bien de mi pueblo y no seré detenido por los murmullos de los contribuyentes. A Francia le hacen falta grandes contribuciones: serán establecidas. Quiero fundar y preparar para mis sucesores recursos seguros, que puedan hacer las veces de los medios extraordinarios que supe crearme. » |
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Fiévée, pederasta
de policía, sabía agradar a su correspondiente,
cuando escribía en una nota secreta a Bonaparte:
« Que nunca el Primer Cónsul se deje echar en lo que hay hoy en día de más democrático en Europa, el crédito público, la mayor estafa que el genio financiero haya inventado. Nunca se me hará creer que una deuda pública sea un crédito público, ni que sea prudente llevar al porvenir una parte de los lastres del presente, a menos de tener la palabra de Dios... »
« Que nunca el Primer Cónsul se deje echar en lo que hay hoy en día de más democrático en Europa, el crédito público, la mayor estafa que el genio financiero haya inventado. Nunca se me hará creer que una deuda pública sea un crédito público, ni que sea prudente llevar al porvenir una parte de los lastres del presente, a menos de tener la palabra de Dios... »
Y en otra parte: « Si
se mira el dinero que se le puede atrapar a los capitalistas
como prueba de crédito, nada es tan fácil como
darse esa satisfacción, porque nada es más tonto
que la codicia. La historia de las finanzas no es rica más
que en las pruebas de esta aserción. Ofreced a los
capitalistas 5%; si no vienen a vos, ofrecedles 10; si dudan,
ofreced 15, 20, 30, 40, ¡qué importa! Terminarán
por venir, estarán todos sorprendidos cuando les haga
bancarrota y chillarán que hubo injusticia. Se les
podrá responder: « Sois locos o bribones: locos,
si habéis creído que un gobierno cualquiera
podría pagar por mucho tiempo intereses tan exorbitantes;
bribones, si lo habéis esperado.
Pero si esos locos se cotizan, como lo han hecho bajo ministros con crédito público, si se apoderan de la opinión y la ganan ascendiendo sobre la propiedad territorial, adiós el gobierno. La monarquía, las finanzas y los capitalistas morirán juntos; catástrofe digna de todas las extrañas ideas que hacen de una deuda una riqueza, y que, reducidas a su verdadera expresión, no serían más que el arte de siempre gastar por encima de su ingreso. »
Pero si esos locos se cotizan, como lo han hecho bajo ministros con crédito público, si se apoderan de la opinión y la ganan ascendiendo sobre la propiedad territorial, adiós el gobierno. La monarquía, las finanzas y los capitalistas morirán juntos; catástrofe digna de todas las extrañas ideas que hacen de una deuda una riqueza, y que, reducidas a su verdadera expresión, no serían más que el arte de siempre gastar por encima de su ingreso. »
Toda la doctrina Napoleónica
está en esta página, cuya palabra clave es propiedad
territorial.
Más profundo que los
sistemas: el instinto. En su fibra, Napoleón está
penetrado del amor de la tierra. Tal vez no haya amado verdaderamente
más que a ella.
La tierra que se ve, que se toca, que se mide al galope de un caballo, al paso de un soldado de infantería, y cuyo retrato, bajo la forma de mapa de estado mayor, es tan dulce de mirar que uno se acuesta boca abajo sobre él... La gloria es de aquel quien habrá reunido más tierra: la dicha, a quien sabe contentarse de poseer un poco. Así, la propiedad del terrateniente es para Napoleón la única realidad; el catastro, que lo inscribe, la tatúa sobre la superficie del suelo, es el arte sagrado por excelencia.
La tierra que se ve, que se toca, que se mide al galope de un caballo, al paso de un soldado de infantería, y cuyo retrato, bajo la forma de mapa de estado mayor, es tan dulce de mirar que uno se acuesta boca abajo sobre él... La gloria es de aquel quien habrá reunido más tierra: la dicha, a quien sabe contentarse de poseer un poco. Así, la propiedad del terrateniente es para Napoleón la única realidad; el catastro, que lo inscribe, la tatúa sobre la superficie del suelo, es el arte sagrado por excelencia.
Geógrafo, geólogo,
geómetra, palabras cargadas de pasión... Tierras,
territorios, el Emperador está enamorado de la corteza
del orbe, hasta en su sabor terroso. Gusta de los ingresos
en corte de madera, de las inversiones en canales, las contribuciones
que se cuentan en jornadas de remoción de tierras...
