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11 marzo 2019

El arte abstracto y el MOMA son creacion de la CIA

“Un libro puede ser algo tan importante como una batalla”.

La CIA y la guerra fría cultural, de la periodista británica Frances Stonor Saunders  su autora nos ofrece una investigación que duró más de 5 años y que muestra con todo lujo de detalles cómo la CIA “infiltró todos los nichos de la esfera cultural durante los años de la posguerra”.


 Este libro presenta un informe detallado de los medios por los que la CIA se infiltró e influenció en una amplia gama de organizaciones culturales, a través de los grupos que le servían de pantalla y mediante organizaciones "filantrópicas"  como las Fundaciones Ford y Rockefeller.

La autora, Frances Stonor Saunders, detalla cómo y por qué la CIA realizó congresos culturales, montó exposiciones y organizó conciertos.
La CIA también publicó y tradujo a autores conocidos que seguían la línea de Washington, patrocinó el arte abstracto para contrarrestar el arte con algún contenido social y, subvencionó a periódicos, por todo el mundo, que criticaban el marxismo , el comunismo y las ideas políticas revolucionarias y absolvían, o ignoraban, la política imperialista violenta y destructiva de los EE.UU.


  ¿Quién se atreve a desnudar al emperador?

  Un enorme programa secreto de propaganda

La investigadora británica Frances Stonor Saunders en su libro, una obra maestra de investigación histórica, es una magnífica contribución al historial de la posguerra. Saunders habla de un enorme programa secreto de propaganda cultural con el objetivo de apartar a la intelectualidad europea de su prolongada fascinación por el marxismo y el comunismo, a favor de una forma de ver el mundo más de acuerdo con el «concepto americano».

La organización eje de esta campaña encubierta fue el Congreso por la Libertad de la Cultura, montado por el agente de la CIA Michael Josselson, entre 1950 y 1976.

En su momento culminante el Congreso «tuvo oficinas en 35 países, contó con docenas de personas contratadas, publicó artículos en más de veinte revistas de prestigio, organizó exposiciones de arte, contaba con su propio servicio de noticias y de artículos de opinión, organizó conferencias del más alto nivel y recompensó a los músicos y otros artistas con premios y actuaciones públicas».

Con respecto a los destinatarios de esta campaña, sostiene que «tanto si les gustaba como si no, hubo pocos escritores, poetas, artistas, historiadores, científicos y críticos en la Europa de posguerra cuyos nombres no estuvieran, de una u otra manera, vinculados con esta empresa encubierta».

Los planificadores de esta peculiar guerra por el control de las mentes y la cultura, lograron quizá su mayor éxito en la manipulación de una de las corrientes del arte de vanguardia en la posguerra.

En una combinación muy estadounidense de mecenazgo imperial y política anticomunista, promovieron el expresionismo abstracto como un arma muy eficaz en el arsenal de su ambiciosa OTAN artística.


"LA MODERNIDAD" creada por la CIA
PORQUE EXISTE EL MOMA en N.Y.? : 

 La CIA utilizó el arte moderno de EE.UU. - incluyendo las obras de artistas como Jackson Pollock, Robert Motherwell, Willem de Kooning y Mark Rothko.. - como un arma en la Guerra Fría. 

 
la CIA fomentó y promovió la pintura Expresionista Abstracta norteamericana en todo el mundo durante más de 20 años. 

La CIA se infiltro en todas las disciplinas culturales, especialmente la filosofia, la literatura, la musica y la pintura.
 
Para esta ultima necesitaban exportar artistas que no fueran sospechosos de formar parte del establishment puramente yankee, y que estuvieran alejados de la estampa de pais inculto de pueblerinos y devotos del baseball, imagen que ayudaba a difundir el histerismo de McCarthy, la torpeza del Departamento de Estado con su propaganda pueril o la paranoia anticomunista del FBI de Edgar Hoover. 

Se utilizó al pintor Pollock, por ejemplo, como simbolo de referencia de una nueva revolucion que debia situar a EE.UU. en la vanguardia pictorica, El MOMA (MUSEO DE ARTE MODERNO DE N.Y.) iba a ser el vehiculo de la manipulacion. 

Nelson Rockefeller era el principal acreedor de la fundacion para crear el MOMA,(el mismo Rockefeller lo denominaba el "museo de mama", pues se constituyó con parte de sus fondos en 1929, ademas era amigo personal de Allen Dulles - director de la CIA desde 1953 hasta 1961).

La CIA solia interponer fundaciones o utilizaba las existentes para encubrir los fondos gubernamentales, que transferia de forma opaca por medio de donaciones, una forma segura, siempre que se emplearan cantidades creibles.
 
Hubo fondos para multiples exposiciones en el MOMA. Una de ellas por ejemplo en 1952 una oportuna beca anual del ROCKEFELLER BROTHER FUND por 125.000 dolares. 
Otros fondos de la CIA fueron a parar no solo al MOMA, sino tambien a la Bienal de Venecia
 
 
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2020
 

La reciente publicación de un libro llamado 

«ArtCurious: 

Stories of the Unexpected, Slightly Odd, and Strangely Wonderful in Art History»

escrito por Jennifer Dasal, cuenta un episodio siempre difuso pero bien conocido sobre cómo la agencia utilizó exposiciones de arte abstracto para librar esta batalla ideológica contra la URSS. Así, en diversos extractos de este ensayo, que han sido publicados por «Art Net News», recontamos esta historia no oficial de nuevo, una historia que siempre ha circulado entre rumores durante años:

Arte abstracto contra la URSS: 

la refinada estrategia de la CIA para vencer en la batalla ideológica

Un nuevo libro, sin traducción en España, rescata este episodio con las artimañas estadounidenses para «luchar contra el comunismo, barnizar la imagen del país y celebrar el arte»

ABC 24/09/2020
 
Estados Unidos creó la CIA en 1947, que incluía una división destinada a impulsar los mensajes pro estadounidenses durante la Guerra Fría en su batalla por el relato.

«El secreto con el que la CIA persiguió el expresionismo abstracto no solo fue fundamental para engañar con éxito a la Unión Soviética, sino también para mantener en la oscuridad a los artistas asociados», se cuenta inicialmente. 

Y se citan las palabras de un exagente de la CIA, James Jameson, que explica que la mayoria de los artistas abstractos «tenían muy poco respeto por el gobierno en particular y ciertamente ninguno por la CIA», comenta incluso que varios de ellos se identificaban como anarquistas (con especial mención a Bernett Newman, devoto de Kroptkin) por lo que era complicado convencerles para colaborar con la agenda gubernamental.

Pero ¿por qué la CIA financió durante años este expresionismo abstracto? Tenían un objetivo: seducir a las clases no-burguesas, mostrarando la creatividad y dinamismo cultural de la sociedad capitalista en contraste con el tedio de la Unión Soviética

 Y para ello financió numerosas exposiciones en varios países en una estrategia muy sofisticada para revender una imagen de país severamente dañada por el senador McCarthy y su caza de brujas, y así destacar el carácter norteamericano de democracia y libertad de expresión frente al comunismo y la URSS.

Y, cuidado, este desembarco de artistas relativamente rebeldes auspiciados por la CIA, este tour de force expresionista, en absoluto fue bien recibido por unos europeos perdedores y que empezaban a mirar de reojo a mister Marshall, el superhéroe y supervillano made in USA.

«La respuesta de la CIA a estos problemas fue algo conocido como la política de la "correa larga". Esta solución mantuvo a los agentes de la CIA a varios grados de distancia de los artistas y las exposiciones de arte para que no pudieran vincularse a ninguna financiación gubernamental. Para llevar a cabo esta estrategia, solicitaron la participación de fundaciones artísticas, grupos de artistas y, lo que es más importante, museos de arte, solicitando su ayuda en la organización de exposiciones, eventos y colecciones especiales», 

 explica Dasal. Y añade que el museo más involucrado con los planes del Congreso para la Libertad Cultural fue el Museo de Arte Moderno (MoMA) en la ciudad de Nueva York, enfocado a través de la participación de Nelson Rockefeller, un político, filántropo y futuro vicepresidente de los Estados Unidos.

Esta colaboración con Rockefeller fue determinante pues utilizó su posición privilegiada como presidente de la junta de fideicomisarios del MoMA para organizar algunas de las exposiciones más grandes y exitosas de esta división de propaganda psicológica creado por la CIA, y que incluyó la histórica exhibición de 1958-59 «The New American Painting», e incluso asumieron que otros países clamaban por estas «tendencias avanzadas en la pintura estadounidense». Así, bajo los auspicios de la marca MoMA (y no la CIA), «The New American Painting» viajó durante un año consecutivo, visitando prácticamente todas las ciudades importantes de Europa Occidental, incluidas Basilea, Milán, Berlín, Bruselas, París y Londres. Como hemos dicho, las respuestas a esto no fueron forzadamente aprobatorias, pero ahí quedó la semilla.

Dasal explica con un ejemplo este intervencionismo secreto de la agencia estadounidense y su «correa larga». «Después de la inauguración de la exposición en el Musée National d'Art Moderne de París en enero de 1959, una delegación de la Tate asistió a la muestra y quedó encantada con su contenido», pero no podían permitirse pagar la extensión de esta gira a su museo. 

Pero... ¿Qué pasó? «Un millonario estadounidense amante del arte llamado Julius “Junkie” Fleischmann apareció, casi como por arte de magia, y puso los fondos. El espectáculo, felizmente, continuó hasta Londres. ¿Un hada madrina se materializa y financia una gran exposición en un país extranjero simplemente por amor al arte? ¡Qué magnánimo! 

A estas alturas, sin embargo, conocemos la historia real: el dinero proporcionado para viajar al Reino Unido no era en realidad de Fleischmann, sino dinero canalizado a través de él desde una organización llamada Farfield Foundation, otra rama del Congreso para la Libertad Cultural disfrazada de organización benéfica». 

Pero ojo, lo importante también: «La Tate no lo sabía. Los visitantes de la exposición no lo sabían. Y los artistas expuestos ciertamente tampoco lo sabían».

Este capítulo de «ArtCurious: Stories of the Unexpected, Slightly Odd, and Strangely Wonderful in Art History» termina explicando también que el multimillonario benefactor de la TATE mecionado, Julius Fleischmann, al igual que Nelson Rockefeller, «tenía una conexión directa con el MoMA: pues este también era miembro de su junta directiva. Muchos simpatizantes del MoMA parecen haber estado involucrados de manera similar. 

El vínculo entre la CIA y el MoMA nunca fue "oficial", exactamente, y muchos han cuestionado la asociación a lo largo de los años, pero como señaló el escritor Louis Menand no era necesario ningún acuerdo formal entre la agencia y el museo porque estaban todos en la misma línea. ¿Luchar contra el comunismo, barnizar la imagen del país y celebrar el arte? Para la élite cultural del MoMA, y otros en las salas de juntas de toda la ciudad de Nueva York, fue una obviedad».


 
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2007:
Better known as a prolific donor — especially to his cherished Museum of Modern Art — David Rockefeller has decided to throw his hat into the auction arena, selling a seminal painting by Mark Rothko for what the auction house hopes will be more than $40 million.


Sotheby's
A detail from "White Center," a 1950 painting by Mark Rothko which is up for auction.

With prices for Abstract Expressionist works hitting new highs, Mr. Rockefeller has consigned “White Center (Yellow, Pink and Lavender on Rose),” a 1950 canvas, to Sotheby’s for its May 15 sale of contemporary art. Sotheby’s $40 million estimate is nearly twice the previous auction record for a Rothko painting — $22.4 million, set at Christie’s in 2005 — and is clearly a gamble that the Rockefeller name will make the painting more valuable.

 2015: Otro artista actual en la nomina de la CIA:

Ai Weiwei’s art should have a clear, direct purpose: agitating the Chinese people and protesting against the Chinese Government.
But, after visiting Ai’s show “According to What?” at the Brooklyn Museum, I had to ask: what exactly is Ai trying to tell the Western world?

It’s clear that the show functions as American propaganda.
American anxiety about Chinese national success grows daily: According to What? shows us the superiority of Western ideology. The art show gives us a curated look at a catastrophically dystopian China. Despite economic/political turmoil in the US, we are told, at least we don’t live in China.
 

Ai, like Tom Cruise in The Last Samurai, is a protagonist carefully constructed to appeal to a Western audience. He is the exile, the misfit who brings freedom and individualism to a land of oppression. We can view Ai as an archetypical Cold War dissident, a rare beacon of light spreading the word of Western ideology.


And Ai himself is committed to the Western art-world’s deified institutions. His blend of minimalism, conceptualism and performative work deliberately caters to a fine art sensibility — a desirable and accessible social currency.

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Como consecuencia de la persecución nazi en Europa, buena parte de los creadores de vanguardia se refugiaron en Estados Unidos y, para su sorpresa, descubrieron un rechazo profundo a sus innovaciones.

El ejemplo más pintoresco de esta repulsa lo proveyó un legislador republicano por Misuri, George Dondero, quien sostuvo que el arte moderno formaba parte de una conspiración mundial «comunistoide» para debilitar la moral estadounidense:

El cubismo pretende destruir mediante el desorden calculado.
El futurismo, mediante el mito de la máquina...
El expresionismo pretende destruir, remedando lo primitivo y lo psicótico.
El arte abstracto pretende destruir por medio de la confusión de la mente...
El surrealismo pretende destruir por negación de la razón».

Era natural que los planificadores de la élite política y cultural, que estaban armando una estrategia mundial contrarrevolucionaria, no compartieran tales dislates y mostraran una mayor sensibilidad y apertura cosmopolita, que la que se desprendía de la mentalidad predominante en el Medio Oeste agrícola y granjero.  

Comprendieron rápidamente que para construir el liderazgo mundial que era su meta, a las dimensiones económica y política deberían agregarle otra dimensión, la artístico-cultural.

Fue entonces cuando emprendieron la promoción internacional del expresionismo abstracto, corriente pictórica que ofrecía la doble ventaja de ser -según su apologistas- auténticamente estadounidense y oponerse frontalmente al realismo socialista de manufactura estalinista.
 
Si los Estados Unidos y, en particular la ciudad de Nueva York, se estaban convirtiendo en el centro político y económico del mundo «occidental», solo restaba que tuviese su correlativo liderazgo cultural y una expresión artística adecuada a su inédita función dirigente global.

Se trataba de proclamar no sólo la ruptura e independencia con respecto al arte europeo, sino además la creatividad específica de Estados Unidos, libre, abierta, vanguardista, totalmente opuesta y superadora del academicismo rígido del realismo soviético. Vintage Hollywood
En la relectura final, que apoyó el presidente Dwight Eisenhower en los años cincuenta, el expresionismo abstracto resultó ser manifestación del espíritu de la «libre empresa», que habría hecho grande a Estados Unidos.

En esta ambiciosa contraofensiva cultural no faltó el entusiasta apoyo del Congreso por la Libertad de la Cultura; de las publicaciones masivas del emporio Time-Life;
de los grandes museos neoyorquinos encabezados por el de Arte Moderno, el famoso MoMA, regenteado entre otros magnates por Nelson Rockefeller y, finalmente, el financiamiento de dicha campaña por la larga e interesada generosidad de las fundaciones de la élite, y otras que servían de pantalla a los aportes clandestinos de la CIA.

Allí aparecen nombres célebres que «recién se enteraron» de la presencia de la CIA cuando el New York Times lo denunció públicamente en 1966.

Entre otros Saunders recorre los pasos sinuosos de...

Isaiah Berlin,
Freddie Ayer,
André Malraux,
Nicolás Nabokov (primo del autor de Lolita),
André Gide,
Jacques Maritain,
T.S. Elliot,
Benedetto Croce,
Arthur Koestler,
Raymond Aron,
Salvador de Madariaga y
Karl Jaspers....

Al adherir en sus manifiestos anticomunistas de manera «ingenua» o abierta a las direcciones ideológicas de los agentes de la CIA Michael Josselson, Tom Braden, John Hunt o Melvin Lasky estos intelectuales se ganaban automáticamente un pasaporte oficial de la cultura.

También obtenían viajes en cruceros, estadías en hoteles cinco estrellas de Europa y Nueva York donde se codeaban con el jet set y los atendía una legión de sirvientes. Ninguno de ellos se preguntaba, afirma Stonor Saunders, quién pagaba todo ese lujo ni de dónde salía el dinero.

Y si alguien preguntaba había una respuesta preparada: fundaciones «filantrópicas y humanitarias»:

Ford, Farfield, Kaplan, Rockefeller o Carnegie, auténticas «tapaderas» de la CIA
Comprendieron rápidamente que para construir el liderazgo mundial que era su meta, a las dimensiones económica y política deberían agregarle otra dimensión, la artístico-cultural.



que el crítico uruguayo Ángel Rama -quien residió durante años en Venezuela- denominó «fachadas culturales».

