En los últimos años han comenzado a aparecer filósofos y escritores, que han puesto el dedo en la llaga, y al menos han sentado la base para comenzar a reconquistar la libertad de expresión y pensamiento que discreta y sibilinamente se nos ha ido usurpando.
Uno de ellos ha sido Vladimir Volkoff, uno de los intelectuales franceses más relevantes de la segunda mitad del siglo XX. Nacido en París el 7 de Noviembre de 1932, hijo de emigrantes rusos, doctor en filosofía en la Universidad de Lieja, y profesor de lengua y literatura francesa y rusa en EE.UU., también fue profesor de inglés; autor de novelas y ensayos, funcionario del Ministerio de Defensa y militar durante la guerra de Argelia.
Es el primer escritor francés que ha dedicado parte de su trabajo a estudiar la manipulación informativa, y un pionero en explicar y definir el fenómeno que conocemos como “políticamente correcto”, tema de algunos de sus libros como:
La désinformation par l´image, Le montage, La désinformation; arme de guerre, Petite histoire de la désinformation, Désinformation; flagrant délit, y Le manuel du politiquement correct.
Falleció el 14 de septiembre de 2005 en Francia, y con él se ha ido uno de los mayores defensores de la libertad ideológica y de expresión del mundo democratizado.
En una entrevista realizada por Marc Vittelio, Volkoff explicaba la dificultad de definir lo políticamente correcto, por carecer de un verdadero contenido:
“Lo políticamente correcto, como tal, es de imposible definición puesto que carece de un verdadero contenido.
Su fundamento básico es aquello del ‘todo vale’.
En él encontramos restos de un cristianismo degradado, de un socialismo reivindicativo, de un economicismo marxista, y de un freudismo en permanente rebelión contra la moral del yo. Si comparamos el hundimiento del comunismo con una explosión atómica, diríamos que lo políticamente correcto constituye la nube radioactiva que sigue a la hecatombe”. Volkoff prosigue diciendo que lo políticamente correcto consiste en la observación de la sociedad y la historia en términos maniqueos. “Lo políticamente correcto representa el bien, y lo políticamente incorrecto representa el mal”.
No se contempla, sin embargo, que el bien o el mal deban ser el punto de partida, y que lo políticamente correcto sea lo que se deba adecuar al bien.
“Si un pueblo es razonable, serio, muy vigilante en la defensa del bien común,
es bueno promulgar una ley que permita a ese pueblo darse a sí mismo sus propios
magistrados para administrar los asuntos públicos. Con todo, si ese pueblo poco
a poco se degrada, si su sufragio se convierte en algo venal, si le da el gobierno
a personas escandalosas y criminales, entonces resulta conveniente quitarle
la facultad de conferir honores y volver al juicio de un pequeño grupo de hombres
de bien”. San AGustin
También hace referencia a que:
“Lo políticamente correcto no atiende a igualdad de oportunidades alguna en el punto de partida, sino al igualitarismo en los resultados en el punto de llegada”. Marcando la igualdad como objetivo final, eliminando el premio al mérito, al esfuerzo o a la capacidad. Haciendo prevalecer el concepto de igualdad final sobre el de justicia.
Volkoff afirma que lo políticamente correcto es consecuencia de la decadencia del espíritu crítico de la identidad colectiva, tanto social, nacional, religiosa como étnica. También señala a los intelectuales desarraigados como principales practicantes, aunque el contagio puede llegar a todo tipo de personas sin que estas sean conscientes de ello. Una vez ocurrido esto, la desintoxicación se observa complicada, puesto que los medios de comunicación son los encargados de llevarnos al contagio masivo y estos han adquirido una importancia desmesurada.
“El primer remedio consiste en tomar conciencia de que lo políticamente correcto existe y que circula sobre todo a través de nuestro vocabulario.
El segundo, sería tomar conciencia de que el ‘yo’ forma parte de un ‘nosotros’, y de que ese ‘nosotros’ debe proteger al ‘yo’ contra el ’se dice…’ políticamente correcto.
El tercer remedio consiste en poner en práctica la conciencia de renuncia a toda terminología políticamente correcta y a las ideologías sobre las que se apoya.