En Santa Helena, agotará su mundo al manejo de la carretilla
y de la pala de zapador.
En lo cual permanece un romano,
un agrimensor, un hombre de pesos y medidas, que no se fía
íntimamente más que a lo que pesa y se cuenta.
Físico, pone una terrible dosis de desprecio en el
empleo que hace de la palabra metafísico.
El
jardinero de Santa Helena El Emperador Napoleón labrando en sus jardínes de Longwood House. Estampa anónima francesa de la época. |
Su espíritu ama no
proceder más que por cantidades conocidas: ¿por
qué un franco no sería un franco, como el día
es un día, una legua una legua, un hombre un hombre
– y la bola de cañón, que le matará,
una bola de cañón?
Esta curvatura del alma determina
la actitud del Emperador ante el capitalismo y ante la usura.
Él es de antes del progreso moderno, como
nosotros somos de después: los descubrimientos
científicos y los perfeccionamientos mecánicos
todavía no habían vuelto irreversible la noción
de progreso indefinido.
En este sentido, Napoleón
pertenece al mundo de César y de Carlomagno - mi
augusto predecesor. A pesar de las mejoras
aportadas a la balística y al atalaje de las bestias
de tiro, los medios de acción de que dispone no difieren
esencialmente de los de la edad media, ni de la antigüedad.
La distancia, en tiempos de Napoleón, es siempre la
distancia: el tiempo sigue siendo el tiempo. ¡Que la
libra de plata se quede pues una libra!
La obra de reconstrucción
del Consulado fue ante todo financiera; sus efectos duraron
más de un siglo, porque su autor, una vez restablecida
la confianza, se negó a hacer de ella un objeto
de especulación, como a lo que le invitaban incesantemente
los teóricos de la economía a la inglesa –
y los prácticos del pillaje del ahorro, el cual se
concentraba en los fondos públicos. La encerró
con triple cerrojo en las cajas fuertes del Estado, y creyó
haber encontrado al guardián ideal a quien confiarle
la llave. El antes marqués de Barbé-Marbois
era uno de esos políticos supuestamente técnicos
que han costado tan caro a Francia. Su elección como
ministro del Tesoro fue uno de los errores de Napoleón,
como consecuencia de una deformación difundida entre
los « grandes patrones »: la complacencia por
sus propios defectos cuando los hallan en ciertos subordinados.
El espíritu puntilloso de Barbé-Marbois, su
reputación de molestón, su manía del
detalle parecieron al Primer Cónsul los signos exteriores
del talento administrativo.
El
gigante del comercio hundiendo al pigmeo bloqueo El coloso comercial, fírmemente asentado en las islas británicas, rodeadas de buques de guerra, vierte en el continente todos los productos fruto de la industria y del tráfico ingleses. Caricatura inglesa de 1807. |
Las caricaturas de aquel tiempo
son pesadas, pero tienen alcance: un dibujo satírico
representa al ministro-técnico asomado en el balcón
de su ministerio, ocupado en señalar en una libreta
el nombre de los empelados que llegan con retraso. Mientras
tanto, su secretario le está sustrayendo discretamente
millones del bolsillo de su traje.
Ese secretario se llamaba
Roger; ejercía las funciones de funcionario principal
del Tesoro, y el hombre por cuya cuenta trabajaba no era otro
que Ouvrard. Bajo el título patriarcal de la Compagnie
des Négociants Réunis (Compañía
de los Negociantes Reunidos), éste se había
en efecto asociado los principales « hacedores de servicio
»: Séguin, el ilustre inventor, cuyo «
descubrimiento » de la técnica para curtir en
veinticuatro horas le había valido a los ejércitos
de la República el vencer sin zapatos; los hermanos
Michel, peor que sospechosos del asesinato de sus depositantes,
el emigrado Rivière; Vanlerberghe, magnate del mercado
del trigo, cuya mujer, dícese, mantuvo preso al Regente
como garantía de su cinturón. Desprez, antiguo
cajero, uno de los regentes de la Banca de Francia (otra institución
privada) servía de banquero comisionista a una combinación
verdaderamente luminosa.