Pero este audaz operativo político-cultural no dejó de enfrentar críticas y resistencias. En primer lugar del propio público Estadounidense.

Donde no era un solitario francotirador, era altamente representativo del gusto y los prejuicios mayoritarios. «Para favorecer la libertad de expresión -confesará más tarde Tom Braden, alto funcionario de la CIA- teníamos que hacer todo en secreto».

O dicho de otra forma, según Frances Stonor Saunders:

«De nuevo nos encontramos con esa sublime paradoja de la estrategia americana en la guerra fría cultural: para promover la aceptación del arte producido en [y cacareado como expresión de la] democracia habría que evitar el escollo del propio proceso democrático».

Una segunda fuente de sospechas y críticas surgió en el propio frente cultual interno, y también en Europa. En 1952, la revista comunista estadounidense Masses and Mainstream disparó una andanada sobre el arte abstracto y su catedral, el Museo de Arte Moderno neoyorquino, cuyo título «Dólares, garabatos y muerte», resultó inquietantemente profético.

En los años más álgidos de la Guerra Fría se desencadenó sobre Europa un verdadero Plan Marshall en el campo artístico.

En estrecha colaboración con la CIA, el MoMA y la Fundación Rockefeller organizaron el desembarco triunfal de expresionismo abstracto en las ciudades principales del viejo continente.

«Parte de la prensa francesa se dio cuenta de la maniobra política tras la exposición -afirma Saunders- y se hizo maliciosa referencia a que el Musée d’Art Modern era un nuevo enclave del “territorio de Estados Unidos”, y a los pintores participantes en la muestra se los denominó “Los doce apóstoles de monsieur Foster Dulles”».

También en los medios artísticos estadounidenses llovieron las impugnaciones sobre los expresionistas, que transitaron de la disidencia de izquierda a ser ungidos y utilizados por la élite imperialista.
Esta historia tuvo un colofón trágico para ellos: presionados por los dilemas de conciencia y por las acusaciones de haber cedido a la codicia y la ambición, escaparan de la vida y sus contradicciones mediante el alcoholismo, el suicidio o los accidentes de tráfico. Triste final para la primera generación de auténticos creadores que produjo el arte estadounidense.

¿Cómo pudo acceder la investigadora a la muy abundante documentación original que le permitió escribir un libro de más de 600 páginas? Al principio pensó en aprovechar las facilidades que otorga la Ley de Libertad de Información de los Estados Unidos, que ha permitido recientemente realizar estudios valiosos sobre el FBI, «pero conseguir información de la CIA es harina de otro costal», y abundando, prosigue:
«Aún espero la respuesta a mi primera solicitud de 1992. De otra petición posterior recibí el acuse de recibo, aunque se me advirtió que el costo total para suministrarme los documentos que solicitaba estaría en torno a los 30.000 dólares».

En compensación, aprovechó la gran riqueza de los archivos privados y entrevistó a una serie de estratégicos actores de la guerra fría cultural. El Estado de EE.UU. asociaba por aquellos años a personas y organizaciones del sector privado, que, de hecho, se convertían en cuasioficiales, gubernamentales; un resultado paradójico de esta división de competencias ha sido facilitar el acceso a la documentación que permite indagar las mencionadas operaciones, incluso en el caso de las clandestinas o encubiertas.

Y quizá también haya llegado el momento de investigar esta dimensión de la dominación imperial en América Latina. Algunas cosas se saben, otras se sospechan y seguramente cuando se encare esta tarea, las sorpresas pueden resultar aún más numerosas e iluminadoras.

Aunque en este libro el lector latinoamericano notará la ausencia de un capítulo sobre la región, hubo quienes investigaron el tema local. Un excelente complemento de esta investigación es el libro Mundo Nuevo. Cultura y Guerra fría en la década del 60 de María Eugenia Mudrovcic, actual profesora de la Universidad de Michigan.

Mudrovcic analizó cómo la CIA y la Fundación Ford impulsaron y financiaron al mundo literario latinoamericano de los años 60. Contrapuso la revista Mundo Nuevo, dirigida por Emir Rodríguez Monegal con la cubana Casa de las Américas, a cargo de Roberto Fernández Retamar. «En París se habla en todas partes de las últimas revelaciones referentes a los fondos de la CIA, que sin duda conoces, y que no hacen más que confirmar lo que todos sabíamos», escribió Julio Cortázar a Retamar el 17 de febrero de 1967 aludiendo a Rodríguez Monegal.

La CIA decía promover la libertad de expresión. Para ello reclutaron nazis, manipularon elecciones democráticas, proporcionaron LSD a personas inocentes, abrieron el correo de miles de ciudadanos americanos, derrocaron gobiernos, apoyaron dictaduras, tramaron asesinatos y compraron conciencias. ¿En nombre de qué? No de la virtud cívica, sino del imperio.

Así finaliza sus más de 600 páginas Stonor Saunders.

Lo más inquietante de esta rigurosísima investigación reside en que no relata algo ya fenecido, perteneciente a un pasado de juego sucio y siniestro pero definitivamente clausurado.
No.
¡La fascinante historia relatada tiene final abierto! La «defensa de la libertad» continúa.
La compañía sigue operando.


Carlos M. Tur Donatti


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Para servir estas políticas, la CIA pudo reclutar a algunos de los exponentes occidentales más estentóreos de la libertad intelectual, llegando hasta a tener a algunos intelectuales directamente en la nómina de la CIA.

Muchos intelectuales se involucraron conscientemente en los "proyectos" de la CIA , y otros entraban y salían de su órbita, pretendiendo ignorar la conexión con la CIA después de que sus patrocinadores d e la CIA fueron desenmascarados a fines de los años 60 y de la guerra de Vietnam, después de que la marea política derivara hacia la izquierda.

Las publicacion es anticomunistas estadounidenses y europeas que recibían fondos directa o indirectamente incluían a
Partisan Review,
Kenyon Review,
New Leader,
Encounter
y muchas otras.

Entre los intelectual es que fueron financiados y ascendidos por la CIA se encontraban
Irving Kristol,
Melvian Lasky,
Isaiah Berlin,
Stephen Spender,
Sydney Hook,
Daniel Bell ,
Dwight MacDonald,
Robert Lowell,
Hannah Arendt,
Mary McCarthy,
y muchos otros .................

en los Estados Unidos y Europa. En Europa , la CIA estuvo particularmente interesada en la "Izquierda Democrática" y la promovía así como a ex izquierdistas, comprendiendo a
Ignacio Silone,
Stephen Spender,
Arthur Koestler,
Raymon dArond,
Anthony Crosland ,
Michael Josselson y
George Orwell.

La CIA jugó un papel decisivo en la financiación del Congreso por la Libertad de la Cultura, una especie de OTAN cultural que agrupó a toda clase de izquierdistas y derechistas "antiestalinistas".

Tenían plena libertad par a defender los valores culturales y políticos occidental es, atacar al "totalitarismo estalinista " y andaban con mucho cuidado cuando se trataba del racismo o el imperialismo de los EE .UU.
Ocasionalmente, los periódicos subvencionados por la CIA publicaban una opinión marginalmente crítica de la cultura de masas estadounidense

Lo que fue particularmente extraño respecto a esta colección de intelectuales financiados por la CIA fue no sólo su parcialidad política, sino su pretensión de que era n desinteresados busc adores de la verdad, humanistas iconoclastas , intelectual es libre pensadores o creadores del arte por el arte, que se interponían contra los corruptos "escritorzuelos comprometidos" amansados por el aparato estalinista.

Es imposible creer sus aseveraciones de ignorancia de los lazos con la CIA.
¿Cómo podían ignorar la ausencia en las publicaciones de toda crítica básica a los numerosos linchamientos en todo el sur d e los Estados Unidos durante todo ese período?

¿Cómo podían ignorar la ausencia, durante sus congresos culturales, de críticas contra la intervención imperialista de los Estados Unidos en Guatemala, Irán, Grecia y Corea que produjeron millones de muertes?

¿ Cómo podían ignorar las burdas excusas en las publicacion es en las que escribían por todo crimen imperialista en su época?

Todos Fueron soldados: algunos charlatanes, vitriólicos, groseros y polémicos, como Hook y Lasky; otros elegantes ensayistas como Stephen Spender o informadores farisaicos como George Orwell.
Saunders retrata a la elite de distinguidos universitarios WASP ( White Anglo Saxon Protestant [pers o na de la clase privilegiada de los EE.UU., blanca , anglosajona y protestante , N.d. T . ]) de la CIA que movía los hilos y a los vitriólicos ex izquierdistas judíos que increpaban a los disidentes izquierdistas.

Cuando la verdad salió a la luz a fines de los años 60 y los "intelectuales" de Nueva York , París y Londres fingieron su indignación por haber sido utilizados, la CIA contraatacó.

De acuerdo con Braden, la CIA financió a su “burbuja literaria,” como el partidario de la línea dura de la CIA Cord Meyer llamaba a los ejercicios intelectuales antiestalinistas de Hook, Kristol, y Lasky. Refiriéndose a las publicaciones más prestigiosas y mejor conocidas de la supuesta “Izquierda Democrática” (Encounter, New Leader, Partisan Review), Braden escribió que el dinero que recibían provenía de la CIA y que “un agente se convirtió en director de Encounter” (398.) Al llegar el año 1953, dice Braden, “estábamos operando o influenciando en organizaciones internacionales en todos los terrenos” (398.)

El libro de Saunders suministra información útil sobre varios aspectos importantes respecto a los métodos utilizados por los agentes intelectuales de la CIA para defender los intereses imperialistas en los frentes culturales. También inicia una importante discusión de las consecuencias a largo plazo de las posiciones ideológicas y artísticas defendidas por los intelectuales de la CIA.

Saunder refuta las afirmaciones (hechas por Hook, Kristol y Lasky) de que la CIA y sus fundaciones amigas daban ayuda sin condiciones. Demuestra que “se esperaba que los individuos y las instituciones subvencionadas por la CIA actuaran como parte… de una guerra de propaganda.” La propaganda más efectiva era definida por la CIA como aquella en la que “el sujeto se mueve en la dirección que uno desea por razones que cree son propias.”
Aunque la CIA permitía que sus activos en la “Izquierda Democrática” chacharearan de vez en cuando sobre la reforma social, lo que les interesaba en primer lugar, financiaban más generosamente y fomentaban con la mayor prominencia era la polémica “antiestalinista” y las diatribas literarias contra los marxistas occidentales y los escritores y artistas soviéticos.

Braden llama esto la “convergencia” entre la CIA y la “Izquierda Democrática” europea en la lucha contra el comunismo. La colaboración entre la “Izquierda Democrática” y la CIA incluía el rompimiento de huelgas en Francia, la delación de estalinistas (Orwell y Hook) y campañas encubiertas de calumnias para impedir que artistas izquierdas recibieran reconocimiento (incluyendo la propuesta de otorgar el Premio Nobel a Pablo Neruda en 1964 [351.)

La CIA, como el brazo del gobierno de los EE.UU. más preocupado por pelear la Guerra Fría cultural, se concentró en Europa en el período inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. Habiendo sufrido casi dos décadas de guerra capitalista, depresión y ocupación de posguerra, la inmensa mayoría de los intelectuales y sindicalistas europeos eran anticapitalistas y especialmente críticos con pretensiones hegemónicas de los Estados Unidos.

Para contrarrestar el atractivo del comunismo y el crecimiento de los partidos comunistas europeos (especialmente en Francia e Italia), la CIA elaboró un programa a dos niveles. Por un lado, como señala Saunders, se promocionaba a ciertos autores europeos como parte de un explícito "programa anticomunista." Los criterios de los comisarios culturales de la CIA para decidir sobre los "textos adecuados" incluían "toda crítica a política exterior soviética y al comunismo como forma de gobierno que consideremos objetiva (sic), convincentemente escrita y oportuna." La CIA tenía sumo interés en publicar a excomunistas desilusionados como Silone, Koestler y Gide.

La CIA promocionaba escritores anticomunistas financiando fastuosas conferencias en París, Berlín y Bellagio (con vistas al Lago Como), donde científicos sociales y filósofos objetivos como Isaiah Berlin, Daniel Bell y Czeslow Milosz predicaban sus valores (y las virtudes de la libertad y la independencia intelectual occidentales, con los parámetros anticomunistas y pro-Washington definidos por sus benefactores de la CIA)-

Ninguno de estos prestigiosos intelectuales se atrevió a presentar alguna duda o pregunta sobre el apoyo estadounidense a las matanzas masivas en la Indochina colonial y Argelia, la caza de brujas de intelectuales estadounidenses o los linchamientos paramilitares (Ku Klux Klan) en el sur de los Estados Unidos.

Preocupaciones tan banales significarían "hacer el juego de los comunistas," de acuerdo con Sydney Hook, Melvin Lasky y la gente de Partisan Review, que buscaban ansiosamente fondos para su operación literaria prácticamente en quiebra. Muchos de los supuestamente prestigiosos periódicos literarios y políticos anticomunistas hubieran desaparecido rápidamente si no fuera por los subsidios de la CIA que compraba miles de copias para luego distribuirlos gratuitamente.

La segunda pista cultural en la cual operaba la CIA era mucho más sutil. Promocionaba orquestas sinfónicas, exposiciones de arte, ballet, grupos de teatro y conocidos intérpretes de jazz y ópera con el objetivo explícito de neutralizar el sentimiento antiimperialista en Europa y generar el aprecio por la cultura y el gobierno de los EE.UU.

La idea detrás de esta política era exhibir la cultura de los EE.UU., para conquistar la hegemonía cultural y así apuntalar su imperio económico-militar. A la CIA le gustaba especialmente enviar artistas de color a Europa –sobre todo cantantes (como Marion Anderson), escritores, y músicos (como Louis Armstrong)- para neutralizar la hostilidad europea hacia las políticas interiores racistas de Washington. Si no se circunscribían al guión artístico estadounidense y se aventuraban a hacer críticas explícitas, se les borraba de la lista, como sucedió con el escritor Richard Wright.

El grado del control político de la CIA sobre la agenda intelectual de estas actividades artísticas aparentemente apolíticas fue demostrado claramente por la reacción de los editores de Encounter (Lasky y Kristol, entre otros) frente a un artículo publicado por Dwight MacDonald. MacDonald, un intelectual anarquista inconformista, fue durante mucho tiempo colaborador del Congreso por la Libertad de la Cultura dirigido por la CIA y Encounter.

En 1958 escribió un artículo para Encounter con el título de "América América," en el que expresó su repugnancia frente a la cultura de masas estadounidense, su materialismo vulgar y su falta de civismo. Fue un rechazo de los valores estadounidenses que constituían el principal material de propaganda en la guerra cultural de la CIA y de Encounter contra el comunismo.

El ataque de MacDonald contra "el decadente imperio estadounidense" fue demasiado para la CIA y sus agentes intelectuales en Encounter. Como indicara Braden, en sus pautas para los intelectuales, "que no debiera exigirse a las organizaciones que perciben fondos de la CIA que deban apoyar todos los aspectos de la política de los EE.UU." pero invariablemente había un límite – sobre todo cuando se trataba de la política exterior de los EE.UU. (314.) A pesar de que MacDonald era un antiguo responsable de Encounter, el artículo fue rechazado.

Las pretensiones santurronas de escritores de la Guerra Fría como Nicola Chiaromonte, que escribió en la segunda edición de Encounter, que "el deber que ningún intelectual puede evadir sin degradarse es denunciar las ficciones y negarse a llamar "verdades," a las "mentiras útiles," no se aplicaban por cierto a Encounter y a su distinguida lista de colaboradores cuando era cosa de mencionar las "mentiras útiles" del Occidente.

Una de las discusiones más importantes y fascinantes del libro de Saunders es sobre el hecho de que la CIA y sus aliados en el Museo de Arte Moderno (MOMA – [sigla en inglés, N.d.T.]) invirtieron vastas sumas de dinero en la promoción de la pintura abstracta expresionista (PAE) y los pintores correspondientes como un antídoto contra el arte con un contenido social. Al fomentar la PAE, la CIA rechazó a los derechistas del Congreso (de los EE.UU., N.d.T.) Lo que la CIA veía en la pintura abstracta expresionista era una “ideología anticomunista, la ideología de la libertad, de la libre empresa.

Al ser no-figurativa y políticamente silenciosa era la verdadera antítesis del realismo socialista” (254.) Veían la PAE como la verdadera expresión de la voluntad nacional.