Por ejemplo, hay que decir ‘aborto’ en lugar de ‘interrupción del embarazo’, ’sordo’ en lugar de ‘deficiente auditivo’, ‘vejez’ en lugar de ‘tercera edad’, ’sinvergüenza’ en lugar de ‘inadaptado’. Un ‘docente’ nunca llegará a ser un ‘maestro’ “.
Volkoff incide en la terminología considerada políticamente correcta.
Estos eufemismos se fueron imponiendo con la intención de no ofender a las personas a quienes definían, sólo que su utilización envilecía aún más al término sustituido. Hoy ya no es posible decir viejo, minusválido o negro, ni siquiera ciego, sin sentir un rechazo social, y en su lugar se utilizan giros semánticos que tratan de ocultar su existencia como persona de la tercera edad, discapacitado, persona de color (no sabemos de qué color), o invidente; término, este último, que además disgusta a la mayoría de los ciegos.
¿realmente debemos creer, como lo he oído sostener, que el alma de la democracia radica en el despliegue de buena voluntad de la minoría que se subordina a la mayoría?
Que Luis XVI haya sido condenado a muerte por una mayoría de cinco votos, que la Tercera República haya sido establecida por una mayoría de un voto, que el tratado de Maastricht - equivalente a abandonar la soberanía - haya sido adoptada por Francia por el 51% de los votos expresados no me inspira mucha confianza en la validez de estos actos, incluso y sobre todo desde el punto de vista democrático.
Ante decisiones de graves consecuencias, ¿no hay ligereza en preferir la teoría abstracta que define qué cosa es una mayoría a la realidad concreta que ofrece opiniones divergentes? Volkoff
Según Volkoff una persona políticamente correcta se considera a sí mismo tolerante, pero no practica la tolerancia. A veces ni siquiera con aquellos a los que supuestamente defiende. Sobre el origen o expansión del fenómeno, Volkoff afirma:
“Lo políticamente correcto es supranacional, como todas las enfermedades.
Si estamos en condiciones de afirmar que nació en determinadas universidades americanas, no es menos cierto que se expandió rápidamente por todo el mundo”. De origen anglosajón aterrizó en Europa, Volkoff afirmaba que los países donde más se han resistido a la infección son aquellos de religión cristiano-ortodoxa, en Europa del Este con reminiscencias comunistas.
Apunta el filósofo, como ejemplos, a Serbia y Rusia, por su posicionamiento ante determinados conflictos. En España, tardía pero ferozmente, se ha ido expandiendo entre los pseudointelectuales y la clase política, y hoy es difícil encontrar quién no esté o aparente estar contaminado con tal de evitar consecuencias negativas para su imagen. Ante la pregunta de cómo evitar la contaminación, el filósofo responde lo siguiente:
“Es verdad que lo políticamente correcto nos acecha y se presenta siempre con argumentos inocentes y de fácil asimilación. Se trata de rechazar su inocencia y repudiar esa facilidad de asimilación. Es necesario, así mismo, prevenirse contra el mimetismo de hablar como los demás. Repito, aún a riesgo de parecer pesado, el vocabulario políticamente correcto es el principal vehículo de contagio. En cualquier caso, hay que afirmar que lo políticamente correcto es una fe débil y que, como tal, no resiste a una enérgica aplicación del espíritu crítico. No hay que ser sumisos a los sentimientos y opiniones generalizados: el espíritu contradictorio más obtuso vale siempre más que la aceptación liberal del pasto mediático”.
El motivo por el cual debemos pensar o expresarnos en determinados términos se nos presenta como obvio. Es un “¿tú no lo entiendes?, los demás sí”. Pretende arrancarnos la posibilidad de reflexionar sobre lo que nos tratan de imponer, ya que determinados argumentos caerían por su propio peso al hacerlo. El nuevo modelo nos aleja de la religión argumentando conocimientos científicos, pero tras el abandono de la fe, nos obligan a creer, sin posibilidad de negarnos, en valores impuestos, introducidos con calzador en nuestras mentes, utilizando un vasto entramado publicitario y demagógico. Se sustituye al Dios de siglos anteriores y sus mandamientos, por el Oráculo de la Democracia que todo lo sabe y nos adoctrina “por nuestro bien”.