El principio consistía
en utilizar los cuatrocientos millones de la reserva de oro
que duerme inaccesible en los sótanos del virrey de
México, bloqueada por los cruceros ingleses –
para echar mano sobre el dinero vivo y corriente que yace
en el bolsillo del contribuyente francés.
El mecanismo es ingenioso,
pero simple: contra adelantos autorizados a 9%, la compañía
Ouvrard-Négociants Réunis (Ouvrard
Negociantes Reunidos) se hace entregar por el Tesoro las deudas
de los recaudadores generales, garantizadas por anticipado
con el ingreso de los impuestos inmobiliarios. Habiéndolos
hecho negociar a 6% por la Banca de Francia, usa el producto
para soldar a los proveedores generales del ejército:
MM. Ouvrard, Vanlerberghe et Cie. A cambio, los cofres
del Estado reciben bonos de la Caja de Consolidación
de Madrid: pues justamente se acaba de encargar del «
subsidio de neutralidad » anualmente impuesto al gobierno
español una cierta sociedad Ouvrard et Cie de Bordeaux
– cuyo coasociado no es otro que el rey Carlos IV de
España en persona: el contrato está firmado:
Yo, el Rey. Dicha sociedad recibió el monopolio
exclusivo del comercio con la América española,
incluido el de los metales preciosos.
Pronta llegada de los productos coloniales; sátira de la época. |
El circuito consiste, así,
en pagar en tintineos de piastras, – y cobrar en billetes
de la Banca de Francia: pues la garantía de base es
puramente teórica, haciendo Pitt oídos de
mercader a las solicitudes de la banca anglo-holandesa
Baring and Rope que se encargó de importar
a Europa el fabuloso metal del que se alimenta la guerra.
El grupo Ouvrard está pues obligado a sisar del Tesoro,
mediante un millón de comisión entregada bajo
mano al comisionario Roger, el permiso exorbitante de extraer
contra simple recibo los fondos disponibles en la caja de
los recaudadores generales de las contribuciones. De tal forma
que la Banca, presentando a éstos las deudas descontadas,
no puede recibir nada más que los recibos de los Négociants
Réunis. Ha emitido papel contra papel.
El ministro de las Finanzas
Gaudin escribe en sus Memorias: « De ello
resultó que, al haberse esparcido la inquietud entre
los portadores de billetes, que se presentaron en masa al
reembolso, la Banca se encontró imposibilitada de satisfacer
todas las demandas. En algunos días, el número
de demandantes se elevó a varios miles de hombres de
todas clases, que se juntaban en tumulto y que amenazaban
eminentemente la tranquilidad pública. Se había
logrado dividir a esa muchedumbre haciendo distribuir cada
día, en diversas municipalidades de París, una
cierta cantidad de números que había que representar
a la guardia colocada en las avenidas de la Banca para ser
admitido para entrar. Sin embargo sus billetes habían
llegado a perder hasta 15 por ciento. Se los rechazaba en
los pagos, como siempre se tiene el derecho. Esos rechazos
eran diferidos a los tribunales cuyo embarazo era extremo;
y era imposible prever el resultado de una crisis cuya malevolencia
hubiese podido tan desdichadamente aprovechar, cuando la noticia
de la victoria obtenida en Austerlitz y la de una paz próxima
vinieron a calmar los ánimos y trajeron de vuelta el
orden tan prontamente como había sido turbado.
… Este evento, añade, una vez del cocimiento del jefe de gobierno, le determinó a apresurar la conclusión de la paz y a precipitar su regreso, a fin de venir a juzgar por sus propios ojos la extensión del mal, y de avisar el medio de encontrarle remedio ».
… Este evento, añade, una vez del cocimiento del jefe de gobierno, le determinó a apresurar la conclusión de la paz y a precipitar su regreso, a fin de venir a juzgar por sus propios ojos la extensión del mal, y de avisar el medio de encontrarle remedio ».
La presencia de ánimo
de Napoleón durante la campaña parece meritoria,
cuando se recorre las noticias que recibía de París.
Ofensiva de los bajistas (detrás de ellos, Fouché),
pánico de los portadores de valores, peleas de calle,
quiebras, suspensión de pagos de la Banca – cada
correo de José Bonaparte le trae un testimonio de la
incuria de aquellos en quienes puso su confianza. Su hermano,
por cierto, rivaliza de pusilanimidad con Barbé-Marbois;
no sueñan más que con pasarse las responsabilidades,
temblando ante las intimaciones de los Negociantes Reunidos,
y conjurando al Emperador, quien se bate en el Danubio, de
ir en su ayuda acerca del partido que se debe tomar.