Para soslayar las críticas de derecha, la CIA se tornó hacia el sector privado (especialmente el MOMA y su co-fundador Nelson Rockefeller, quien se refirió a la PAE como “la pintura de la libre empresa”.) Muchos directores del MOMA tuvieron lazos que venían de largo con la CIA y estaban más que dispuestos a ayudar a promover a la PAE como un arma en la Guerra Fría cultural. Exposiciones fuertemente subvencionadas de PAE fueron organizadas por toda Europa, se movilizó a los críticos de arte, y las revistas de arte produjeron como salchichas artículos plenos de elogios muníficos. Los recursos económicos combinados del MOMA y de la Fundación Fairfield dirigida por la CIA aseguraron la colaboración de las galerías más prestigiosas de Europa las que, por su parte, pudieron influenciar la estética en toda Europa.

La PAE como ideología del “arte libre” (George Kennan, 272) fue utilizada para atacar a los artistas políticamente comprometidos en Europa. El Congreso por la Libertad de la Cultura, (el frente de la CIA) puso todo su peso detrás de la pintura abstracta contra la estética figurativa o realista, en un acto político explícito. Comentando el papel político de la PAE, Saunders señala: “Una de las características extraordinarias del papel que la pintura estadounidense jugó en la Guerra Fría cultural no es el hecho de que se hizo parte de la empresa, sino que un movimiento que se declaraba tan deliberadamente como apolítico, se haya hecho tan intensamente politizado” (275.)
La CIA asoció a artistas y al arte apolítico con la libertad.

Esto estaba orientado hacia la neutralización de los artistas de la izquierda europea. La ironía, desde luego, era que la apariencia apolítica existía sólo para el consumo por la izquierda.
De todas maneras, la CIA y sus organizaciones culturales pudieron modelar profundamente el escenario del arte de la posguerra. Muchos prestigiosos escritores, poetas, artistas y músicos proclamaron su independencia de la política y declararon su creencia en el arte por el arte. El dogma del artista o del intelectual libre, como alguien desconectado del compromiso político, ganó en ascendencia y domina hasta nuestros días.

Aunque Saunders ha presentado un cuadro magníficamente detallado de los lazos entre la CIA y los intelectuales y artistas occidentales, deja sin explorar las razones estructurales para la necesidad que tuvo la CIA de imponer el engaño y el control sobre la disidencia. Su discusión se centra en su mayor parte en el contexto de la competencia política y el conflicto con el comunismo soviético. No hay un intento serio de ubicar la Guerra Fría cultural de la CIA en el contexto de la lucha de clases, de las revoluciones indígenas del tercer mundo y de los desafíos marxistas independientes contra la dominación económica imperialista de los EE.UU.

Esto lleva a Saunders a elogiar selectivamente a algunas empresas de la CIA a costa de otras, a algunos agentes sobre otros. En lugar de ver la guerra cultural de la CIA como parte de un sistema imperialista, Saunders tiende a criticar su naturaleza engañosa y claramente reactiva. La conquista cultural de Europa del Este y de la antigua URSS por los EE.UU. y la OTAN debiera disipar rápidamente cualquier noción de que la guerra cultural haya sido una acción defensiva.

Los orígenes mismos de la Guerra Fría cultural están arraigados en la lucha de clases. Desde el comienzo, la CIA y sus agentes de la AFL-CIO (Federación Americana del Trabajo-Congreso de Organizaciones Industriales, N.d.T.) de los EE.UU. Irving Brown y Jay Lovestone (excomunistas) gastaron millones de dólares en la subversión de sindicatos militantes y en el rompimiento de huelgas a través del financiamiento de sindicatos socialdemócratas (94). El Congreso por la Libertad de la Cultura y sus intelectuales progresistas estaban financiados por los mismos agentes de la CIA que contrataron a los gángsteres de Marsella para romper la huelga de los estibadores en 1948.

Después de la Segunda Guerra Mundial, con el descrédito en Europa Occidental de la antigua derecha (comprometida por sus relaciones con los fascistas y un sistema capitalista débil), la CIA comprendió que, para demoler a los sindicatos y a los intelectuales opuestos a la OTAN, debía encontrar (o inventar) una Izquierda Democrática para entablar combate en la guerra ideológica. Se estableció un sector especial de la CIA para esquivar las objeciones de los parlamentarios de derecha.

La Izquierda Democrática fue utilizada esencialmente para combatir a la izquierda radical y para dar un brillo ideológico a la hegemonía estadounidense en Europa. En ningún momento se permitió que los pugilistas ideológicos de la izquierda democrática forjaran las políticas y los intereses estratégicos de los Estados Unidos. Su papel no era hacer preguntas o presentar exigencias, sino que servir al Imperio en nombre de “los valores democráticos occidentales.”

Sólo cuando en los EE.UU. y en Europa apareció una oposición masiva a la Guerra de Vietnam, y quedaron al descubierto las coberturas de la CIA, muchos de los intelectuales promocionados y financiados por la CIA desertaron y comenzaron a criticar la política externa de los EE.UU. Por ejemplo, después de pasar la mayor parte de su carrera en la nómina de la CIA, Stephen Spender se convirtió en un crítico de la política de Vietnam de los EE.UU., como lo hicieron algunos de los colaboradores de Partisan Review. Todos alegaron ser inocentes, pero pocos críticos creyeron que un romance tan largo y tan profundo, con tantas publicaciones y tantos viajecitos pagados a congresos, podría transcurrir sin que se enteraran de algo.

La participación de la CIA en la vida cultural de los Estados Unidos, Europa y otras regiones ha tenido consecuencias importantes a largo plazo. Muchos intelectuales fueron recompensados con prestigio, reconocimiento público y fondos de investigación, precisamente por operar dentro de las anteojeras ideológicas fijadas por la Agencia.

Algunos de los nombres más importantes en la filosofía, la ética política, la sociología y el arte, que se hicieron conocidos en las conferencias y las publicaciones financiadas por la CIA, continuaron estableciendo las normas y los estándares para la promoción de la nueva generación, basándose en los parámetros establecidos por la CIA. No fue el mérito ni la capacidad, sino la política –la línea de Washington- lo que definió la “verdad” y la “excelencia” y las cátedras futuras en prestigiosos establecimientos académicos, fundaciones y museos.

Las eyaculaciones retóricas antiestalinistas de los EE.UU. y de la Izquierda Democrática europea y sus proclamaciones de fe en los valores democráticos y la libertad, fueron una cobertura ideológica útil para los abyectos crímenes del Occidente. Una vez más, en la reciente guerra de la OTAN contra Yugoslavia, muchos intelectuales de la Izquierda Democrática se han alineado con el Occidente y el ELK (KLA – sigla en inglés, Ejército de Liberación de Kosovo, N.d.T.) en su sangrienta purga de decenas de miles de serbios y el asesinato de numerosos civiles inocentes. Si el antiestalinismo fue el opio de la Izquierda Democrática durante la Guerra Fría, el intervencionismo por los derechos humanos tiene el mismo efecto narcotizante en la actualidad, y engaña a los izquierdistas democráticos contemporáneos.


"El sistema capitalista es una organización delictiva legalizada", en la que sus instituciones, sus sistemás políticos y jurídicos, su cultura, sus reglas morales, sus credos religiosos, su arte, su arquitectura, sus ciudades, sus universidades, sus construcciones filosóficas, fueron EDIFICADAS A PARTIR DEL ROBO Y LA ESCLAVIZACIÓN DE SERES HUMANOS.

El sistema dominante ya no necesita colonizar militarmente (aunque también lo hace).

El dominador esta con forma de "VALORES PROPIOS" en la cabeza del propio dominado.

Manuel Freitas

Las campañas culturales de la CIA crearon el prototipo para los intelectuales, académicos y artistas aparentemente apolíticos de la actualidad, divorciados de las luchas populares y cuyo valor aumenta proporcionalmente en relación con la distancia que mantienen de las clases trabajadoras y con su proximidad a las prestigiosas fundaciones. El rol patrón de la CIA del profesional de éxito es el del guardián ideológico, excluyendo a los intelectuales críticos que escriben sobre la lucha de clases, la explotación clasista y el imperialismo estadounidense declamando que se trata de categorías “ideológicas,” no “objetivas.”

La singular, duradera y dañina influencia de la gente del Congreso por la Libertad de la Cultura de la CIA no fue su defensa específica de las políticas imperialistas de los EE.UU., sino su éxito en la imposición a generaciones sucesivas de intelectuales de la idea de que se excluya cualquier discusión prolongada del imperialismo de los EE.UU. de los medios culturales y políticos influyentes. El problema no es que los intelectuales o artistas de la actualidad puedan o no tomar una posición progresista sobre uno u otro tema.

El problema es la creencia dominante entre los escritores y artistas de que las expresiones sociales y políticas antiimperialistas no debieran aparecer en su música, sus pinturas y en escritos serios, si quieren que su trabajo sea considerado de mérito artístico sustancial. La victoria política perdurable de la CIA fue que convenció a los intelectuales de que el compromiso político serio y duradero es incompatible con la seriedad del arte y la erudición. En la actualidad los valores de la Guerra Fría de la CIA son visibles y dominantes en la ópera, el teatro y las galerías de arte, así como en las reuniones profesionales de académicos:

El libro nos sitúa en la época de la posguerra, cuando el mundo comprobó cómo el final de la Segunda Guerra Mundial no supuso la llegada de la paz, sino el comienzo de un nuevo conflicto en el que la Unión Soviética dejó de ser el aliado contra los nazis para convertirse en el enemigo a combatir. Este radical cambio de relaciones con el régimen de Stalin situó a potencias como Gran Bretaña en serios aprietos ya que habían dedicado un gran esfuerzo de propaganda política para ensalzar la figura Stalin y ahora tenían que desmontar las mentiras construidas alrededor de su régimen y en la que habían colaborado muchos intelectuales y escritores británicos que ahora iban a ser reclutados con el objetivo contrario.

Y es que esta obra nos acerca a una guerra diferente, una batalla por la conquista de las mentes humanas en la que los bandos contendientes acumularon un arsenal de armas culturales: “periódicos, libros, conferencias, seminarios, exposiciones conciertos, premios”.

Con la supuesta libertad de expresión como bandera, Washington dejo en manos de la CIA la financiación y creación de unprograma secreto de propaganda cultural en Europa occidental”
Su objetivo era “apartar sutilmente a la intelectualidad de Europa occidental de su prolongada fascinación por el marxismo y el comunismo, a favor de una forma de ver el mundo más de acuerdo con el concepto americano".

Este programa tuvo como acto central el Congreso por la Libertad Cultural, organizado entre 1950 y 1967 y que extendió sus tentáculos de tal forma que llegó a tener presencia en 35 países y “contó con docenas de personas contratadas, organizó exposiciones de arte, contaba con su propio servicio de noticias y de artículos de opinión, organizó conferencias internacionales del más alto nivel y recompensó a los músicos y a otros artistas con premios y actuaciones públicas”.

La lista de intelectuales implicados es extensa:
T. S. Eliot, Thomas Mann, Nicolas Nabokov, Arthur Miller, Bertrand Russell, etc....
Destacan los capítulos dedicados a Hollywood o el que se centra en el papel jugado por la Agencia en el mundo de la pintura con el auge del expresionismo abstracto.

El libro nos ofrece todo tipo de datos sobre episodios que parecen sacados de una novela de espías y que demuestran que muchos de los artistas más relevantes de la segunda mitad del siglo XX estuvieron implicados, consciente o inconscientemente, en esta operación de limpieza del servicio secreto americano”.

Esta obra nos permite hacer un peculiar recorrido por esta época crucial de la historia del mundo, sumergiéndonos en las cloacas, con un tono muy crítico que nos invita a reflexionar sobre los métodos utilizados y cuestiona la recurrente frase de que “el fin justifica los medios” como carta blanca para todo tipo de actuaciones ilegales.



La película Los Diez Mandamientos fue una Operación Psicológica para justificar la toma del Canal de Suez (1956, Guerra del Sinaí)  En el año en que se estrenó (1956) ninguna película había costado tanto dinero. Ninguna película se había estrenado comercialmente con tanta duración (3 horas 33 minutos). Si alguien no me lo corrige, en ese año ninguna otra película había mostrado unos efectos especiales tan espectaculares como las apariciones de “dios” y los milagros de Moisés, sobre todo, su majestuosa partición de las aguas para dejar pasar a los judíos a través de la península del Sinaí… y ahogar a los egipcios.

Si estamos de acuerdo en que, 50 años después, esta película sigue asombrando y cautivando emocionalmente por la majestuosidad de la historia (y los grandes medios técnicos empleados), tratad de poneros en la piel de vuestros abuelos en el año 1956. Llevamos apenas 20 años de la historia del cine, el embrujo en la penumbra de la sala es casi total, la gente no tiene ni pajolera idea de lo que son los “efectos especiales”.

“Charlton Heston/Moisés ha hecho magia:
los judíos se han liberado de la opresión del Faraón Egipcio”.

Y no hace falta que os recuerde la conexión de Moisés con la cultura cristiana, ¿verdad? Si véis este peliculón que os ofrezco este domingo, comprobaréis que su vida y la de Jesús tienen muchíiisimas cosas en común… al igual que otros héroes judíos, como Supermán y Tarzán. (Son abandonados siendo bebés y tienen superpoderes).

Bien: ¿todos tenemos claro que la película “Los Diez Mandamientos” es una obra maestra de la identificación emocional con el pueblo judío?

OK, bueno, pues ahora os voy a contar en qué fecha fue estrenada esta HISTÓRICA (en el doble sentido de la palabra) película.

5 DE OCTUBRE DE 1956.
¿Qué pasó por esas fechas?
Exactamente el 29 de octubre de 1956, el recién creado estado de Israel, junto con Francia y Reino Unido, atacaron a Egipto en la península de Sinaí, con el objetivo de evitar que el dirigente nacionalista Nasser (”El Farón egipcio”) nacionalizara el Canal de Suez, que divide/une las aguas de el Mar Mediterráneo y el Mar Rojo.

A través de Los Diez Mandamientos, los sionistas prepararon emocionalmente a la Opinión Pública para la aprobación de esta agresión. En sus mentes, Moisés/Israel estaba ayudando a escapar al pueblo de Israel (que incluye subliminalmente a los cristianos) de las garras del maléfico Faraón.
¿Comprendéis ahora por qué esta película es una Obra Maestra en todos los sentidos? (Hay mucho más, obviamente, sobre todo en la segunda parte, cuando los judíos huyen de Egipto).

http://www.rafapal.com/?p=20861

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novela y pelicula : LOS GIRASOLES

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Por Marcos Ordóñez:


JOSEP PLA
 


Josep Pla en Londres
La primera noticia que tuve de la relación entre la CIA y el expresionismo abstracto fue, si no recuerdo mal, hará unos diez años, cuando la historiadora Frances Stonor Saunders publicó Who Paid the Piper? CIA and the Cold War, también conocido como The Cultural Cold War - The CIA and the World of Arts and Letters, que apareció en 1999 (aquí fue editado por

Debate dos años más tarde: La CIA y la guerra fría cultural) y donde se detallaba, entre otros asuntos, la financiación y promoción de la obra de Pollock, Rothko, Motherwell, etc, entre 1950 y 1967 a través del Congress for Cultural Freedom y las grandes exposiciones del "New American Painting", como Masterpieces of the Twentieth Century (1952) y Modern Art in the United States (1955) en varias capitales europeas.

Donald Jameson, ex-funcionario de la agencia, fue el primero en admitir esa intención del gobierno americano, pese a la oposición inicial del presidente Truman, que había dicho "Si esto es arte, yo soy un hotentote". Por su parte, en declaraciones a The Independent, Jameson afirmó que "Nosotros inventamos el expresionismo abstracto".

Ayer, leyendo Notas para Silvia, uno de los muchos y espléndidos dietarios de Josep Pla, me encontré con esta entrada:

"Cronológicamente, el arte abstracto ha coincidido con estos años de la guerra fría, y lo que le ha dado una gran importancia es el interés, sobre todo crematístico, que ha tenido en Estados Unidos, en Nueva York, concretamente. 
Es extraño que nadie haya remarcado que al considerar Rusia que el arte de su régimen era el realismo en su forma más verista, los Estados Unidos tenían que imponer un arte completamente diferente, por no decir opuesto. 
La política y la religión siempre han sido factores decisivos de las cuestiones artísticas". 

Este texto, originalmente escrito en catalán, pertenece a las entradas del mes de agosto de 1962.
Es cosa cierta que Pla tenía una intuición portentosa para muchos asuntos. ¿O tenía unas fuentes de información realmente privilegiadas?

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 El nacimiento del MoMA de Nueva York

El Museo de Arte Moderno de Nueva York volvió a abrir sus puertas. Irene Herner realiza una remembranza de lo que significó en un inicio y a lo largo de los años ese espacio de exposiciones que intentó y logró influir en el canon de las artes plásticas.