Flers y Caillvallet no estaban equivocados al anotar maliciosamente que “la democracia es el nombre que le damos al pueblo cada vez que lo necesitamos”
Además muestra una especie de compasión cristiana, una posibilidad de mejora y redención para los hijos pródigos: delincuentes, criminales, terroristas, violadores… que obtienen un mar de teóricos derechos, mientras sus víctimas deben esperar en cristiana resignación lo que les aguarde el futuro, “rezando” porque no les vuelva a pasar; y mientras, los medios de comunicación, que tratarán con respeto singular a unos, caerán con la debida ferocidad contra aquellos que discrepen de lo políticamente correcto o exijan penas mayores, respaldándose en una ley a la que hay que rendir pleitesía aunque practique la indefensión de la sociedad. Volkoff remata sus aseveraciones hablando de las consecuencias que puede traer la imposición de lo políticamente correcto:
“Lo políticamente correcto prepara el terreno de forma ideal para las operaciones de desinformación y para la expansión de la mundialización. Cuando todo el mundo crea que las verdades pueden ser objetos de trueque, de que no existen ni verdades ni mentiras, el mundo estará preparado para recibir la misma propaganda, de participar de la misma pseudo-opinión pública fabricada para consumo universal.
Y esta pseudo-opinión pública aceptará cualquier acción, incluidas las más brutales que indefectiblemente irán en beneficio de los manipuladores”. Deberemos sentirnos agradecidos por no pasar hambre como los niños que nos presentan por la televisión, perdidos en un desierto de miseria, mientras la población crece dónde menos recursos hay.
Los occidentales, europeos, españoles; nos iremos amoldando a viviendas de 30 metros cuadrados y tendremos un hijo o medio, pero creeremos estar viviendo bien. Mientras, el mundo globalizado irá acercándonos los niños que pasaban hambre en el Sur convertidos en adultos para trabajar en los puestos que solidariamente les cederemos por considerar insuficiente su remuneración. Después, se impondrá la ley del mercado laboral, y las condiciones de trabajo se irán igualando… a la baja, así como los derechos y servicios. Europa irá armándose con mano de obra barata, hombres y mujeres necesitados de llevarse un pan a la boca; de ciudadanos acostumbrados a tener derechos no sólo sobre el papel y que un día se despertarán sin ellos; y de delincuentes de diversa ralea que en un mar de injusticia habrán estado pescando con el consentimiento de una sociedad en declive económico, pero sobre todo moral e intelectual.
Aquí, algunos de los manipuladores buscarán en el abc del liberalismo económico la forma de sacar cuantiosos beneficios monetarios. La globalización habrá creado un mercado mundial donde el ser humano vivirá bajo los designios de una democracia estéril, sin voz, acallada por lo políticamente correcto y con un voto dirigido. Los otros, los manipuladores de corte socialista, conseguirán fácilmente adhesiones, en una sociedad desesperada porque la guíen en la búsqueda de unas mejoras económicas, laborales y de derechos sociales, que habrá que volver a reconquistar mediante sangrientas revoluciones, fratricidas guerras y sufrimiento, y todo esto para volver a la situación que teníamos, que aún tenemos, y que la estulticia general nos obligó a abandonar. Evitarlo, sólo tiene un camino: recuperar el control sobre nuestra propia opinión.
El suizo Amiel escribía: “La democracia descansa sobre esa ficción legal por la cual la mayoría no sólo dispone de la fuerza sino también de la razón, que posee al mismo tiempo sabiduría y derecho”. Una “ficción legal”: no sabríamos decirlo mejor.
© José L. Casillas, 2008 Ldo. en Filología Hispánica -
EL ARTE DE LA DESINFORMACION:
Dialogo entre protagonistas de ésta novela:
"El Vademecum da diez recetas para la composición de informaciones tendenciosas. ¿Quiere conocer usted estas diez recetas?
—Me interesaría, sí.