« M. Barbé-Marbois me pareció desear estar autorizado a hacer pagos de varios millones al Sr. Vanlerberghe; él cree que es mucho lo debido a ese proveedor... El Sr. Desprez parece descreditado; continua pidiendo a la Banca más billetes de los que ésta puede darle. El Sr. Perregaux acaba de confesarme que la Banca ya no tenía más que seis millones de billetes… Se nos da a esperar piastras de España... El ministro del Tesoro no propone ningún partido: propuso hoy reducir los sueldos de un cuarto...
Suplico a Vuestra Majestad escribir al Sr. Barbé-Marbois... La cola llegó hasta las dos mil personas, y hubo muchas palabras y hasta vías de hecho... La compañía Vanlerberghe está haciendo bancarrota...
En medio de sus ocupaciones tan variadas y tan graves de la guerra que hace con tanto éxito, es indispensable que Vuestra Majestad se ocupe un momento de estos dos objetos... »
En el instante decisivo en que Napoleón, vencedor de los austriacos, deja Viena para dirigirse al encuentro del ejército ruso, se ve obligado a escribir el billete siguiente:
« M. Barbé-Marbois me pareció desear estar autorizado a hacer pagos de varios millones al Sr. Vanlerberghe; él cree que es mucho lo debido a ese proveedor... El Sr. Desprez parece descreditado; continua pidiendo a la Banca más billetes de los que ésta puede darle. El Sr. Perregaux acaba de confesarme que la Banca ya no tenía más que seis millones de billetes… Se nos da a esperar piastras de España... El ministro del Tesoro no propone ningún partido: propuso hoy reducir los sueldos de un cuarto...
Suplico a Vuestra Majestad escribir al Sr. Barbé-Marbois... La cola llegó hasta las dos mil personas, y hubo muchas palabras y hasta vías de hecho... La compañía Vanlerberghe está haciendo bancarrota...
En medio de sus ocupaciones tan variadas y tan graves de la guerra que hace con tanto éxito, es indispensable que Vuestra Majestad se ocupe un momento de estos dos objetos... »
En el instante decisivo en que Napoleón, vencedor de los austriacos, deja Viena para dirigirse al encuentro del ejército ruso, se ve obligado a escribir el billete siguiente:
« Znaïm, 18
de nov. de 1805 – Hermano mío, recibí
vuestra carta del 15 en Moravia. Sigo al ejército ruso
con la espada en los riñones. En los diferentes encuentros,
ha sufrido una pérdida de aproximadamente seis mil
hombres. Marcha a grandes jornadas para evacuar Austria. Cuento
estar mañana en Brunn. Mis postas avanzadas están
sobre el Olmütz, plaza fuerte en la cual se ha refugiado
el emperador de Alemania. – Todo lo que sucede a la
Banca era previsto desde hace tiempo por la gente sensata.
La razón primera es que descuenta toda clase de papeles
en circulación; pero un vicio radical y al que veo
poco remedio, es que la mayor parte de los agentes tienen
un interés opuesto al del público y del Estado.
Me ocuparé de buscar un remedio a mi regreso; hasta
entonces, hay que dejar ir. Podéis anunciar que estaré
en París antes de Navidad. »
El momento ha llegado para
los Négociants de levantar partida. La Compañía
ha sido íntegramente pagada, declara flemáticamente
Vanlerberghe en el Consejo de ministros; pero, faltando España,
reclama « una ayuda de veinte millones, a falta de la
cual la quiebra es inevitable » y el servicio del abastecimiento
será suspendido. Acordado. Luego, son cien los millones
que Desprez exige a su vez, para asegurar los gastos del Tesoro:
Marbois vacía los cofres de los recaudadores en las
manos de la Compañía, a cambio de la simple
firma d ésta.
El Emperador, de lejos, comienza
a medir la extensión de los daños.