El 7 de noviembre de 1929 -diez días después de la caída de la Bolsa de Valores de Wall Street- se fundó el Museo de Arte Moderno de Nueva York, conocido como el MoMA, una marca articuladora de esta extraordinaria ciudad que, después de la Segunda Guerra Mundial, le robó su lugar a París y se convirtió en la meca del “arte por el arte”. El MoMA es un sitio de identidad cultural, de prestigio e incluso de patriotismo para los estadunidenses. Allí se encuentran las marcas y quedan las huellas del tiempo del arte occidental en el siglo XX.

En 1929 surgió como un experimento cultural de primer orden, dedicado a exhibir obras de las artes visuales de artistas vivos e integró al campo de las artes formas visuales de la nueva era de la máquina. Su primer éxito lo obtuvo al establecer al artista moderno como una figura cultural de estatura y por atraer al museo a visitantes normalmente ajenos al mundo del arte. De tal modo, logró que el arte moderno se volviera popular.

Las fundadoras del museo fueron:
Lillie P. Bliss, Mary Quinn Cornelius J. Sullivan y Abby Aldrich Rockefeller Jr.
Tres mujeres que no tuvieron necesidad de exigir “un cuarto para sí mismas” como poco antes lo hiciera en Inglaterra la escritora Virginia Woolf -en defensa de su derecho a ser escritora sin morirse de hambre por ser mujer con ideas-.

Ellas contaron con su tiempo y con su aburrición democráticamente y desde la frontera de ser mujeres casadas y muy ricas, tuvieron en común encontrar consuelo al disfrutar y coleccionar obras de arte. Estaban convencidas de la necesidad de fundar un museo dedicado al arte reciente y a las creaciones y propuestas estéticas de artistas vivos, para evitar que éstos sufrieran el horror de la indiferencia, el hambre y el desconocimiento que vivieron en Europa artistas muertos como Van Gogh. Abby, además, era madre del magnate republicano Nelson Aldrich Rockefeller.

Y bien, estas damas y un patronato de prestigiados empresarios encabezados por Rockefeller abrieron las puertas del museo en el decimosegundo piso del edificio Heckscher en el número 730 de la Quinta Avenida, en la calle 57.

En 1932 se cambiaron a un edificio perteneciente a John D. Rockefeller en la calle 53 -su sede hasta la fecha. Y aunque su idea era presentar arte vivo, empezaron la colección con obras de Van Gogh, Gauguin, Cézanne y Seurat. Entre los artistas vivos, integraron obras de los muralistas mexicanos.
Abby fue una coleccionista apasionada de la pintura de Diego Rivera.

Era dueña de la serie que el pintor hizo de la Plaza de Moscú en 1927, obras de tema comunista contra las que ella no tenía prejuicio ni inconveniente algunos, acaso porque en los años treinta y entre 1940 y 1945 el gobierno de Roosevelt y el de Stalin eran aliados contra los de Hitler, Franco y Mussolini. Entonces en Estados Unidos era interesante, extravagante y hasta válido coquetear con los rojos. Es más, existía el Frente Amplio Contra el Fascismo y la Guerra, organizado por el Partido Comunista Estadunidense, integrado por personas de diversas ideologías, unidas ante el enemigo común nazi-fascista.

Alfred H. Barr Junior, estudiante de arte medieval en Princeton University y luego en Harvard -quien ofreció en el Wellesley Collage el primer curso de arte moderno del país- fue nombrado primer director del MoMA. Era un joven tímido y cegatón de 27 años de edad y resultó, de acuerdo a lo que pensaron muchos, entre ellos el crítico Meyer Schapiro, un “hombre providencial”, formador del gusto artístico de los norteamericanos y del mundo de la época.

En la tercera década, la institución estuvo directamente comprometida con el programa de gobierno de Roosevelt a favor de los artistas jóvenes, como la Works Progress Administration, que estaba inspirado en el programa de arte público instaurado en México por Vasconcelos a principios de la segunda década. No es por azar que la segunda exposición individual del nuevo MoMA estuviese dedicada a Diego Rivera, pues la presencia de los grandes muralistas mexicanos en Estados Unidos entre 1927 y 1939 fue formativa para los artistas e influyente en el medio artístico norteamericano.

Entre las obras de los muralistas mexicanos que integran la colección del museo, hay cuatro pinturas muy importantes realizadas por Siqueiros entre 1933 y 1939: la primera de ellas es un estudio para mural realizado en Uruguay en 1933, Víctima proletaria, que representa a una mujer crucificada, inspirada en una imagen periodística de la guerra chino-japonesa. Un escorzo monumental en el que el artista aplica por primera vez pintura industrial.

La famosa técnica del dripping and pouring por la que a fines de los años cuarenta se hizo famoso Jackson Pollock, que consistió en chorrear y verter sobre paneles colocados en el piso pintura industrial, partió de los experimentos de Siqueiros, quien en 1936 abrió las puertas de su taller de propaganda comunista antifascista, el Siqueiros Experimental Workshop en el corazón de Manhattan, al cual se integró el joven Pollock.
 
Desde 1932, en su estadía en Los Angeles, Siqueiros reconocía el valor central de lo accidental en la pintura. La irrupción del inconsciente como azar, que el psicoanálisis y el surrealismo llamaron asociación libre y automatismo, formaba parte del proceso plástico del maestro.

Tampoco es extraño que su pintura Suicidio colectivo -uno de la serie de experimentos plásticos, que nombraba “accidentes controlados” en que representa la guerra como un cosmos explosivo pintado con el esmalte Duco de Dupont- fuera integrado al acervo del MoMA y seleccionado para exhibirse en la exposición surrealista del mismo en diciembre y enero de 1936-1937, bajo el rubro “Creación de caos evocativo”, con una ilustración de página completa en el catálogo, al lado de obras de Klee, de Dominguez, de Tanguy, de Chaval y de Schwiters. [1]

Sollozo y Eco del llanto, realizados en 1939, son otros dos de los cuadros apocalípticos que integran la colección de este museo, realizados por Siqueiros después de participar como soldado en la guerra civil española.

Después de la Segunda Guerra, los directivos del museo, impregnados del eurocentrista espíritu del modernismo, dejaron de interesarse en los muralistas mexicanos, ya que opinaron que el “mundo libre” debía rechazar todo tipo de realismo plástico, para establecer claros parámetros de diferencia con las obras promovidas oficialmente por la Unión Soviética y por la Alemania de Hitler. Por ello decidieron ofrecerle su decidido apoyo al arte abstracto. La polarización ideológica radicalizada por la Guerra Fría llegaría a los extremos de oponer abstracción y realismo, hasta el ridículo de considerar que el arte al servicio de una causa se oponía a una supuesta pureza del arte; la del “arte por el arte”, que ellos patrocinaban. Sin embargo, si bien por un tiempo estigmatizaron a la pintura realista de contenido social, un nuevo superrealismo, el del arte pop, pronto (en los años sesenta) encontraría el camino de la fama y de la identidad cultural estadunidenses y, por supuesto, su lugar en el MoMA.

Los directivos del MoMA se propusieron la tarea de mostrar al mundo que los estadunidenses no sólo habían ganado la guerra con las armas, sino que en Estados Unidos se producía el arte más representativo de su tiempo. Para ello, promovieron a un grupo de artistas vanguardistas, a los expresionistas abstractos, un grupo de jóvenes pintores que, aunque se conocían entre ellos, eran independientes entre sí, cada uno embarcado en su propia experiencia estética.

Durante los años treinta eran pobres y bohemios. Varios de ellos vivían en los lofts del bajo Manhattan y eran beneficiarios de los fondos del Federal Art Project. Philip Guston, Robert Motherwell y Jackson Pollock, considerados como gigantes del arte moderno norteamericano, tienen en común que durante los años treinta sintieron especial atracción por los tres grandes muralistas mexicanos, no sólo por sus obras y su maestría plástica, sino una atracción por la personalidad y por la propia fuente política y utópica en que ésta se fundaba. Lo que es un hecho es que con los maestros mexicanos aprendieron de manera indeleble el sentido espacial profundo de la pintura monumental. Guston y Motherwell visitaron México. El primero incluso pintó un mural en nuestro país.

Desde 1941 el MoMA comenzó a comprar obras de estos expresionistas abstractos y de otros, como Gorky y Calder y a realizar con estas obras exposiciones en el extranjero. La opinión de Alfred Barr en apoyo a estos artistas fue central para su éxito. Fue Barr quien convenció al director de la revista Life de que publicara en 1949 un artículo que difundió a Jackson Pollock por todo el globo como expresión de la defensa de la “libre empresa artística y de la salud intelectual de América”. Fue también el MoMA el que inició a través de la Rockefeller Brothers Fund un intenso programa de exportación del expresionismo abstracto como “propaganda benevolente para la intelectualidad extranjera” y un “inmenso activo a favor del entendimiento internacional”.

Las obras de los action painters, según James Jonson Sweeney del MoMA, comisario de una exposición en París en 1952, son obras maestras “que no podrían haber sido creadas, ni cuya exhibición podría haber sido autorizada por regímenes totalitarios como la Alemania nazi o la Rusia soviética actual ni sus satélites”. La maniobra política de propaganda del gobierno estadounidense a través de los directivos del MoMA se hizo evidente en diversas exposiciones de los pintores de la así llamada Escuela de Nueva York.

El programa político estético implementado por el MoMA fue aprobado por el presidente Eisenhower quien consideraba el arte moderno como “pilar de la libertad” [2] y declaró que estaba a favor de un arte sincero y personal creado por la libertad individual, independiente de la propaganda y de las causas políticas; sin embargo, éste fue financiado y utilizado por los gobernantes para hacer propaganda a favor de Estados Unidos y para demostrar que ese era el lugar de la democracia y la libertad individual. Así, la CIA gastó muchos dólares en promover las obras del expresionismo abstracto en exposiciones y escritos, confrontándolo con el arte del bloque comunista. La familia Rockefeller, especialmente Nelson, sería de los más firmes partícipes de dicho proyecto. Si se revisan los comités y consejos del MoMA se apreciará una verdadera proliferación de vínculos con la CIA. En primer lugar estaba el propio Nelson Rockefeller, quien había dirigido la oficina de inteligencia del gobierno durante la guerra en Latinoamérica como coordinador de Asuntos Interamericanos (CIAA), y en 1954 había sido nombrado asesor especial de Eisenhower sobre estrategia de la Guerra Fría. [3]

La relación directa de varios personajes del patronato del Museo de Arte Moderno con la CIA muestran que éste estaba conectado oficialmente con el programa secreto gubernamental de guerra cultural, tal como en 1974 lo expresó Eva Cockroft en su artículo Expresionismo Abstracto: arma de la guerra.

Para 1952 la promoción artística internacional se dividía en dos bandos políticos irreconciliables. Para Alfred Barr Jr., los opuestos eran realismo/totalitarismo versus abstracción/arte puro/mundo libre. Y argumentaba enfáticamente que “quien ponga en la misma olla al arte moderno con el totalitarismo, no conoce los hechos... Nombrar comunista al arte moderno es grotesco...”. En los países civilizados de Europa y en Estados Unidos “no importa cuál sea el punto de vista y las cuestiones artísticas, el gobernante nunca violará la inalienable libertad de investigación; completamente al contrario de lo que sucede en las dictaduras totalitarias de Alemania y la Unión Soviética”. [4]

En los países del mundo libre, miles de artistas tenían la inalienable libertad de morirse de hambre o de cambiar de actividad.

A partir de los años cincuenta, en el MoMA “la nostalgia ocupó el lugar de la utopía”. [5] En vez de mirar hacia el futuro, el museo y sus colecciones establecieron el pasado como el lugar de la creación y la fuerza. Sus colecciones, en todos los campos del arte, crecieron hasta convertirse en las más importantes del mundo, y su propuesta museológica dio lugar a las retrospectivas y las revisiones dedicadas a canonizar el arte moderno dentro de la historicidad establecida por las colecciones y la historia de sus propias exposiciones.

Hoy, después de cinco años exiliado en un edificio en Queens, el MoMA se reinaugura una vez más, completamente ampliado y remodelado. ¿Cómo habrá renovado sus criterios para mostrar el arte desde la mirada del nuevo milenio? ¿Cómo ubica al arte mexicano del siglo XXI? ¿Su política republicana recoge dentro del campo de la curaduría y el diseño arquitectónico el concepto unilateral de democracia de George W. Bush? Estas preguntas quedan abiertas para un reportaje próximo sobre el renacimiento del Museo de Arte Moderno de Nueva York.

Notas

[1] Apud catálogo de la exposición: Alfred H. Barr Jr. (editor) y ensayos de George Hugnet, Fantastic Art, Dada, Surrealism, The Museum of Modern Art, Nueva York, diciembre, 1936, reimpresión Arno Press, 1968.

[2] Referencias del catálogo del Museum of Modern Art, Abrams, segunda edición N.Y., 1985.

[3] Referencias del libro de Frances Stonor Saunders, La CIA y la Guerra Fría Cultural, Editorial Debate, Madrid, 2001.

[4] Alfred H. Barr Jr. (director del MoMA entre 1929 y 1944), “Is Modern Art Communistic?”, New York Times Magazine, 14 de diciembre, 1952, en Jürgen Harten et al., Siqueiros/Pollock ... tomo 2 (Sección Documentos), op. cit., pp. 171 y 169.

[5] Allan Wallach, “The Museum of Modern Art: The Past’s Future”, Art in Modern Culture: An Anthology of Critical Texts, Ed. Francis Frascina y Jonathan Harris, Icon Editions y Harper Collins Publish-ers. N.Y., 1992, pp.282-292.


'Cuadernos' fue lanzada en París en 1953 para penetrar el mundo intelectual de América Latina. Su primer director fue Julián Gorkin, dramaturgo y novelista hispano, co-fundador, en 1921, del Partido Comunista de Valencia, España, y ex activista del Cominform.

Después que Cuba popularizó la revista 'Casa de las Américas', 'Cuadernos' se transformó en los 60 en 'Mundo Nuevo'(5), bajo la conducción del uruguayo Emir Rodríguez Monegal.

Los grandes de la literatura regional, como el argentino Julio Cortázar, rehusaron publicar en sus páginas.

Ya no existe el CLC, pero la CIA no ha abandonado su misión. En 1996 lanzó en Madrid la revista 'Encuentro', dirigida por el cubano Jesús Díaz, con financiamiento de la Fundación Ford y del Fondo Nacional para la Democracia, “organización privada sin fines de lucro” creada en 1983 “para promover la democracia a través del mundo”. También financia en Venezuela a las organizaciones empresariales que conspiran contra el gobierno de Hugo Chávez.

“Siempre cabe la posibilidad de que un libro de ficción arroje alguna luz sobre las cosas que antes fueron contadas como hechos”, escribió Hemingway, en el prólogo de París era una fiesta.Saunders hizo lo contrario: relató hechos verídicos para desmontar una ficción que también atañe al presente.
Una vez más, la realidad es superior a la ficción. Como el juego sucio no ha terminado, la historia tiene abierto el final.

El hispano Javier Ortiz se formuló una pregunta inevitable:
“¿Qué profesionales españoles de la comunicación serán los que trabajan para la CIA?
No me refiero a gente que lo esté haciendo sin conciencia de ello -que de ésos puede haber toneladas-, sino a los que lo hacen a sabiendas, porque están en nómina”. Las dudas de Ortiz son válidas en todo el planeta y para todas las profesiones vinculadas a la cultura

Texto completo en: http://www.lahaine.org/la-guerra-fria-cultural-intelectuales

 

ARTHUR KOESTLER , ESPIA y amante de SIMONE DE BEAUBOIR:
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Los maestros del expresionismo abstracto no eran nada simples y fueron considerados incluso escandalosos. Protagonistas de una corriente que iba realmente contra la corriente, una bofetada a las convicciones de la sociedad burguesa, y que contó a pesar de ello con el respaldo del mismísimo sistema.

Por primera vez se confirma un rumor que ha circulado durante años: la CIA financió abundantemente el expresionismo abstracto. Objetivo de los servicios secretos estadounidenses: seducir las mentes de las clases alejadas de la burguesía durante los años de la guerra fría.

Fue precisamente la CIA quien organizó las primeras grandes exposiciones del New American Painting, que dieron a conocer las obras del expresionismo abstracto en las principales ciudades europeas: Modern Art in the United States (1955) y Masterpieces of the Twentieth Century (1952).
Donald Jameson, ex funcionario de la agencia, es el primero en admitir que el apoyo concedido a los artistas expresionistas formaba parte de la política de «correa larga» (long leash) a favor de los intelectuales.
Una refinada estrategia: mostrar la creatividad y la vitalidad espiritual, artística y cultural de la sociedad capitalista en contraste con la monotonía de la Unión Soviética y de sus satélites. Estrategia adoptada y aplicada en todos los sentidos.

El apoyo de la CIA privilegiaba revistas culturales, como Encounter, Preuves y, en Italia, Tempo presente de Silone y Chiaramonte. Y también formas de arte menos burguesas, como el jazz, a veces, y, precisamente, nada más y nada menos que el expresionismo abstracto.
Los hechos se remontan a los años 1950 y 1960, cuando Pollock y los demás representantes de su corriente no tenían buena reputación en Estados Unidos.