—La contra-verdad no comprobable, la mezcla verdadero-falso, la deformación de lo verdadero, la modificación del contexto, la difuminación con su variante: las verdades seleccionadas, el comentario apoyado, la ilustración, la generalización, las partes desiguales, las partes iguales.
—¿Podría darme algunos ejemplos?
—Voy a intentar recomponer la conferencia de mi monitor del cursillo. «Supongamos —decía él— el hecho histórico siguiente: Ivanov encuentra a su mujer en la cama de Petrov». (Alexandr se irguió: le disgustaban las gracias escabrosas. Los franceses no podían evitarlas. Bueno, pero con un ruso él había esperado no oírlas; sin ningún motivo, visiblemente, Pitman tenía un aire jocoso).
Voy a presentarles los diversos tratamientos que pueden aplicar a ese hecho si por tal o cual razón política desean divulgarlos de un modo tendencioso.
Primer caso. No hay testigos. El público no sabe qué hay en aquello y no posee ningún medio para informarse. Ustedes anuncian de buenas a primeras que es Petrov quien ha encontrado a su mujer en el lecho de Ivanov. Esto es lo que denominamos una contra-verdad no comprobable.
Segunda fórmula. Hay testigos. Ustedes escriben que el matrimonio Ivanov no marcha bien, y conceden que el sábado último, Ivanov ha sorprendido a su mujer con Petrov. Es verdad, añaden, que la semana anterior fue Ivanova quien sorprendió a su marido con Petrova. Se trata del procedimiento de la mezcla verdadero-falso. Las proporciones, evidentemente, pueden variar. Los muchachos de la intoxicación, cuando quieran "basar" al adversario, le dan hasta el 80% de verdadero por 20 de falso, porque es importante, a su nivel, que tal o cual punto falso preciso sea tenido por verdadero. Nosotros, los desinformadores y agentes de influencia, operamos sobre la cantidad, y hallamos, por el contrario, que un solo hecho verdadero y comprobable permite el paso de muchos que no son ni lo uno ni lo otro.
[...]
—Tercer truco. Ustedes reconocen que la ciudadana Ivanova se encontraba en casa de Petrov el sábado pasado, pero ironizan en cuanto al tema del lecho. El mobiliario, comentan, no tiene nada que ver con el asunto. Más verosímilmente, Ivanova estaba sentada, simplemente, en una silla o en un sillón, quedando lo otro muy dentro de la manera de ser de Ivanov, que siempre tiene una tendencia excesiva a rodar bajo las mesas, a calumniar a su desgraciada esposa. ¿Qué quería que hiciese ella? ¿Que se dejara moler a palos por el borracho del marido? Ella habrá creído que era su deber refugiarse en casa de los Petrov, y, según todas las posibilidades, estaba acompañada por sus hijos, de escasa edad; finalmente, nada nos permite acusarla de haberlos abandonado a la merced de este bruto. Nada nos indica que la ciudadana Petrova no haya asistido a la entrevista Ivanova-Petrov, y ello hasta es probable, pues la escena se desarrollaba en la habitación que ocupan los Petrov, dentro del apartamento comunitario que comparten con los Ivanov. Es el truco de la deformación de lo verdadero.
Cuarto artificio. (Pitman contaba sobre sus dedos). Ustedes recurren a la modificación del contexto. Es cierto, dicen, Ivanov ha encontrado a su mujer en la cama de Petrov, pero ¿quién no conoce a Petrov? Es un monstruo de concupiscencia. No es imposible que haya sido condenado catorce veces por violación. Aquel día, encontró a Ivanova en el pasillo, arrojándose sobre ella, y arrastrándola hasta su casa, estando a punto de violentarla cuando, por suerte, el digno ciudadano Ivanov, al volver de la fábrica, donde una vez más se había ganado el premio de los tres mil tornillos colocados en dos horas y veinticinco minutos, hundió la puerta para salvar a su casta esposa de una suerte peor que la muerte. Y la prueba, proclamarán ustedes en voz muy alta, es que en la información inicial no se recoge ningún reproche dirigido por Ivanov a Ivanova.