« Habéis echado veintiséis millones al agua... Espero en el transcurso del mes estar en París, y por el desorden que veo en las finanzas, tengo mucha prisa... Un ministro ha dicho que valía más dar cien millones al Sr. Vanlerberghe que dejar que le falten. Permitidme decir que éste es un argumento de manicomio. Ese ministro probablemente no conoce las cifras y no sabe lo que son cien millones... No tenéis derecho a dar un centavo sin una ordenanza de un ministro. El mundo perecería, no tenéis derecho de salir de vuestras atribuciones. »
« Habéis echado veintiséis millones al agua... Espero en el transcurso del mes estar en París, y por el desorden que veo en las finanzas, tengo mucha prisa... Un ministro ha dicho que valía más dar cien millones al Sr. Vanlerberghe que dejar que le falten. Permitidme decir que éste es un argumento de manicomio. Ese ministro probablemente no conoce las cifras y no sabe lo que son cien millones... No tenéis derecho a dar un centavo sin una ordenanza de un ministro. El mundo perecería, no tenéis derecho de salir de vuestras atribuciones. »
Ante estas reprobaciones,
el 4 de diciembre solamente, la Compañía es
remplazada en sus funciones esenciales por una agencia de
cinco recaudadores generales. « El ministro ha sido
engañado por esta compañía - constata
plácidamente José… - Es un gran mal del
que somos bien inocentes... pero hay que creer que a la
larga el Tesoro recuperará sus anticipos. »
« Schönbrunn,
23 de diciembre de 1805 – Hermano mío, os envío
una carta abierta de la cual tendréis conocimiento,
y que entregaréis al Sr. Barbé-Marbois después
de haberla sellado. Dudo si debo atribuir a la traición
o a la ineptitud la conducta de ese ministro. Anticipó
a los proveedores 85 millones del dinero del Tesoro. Si yo
hubiese sido derrotado, la coalición no tenía
un aliado más poderoso.
Pongo en suspenso mi juicio, hasta que haya podido esclarecer por mí mismo la naturaleza de un déficit tan enorme; El Sr. Barbé-Marbois ha traicionado su deber. Es inútil hablarle de esto y de alarmarle hasta mi llegada, que es inminente.
Podéis mostrar esta carta al ministro de las Finanzas, y hacer venir en secreto al cajero que tiene las obligaciones, para saber lo que salió de su caja, y aseguraros que no saldrá más de ella. Os diré francamente que creo que este hombre me ha traicionado. No digáis nada de esto al Sr. Cambacérès, porque los hermanos Michel algo tienen que ver en ello, y no sé hasta qué punto sus intereses pueden estar inmiscuidos. Decid solo ligeramente al Sr. Marbois que esto es precursor de una tormenta; que no hay más que un medio de conjurarlo: es que las obligaciones sean restablecidas al Tesoro a mi llegada. »
Pongo en suspenso mi juicio, hasta que haya podido esclarecer por mí mismo la naturaleza de un déficit tan enorme; El Sr. Barbé-Marbois ha traicionado su deber. Es inútil hablarle de esto y de alarmarle hasta mi llegada, que es inminente.
Podéis mostrar esta carta al ministro de las Finanzas, y hacer venir en secreto al cajero que tiene las obligaciones, para saber lo que salió de su caja, y aseguraros que no saldrá más de ella. Os diré francamente que creo que este hombre me ha traicionado. No digáis nada de esto al Sr. Cambacérès, porque los hermanos Michel algo tienen que ver en ello, y no sé hasta qué punto sus intereses pueden estar inmiscuidos. Decid solo ligeramente al Sr. Marbois que esto es precursor de una tormenta; que no hay más que un medio de conjurarlo: es que las obligaciones sean restablecidas al Tesoro a mi llegada. »
En París, el sudor
frío empieza a fluir. « Sire, balbucea
por escrito el muy apesadumbrado José, he recibido
la carta de Vuestra Majestad del 2 nivoso. He remitido al
Sr. Barbé-Marbois la que le estaba destinada; le he
hecho sentir que tenía que hacer todos sus esfuerzos
para restablecer las cosas a su estado natural al Tesoro.
Le haré llegar los mismos consejos por medio de otras
personas; creo que se dedicará a ello con todo su poder.
»
La caja de las obligaciones
está desde ahora puesta, materialmente, bajo triple
cerrojo: pero ya no contiene más que « bonos
Desprez ». El trueno se acerca.