Para tener una idea del ambiente que los rodeaba basta con recordar la frase del presidente Truman: «Si eso es arte, yo soy un hotentote.» Pero el gobierno de Estados Unidos, recuerda Jameson, tenía precisamente en aquellos años la difícil tarea de tratar de promover la imagen del sistema estadounidense y en particular de sus fundamentos, la 5ª enmienda, la libertad de expresión, gravemente empañados todos como consecuencia de la cacería de brujas desatada por el senador Joseph McCarthy, en nombre de la lucha contra el comunismo.

Para ello era necesario enviar al mundo una señal fuerte y clara con un sentido opuesto al del maccarthismo. Esa misión fue encomendada a la CIA que, en el fondo, operaría con toda coherencia. Paradójicamente, en efecto, en aquella época la agencia constituía un enclave «liberal» en un mundo encaminado decisivamente a la derecha. Dirigida por agentes y asalariados provenientes en su mayoría de las mejores universidades, a menudos ellos mismos coleccionistas de arte, artistas figurativos o escritores, los funcionarios de la CIA representaban el contrapeso de los métodos, de las convenciones beatas y del furor anticomunista del FBI y de los colaboradores del senador McCarthy.

«El expresionismo abstracto, yo diría que somos justamente nosotros en la CIA los que lo inventamos –declara hoy Donald Jameson, citado por el cotidiano británico The Independent [1]– después de haber echado una ojeada y de haber percibido al vuelo las novedades de Nueva York, en el Soho. Bromas aparte, enseguida vimos muy claramente la diferencia.
El expresionismo abstracto era el tipo de arte ideal para mostrar lo rígido, estilizado, estereotipado que era el realismo socialista de rigor en Rusia. Fue así como nos decidimos a actuar en ese sentido.»

 

12 enero 2017

El arte contemporaneo es una farsa

  "Arte" | ???

La "artista" Nuria Delgada pone a la venta
su vello púbico en una performance


ESTA ES LA MALDITA CONFUSION ENTRE  TRASGRESION y ARTE


El precio de partida de cada pelo de su coño es de 200.000 euros, el mismo por el que Santiago Sierra vendió su ninot del rey Felipe VI en la última edición de ARCO
.

“Un pelo de mi coño vale tanto como una obra de Santiago Sierra”
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El Salto - Edición General - elsaltodiario.com


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Avelina Lésper  

"La carencia de rigor en las obras ha permitido que el vacío de creación, la ocurrencia, la falta de inteligencia sean los valores de este falso arte, y que cualquier cosa se muestre en los museos".


Quien.com
México.- Con la finalidad de dar a conocer sus argumentos sobre el por qué el arte contemporáneo es un "falso arte", la crítica de arte Avelina Lésper ofreció la conferencia:

"El Arte Contemporáneo- El dogma incuestionable" en la Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP) en donde fue ovacionada por los estudiantes.

"La carencia de rigor (en las obras) ha permitido que el vacío de creación, la ocurrencia, la falta de inteligencia sean los valores de este falso arte, y que cualquier cosa se muestre en los museos", afirmó Lésper.

Explicó que los Los objetos y valores estéticos que se presentan como arte, son aceptados, en completa sumisión a los principios que una autoridad  impone.

Lo que ocasiona que cada día se formen sociedades menos inteligentes y llevándolos a la barbarie. También abordó el tema del Ready Made, sobre el que expresó que mediante esta corriente "artística", se ha regresado a lo más elemental e irracional del pensamiento humano, al pensamiento mágico, negando la realidad. El arte queda reducido a una creencia fantasiosa y su presencia en un significado. "Necesitamos arte y no creencias".

La "creacion" de la obra de "arte" a traves del marketing y 
manipulacion del lenguaje:


Asimismo, destacó la figura del "genio", artista con obras insustituibles, personajes que en la actualidad ya no existen. "Hoy con la sobrepoblación de artistas, estos no son prescindibles y la obra se sustituye por otra, porque carece de singularidad".


 
Puede que el hastío haya hecho presa en Fernando Castro Flórez, o tal vez padece un episodio severo de agitación que manifiesta en forma de mamporros y payasadas. Sea lo que sea, afortunadamente la pasión crítica se impone en este libro sobre los signos que puntean el lado sombrío de la comedia del arte contemporáneo. Entre estos, el filósofo y crítico incluye la obsolescencia programada, la amnesia colectiva, la especulación financiera y la epidemia de la tontería.

Desde el multimillonario publicista Charles Saatchi, promotor de los Young British Artists, hasta Liu Wei, autor de una de las piezas estrella de su colección, una caca de dos metros y medio, pasando por Coco Fusco y Guillermo Gómez-Peña encarnando a dos indígenas posmodernos en una jaula, muchas son las figuras de este pimpampum.

No falta entre ellas otro niño bonito de la pasarela mundial, Maurizio Cattelan, de visita con coleccionistas glamurosos hasta un vertedero donde colocó la palabra Hollywood. Y es que, escribe el autor, “lo real que escapa a toda simbolización está aplastado por el reality show”.
https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiuo29rcxfvJTUUr9BKSwV7TQ3de99mWt2QPE5oHDDPC_Z3evLyhzXR8z8-1_eCdRyg2cpBHTw29AamhJYX8139Bpeq0GIr3iWWlk_0PiBo7vgRD4c3kn1UILznGWYbkHimOhtFdes-i4I/s1600-r/PORTADA+EL+FRAUDE+DEL+ARTE+CONTEMPORANEO.jpg
Que nadie se equivoque. Por mucho que admire a Jean Baudrillard, lo que este crítico de gatillo fácil denuncia no es un complot del arte. Mucho menos se ha alistado al banderín liberal en lo político, y conservador en lo artístico de Vargas Llosa. La de Castro Flórez no es una impugnación a la totalidad, sino un diagnóstico de los males que aquejan al arte contemporáneo.
¿Su remedio? Cuidar de que el ruido no nos impida concentrarnos en el arte que va más allá de sí mismo.

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HACE YA MAS DE 30 O 40 AÑOS QUE LA MAYORIA DE LOS GRANDES GALERISTAS NO SON EXPERTOS DE ARTE. 
Han creado un nuevo publico, una nueva clientela, y como ellos mismos no saben nada. 

Han creado la idea de que la apreciacion del arte es "me gusta" o "no me gusta"

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 LA EDAD DE ORO DEL "ARTE DE LA ESPECULACION" 

 Ya es posible usar el retrete de oro del Guggenheim de Nueva York
obra de "arte" del Guggenheim de Nueva York
por el "artista"Maurizio Cattelan

3000 COLECCIONISTAS DOMINAN EL MERCADO MUNDIAL. 

TIENEN DINERO Y PODER. 
LAS SUBASTAS SON SUYAS.

LAS GRANDES FORTUNAS MONTAN 
SUS PROPIOS MUSEOS 
DE ARTE CONTEMPORANEO


Detalló que la sustitución de artistas se da por la poca calidad de sus trabajos, "todo lo que el artista realice esta predestinado a ser arte, excremento, filias, odios, objetos personales, imitaciones, ignorancia, enfermedades, fotos personales, mensajes de internet, juguetes, etc.

Actualmente hacer arte es un ejercicio ególatra, los performances, los videos, instalaciones están hechos con tal obviedad que abruma la simpleza creadora, y son piezas que en su inmensa mayoría apelan al menor esfuerzo, y que su accesibilidad creativa nos dice que es una realidad, que cualquiera puede hacerlo".

En ese sentido, afirmó que no darle el status al artista que lo merece, ocasiona un alejamiento del arte a las personas, lo demerita, lo banaliza.
"Cada ves que alguien sin méritos y sin trabajo real excepcional expone, el arte va decreciendo en su presencia y concepción. Entre más artistas hay, las obras son peores, la cantidad no está aportando calidad".

"El artista ready made toca todas las áreas, y todas con poca profesionalidad, si hace video, no alcanza los estándares que piden en el cine o en la publicidad; si hace obras electrónicas o las manda a hacer, no logra lo que un técnico medio; si se involucra con sonidos, no llega ni a la experiencia de un Dj. Se asume ya que sí la obra es de arte contemporáneo, no tiene por que alcanzar el mínimo rango de calidad en su realización.

Los artistas hacen cosas extraordinarias y demuestran en cada trabajo su condición de creadores, ni Demian Hirst, ni Gabriel Orozco ni Teresa Margolles, ni la inmensa lista de gente que crece son artistas, y esto no lo digo yo, lo dicen sus obras", aseveró.

Comentario del critico de arte WILL GOMPERTZ: 

Como consejo a los estudiantes, les indicó que dejen que su obra hable por ellos, no un curador, no un sistema, no un dogma, "su obra dirá si son o no artistas, y si hacen este falso arte, se los repito no son artistas".

Lésper aseguró que hoy día, el arte dejó de ser incluyente, por lo que se ha vuelto en contra de sus propios principios dogmáticos y en caso de que al espectador no le guste, lo acusa de "ignorante, de estúpido y le dice con gran arrogancia, si no te gusta es que no entiendes".

"El espectador, para evitar ser llamado ignorante, no puede ni por asomo decir lo que piensa, para este arte todo público que no es sumiso a sus obras es imbécil, ignorante y nunca está a la altura de lo expuesto ni de sus artistas, así el espectador presencia obras que no demuestran inteligencia", denunció.

Finalmente, señaló que el arte contemporáneo es endogámico, elitista; como vocación segregacionista, realizado para su estructura burocrática, para complacer a las instituciones y a sus patrocinadores. "Su obsesión pedagógica, su necesidad de explicar cada obra, cada exposición, su sobre producción de textos es la implícita acotación del criterio, la negación a la experiencia estética libre, define, nombra, sobreintelectualiza la obra para sobrevalorarla y para impedir que la percepción sea ejercida con naturalidad".

La creación es libre, pero la contemplación no lo es. "Estamos ante a dictadura del más mediocre".

El escritor Vicente Verdu recibe un consejo de artista moderno:

"NO HACER NADA QUE RESULTE BONITO, 
si no algo que resulte expresivo" ? 

Este es el resultado:
 
 http://www.vanguardia.com.mx/noticia-1362825.html?se=nota&id=1362825

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Ingenieria social y MUSICA-BASURA INDUSTRIAL:




PORQUE HAY QUE MEZCLAR ARTE CON BASURA ? :






NUESTRA CULTURA ES PURA BASURA ...
Y NO LO SABIAS:
 http://joanfliz.blogspot.com.es/2012/01/esta-cultura-es-pura-basura-y-no-lo.html



Espías, expresionismo abstracto y Guerra Fría

Fachada de la sede de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) | Wikipedia.

Los conflictos bélicos, como ya hemos tenido ocasión de ver en multitud de ocasiones, han influido de forma notable en el devenir de la Historia del arte, ya sea causando la destrucción y el expolio de obras, o bien alimentando la inspiración de los artistas.


En otros casos, sin embargo, han sido los mismísimos servicios de inteligencia de las distintas potencias los que han promovido y apoyado ciertas corrientes artísticas con la intención de perjudicar al enemigo.
Eso es precisamente lo que habría ocurrido con el expresionismo abstracto, una corriente pictórica contemporánea que fue favorecida y patrocinada –al parecer sin que lo supieran sus principales representantes– nada más y nada menos que por la todopoderosa Agencia Central de Inteligencia, la CIA.
Para comprender esta sorprendente afirmación hay que situarse en el escenario inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial. En los años que siguieron a la contienda, el gobierno de los Estados Unidos estaba muy preocupado por la identificación existente entre una buena parte de los intelectuales y artistas europeos y los ideales marxistas-leninistas de la Unión Soviética.

Por esa razón, la agencia de inteligencia tomó la decisión de crear un programa clandestino y de alto secreto que sirviese para contrarrestar la enorme influencia de la esfera cultural soviética entre las élites intelectuales europeas y sustituirla por otra de origen estadounidense que sirviese a sus intereses.
Una pintura del artista Franz Kline, uno de los representantes del expresionismo abstracto |  Wikiped
 
De este modo, y sin que en la mayor parte de los casos los beneficiados lo supieran, la CIA financió la publicación y edición de multitud de revistas y libros europeos de corte cultural en los que se reproducían textos afines a los intereses de Washington, y al mismo tiempo organizó congresos, conciertos y exposiciones de arte, especialmente de expresionismo abstracto.


Para lograr su objetivo, la agencia contó con la colaboración de entidades privadas, como la Fundación Rockefeller o el influyente y prestigioso Museum of Modern Art (MoMA) de Nueva York.

Así, gracias al llamado Congreso por la Libertad Cultural –ese fue el nombre con el que se bautizó el programa de propaganda de los espías estadounidenses– durante las décadas de los años 50 y 60 del siglo pasado se llevaron a cabo algunas de las exposiciones itinerantes más destacadas del expresionismo abstracto, que popularizaron en Europa las obras de artistas como De Kooning, Rothko o Pollock, Arshile Gorky, Barnett Newman, Franz Kline, Clyfford Still..

Con su apoyo al expresionismo abstracto, la CIA buscaba minar el interés hacia el realismo socialista –deMELI'S BOOKSHOP VALETA  carácter figurativo y con un importantísimo mensaje social– que prosperaba en la Unión Soviética y que gozaba de gran éxito entre artistas e intelectuales europeos.
En este sentido, Donald Jameson, uno de los ex agentes de la agencia americana que participó en el programa, explicaba que el expresionismo llegado de América “era el tipo de arte ideal para mostrar lo rígido, estilizado y estereotipado que era el realismo socialista de Rusia”.
Las carreras de artistas como De Kooning (en la foto) fueron promocionadas por la CIA | Wikipedia

Tal y como refleja la periodista e historiadora británica Frances Stonor Saunders en su libro La CIA y la Guerra Fría cultural (Debate, 2013) –una de las obras más completas sobre este fascinante episodio–, es posible que esta labor de propaganda cultural hubiese continuado durante más tiempo, de no ser porque a finales de los 60 medios como el New York Times destaparon la existencia de aquellos planes clandestinos.

¿Hasta qué punto alteró el desarrollo de la Historia del arte contemporáneo este “patrocinio” del expresionismo abstracto con fines propagandísticos?


 POLLOCK:

De lo que no hay duda es que, sin la implicación de la CIA, las obras de Pollock y otros artistas de esta corriente americana no gozarían hoy de la misma popularidad y éxito que poseen en todo el mundo.






"Kandisky, por ejemplo, escribio un libro sobre la espiritualidad en el arte que es precisamente el asesinato del arte y el inicio del arte abstracto y la degeneracion actual"

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“Las grandes obras de Picasso no tienen un buen cultivo de la perspectiva, y las novelas de Joyce rayan en lo desordenado y absurdo, pero podemos admitir que forman parte del patrimonio artístico de la humanidad” . 

¿Y por qué, por qué debemos admitir que forman parte de ese patrimonio si la narrativa de Joyce raya lo absurdo y Picasso no tenía ni idea de perspectiva? Por cierto, de Joyce, algunas páginas más tarde, el autor escribe lo siguiente:

 “Algunos maestros de la literatura han sabido explotar esto y han buscado deliberadamente producir textos sin sentido, André Breton, James Joyce y Ramón Gómez de la Serna, entre otros, destacaron por haber desarrollado esa técnica”. 

Presumiblemente, conjetura, su intención era formar “imágenes incoherentes con el fin de explotar nuestra sensibilidad estética”.

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 MIERDA

 En una época en la que todo parece ser contemplado bajo el prisma del objeto estético, cuando la cultura del simulacro parece haber pactado con la banalidad del reality show, podemos intentar trazar cartografías de aquello que nos rodea aunque sea para tratar de salvar los jirones que todavía nos quedan del maltrecho pensamiento crítico. No basta la irritación ante los fraudes, ni repetir el cuento de “El traje nuevo del emperador”. La deriva escatológica en la que se encuentra el arte contemporáneo, en muchos casos una morbosa obsesión por presentar lo repugnante sin más, puede dar lugar a reflexiones que vayan mucho más allá del asco. Ni siquiera la plasmación reiterada de la catástrofe cierra el drama de nuestro tiempo desquiciado.

En “Mierda y catástrofe”, de forma deliberadamente fragmentaria, el filósofo y critico Fernando Castro Flórez plantea reflexiones de urgencia sobre los paisajes violentos y accidentales que se nos administran cotidianamente. De la plaga del freakismo a la hipnótica atracción que provoca el vacío; de la cultura digital y la adicción a los videojuegos al análisis del aeropuerto como no-lugar por excelencia. Recorremos los caminos que unen los performances extremos y la apolillada retórica de archivo; el Arte Povera y el Land Art, y se va perfilando un panorama que es, al mismo tiempo, desolador y excitante, empantanado y provocador, para finalmente reivindicar el paseo como generador de experiencia, como si hubiera todavía posibilidades para gozar del arte de perderse.