Quinto procedimiento: el de la difuminación. Ustedes ahogan el hecho verdadero en una masa de otros informes: Petrov, dicen, es un estajanovista. un afamado tocador de armónica y un buen jugador de damas; nació en Nijni-Novgorod; fue artillero durante la guerra; regaló un canario a su madre al cumplir ésta los sesenta años; tiene queridas, entre ellas cierta Ivanova; le gusta el salchichón al ajo; nada bien de espalda; sabe hacer los pelment siberianos, etc.
Tenemos también una combinación, algo inverso a la difuminación: las verdades seleccionadas. Ustedes escogen en el incidente que deben recoger detalles verídicos, pero incompletos. Cuentan, por ejemplo, que Ivanov entró en casa de Petrov sin llamar, que Ivanova se sobresaltó porque es nerviosa, que Petrov pareció extrañarse de las malas maneras de Ivanov, y que después de haber intercambiado algunas observaciones sobre el extremado relajamiento de las costumbres, que constituye una de las secuelas del Antiguo Régimen, los esposos Ivanov se reintegraron a su hogar.
Sexto método: el comentario apoyado. Ustedes no modifican en nada el hecho histórico, pero sacan de él, por ejemplo, una crítica de los apartamentos comunitarios, que cada vez desaparecen con más rapidez, pero en los cuales los encuentros entre amantes y maridos tienen lugar con más frecuencia de la prevista por el plan quinquenal. Ustedes describen luego una ciudad moderna, en la que cada pareja de tórtolos tiene su estudio, donde ellos se pueden arrullar a su gusto, y pintan un cuadro idílico de la suerte envidiable que aguarda a los Ivanov.
La séptima astucia es otra forma de la sexta: es la ilustración, en la que se va de lo general a lo particular y ya no de lo particular a lo general. Ustedes pueden desarrollar el mismo tema: la felicidad de las parejas en las ciudades nuevas erigidas gracias a la eficacia bienhechora del régimen de los soviéticos, pero terminan con una declaración exclamativa como ésta: ¡Qué progreso sobre los antiguos apartamentos comunitarios, donde se desarrollaban escenas deplorables, como la de ese Ivanov encontrando a su mujer en la casa del vecino!
La octava táctica es la generalización. Por ejemplo: ustedes extraen de la conducta de Ivanova consecuencias que inducen a confusión sobre la ingratitud, la infidelidad y la lujuria femeninas, sin mencionar la complicidad de Petrov. O, por el contrario, aplastan a Petrov-Casanova, el vil seductor, y absuelven entre las aclamaciones del jurado a la infortunada representante de un sexo vergonzosamente explotado.
La novena técnica se llama: partes desiguales. Se dirigen ustedes a sus lectores y les piden que comenten el incidente. Publican una carta que condena a Ivanova, incluso en el caso de que hayan recibido cien, y diez que la justifican, aunque no hayan recibido más que esas diez.
Finalmente, la décima fórmula es la de las partes iguales. Encargan ustedes a un profesor universitario, polemista competente, querido del público, una defensa de los amantes en cincuenta líneas, y piden a un tonto de pueblo una condena de los mismos amantes, también en cincuenta líneas, lo cual establece su imparcialidad.
He aquí, Alexandr Dmitrich, lo que le facilitará una idea de lo que es la información tendenciosa y los ejercicios que le inducirán a hacer, evidentemente, sobre temas algo más serios.
[...]
—No, con toda seguridad. Le he dado diez recetas pueriles, a modo de ejemplo. Nosotros hemos elaborado centenares de procedimientos que podemos emplear conjunta o separadamente, toda una interpretación de la Historia, toda una Waltanschauung de la influencia, diría que casi una cosmogonía.
--
(Entrevista con Vladimir Volkoff de Marc Vittelio - traducción de Damián Verde)
Vladimir Volkoff es doctor en filosofía, profesor de inglés, militar durante la guerra de Argelia, funcionario del Ministerio de Defensa y, más tarde, profesor de lenguas y literaturas francesa y rusa en Estados Unidos. Fue el primer escritor que Francia dedicó seriamente sus estudios a estudiar la manipulación informativa. Pariente de Tchaikovsky, es uno de los escritores mejor situados a la hora de explicar el concepto que conocemos como "políticamente correcto", tema de su último libro publicado en Editions du Rocher: "La désinformation par l’image".