Como todo ministro en déficit,
Marbois se otorga un satisfecit: « En vista de la dificultad
de lasa circunstancias, he pagado y dirigido los asuntos
de la manera más ventajosa. »
« En Napoleón,
dice magníficamente Thiers, la dicha del éxito
no interrumpía jamás el trabajo. Esta alma
infatigable sabía a la vez trabajar y gozar. »
De regreso en las Tullerías
a las diez de la noche, el 26 de enero de 1806, recibe a las
once a Gaudin, ministro de Finanzas; hacia la media noche,
una orden es lanzada por estafetas, convocando para el principio
de la mañana a los ministros del Tesoro y de las Finanzas,
a los consejeros de Estado Defermon y Crétet, Mollien,
director de la Caja de amortización; por otro lado,
a los gerentes de los Négociants réunis,
finalmente al hombre del soborno, Roger.
A las seis de la mañana,
el 27 de enero, Napoleón visita los embellecimientos
realizados al palacio durante su ausencia, a pesar de su aversión
bien conocida por los olores de pintura; a las ocho, el archi-canciller
Cambacérès es introducido al gabinete. Todo
da a creer que es mucho el caso de fusilar; el antiguo responsable
del litigio de Ouvrard tiene buenas razones para preconizar
una liquidación. El consejo de las finanzas apenas
reunido: - Parece, pronuncia
el Emperador, que los mayores peligros
del Estado no estaban en Austria. Escuchemos el reporte del
ministro del Tesoro.
Desde las primeras palabras,
estalla: - Veo de lo que se trata. Es
con los fondos del Tesoro, y con los de la Banca, que la compañía
de los Négociants ha querido sufragar los
asuntos de Francia y de España. Y como España
no tenía nada que dar sino promesas de piastras, es
con el dinero de Francia con lo que se cubrió las necesidades
de ambos países. España me debía su subsidio,
y fui yo quien le proporcionó uno. Ahora es preciso
que los Señores Desprez, Vanlerberghe y Ouvrard me
entreguen todo lo que poseen, que España me pague a
mí lo que les debe a ellos, o que echaré a esos
señores a Vincennes, y enviaré un ejército
a Madrid.
Barbé-Marbois tuvo
entonces un comentario: « Sire, dijo lamentablemente,
os ofrezco mi cabeza ». Y recibió la
respuesta: « ¿¡Qué
quieres que haga con ella, gran pen... !? »
Entonces
Napoleón hizo entrar, cuenta Thiers, a los miembros
de la Compañía. Los Señores Vanlerberghe
y Desprez, aunque los menos reprensibles, se fundían
en lágrimas. « Durante una hora, confirma
Mollien, me pareció que el rayo caía del
cielo sobre tres individuos sin resguardo. »
El Sr. Ouvrard, quien había comprometido a la
Compañía por medio de especulaciones aventuradas,
estaba perfectamente tranquilo, « inmóvil
como una roca ». Se esforzó en persuadir
a Napoleón de que había que permitirle
liquidar él mismo las operaciones tan complicadas
en las que había comprometido a sus asociados,
y que sacaría de México (*), por la vía
de Holanda y de Inglaterra, sumas bien superiores a
las que Francia había anticipado... Pero Napoleón
estaba demasiado irritado y tenía demasiada prisa
de encontrarse fuera de las manos de los especuladores:
puso a los asociados frente a la necesidad del reembolso
total e inmediato.
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La permanencia de los «
desempernadores » de la estatua imperial ha sido retomada
desde hace poco por el Sr. Jean Savant, que pone a Ouvrard
(así como a Barras y a Fouché) muy por encima
de Napoleón I. No se cansa de admirar en Gabriel-Julien:
« el secreto del éxito Napoleón, el
artesano de Marengo, la providencia de los príncipes,
el gran curador, y el liberador del territorio: pocos hombres
en el curso de los siglos, – dice, han hecho
a la patria un servicio de esa envergadura ». Su
héroe no ponía tan alto sus ambiciones: «
¿Estaba acaso encargado de la fortuna pública?
Confiesa sin misterio. No, yo era especulador; vendí
mis productos, puse mis precios... Vender demasiado caro no
es un crimen, al comprador corresponde estar al tanto
».