“Mierda y catástrofe” intenta ofrecer una serie de claves o, mejor, una sintomatología provisional para conocer nuestras limitaciones (ese singular modo de instalarnos en el búnker), pero nos sugiere que todavía podemos encontrar alguna grieta que nos permita realizar el truco mágico del escapista.

 La experiencia estética se ocupa de mantener vivo el desarraigo
 Fernando Castro

El libro, es una especie de ajiaco deliciosamente escrito, deliciosamente metaforizado hasta la subjetivización más fina, exponencialmente congruente y delirante a un tiempo. Una tesis hace la suerte de hilo conductor en medio de esta dramaturgia de ideas y de gestos conceptuales:

la interrogación frontal a la práctica sistemática de una política fraudulenta en el arte y en la cultura y, de paso, la advertencia de su enmascaramiento en la cultura del espectáculo

El texto, insisto, es un loable y rotundo ensayo en toda regla: un despliegue de páginas enfáticas y viscerales que recuperan para sí los dones y la gracia de la escritura, de la buena escritura, de esa que cada vez más se extravía en la impostación y en el ejercicio de la improvisación. Este es, sin duda, un libro bien escrito que puede hacer alarde de su elegancia y pericia en el trato directo que establece con su objeto. Un texto, por tanto, en el que el lector tropieza -a cada paso de la lectura- con la soberbia de metáforas que solo pueden estimular dos sentimientos opuestos en las antípodas de lo humano: la admiración más honesta o la envidia más devastadora.        - - -

La seriedad [y densidad] de este ensayo, en modo alguno, incluye o conlleva una restricción estética de la escritura historiográfica y crítica entendida, acaso, como un gesto autónomo de creación en el que, pese a la trabazón categorial de otros ensayos, se experimenta una beligerante emancipación del drama de la escritura. El ensayo no es sino un texto de corte experimental que promueve la libertad de las ideas, lo mismo que el carnaval supone una dispensación exagerada de la máscara. 

En la escritura ensayística, donde prevalece el estilo por encima del impulso bulímico de la jerga, el placer por el debate de las ideas se vuelve intensamente superior a la profundidad misma que ellas reclaman en otras coordenadas de sentido. La idea, fuerza genésica y seminal de este formato, se revela más poderosa que la demostración u obstinación de probar o refutar cada tesis, cada hallazgo, cada posible verdad. Y es precisamente esta, entra otras, una de las más relevantes virtudes de este libro que he tenido la oportunidad de leer con tal grado de fruición y de entrega, que no deja demasiado espacio a lo racional encorsetado y sí a la pasión confesada, desbordada. 

El libro es un oasis de reflexiones, de conexiones, de aproximaciones indiscretas y de un altísimo nivel de “asociación especulativa” que provocaría la rabia a cualquier escritor de pacotilla. Su trazado dramatúrgico sustantiva la preocupación analítica que delata un absoluto manejo de las herramientas críticas, avocadas a un ejercicio casi existencialista de control y de verificación que pasa siempre, y antes que nada, por la más dolorosa y rabiosa introspección. 

El peligro que acecha hoy a la escritura ensayística en forma de flagelos bajo el signo regido por la vulgarización, la superficialidad, el manierismo, el diletantismo y la ideología de la idiotez, queda aquí desbancado por la excelencia de un verbo y de un saber decir que hace gala de sabiduría y de profundidad humanística. La urgencia de la lógica cede con fuerzas sus dominios hegemónicos a la especulación subjetiva. 

De ahí que este volumen no ofrezca respuestas ni soluciones, sino que, en cambio, interroga, interpela, demanda la construcción infinita del texto desde otro lugar, desde esa otra subjetividad que se convierte en interlocutora de su letra

La pose y la afectación, figuras tan típicas dentro de esa contestación fraudulenta que este libro delata, se revelan inoperantes a la hora de entender esta ensayística que regala su autor a un amplio número de lectores. En el ensayismo dudoso, la simulación centraliza la ideología del texto; en el auténtico, la pulsión relacional y asociativa desplaza el simulacro a favor de una verdad atravesada por el placer de decirse siempre a sí misma. La refracción propia, el temperamento de la escritura audaz, sustituyen la parodia por el sarcasmo, otorgando un espacio al “yo reflexivo” que habla con todos sus “otros”. 
Su libertad de lectura, la del texto [o los textos] que componen este volumen, es otra de sus virtudes que le convierten en un hecho disfrutable en la medida en que la linealidad que otras narrativas proponen, se reemplaza aquí por la opción personal de la fragmentación e ida y vuelta en todas las direcciones del texto. Es entonces que la articulación de una perspectiva crítica se ve asistida por la democracia en el gesto de arbitrar y de administrar –con independencia y autonomía soberanas- el conocimiento dispensado en esta multitud de páginas. Su corpus, robusto y compacto, lo fijan dos grandes partes visiblemente delimitadas: la primera, la zona que se ocupa de los capítulos dispuestos bajo excelentes titulaciones; la segunda, un amplísimo repertorio de notas que trazan la más acuciosa cartografía de las lecturas de las que está hecho este soberbio ensayista. Todo escritor, lo sabemos, es la suma de sus herencias anteriores, de sus pasos perdidos por otros universos escriturales que alimentan la sed del nuevo texto y arrojan luz sobre la estatura de sus metáforas. 

De tal suerte es que estas notas, al margen de ampliar, apostillar y polemizar con el discurso que rige la lógica del texto, son, también, otra parte sustancial del texto en su totalidad. No actúan como añadidos protésicos ni como interrupciones abruptas de una erótica coital de la conquista. Son, en sí misma, otro libro contenido dentro del libro. Constituyen, como diría el autor, un homenaje a esas voces que le han acompañado [y modelado como pensador]. En palabras suyas, “nada resulta más gratificante que una buena conversación”. Y, precisamente, estas notas no hacen sino advertir de esas compañías y de esos diálogos, de esos buenos diálogos a los que él está acostumbrado; los mismo que el propone cada vez que irrumpe en el espacio del otro. 
Cuando la conciencia crítica, tal y como señala Fernando Castro en reiteradas ocasiones a lo largo del volumen, se haya bajo mínimos [en medio de un escenario que viaja de “la política de la ruina” a “la política de la ceniza”], es entonces un privilegio el poder contar con la audacia y la radicalidad de un pensamiento teórico-crítico de tamaña envergadura. Máxime si su floración y permanencia tienen lugar en un contexto en el que la crítica ha sido confundida con el periodismo de turno, del mismo que la excelencia epistemológica se trueca con la retórica del ornamento.
El análisis de las acepciones muchas del términos clave escrito en su subtítulo, nos lleva a entenderá el por qué de la pertinencia de una de ellas. 
Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española el vocablo “síndrome” se refiere a: 1. “Conjunto de síntomas característicos de una enfermedad”. 2. “Conjunto de fenómenos que caracterizan una situación determinada”. 

Entre los diferentes tipos de síndromes, son muchos, hallamos uno en particular que se revela como el de mayor rentabilidad alegórica y discursiva en el entramado de estás páginas y es, claramente, el síndrome de abstinencia: “conjunto de síntomas provocado por la reducción o suspensión brusca de la dosis habitual de una sustancia de la que se tiene dependencia”. Es este, por encima de los otros, el que sospecho estimula la orquestación sinfónica de uno de los nudos o conflictos conceptuales de este libro. 

 Dado que uno de sus imperativos es la interrogación constante a ese tipo de arte que ha abandonado la capacidad de relatar su contexto cultural de referencia en función de una ingesta bulímica de naturaleza retiniana y de superficie. La abstinencia se localiza aquí –justo- en esa falta de inteligencia con la que tropieza la narrativa estética contemporánea cuando lo suyo, su sino, se disloca y se pierde en el paisaje de una frondosidad oscura en el que lo ornamental decreta –por fuerza- la defunción de los conceptos. Cuando lo grotesco o el dolor más auténtico pasan por la idiotización de la pantalla y del espectáculo, sus índices de rentabilidad y de efectismo merman, se convierten, de facto, en burdas caricaturas. 
El arte tiene entonces que pactar con otras responsabilidades que atisben su capacidad y voluntad socio-semiótica de respuesta. Debe, si quiere convertirse en sismograma del presente, abandonar esa rancia abstinencia y disponer de un repertorio de juicios más lúcidos y arriesgados. 

En cierto momento del texto Fernando Castro plantea “nadie, salvo que viva ajeno al tratamiento Ludovico que impone la televisión global, puede indignarse con las obras de arte contemporáneo. 
Son, no exagero, descripciones literales de un mundo que prefiere la tontería antes que enfrentarse críticamente con lo que pasa”. 
Se trata, por tanto, de estimular esa conciencia crítica que, estando bajo mínimos, ha de superar la dolencia del cataclismo y señalar las zonas del drama y de la catástrofe. 

fernando-castro-florez
Fernando Castro Flórez
Sin ningún género de dudas, este volumen, una vez leído y advertido en él lo que pudiera entenderse como otro relato sobre el arte, supone una suerte de hallazgo epistemológico que pone en crisis los modos habituales de narrar lo que acontece en el terreno de las practicas artísticas y en el ámbito, siempre polémico, del discurso. Creo, sin duda, que se trata de un aporte sustancial a una historiografía que ha de movilizar sus esquemas y discutir e interrogar sus modelos operacionales frente al objeto arte. El paradigma de una historiografía lineal que se alimenta del fetichismo del dato y de la disposición de estos en un eje horizontal sin mayor complejidad y hondura, debiera refugiarse en otras formas de comprensión del hecho estético, más alejadas de la descripción palmaria y cercana –mucho- el dominio especulativo de las asociaciones tan lúcidas como obscenas. Mierda y catástrofe… está señalando los riesgos de esa toxicidad que asfixia la escritura sobre el arte y la reduce a la simple taxonomía convaleciente

Estas páginas pulsan fuerzas sobre la que podría ser otra narrativa sobre el arte. La audacia de las especulaciones y de las asociaciones inéditas entre obra y contexto, entre el discurso y el umbral de su materialización como hecho estético, resultan, cuanto menos, rabiosamente sugestivas. La seducción del análisis registrado en la concatenación –casi sexual- de esas proximidades, se impone a la racionalidad de un modelo escritural propenso a la demostración y al equilibrio. 
Aun cuando resulte paradójico, este libro se mueve entre la utopía redentora y una especia de nihilismo devastados [o al menos en apariencia]. Y es así, o yo lo advierto así, porque, si de una parte se advierte de ese impulso catastrófico como fin de la producción de sentido y estado que alimenta a la misma en un acto casi esquizofrénico; por otra parte, estas páginas recuperan cierta credibilidad en el arte, en su fin social, en su capacidad terapéutica y de exhumación de la memoria. Y esa recuperación viene dada por la necesidad de reforzar una conciencia crítica que ha de saltarse la impotencia de su parálisis y rebasar el dominio de la estupidización y de la ornamentalidad. 
Mierda y catástrofe… se me antoja –entonces- como un libro de culturología contemporánea. Un texto que podemos inscribir en esa tendencia de articulación discursiva y de pensamiento. Se trata de una reflexión desde el ámbito de la crítica de estatura y corpus filosófico deliciosamente escrita. Sus páginas interrogan el orden cultural imperante, sus modelos, sus ansiedades y las múltiples estrategias de cierto cinismo persuasivo que paraliza al sujeto en el dominio de la idiotez, “la estupidización” y “el embrutecimiento”. De ahí la reiteración obsesiva del autor acerca de: “el sistema de engaño”, de “el espectador catatónico” y de “la epidemia de la tontería”, en tanto que síntomas que dibujan este panorama errático en el que las barbies se convierten en galeristas y se rinde culto al todo vale
Creo, por tanto, que una de las tesis fundamentales de este volumen se haya en la página 42, cuando el autor plantea que: “hoy, consumada la amnesia colectiva, hay una vitrina para cada cosa, da igual que sea cursilería, una consigna o una cagarruta. Lo decisivo es que incluso el accidente ha encontrado su museo, ese lugar obsceno que todavía llamamos televisión”. Y, continúa insistiendo el ensayista, aunque nuestra conciencia crítica esté bajo mínimos, no podemos aceptar que el arte sea una mercancía perfecta o una mera perogrullada. Tal vez tengamos que poner la ironía en cuarentena, e impulsados a la polémica, emplear el sarcasmo, sin por ello caer en la jerga”. Concluye, entonces, con esta afirmación que advierte de un radicalismo necesario en la petición de responsabilidad y de compromiso:
“En una época marcada por demolición, con una compulsión voyeurística que ha propiciado el extraño placer de la catástrofe, la cultura no puede ser meramente el juego de la libertad, sino que, valga el tono dogmático, exigimos que afronte los conflictos y produzca lo necesario. Mientras tanto sigamos empantanados en la rumurología, sufriendo una narcolepsia sin cura aparente, fascinados por el arte de ocultar lo esencial”
Sin embargo, pese a este tono lapidario, y he ahí otras de las delicias de este libro, el autor hace un juego irónico de simulaciones y espejismos haciendo creer de su abominación por el arte, cuando en verdad se debe en cuerpo y alma a su entera comprensión. Por tanto, y en un gesto de emancipación de lo catastrófico, señala que el “arte todavía es capaz de hacer sismograma de lo que pasa”. Así, ladeando el catastrofismo nihilista del que hablábamos, refuerza la dirección utópica del arte y afirma su valor como lenguaje susceptible a la narración oportuna y eficaz de sus circunstancias. De ello se deduce que la práctica estética, lejos de ese lugar que la reduce y circunscribe a un mero ejercicio de formas abstraídas en la nebulosa de la apariencia, ha de comenzar a sustantivar las nociones de “pertinencia” y “eficacia”. 
Las características del juego de contrabando y de rápida negociación con la realidad del show mediático, están entre las más impresionantes que afectan la posibilidad de un estado inteligente para la práctica del arte. Quizás por ello, y atendiendo a la paradoja que rige el actual modelo de cultura al uso, Fernando Castro plante que “en última instancia, la estrategia de la obscenidad no solo ha convertido lo banal en monumento, sino que la pulsión fetichista, el mal de archivo, ha llevado, valga la paradoja, a la obesidad y la anorexia estéticas”. Y es que todo aquello que se junta con la exageración y reproducción desmedida en las zonas de lo hiperreal, termina, así, abducido por el dominio de lo decorativo. El impulso bulímico de los vectores de mediación sacrifican la calidad discursiva en función del impacto y la coquetería más ramplona.  

“Esa es la gran catástrofe: (no tener) nada en qué pensar”, afirma de un plumazo el ensayista recuperando el espíritu crítico que apunta a ese raro estado de insomnio y reclama un despertar de la conciencia. 
Carlos Jiménez, en su presentación de esta obra, y aludiendo a la capacidad asociativa de alta densidad lingüística del pensamiento del autor, decía que: “Esta clase de recomposición o deconstrucción de los campos semánticos habituales trastoca igualmente los significados de las palabras que, por definición, son siempre el lugar del entrecruzamiento de distintos campos semánticos. Si estos últimos cambian también cambian las palabras que les conciernen. 

De allí que en esta obra monstruosa, palabras recurrentes en la misma como “arte”, “mirada”, “ceguera”, “catástrofe”, “apocalipsis”, “banalidad”, “idiotez” o “estupefacción” no tengan un único significado sino que remiten a una agrupación fortuita de significados, en el que caben incluso los que son contradictorios entre sí. En esto consiste la anomalía de este libro y la hospitalidad que simultáneamente ofrece a la unión de la mierda con la catástrofe que, es algo así, como la unión del tocino con la velocidad. ¿Pero qué diablos es este libro? ¿A cuál genero pertenece? ¿Al tratado? Rotundamente no. Y si dijera que es una colección de ensayos que comparten ciertos propósitos me quedaría corto. Yo me arriesgaría a calificarlo, en plan de choque, de glosario. Sólo que recuperando para este término el sentido que le asignaron los latinos. Aclaro: me refiero a los antiguos habitantes del Lacio y no a los cubanos o a los colombianos […]”. 
Efectivamente, cuando el lector -entrenado o neófito- se topa con un ensayo como este se interrogará muchas veces sobre su posible ubicación en el paisaje de unas taxonomías literaria y crítica que resulta a veces demasiado conservadora frente a estos nuevos modelos de pensamiento y de escritura. Dónde ubicar este libro, dónde acogerlo sino en los rubros de la crítica, la antropología cultural, la sociología, la filosofía o la teoría estética. O, acaso, la ironía se vuelve mayor si su ubicación, de golpe, se localiza en los dominios de la narrativa. 