Nos hemos encontrado con este autor que rezuma humor y cultura por todos sus poros y que nos ha prodigado algunos consejos para combatir ese veneno que ataca nuestra sociedad.
—¿Cuál es su definición de lo "políticamente correcto"?
—Lo políticamente correcto tal y como lo conocemos en la actualidad representa la entropía del pensamiento político. Como tal, es de imposible definición puesto que carece de un verdadero contenido. Su fundamento básico es aquello del "todo vale". En él encontramos restos de un cristianismo degradado, de un socialismo reivindicativo, de un economicismo marxista, y de un freudismo en permanente rebelión contra la moral del yo. Si comparamos el hundimiento del comunismo con una explosión atómica, diríamos que lo políticamente correcto constituye la nube radioactiva que sigue a la hecatombe.
—¿En qué consiste lo "políticamente correcto"?
—Lo políticamente correcto consiste en la observación de la sociedad y la historia en términos maniqueos. Lo políticamente correcto representa el bien y lo políticamente incorrecto representa el mal. El summun del bien consiste en buscar en las opciones y la tolerancia en los demás, a menos que las opciones del otro no sean políticamente incorrectas; el summum del mal se encuentra en los datos que precederían a la opción, ya sean éstos de carácter étnico, histórico, social, moral e incluso sexual, e incluso en los avatares humanos. Lo políticamente correcto no atiende a igualdad de oportunidades alguna en el punto de partida, sino al igualitarismo en los resultados en el punto de llegada.
—¿Quién lo inventó?
—Nadie ha inventado lo políticamente correcto: nace como consecuencia de la decadencia del espíritu crítico de la identidad colectiva, ya sea esta social, nacional, religiosa o étnica.
—¿Quién lo practica?
—Lo políticamente correcto es de uso común entre los intelectuales desarraigados, pero como es contagioso, es normal que otras personas estén contaminadas sin que por ello sean conscientes de ello.
—¿Cómo podemos desintoxicarnos?
—La desintoxicación es difícil, en la medida en que vivimos en un mundo en el que los media (y la palabra media es, en sí, un barbarismo políticamente correcto) han adquirido una importancia desmesurada y son precisamente éstos los encargados del contagio masivo. El primer remedio consiste en tomar conciencia de que lo políticamente correcto existe y que circula sobre todo a través de nuestro vocabulario. El segundo, sería tomar conciencia de que el "yo" forma parte de un "nosotros" y de que ese "nosotros" debe proteger al "yo" contra el "se dice..." políticamente correcto. El tercer remedio consiste en poner en práctica la conciencia de renuncia a toda terminología políticamente correcta y a las ideologías sobre las que se apoya. Por ejemplo, hay que decir "aborto" en lugar de "interrupción del embarazo", "sordo" en lugar de "deficiente auditivo", "vejez" en lugar de "tercera edad", "sinvergüenza" en lugar de "inadaptado". Un "docente" nunca llegará a ser un "maestro".
—¿Cuáles son los estragos producidos por lo "políticamente correcto"?
—Consisten fundamentalmente en confundir el bien y el mal, bajo el pretexto de que todo es materia opinable.
—Aparte de la nación, ¿cuáles son los blancos predilectos de lo "políticamente correcto"?
—Los blancos predilectos son la familia, las tradiciones y, sobre todo, la creencia en ello, puesto que para lo políticamente correcto solo hay una verdad y lo demás es falso.
—¿Tiene usted la impresión de que Francia es uno de los países más tocados por lo "políticamente correcto"?
—Lo políticamente correcto es supranacional como todas las enfermedades. Si estamos en condiciones de afirmar que nació en determinadas universidades americanas, no es menos cierto que se expandió rápidamente por todo el mundo. Quizá en los países de tradición cristiano-ortodoxa se resiste más y mejor a esta epidemia, probablemente debido a la propaganda comunista, quizá a la propia fe religiosa. Lo hemos visto recientemente con los casos de Serbia y Rusia.