Es el punto de vista capitalista al estado químicamente puro, odioso a los ojos del Emperador. Pero no está probado que haya escrito, y menos aún gritado: El caso Ouvrard es grave, hay que hundirLE a fondo, como cree saberlo el Sr. Savant – quien acusa a nuestro difunto maestro Louis Madelin de falsificación por haber impreso: hundirLO a fondo (es decir, llevar el caso hasta sus últimas consecuencias), en su calidad de escritor francés conocedor de su Littré, su Larousse, y su vocabulario usual de las expresiones napoleónicas.
Es el punto de vista capitalista al estado químicamente puro, odioso a los ojos del Emperador. Pero no está probado que haya escrito, y menos aún gritado: El caso Ouvrard es grave, hay que hundirLE a fondo, como cree saberlo el Sr. Savant – quien acusa a nuestro difunto maestro Louis Madelin de falsificación por haber impreso: hundirLO a fondo (es decir, llevar el caso hasta sus últimas consecuencias), en su calidad de escritor francés conocedor de su Littré, su Larousse, y su vocabulario usual de las expresiones napoleónicas.
Después de haber dejado
ir al consejo, Napoleón retuvo a Mollien, y sin esperar
de su parte ni una observación, ni un consentimiento,
le dijo: Protestaréis hoy
como ministro del Tesoro. El Sr. Mollien, intimidado
aunque halagado, vacilaba en responder – ¿Es
que no tendríais ganas de ser ministro?...
añade el Emperador.
Apenas en funciones, Mollien
instituye una Caja de Servicio en la que los ingresos fiscales
son depositados poco a poco, sustrayéndolos del agio.
Por otra parte, la Banca de Francia deja de ser una empresa
privada para recibir el estatus que la ha hecho ilustre. Se
convierte en « una institución gubernamental
comanditada por particulares », bajo un gobernador nombrado
por el Emperador: Crétet.
« Lo que prueba,
dice todavía Thiers – quien estudió el
expediente de viso - la confusión a la que se había
llegado, es la dificultad misma en la que se estuvo para fijar
la extensión del débito de la Compañía
para con el Tesoro. Se lo suponía primero de 73 millones.
Un nuevo examen lo hizo subir a 84. Finalmente, el Sr. Mollien,
queriendo a su entrada al cargo constatar de una manera rigurosa
la situación de las finanzas, descubrió que
la Compañía había logrado apoderarse
de una suma de 141 millones, de la cual seguía siendo
deudora hacia el Estado. Sin embargo, el activo real de la
Compañía y una presión oportuna sobre
España debían permitir al nuevo ministro colmar
en sus escrituras este inmenso déficit. »
Lo fue, en realidad, gracias
al renuevo de la confianza, primer fruto de la victoria, así
como a los frutos más tangibles de ésta, los
ochenta millones en oro, en cartas de cambio, en metales preciosos
y en material, monto efectivo de la indemnización,
de las contribuciones y del botín de guerra conquistados
por los ejércitos franceses.
Los Négociants,
condenados a proveer sin cobrar, y responsables del descubierto
español, entablaron entre ellos y contra el Estado
una larga serie de procesos mezclados con quiebras y envenenamientos.
Aún en 1824, arrestado por Vidocq por la requisición
de Séguin, Ouvrard, cada vez más millonario,
preferirá pasar cinco años de confortable prisión
por deudas, a la liquidación de cinco millones de pagos
atrasados.
Gaudin, duque de Gaeta, cuenta
del Emperador una confidencia de una benignidad singular:
Lo fue, en realidad, gracias
al renuevo de la confianza, primer fruto de la victoria, así
como a los frutos más tangibles de ésta, los
ochenta millones en oro, en cartas de cambio, en metales preciosos
y en material, monto efectivo de la indemnización,
de las contribuciones y del botín de guerra conquistados
por los ejércitos franceses.
Los Négociants,
condenados a proveer sin cobrar, y responsables del descubierto
español, entablaron entre ellos y contra el Estado
una larga serie de procesos mezclados con quiebras y envenenamientos.
Aún en 1824, arrestado por Vidocq por la requisición
de Séguin, Ouvrard, cada vez más millonario,
preferirá pasar cinco años de confortable prisión
por deudas, a la liquidación de cinco millones de pagos
atrasados.
Gaudin, duque de Gaeta, cuenta
del Emperador una confidencia de una benignidad singular:
« Ese
caso, le dijo, se terminó
de una manera bien diferente a lo que yo mismo pude pensar.
Estaba bien decidido, desde el primer momento, a mandar detener
a Marbois a mi llegada a París y a hacerle su proceso.