En cualquiera de los primeros rubros pudiera figurar, pero [si por accidente y catástrofe] los lectores o libreros lo colocan en los ámbitos de la narrativa quedaría refrendado, entones, quizás incluso por error, el mayor valor de este libro: el de ser un relato exquisito respecto de ese mundo de afuera que nos mira, a todos, como auténticos locos. 
Un ensayo mal pensado o gestionado jamás abrazaría la virtud de una escritura sofisticada que advierta de su elegancia e inteligencia. En el ensayo, lo sabemos, el vigor de las ideas y el vértigo de la pulsión literaria copulan en el epicentro de la palabra escrita. La idea deviene, así, su propio discurso. Mierda y catástrofe… es, precisamente eso, un libro de ideas, un ejercicio de pensamiento que queda, allí, para despertar de la pereza y sepultar la desidia de este tiempo.
Cuando desperté, el libro estaba allí.
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¿Qué hay detrás del dineral de las exposiciones temporales? 
Utilizar a la masa para que la elite pueda especular.
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Miles de personas aceptan someterse a varias horas de espera de pie y a la intemperie para ver una exposición que no ha sido diseñada para ellas

¿Ritual o mangoneo de las exposiciones?
Adam Cohen.

El siguiente artículo molestará a más de uno, pero tengo asumido ya que decir lo que pienso es el gentle art of making enemies.

Lo que acontece en las exposiciones temporales de arte en los museos nacionales o instituciones privadas no acontece en ningún otro ámbito de las artes en nuestra sociedad occidental.
¿Cuántos pensadores, escritores, escultores, pintores o directores de cine reciben, regularmente, del Estado o de una institución unos 2 millones de euros para expresar sus elucubraciones sobre un tema dado? Muy pocos. 
En cambio, los comisarios de exposiciones - curator o curador en el mundo anglosajón- sí que disfrutan de financiación para sus caldos de sesos que suelen vestir de reflexiones filosóficas, investigaciones científicas o revisiones históricas, presentadas con evocadores títulos: el trazo oculto, la belleza encerrada, el poder de la Sombra, las lágrimas de Eros, Arte y Poder, antes del diluvio… y este derroche de medios se repite una y otra vez, año tras año.

Y yo me pregunto: en este mundo materialista, donde nadie hace nada por nada, y donde el altruismo, el bien común, la caridad, el amor a la belleza, la ayuda mutua y desinteresada parecen ya ideas extraterrestres ¿qué propósito cumplen estas exposiciones pagadas en su mayoría con dinero público, qué intereses las promueven? ¿Elevar el nivel cultural del ciudadano? ¿Ampliar el horizonte intelectual de la población? ¿Aportar un entorno de belleza y reflexión a los visitantes? ¿De verdad nuestros amos se preocupan tanto de nuestro bienestar y biencrecer? Me temo que no.


Un arma mediática y política
No es políticamente correcto decir que las exposiciones de arte son, en realidad, un arma política y, por tanto, forman parte de la política cultural o, mejor dicho, de la utilización por los gobiernos de la cultura con fines políticos de propaganda, autobombo, imagen pública e imagen internacional; de ahí que no se busque rentabilidad económica y se tolere el gasto excesivo que se da por bien empleado si el eco mediático ha sido satisfactorio. Como los Medici y Napoleón sabían hace tiempo, los políticos han descubierto que el arte da prestigio al poder.

Comisarios y expertos, convencidos de que están obrando por la Cultura y el bien de la Humanidad, no parecen tener la sensación de mal gastar. Y esta manga ancha con la financiación de los eventos culturales se tolera en este campo porque la misión que cumplen es el impacto mediático, la imagen pública del gobierno, el prestigio profesional de los organizadores, el prestigio institucional y político, el prestigio del poder en definitiva.

En el ámbito del arte, es indispensable que las muestras figuren en la prensa como “la mayor exposición celebrada” sobre tal artista, convirtiendo a menudo la política cultural en una carrera para entrar en el libro Guinness de las exposiciones. Se preferirá exponer cientos de obras en lugar de las justas y necesarias. La crisis, por suerte, ha puesto cierto coto a estos hábitos, pero triste es comprobar que son los recortes y no la conciencia y la responsabilidad los que han puesto un límite al derroche.


Un acicate a la especulación sobre arte
Además de ser un arma predilecta de los gobiernos y de los expertos, las exposiciones temporales están también relacionadas con la especulación financiera sobre las obras de arte que muchos bancos, entidades financieras, grupos empresariales y multimillonarios practican, pues en el inestable mundo financiero actual el arte se ha vuelto goloso.

Para los grandes bancos y entidades financieras, que invierten, por ventajas tributarias, en fundaciones culturales y forman colecciones de arte –generalmente de arte contemporáneo, pues el otro es inaccesible-, es crucial mantener el interés del público por el arte actual y los objetos de arte en general: para ello, es necesario convencerlo de su valor incuestionable porque es una manera de garantizar el precio y la credibilidad de unos objetos, muchas veces de dudoso valor intrínseco pero que permiten el blanqueo de dinero y la especulación pura y dura. Pondré un ejemplo reciente que describe este fenómeno.

Como nos informa la misma web del Museo del Prado.

en el año 2006 el BBVA pagó 26 millones de euros de deudas con Hacienda con la entrega al citado museo de una colección de bodegones del corrupto Naseiro -que incluye el ya famoso “besugo de Bárcenas” ¡¡¡expuesto a pocos metros de Goya!!!-. Así, gracias al interés de los medios y los centros de arte de prestigio por cierto tipo de pintura (en este caso conviene hacer subir el precio del bodegón del siglo XIX), un banco podrá pagar sus impuestos cómodamente con cuadros comprados baratos y oportunamente sobrevalorados por expertos del Departamento de Tasación de Patrimonio Nacional. ¿Quiénes son estos expertos? ¿Para quién trabajan estos funcionarios públicos si los favorecidos por sus estimaciones al alza son precisamente ex – tesoreros corruptos y entidades bancarias, y el principal perjudicado es el erario público, es decir el público? Que cada uno encuentre la respuesta.

El público usado e ignorado
Si la preocupación genuina de las políticas de exposiciones temporales fuera generar cultura, elevar el nivel de reflexión, o hacernos más sabios, las exposiciones serían, primero, más pequeñas, pues tendría en cuenta al visitante. Por mi experiencia profesional, el tiempo medio de atención es de una hora y media a lo sumo, y a partir de cierto momento, el espectador ha tocado fondo en su capacidad de comprensión y asimilación. Una exposición con 40 piezas es más que suficiente. Una exposición Dalí con más de 200 piezas es un mareo asegurado y la morralla está garantizada pues las obras realmente buenas e importantes son escasas y se prestan con dificultad. Pero estamos en una sociedad en la que lo cuantitativo siempre está por encima de lo cualitativo.
Si el destinatario de las exposiciones fuera el público, las exposiciones tendrían un claro propósito didáctico y serían más fáciles de entender, los textos del catálogo estarían diseñados para facilitar la profunda comprensión de la hipótesis presentada, lo que no significa que deban ser simplistas; y la audio guía no sería una acumulación de datos o una verborrea supuestamente culta, encargada de rellenar el comprensible y legítimo silencio mental del espectador inexperto sino que serían amenas y enseñarían a ver.
El público se pasea por las salas sin entender gran cosa a pesar de ser, al fin y al cabo, el que paga la entrada y permite recuperar la colosal inversión. En las exposiciones financiadas con dinero público, el ciudadano es un pagafantas que paga dos veces.

Las exposiciones temporales de arte son demasiado grandes, muestran demasiadas piezas; son excesivamente sesudas y están realizadas por self-centered expertos para su propio curriculum académico, pues buscan exclusivamente ser valorados por otros expertos e instituciones internacionales. Y de paso, importa saber que los visitantes expertos y personalidades del mundo de la cultura y la política NUNCA pagan la entrada a las exposiciones y reciben habitualmente el catálogo como regalo.
Es como si fuéramos a ver una película pagada con dinero público, hecha por expertos cinéfilos para otros expertos que entran gratis, mientras el público estaría dispuesto a esperar una cola de tres horas, pagar su entrada para luego no entender prácticamente nada de lo que allí se dice. Bastante absurdo ¿no? ¿Cómo es esto posible?

No creo que el público medio sea especialmente tonto, pero sí creo que existe un abismo entre la complejidad del concepto de una exposición y la capacidad de comprensión del público habitual de las exposiciones. Tras varias décadas como profesor de arte, he mostrado y comentado casi dos centenares de exposiciones. Al terminar la visita, nunca ha faltado el siguiente comentario: “sin sus explicaciones hubiéramos pasado delante de las obras sin siquiera atisbar todo lo que esta exposición plantea”.


El arte como nueva religión.
¿Por qué el ciudadano está dispuesto a aguantar varias horas de cola para luego ver muchas cosas pero no entender prácticamente nada? Es difícil entender la aceptación sumisa del público a esta distancia reiterada, insalvable y hasta displicente entre emisor y receptor, pero propongo la siguiente explicación: creo que es del orden de la fe. El ciudadano inexperto en arte visita exposiciones porque cree, aunque no haya entendido el asunto planteado, que la entrada al recinto sagrado del museo tiene la capacidad de elevarlo en su cotidianeidad. El urbanita posmoderno está hambriento de elevación, desea añadir a su vida de esclavo aunque sólo sea un perfume de belleza y cultura, un aura de inmaterialidad, algo que al fin lo acerque a la divinidad, pues algo en él le recuerda que no es sólo materia consumista.
Pasa el tiempo y todo sigue igual. Se repíte la liturgia de la misa en latín. Vas a la iglesia para oír una misa de la que no entiendes nada, pero regresas a casa satisfecho, con el alma en paz, con la sensación de haber cumplido con el ritual que acompaña toda fe: la profunda convicción de que más allá de lo humano hay algo divino y el ceremonioso ritual es una servidumbre de paso para llegar a él.
Como antes la Iglesia, ahora los poderes políticos y económicos se aprovechan de la masa sedienta de espiritualidad para reforzar sus mecanismos.


Connecting the Dots.
Llegados a este punto, el lector tal vez se pregunte: ¿qué tendrá que ver el despilfarro y la falta de didáctica de las exposiciones temporales con la especulación sobre el arte y el hambre de trascendencia del ciudadano?
En el pasado, la Humanidad siempre tuvo conciencia de la existencia de un mundo más allá de lo visible, la religiosidad es consustancial al ser humano, de ahí que durante milenios, el ser humano haya utilizado ciertos objetos simbólicos y mágicos para relacionarse con lo oculto, objetos que eran vehículo de la energía sutil y le permitían comunicar con otros planos. En la sociedad moderna atea y cientificista, la conciencia de la utilidad de los símbolos como puertas interdimensionales ha desaparecido pero no así la necesidad del vínculo con el más allá, pues está en la esencia de lo humano: ahora ha pasado a un plano inconsciente. Así, la creencia en el poder mágico de los objetos no ha desaparecido sino que se ha desplazado, por ejemplo, al fetichismo del marquismo contemporáneo: colgarse del brazo un bolso de lona plastificada de Louis Vuitton que cuesta un sueldo es vivido interiormente por la poseedora como un gesto casi ritual que garantiza una elevación y permite el acceso repentino al anhelado estatus social. Al salir de la tienda con el objeto mágico, ella se siente otra.

Este ejemplo me sirve para describir cómo la creencia en el poder de lo mágico perdura de forma inconsciente y se ha trasladado a ciertos objetos hábilmente convertidos en símbolos por la publicidad pero drásticamente vaciados de toda genuina espiritualidad. Además de los bolsos, están ciertas joyas, relojes, coches y, como no podía ser de otra manera, obras de arte de algunos autores que han sido previa y oportunamente santificados por las casas de subastas, museos, coleccionistas, fundaciones y galerías de arte. En este juego de objetos mágicos, el arte ostenta el estatus máximo porque un rico que tiene coches caros cuando muere, es un rico muerto, es decir poca cosa. Pero un millonario que ha creado una colección de arte, hereda el aura del filántropo, del benefactor de la Humanidad, su museo se convierte en su mausoleo que le permite alcanzar la inmortalidad. Así de grande es el poder del arte.
Y por fin llegamos a explicar la relación entre la sumisión del pagafantas de la exposiciones y la especulación con las obras de arte: como el ser humano no puede dejar de necesitar la belleza en su vida y se ve inconscientemente atraído por la fuerza mágica de los objetos simbólicos, el poder político y económico va a interferir, desde su posición superior de control, en la relación directa entre el público y la belleza para desviar, casi secuestrar, esta energía en su propio beneficio. Dicho de otro modo, el público podría relacionarse directamente con la belleza sin interferencias del poder (y esto sería posible si el público no se comportara como masa), pero los poderosos no lo van a permitir pues esta energía les es de gran utilidad, por tanto se las van a arreglar para que el aura y esplendor del arte revierta en sus personas y en sus cuentas bancarias.

Para lograr robar esa energía en su provecho, el poder pervierte y cosifica el anhelo de trascendencia del pueblo y lo convierte en una inversión en autoimagen para unos, y en dígitos bancarios para otros.
Los políticos necesitan autobombo, las instituciones culturales y los expertos buscan su prestigio internacional mientras los especuladores, apoyados en todos esos egos, hacen su negocio comprando barato y revendiendo caro, haciendo subir como la espuma y, gracias a la colaboración de los expertos, los precios de ciertas obras que serán compradas y atesoradas por millonarios que ya no saben en qué invertir con seguridad. Se sabe ya que Ginebra y Singapur son lugares donde los coleccionistas están ocultando sus adquisiciones en obras de arte, resguardándolas en grandes contenedores, opacos al fisco, y desde dónde pueden hacer sus transacciones sin necesidad de sacarlas a subasta pública.

¿Y cómo se sostiene todo este tinglado basado en unos precios y unos valores establecidos por expertos y casas de subastas?
Pues, aunque parezca una exageración, esto se sostiene, una vez más, sobre los hombros económicos del contribuyente y la credulidad del ciudadano sediento de espiritualidad.
Las obras de arte otrora vehículos hacia lo intangible ya sólo son piezas de valor mercantil con un alto índice de rentabilidad que se apilan en la oscuridad de un contenedor secreto.

Si el ciudadano medio tomara conciencia de lo que aquí estoy describiendo y se diera cuenta que toda esta farsa lo utiliza, lo usa y lo desprecia pero al mismo tiempo depende de él, si el público comprendiera esto, daría rotundamente la espalda a este circo y probablemente el fenómeno colapsaría pues éste se sostiene en la confianza ciega en el valor de lo mostrado, se sostiene sobre la fe del pueblo en el arte. No, la fe de los ricos en el valor de los cuadros no sería suficiente, sería un capricho, y los caprichos no cotizan en bolsa.
Así, llegamos a la paradoja siguiente:

Es la mirada devocional del público que no llega a fin de mes la que transforma unos simples rectángulos untados con óleo en valores de especulación para multimillonarios

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El Interbolsa del arte  
Publicado: agosto 5, 2013 | Autor: contraesfera


K, Un artista emergente, hace dos piezas. 
El marchante A vende cada pieza a US$5.000 a B y C, dos coleccionistas prestigiosos. A se queda con el 50 por ciento de la venta y arregla con B y C para que oferten las piezas de K en una subasta. 
Antes de la oferta el artista se presenta en sociedad: K va con A, B y/o C, a inauguraciones y fiestas; un curador D, asociado a alguna institución, lo entrevista o firma un catálogo promocional con un texto genérico; publicaciones de arte en las que pautan galerías vinculadas a K, o con lazos con A, B y/o C, se referirán a él; circulará el rumor de que K estará en una curaduría colectiva en un museo donde solo exponen individualmente los consagrados.
LAS GALERIAS DE ARTE CONTROLAN EL VALOR DE SU ARTE MANIPULANDO: - A COMPRADORES   B EL PRECIO DE LA OBRA
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Comienza la subasta, pero ¿por qué usar este método para darle un precio a las obras de K? ¿Por qué no dar una cifra y ya? 
Porque a falta de crítica, o por los problemas y demoras que genera una valoración crítica, la subasta es el medio expedito para inflar y dar legitimidad: la puja por las piezas de K cierra en US$120.000 c/u. 

El remate fluyó sin contratiempos. K todavía no es muy conocido, sí lo será cuando se conozca el resultado astronómico de la “puja” de B y C. 
¿Dónde está el dinero? B pagó la pieza de C, C pagó la pieza de B. Es decir, el dinero no se ha movido, las piezas sí.

Días, meses o años después, B y C ofrecen a un miembro E de la junta de un museo la donación de las piezas de K.
Lo más importante
B y C certifican en su declaración de impuestos una relación de US$120.000 c/u por donaciones. En algunos países, un tercio del monto total de lo donado se deduce de la declaración de renta: US$40.000. B y C, que en un principio tuvieron que desembolsillar US$10.000 entre los dos, obtuvieron una ganancia neta de US$35.000 por cabeza (habría que restarle la comisión de la casa de subastas y lo que le corresponde a A por la intermediación).