—¿Cómo detectar a una persona "políticamente correcta"?
—Una persona políticamente correcta se considera a sí misma tolerante, pero no practica la tolerancia...
—¿Cómo evitar la contaminación?
—Es verdad que lo políticamente correcto nos acecha y se presenta siempre con argumentos inocentes y de fácil asimilación. Se trata de rechazar su inocencia y repudiar esa facilidad de asimilación. Es necesario, asimismo, prevenirse contra el mimetismo de hablar como los demás. Repito aún a riesgo de parecer pesado, el vocabulario políticamente correcto es el principal vehículo de contagio. En cualquier caso, hay que afirmar que lo políticamente correcto es una fe débil y que, como tal, no resiste a una enérgica aplicación del espíritu crítico. No hay que ser sumisos a los sentimientos y opiniones generalizados: el espíritu contradictorio más obtuso vale siempre más que la aceptación liberal del pasto mediático.
—Según vd., ¿cuáles pueden ser las consecuencias a corto y medio plazo del triunfo de lo "políticamente correcto"?
—Lo políticamente correcto prepara el terreno de forma ideal para las operaciones de desinformación y para la expansión de la mundialización. Cuando todo el mundo crea que las verdades pueden ser objetos de truque, de que no existen ni verdades ni mentiras, el mundo estará preparado para recibir la misma propaganda, de participar de la misma pseudo-opinión pública fabricada para consumo universal. Y esta pseudo-opinión pública aceptará cualquier acción, incluidas las más brutales que indefectiblemente irán en beneficio de los manipuladores.
(Obras de Vladimir Volkoff sobre la manipulación de la información: "Le montage", "La désinformation, arme de guerre", "Petite histoire de la désinformation", "Désinformation, flagrant délit", "Manuel du politiquement correct" y "La désinformation par l’image").-
Lo políticamente correcto y la metapolítica
Por Alberto Buela
En estos días nos ha llegado desde varios lados un reportaje al militar franco-ruso, ahora devenido ensayista, Vladimir Volkoff sobre lo políticamente correcto. Las respuestas que da Volkoff son acertadas pero insuficientes, pues él limita lo políticamente correcto a un problema del decir: "circula a través de nuestro vocabulario. El vocabulario políticamente correcto es el principal vehículo de contagio".
Es cierto que lo políticamente correcto, en inglés denominado political correctness, tiene que ver con una forma de decir; por ejemplo a un negro llamarlo "hombre de color", hablar de interrupción del embarazo en lugar de aborto, invidente en lugar de ciego. Pero hay que dar un paso más en busca de su fundamento, sino simplemente nos quedamos en la descripción del fenómeno.
Así lo políticamente correcto es todo eso que dice Volkoff: el "todo vale", el cristianismo degradado, el socialismo reinvindicativo, el freudismo antimoral, el economicismo marxista, el igualitarismo como punto de llegada y no de partida, la decadencia del espíritu crítico, lo practican los intelectuales desarraigados, confunde el bien y el mal. Pero todo ello no alcanza para asir su naturaleza, esencia y fundamento. Incluso Volkoff afirma que: es de imposible definición.
Además, está el hecho bruto e incontrovertible de que existen temas y problemas políticos de mucho peso en la historia del mundo que no son tratados por ser políticamente incorrecto hacerlo, por ejemplo: el poder detrás de las finanzas internacionales y los medios masivos de comunicación o el poder de las sectas e iglesias cristianas al servicio del imperialismo. Vemos con estos solos ejemplos como lo políticamente correcto no se limita al decir o al dejar de decir, como sostiene Volkoff.
Además hay temas y muchos, que no son tratados ni mediática ni privadamente por ser políticamente incorrectos: la jerarquía, el disenso, la disciplina, el arraigo, la pertenencia, las virtudes, el deber, el heroísmo, la santidad, la lealtad, la autoridad, etc.
Nosotros sin embargo creemos que lo políticamente correcto se apoya y tiene su fundamento en el denominado pensamiento único. Pensamiento que encuentra su justificación en los poderes que manejan y gobiernan este mundo terrenal y finito que vivimos hoy.