Subí a mi carroza en Schönbrunn, y bajé
de ella en las Tullerías con esa intención;
debía dar la orden al entrar en mi gabinete. Afortunadamente
me vino la idea de escucharle; lo mandé llamar, y puso
una buena fe tan evidente en sus medios de justificación
que me dije: es mi culpa de haber confiado a este buen hombre
un puesto para el que no convenía. No debo hacerlo
la víctima de un error que yo cometí, y lo mandé
de regreso a su casa. »
Un año más tarde,
este estado de desgracia pasajero había cedido su lugar
a un testimonio brillante de confianza y de estima. ¡Ea!
¡He aquí ese déspota implacable
y salvaje!
En efecto, el gran pen... se vio nombrar al puesto de Presidente del Tribunal de Cuentas, que no dejó de ocupar hasta la edad de ochenta y seis años; salvo dos breves interrupciones, una como senador en 1814, para votar la deposición imperial, la otra como ministro de la policía, el tiempo de hacer fusilar al mariscal Ney.
En efecto, el gran pen... se vio nombrar al puesto de Presidente del Tribunal de Cuentas, que no dejó de ocupar hasta la edad de ochenta y seis años; salvo dos breves interrupciones, una como senador en 1814, para votar la deposición imperial, la otra como ministro de la policía, el tiempo de hacer fusilar al mariscal Ney.
En cuanto al autor de la novela
Moina, o la Pueblerina del Mont-Cenis, convertido
por la gracia de su hermano menor, rey de Nápoles –
donde « los Borbones han dejado de reinar » –
se apresuró en partir, desde el 8 de enero, para tomar
posesión de su corona y de sus Estados. José
recibió durante su trayecto una tabaquera, y un post-scriptum.
« Estoy muy contento de mis asuntos aquí; pasé muchos esfuerzos para arreglarlos y para hacer restituir a una docena de bellacos, a cuya cabeza está Ouvrard, quienes engañaron a Barbé-Marbois más o menos como el cardenal de Rohan lo fue en el caso del collar, con la diferencia que se trataba de al menos 90 millones. Yo estaba bien resuelto a mandarlos a fusilar sin proceso. Gracias a Dios, fui reembolsado; eso no dejó de devolverme el buen humor.
Os digo esto para haceros ver cuan bribones son los hombres. Necesitáis saber eso, vos que estáis a la cabeza de un gran ejército y pronto de una gran administración. Las desdichas de Francia siempre han venido de esos miserables. »
« Estoy muy contento de mis asuntos aquí; pasé muchos esfuerzos para arreglarlos y para hacer restituir a una docena de bellacos, a cuya cabeza está Ouvrard, quienes engañaron a Barbé-Marbois más o menos como el cardenal de Rohan lo fue en el caso del collar, con la diferencia que se trataba de al menos 90 millones. Yo estaba bien resuelto a mandarlos a fusilar sin proceso. Gracias a Dios, fui reembolsado; eso no dejó de devolverme el buen humor.
Os digo esto para haceros ver cuan bribones son los hombres. Necesitáis saber eso, vos que estáis a la cabeza de un gran ejército y pronto de una gran administración. Las desdichas de Francia siempre han venido de esos miserables. »
La ruptura es completa entre
el Imperio y las altas finanzas. No quedará, según
la expresión de Fiévée, más que
a estar atento a dos inconvenientes: « el primero,
que los banqueros no se conviertan en mercaderes; el segundo,
que los mercaderes no se conviertan en banqueros... ».
***
*) El proyecto « mexicano
» de Ouvrard consistía de hecho en obtener el
monopolio de la transferencia de las piastras acumuladas en
México, así como el del comercio con el imperio
español de América. Como explica Michel Bruguière,
con esta medida Ouvrard contaba reembolsarse ampliamente las
deudas de Madrid hacia los proveedores de la flota española,
pagar el subsidio debido por España a Francia, y facilitar
las operaciones del tesoro francés, tanto en su servicio
ordinario como en relación con sus proveedores (entre
los cuales, por supuesto, figuraban en primera fila el mismo
Ouvrard y sus asociados). Inglaterra comprendió perfectamente
la amplitud de la amenaza y declaró la guerra a España
desde que Carlos IV hubo tratado con Ouvrard). EG-S.
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