K recibió US$5.000 por sus obras; es feliz, el dinero le hace bien, el futuro pinta mejor. Si K y sus obras son dúctiles podrá seguir trabajando con A, B, C, D, E y llegar lejos, pero si dejan de serlo, las fuerzas –o los fuertes– del mercado encontrarán un nuevo artista al que mimar.
los pasos sobre las huellas
Lo anterior es solo un esquema perfectible. Un fondo de inversión en arte sabrá conjugar todo el abecedario y redactar cada vez mejor el novelón bursátil: fragmentará el mercado, pagará un cabildero para que tramite más excepciones tributarias por filantropía, tacará con sigilo carambolas más virtuosas, hará pirámides a corto, mediano y largo plazo. Hablamos de arte: la misma libertad y apertura que existe para hacerlo e interpretarlo se extiende a su compra y venta.
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Hace poco, en esferapublica.org, Halim Badawi publicó Business is business: especulación y mercado en la obra de Óscar Murillo, un análisis intuitivo sobre el furtivo tinglado tras la venta, el pasado 26 de junio, de la obra Sin título (2011) de este artista de veintiocho años de origen latino (colombiano o guatemalteco, es lo mismo). 

La pieza se vendió en la casa de subastas Christie’s en Londres por US$391.000, “superando trece veces su estimado bajo”. Es un inspirador caso de estudio, tanto, que las dudas de Badawi sobre la importancia y mercadeo de la obra –dentro del conjunto de piezas de Murillo y de otros artistas– fueron subestimadas en el foro por un académico y un analista de mercado. 

Ambos personajes, acomodados en su rol ilustrado y financiero, parecían hipnotizados por el resultado de la subasta y cumplieron solícitos con la sentencia que el crítico Robert Hughes acuñó en su texto Arte y dinero

“El mercado debe encontrar maneras de poder vender arte mediocre a malo a unos precios lo suficientemente altos como para acallar las protestas estéticas”.

En ese mismo foro virtual, una voz cándida protestó, sacó a la luz el color de piel de Murillo, jugó la carta de la discriminación y gritó: “¡Dejen jugar al moreno!”. Un clamor al que podrían sumarse otros intermediarios de cuello blanco, inversionistas tipo Interbolsa, que gritarían casi lo mismo al unísono: “¡Déjennos jugar con el moreno!”. ¡Éxitos!
los oscares
HUO OM

artforum(dot)com-diary

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Una amarga confesión

Texto íntegro de las declaraciones hechas por 
Pablo Picasso
a la revista de L´ Association Populaite des Amis de Musées, “Le Musée vivant” nº 17-18 del año 1963.

“Cuando yo era joven, igual que todos los jóvenes, tuve la religión del arte, del gran arte; pero con el correr de los años me he dedo cuenta de que el arte, tal y como se lo concebía hasta finales de 1800, está ya acabado, moribundo, condenado, y que la pretendida actividad artística, con todo su florecimiento, no es más que la manifestación multiforme de su agonía.

Los hombres se apartan, se desinteresan cada vez más de la pintura, de la escultura, de la poesía; aparte de las apariencias contrarias, los hombres de hoy tienen puesto su corazón en otra cosa muy distinta: las máquinas, los descubrimientos científicos, la riqueza, el dominio de las fuerzas naturales, y de todos lo territorios del mundo. Nosotros ya no sentimos el arte como una necesidad vital, una necesidad espiritual, como era el caso de los siglos pasados.

Muchos de entre nosotros siguen siendo artistas y ocupándose del arte por unas razones que tienen muy poco que ver con el verdadero arte, sino por espíritu de imitación, por nostalgia de la tradición, por inercia, por el gusto de la ostentación, del lujo, de la curiosidad intelectual, por moda o por cálculo. Viven todavía por costumbre y por esnobismo, en un reciente pasado, pero la gran mayoría de ellos, en todos los medios, no tienen ya una pasión sincera por el arte, al cual consideran, todo lo más, como una diversión, un ocio y ornamento.

Las nuevas generaciones, amantes de la mecánica y del deporte, más sinceras, más cínicas y brutales, irán dejando el arte, poco a poco, relegado a los museos y las bibliotecas, como una incomprensible e inútil reliquia del pasado. En el momento en que el arte ya no es alimento de los mejores, el artista puede exteriorizar su talento en toda clase de tentativas de nuevas fórmulas, en todos los caprichos y fantasías, en todos los expedientes de la charlatanería intelectual.

El pueblo ya no busca ni consuelo ni exaltación en las artes. Y los refinados, los ricos, los ociosos, los destiladores de quintaesencias, buscan lo nuevo, lo extraordinario, lo original, lo extravagante, lo escandaloso. Por mi parte, desde el “cubismo” y más lejos aún, he contentado a esos señores y a esos críticos con las múltiples extravagancias que me han venido a la cabeza, y cuanto menos las han comprendido, más las han admirado. A fuerza de divertirme con todos esos juegos, con todas esas paparruchas, esos rompecabezas, acertijos y arabescos, me hice célebre rápidamente. Y la celebridad significa para un pintor: ventas, ganancias, fortuna, riqueza.

En la actualidad, como sabéis, soy célebre y muy rico. Pero cuando estoy a solas conmigo mismo, no tengo el valor de considerarme artista en el sentido grande y antiguo de la palabra. Ha habido grandes pintores como Giotto, Tiziano, Rembrandt y Goya. Yo no soy más que un bufón público que ha comprendido su tiempo. La mía es una amarga confesión, más dolorosa de lo que pueda parecer, pero que tiene el mérito de ser sincera”


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arco- abril 2015:

DIARIO DE UN COLECCIONISTA (SIN PRESUPUESTO)

“Muchos cambian su arte para seguir la moda”

El coleccionista argentino Jorge Pérez es uno de los 25 latinos más influyentes de Estados Unidos según la revista 'Time'


“He gastado 340.000 euros en Arco”. Jorge Pérez (Argentina, 1949) revela, excepcionalmente, la cifra mientras desayunamos en el Hotel Palace de Madrid. El coleccionista ha comprado 11 piezas.

 Pérez es conocido en el mundo del arte por muchas cosas. Su pasión compradora, su riqueza (3.100 millones de dólares, según la revista Forbes), un museo que lleva su nombre (Pérez Art Museum Miami, PAMM) y una actividad profesional, la promoción inmobiliaria en Miami, que le ha situado, acorde con la publicación Time, entre los 25 latinos más influyentes de Estados Unidos.

Pregunta. ¿Los grandes coleccionistas han sustituido a la crítica de arte?

R. He visto artistas, no le doy nombres, que si les compra un gran coleccionista al día siguiente pasan de costar 10.000 a 40.000 euros.
El arte se ha convertido en un símbolo de estatus social.

P. La especulación afecta, incluso, a artistas veinteañeros. ¿Esa tensión en los precios le dificulta comprar obra?

R. Sí. Se convierte en una carrera. Por ejemplo, Óscar Murillo, 29 años, ni te lo vende la galería. Tienes que esperar. Lo conozco desde cuando sus cuadros no costaban casi nada. Es algo que da miedo. Murillo es un artista estupendo. Pero otros, como Gordillo, 50 años de trayectoria y en todos los museos del mundo, cuestan la tercera parte. ¿Ese valor es real o no?

P. ¿Manipulación?
R. Sí. El mercado del arte se manipula de tal forma que hay artistas que casi no pueden entrar. Actualmente si eres un creador figurativo estás jodido. Manda la instalación y lo conceptual. Y muchos cambian su arte para seguir la moda o los deseos del comisario de turno. Se vuelven como un traje de Carolina Herrera.

P. Pero nunca había existido una vinculación tan estrecha entre el lujo y la plástica.

R. Es un branding. En mis edificios no lo hacemos solo por esa razón. Pero me gasto un dineral en incorporarles obras de arte. Algunos socios me piden que les compre piezas para los inmuebles. “Tengo dos millones de dólares de presupuesto”, me dicen. Es estatus. No que les guste.

P. La culpa es suya porque es el único promotor del planeta que tiene asociados a sus edificios comisarios que deciden qué piezas se instalan.

R. No me siento mal, soy un vendedor. He ido aprendiendo. Antes no entraba en los museos en las “cosas raras”. Ahora me esfuerzo por estudiar y mirar. Hoy veo piezas que no me gustaban y digo ¡guau!

P. Asegura que su gran ilusión es descubrir al nuevo Picasso ¿Lo ha encontrado?
R. Secundino Hernández será uno de los grandes y Óscar Murillo es un artista tremendo, pero algunas veces la fama y el dinero… En lo personal, lo importante es la pasión. Tengo amigos de mi sector que ya han ganado 1.000 millones de dólares y no tienen ganas de hacer otras cosas. Yo aún mantengo la tensión de crear edificios con los mejores diseñadores.....


ANTONIO MUÑOZ MOLINA      11 OCT 2008

Llegará un día, más tarde o más temprano, en el que habrá una sublevación general y probablemente victoriosa contra la tiranía de lo nuevo, contra la coacción y la angustia de no quedarse atrás, de estar al tanto de las propuestas rompedoras, de las últimas tendencias, de lo nunca visto. Los curators estrellas se verán forzados por la necesidad a implorar trabajo como bedeles en renacidas academias de dibujo artístico o como guías de turismo. Algunos, los más avispados, seguirán organizando bienales en apartados municipios, pero se habrán cambiado el nombre para eludir el oprobio, y en las reuniones de padres de la escuela de sus hijos dirán que se dedican a algún trabajo honrado. En los centros innumerables de arte contemporáneo de las comunidades autónomas españolas se instalarán salones de bingo o museos de aperos de labranza y trajes regionales.

Los críticos de arte ahora más punteros se apuntarán a cursillos de reeducación en los que irán aprendiendo, muy poco a poco, muy dolorosamente, a expresarse por escrito de manera inteligible.

Tiendas de lienzos y de materiales artísticos, ahora sumidas en una penumbra en la que dependientes solitarios se sacuden tristemente las telarañas y el polvo de los mandiles grises, revivirán con la venta masiva de caballetes y paletas de pintor. Como siempre pasa en las revoluciones y en las contrarrevoluciones, se cometerán excesos:  

la Tate Modern y el MoMA compartirán una gran retrospectiva con las creaciones ceráminas más sobresalientes de la casa Lladró; los pintores se harán fotografiar delante de sus caballetes, con boina y perilla, sosteniendo la paleta, vestidos con anchos blusones...

http://elpais.com/diario/2008/10/11/babelia/1223681955_850215.html

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Contemporary Art Reflects Our Cultural Degeneracy 2015-07-10



Paul McCarthy's "Butt Plug" in Paris.


The performance art of Emma Sulkowicz is only the latest example in the long decline of Western art. Her recent failed effort at amateur pornography, entitled Ceci N’est Pas Un Viol in a sad attempt to make it sound sophisticated, was done under her own auspices.

But her earlier classic of “endurance performance art,” Carry That Weight, where she hauled a 50-pound dorm mattress around as she attended class, was sponsored by Columbia University as her senior thesis for her visual arts degree.

But Sulkowicz’s sophomoric attention whoring is only the tip of the iceberg. Contemporary art as a whole is ugly, narcissistic, puerile, and degenerate—in other words, it is a perfect indicator of the health of Western culture.

Art in a healthy society



Art is not utilitarian. The primary purpose of art is to be beautiful—to lift up the soul. Classical Greek sculpture and architecture are good examples of this. The statues of that period capture the ideal human figure while buildings, such as the Parthenon, reflect the order of the universe.

Of course, there are other reasons why people create art. Sometimes art is didactic, as in the case of the stained glass windows of the medieval cathedrals. These windows depicted scenes from the bible and the lives of the saints as a way of teaching illiterate people about the Christian faith.

At other times, art may have a political message. An example of this is the Medici Chapels in Florence. These exquisite monuments proclaim the wealth and high culture of the Medici family.


Medici Chapels


But even with these examples, the primary purpose of these works is still beauty. The stained glass windows are beautiful even apart from the biblical events that they depict. A modern day visitor to the Medici Chapels who knows nothing of that powerful family will still find the Chapels awe-inspiring.

So in a healthy society, art is not used primarily as vehicle to convey some political message or to be used as propaganda.

The beginning of the decline of Western art


Caspar David Friedrich – Wanderer Above the Sea of Fog


It is difficult to pinpoint exactly when art started to decline. My own guess is that the decline had its roots in Romanticism, an artistic movement that originated in the late 18th century and ended around 1850. The Romantic period emphasized the originality, emotion, and individualism of the artist.

At first glance, these do not seem to be bad values, but they set the stage for future degeneration. With originality, artists begin to feel the need to be completely unique. Each artist must represent a complete break with everything that came before him as well as his contemporaries. Introducing the emotion of the artist will eventually become making the art all about the artist’s feelings.


Marcel Duchamp – L.H.O.O.Q.


The art of the Romantic period is still beautiful and strangely powerful, but seeds planted during that period germinated in the 20th century with Dadaism movement, which may be best exemplified by the work L.H.O.O.Q. Although it was a small, avant-garde movement, Dada demonstrates that by the early 20th century, Western culture was already showing signs of exhaustion.

Contemporary art

Fortunately, the Dadaism movement was short lived, but that doesn’t mean that Western culture suddenly became healthy again. On the contrary, if we look at what passes for art today, it is difficult not to think that our culture is in a terminal stage.

Performance art


Shia LaBeouf – I Am Not Famous Anymore.


The most obvious offender against beauty and sanity is “performance art.” In addition to Emma Sulkowicz’s garbage, there are examples like actor Shia LaBeouf’s stunt at a Berlin film festival where he sat on a chair with a paper bag that said, “I’m not famous anymore,” over his head.

After it was revealed that LaBeouf had posted plagiarized Tweets, he staged another piece of performance art entitled #IAMSORRY. In the piece, LaBeouf sat in a room wearing a paper bag. Visitors were allowed to enter one at a time with something that might be humiliating to LaBeouf such as an Indiana Jones whip or a copy of a book that he lifted the Tweets from.


Shia LaBeouf – #IAMSORRY


During one of these visits, LaBeouf claims he was raped. According to TMZ, a “woman walked into the private room — where he was having silent one-on-one interactions with fans—and whipped his legs for 10 minutes, then stripped off his clothes and ‘proceeded to rape’ him.”

LaBeouf and Sulkowicz are not alone. There are tons of other ridiculous examples of performance art. Literally anyone can do it as long as there is some “message.” This entertaining link has performance art that consists of a half-naked woman lying on the floor, a woman who screams at wine glasses, and a man in a colorful one-piece bathing suit who helps to awaken your inner child.

One of these artists (the half-naked woman) writes:
Who can argue with that?

Painting and sculpture


Anish Kapoor – Dirty Corner

Contemporary painting and sculpture are not as awful as performance art, but they are degenerate as well. They tend to either contain some trite left wing message that attacks traditional values or they are just plain ugly.

Under the first category of artwork with a message we have the sculpture entitled Dirty Corner. It was created by British artist Anish Kapoor and is on display at Versailles. The artist described the work as depicting the vagina of a queen taking power. The implication is that it depicts the vagina of Marie Antoinette, who was beheaded during the French Revolution.

Would the French government have purchased this work if the artist used a more apt description such as “failed megaphone”? I doubt it.


Paul McCarthy – Train.


In a similar vein, there is American artist Paul McCarthy’s mechanical sculpture, Train, that depicts President George W. Bush sodomizing pigs. McCarthy also designed the giant green butt plug that is at the head of this article. Is this really art?


Francis Bacon – Painting (1946)


Under the second category of art that is simply ugly are the paintings of British artist Francis Bacon. He seemed to be obsessed with slaughterhouse imagery. The paintings definitely evoke feelings in the viewer, but they are not pleasant feelings.

Architecture


Frank Gehry – Guggenheim Museum, Bilbao


Contemporary architecture fares better because, at the end of the day, buildings must still be functional. However, architecture still suffers from the requirement that all of the art be completely original and unique to the architect. This is a departure from the way that architecture was done before, where architects elaborated upon the designs of their predecessors.

Take the Guggenheim Museum in Bilbao, Spain, which was designed by Frank Gehry. It is a striking, innovative design, but it is unique to Gehry. It has no antecedents, and I suspect that when Gehry dies, this design will die with him.

Conclusion

It would be wrong to blame artists for the decline of our culture. Rather, they are simply products of our culture and they are accurately reflecting the infantile, narcissistic, and leftist orientation of our society.

We can only hope that more artists will wake up from their indoctrination to once again start producing works of beauty, but for the foreseeable future, we will have to continue to endure more art by the Emma Sulkowiczs of this world.

returnofkings.com