Podemos definir lo políticamente correcto como la forma de hacer y decir la política que se adecua al orden constituido y al statu quo reinante. Es por ello que el simulacro y el disimulo, la amplia calle de la acción y el discurso político contemporáneo, tiene en lo políticamente correcto su mejor instrumento. Hoy la política es entendida y practicada como "un como sí" kantiano. Se piensa y se actúa "como si " se pensara y se actuara de verdad. Es por ello que los gobiernos no resuelven los conflictos sino que, en el mejor de los casos, los administran. Nos tratan de mantener siempre en una pax apparens como agudamente ve Massimo Cacciari, el filósofo y actual intendente de Venecia.
¿Y por qué hablamos de pensamiento único? Porque hay una convergencia de intereses de los distintos poderes que manejan este mundo que necesita ser justificada y su justificación se halla en el pensamiento único, que está constituido por el pensamiento social, política y académicamente aceptado.
Esto prueba como lo han demostrado intelectuales "políticamente incorrectos" como Michel Maffesoli, Massimo Cacciari, Danilo Zolo, Alain de Benoist, Günter Maschke, y tantos otros, que existe una "policía del pensamiento" (los Habermas, Eco, Henry-Levy, Gass, Saramago -en nuestro país los Aguinis, Sebrelli, Verbisky, Feinmann, Grondona, etc.-) que determina en forma "totalitariamente democrática" quienes son los buenos y quienes los malos.
A quien se debe promocionar y a quien denostar o silenciar. Es le totalitarisme doux propre des démocraties occidentales del que nos habla Mafffesoli.
Esta policía del pensamiento es una, como es uno el pensamiento único y como lo es también uno el sistema de intereses de los poderes mundiales, más allá de sus aparentes diferencias ideológicas.
Perón a esto lo llamaba sinarquía, que el pensamiento políticamente correcto se encargó de negar y burlarse.
No se puede hablar en profundidad de lo political correctness sin estudiar aquello que constituye la pensée unique tan bien descripta por Alain de Benoist, Ignacio Ramonet o Vitorio Messori. Y no se puede hablar del pensamiento único sin hacer referencia a la unitaria madeja de intereses que sostiene el funcionamiento de los poderes indirectos, en muchos casos más poderosos incluso que los mismos Estado-nación. Todo ello a su vez tiene una fuerza coercitiva que es "la policía del pensamiento" que funciona en forma aceitada hasta en el último pueblito de la tierra.
Esta tenaza poderosa de dinero, poder político y prestigio intelectual es la que presiona sobre la vida de los pueblos para el logro de la homogenización del mundo y las culturas en una sola.
Esta tenaza es la expresión acabada de un mecanismo perverso de alienación existencial de las naciones que pueblan la tierra. Y es en vista a la denuncia de este mecanismo perverso, donde se juntan lo políticamente correcto, el pensamiento único, los poderes indirectos y la policía del pensamiento, que buscamos hacer una observación crítica a lo sostenido por Volkoff.
La tarea de desmontaje de lo políticamente correcto es una tarea correspondiente stricto sensu a la metapolítica pues esta disciplina con el estudio de las grandes categorías que condicionan la acción política de los gobiernos de turno es la que nos brinda las mejores condiciones epistemológicas para el conocimiento de aquello que nos hace padecer lo políticamente correcto como vocero del pensamiento único impuesto a su vez por la policía del pensamiento.
Lo políticamente correcto al transformar sus propuestas y temas en "el lugar común", puede ser desarmado con el uso de la metapolítica que para Giacomo Marramao " convierte a la divergencia en un concepto de comprensión política ". Con lo cual llegamos finalmente a constatar que para comprender acabadamente la política y lo político estamos obligados a desmantelar el andamiaje de este círculo vicioso conformado por lo políticamente correcto, el pensamiento único, los poderes indirectos y la policía del pensamiento que se retroalimentan entre sí en una totalidad de sentido, que en nuestra opinión produce ese gran sin sentido que caracteriza a la política mundial de nuestro tiempo.
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