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El gobierno
de los Estados Unidos, en los años 80, protegió y encubrió la producción
y el tráfico de heroina, desde Oriente Medio, a cambio de que los
narcotraficantes cediesen una parte importante de sus ganancias a las
guerrillas anticomunistas en Afganistán.
“Los cañones de opio
británicos sobre China son el matrimonio de violencia más brutal con el
libre comercio” K. Marx hablando sobre la guerra del opio emprendida por
el imperialismo británico en China.
Después
de soportar durante siglos regímenes políticos anclados en la Edad
Media, al servicio de la oligarquía local y, posteriormente, del
imperialismo occidental, el Partido Democrático del Pueblo (PDP) tomó el
poder en Afganistán en 1978, convirtiéndose el poeta y novelista Noor
Mohammed Taraki en su primer presidente democrático.
“Fue un
proceso plenamente autóctono y ni siquiera la CIA se atrevió a acusar a
la Unión Soviética de haberlo provocado o dirigido” (John Ryan, profesor de la Universidad de Winnipeg).
Las primeras
medidas adoptadas por el gobierno del PDP fueron, entre otras, la
legalización de los sindicatos, el establecimiento de un salario mínimo,
un impuesto progresivo sobre la renta, campañas de alfabetización,
programas populares de salud, vivienda y alcantarillado público. Además
emprendió una reforma agraria sin precedentes, con el objetivo de
conseguir un reparto más justo de la tierra, realizó una valiente
política de emancipación de la mujer para liberarla de sus antiguas
ataduras y comenzó a erradicar los cultivos de amapola de opio, un opio
con el que se producía el 70% de la heroína que se consumía en todo el
mundo (hoy en día, bajo la ocupación militar yanqui, el opio afgano
produce más de 85% de la heroína mundial).
Estas
medidas progresistas no fueron bien recibidas por la oligarquía afgana,
que veía en ellas una importante amenaza a sus milenarios privilegios,
ni por sus vecinos, Arabia Saudí y Pakistán, que temían que el ejemplo
del PDP se extendiera entre sus clases populares. Tampoco fueron bien
acogidas por el gobierno de los Estados Unidos, quien consideró el
ascenso al poder del PDP, como un “problema de seguridad nacional”, que
ponía en peligro sus intereses económicos en la zona.
Todo esto
hizo que se forjara una unión de intereses entre la oligarquía local,
compuesta por terratenientes feudales y jefes tribales (mullahs
fundamentalistas); Pakistán; Arabia Saudí y el imperialismo yanqui.
Entre todos, no tardarían en idear planes destinados a tumbar al
gobierno democrático del PDP. Una de sus primeras acciones fue llevar a
cabo un ataque a gran escala, en el que participaron la CIA, tropas
saudíes y paquistaníes, los señores feudales, jefes tribales y los
traficantes de opio, con el objetivo de desestabilizar al gobierno y
originar las primeras fisuras en el mismo.
A
continuación Hafizulla Amin (del que se sospechaba que había sido
reclutado por la CIA, en sus años de estudiante en EE.UU.) dio un golpe
de estado, ejecutó a Taraki, congeló las reformas sociales y encarceló y
asesinó a miles de militantes y simpatizantes del PDP.
Todo esto no
habría sido posible sin la financiación económica de los Estados
Unidos. El propio Zbigniew Brzezinski, Consejero de Seguridad Nacional
del Presidente Carter, entre 1977 y 1981, reconoció, en unas
declaraciones a "Le Nouvel Observateur" en enero de 1998, que la
Administración demócrata estadounidense estaba entregando ayudas
secretas multimillonarias a los oponentes del gobierno afgano, es decir,
a extremistas musulmanes, para provocar la caída del PDP, mucho antes
de que se produjera la intervención soviética.
“De
acuerdo a la versión oficial de la historia, la ayuda de la CIA a los
mujaidines empezó en 1980, eso significa, después de la intervención de
la Unión Soviética en Afganistán, el 24 de diciembre de 1979. Pero la
realidad, muy herméticamente guardada hasta ahora, es completamente
diferente: en efecto, fue el 3 de julio de 1979 que el Presidente Carter
firmó la primera directiva para la ayuda secreta a los oponentes del
régimen pro-soviético de Kabul.”
A los pocos
meses del golpe de estado, varios militares fieles al PDP, derrocaron al
dictador Amin y restablecieron nuevamente el gobierno progresista.
Estos mismos militares, preocupados por el creciente intervencionismo
yanqui en su país, pidieron encarecidamente a Moscú el envío de tropas y
ayuda militar, para hacer frente a la guerrilla de extremistas
islámicos que el gobierno estadounidense había empezado a reclutar,
armar y a entrenar, desde el mismo momento en el que el PDP se alzó con
el poder, en 1978. La URSS consideraba que un compromiso militar con
Afganistán podía conllevarle graves consecuencias políticas, por lo que
sólo se decidió a prestar su apoyo militar, después de que Kabul se lo
solicitase repetidamente.
Si Estados
Unidos quería derrotar, no ya al PDP, sino a la Unión Soviética, para
volver a instalar un gobierno títere en Afganistán, afín a sus
intereses, ello le supondría embarcarse en una larga guerra, en un país
extranjero y lejano, lo cual podría costarle millones de dólares y miles
de muertos, algo que, tras el fracaso de Vietnam, la opinión pública
estadounidense no estaba dispuesta a aceptar, además, y lo más
importante de todo, es que esto supondría la primera confrontación
directa entre las dos grandes potencias, lo cual podría terminar en un
catastrófico enfrentamiento nuclear que a nadie interesaba, por lo que
para evitar estos “contratiempos”, ¿qué mejor que financiar un ejército
extranjero, con dinero no proveniente exclusivamente del erario público?
Algo que se conseguiría gracias a su alianza con los traficantes de
droga y el ISI (servicio de inteligencia pakistaní).
La ayuda
económica con la que se financiaba la guerrilla antisoviética de los
mujaidines, provenía de fondos secretos estadounidenses, saudíes y
pakistaníes, pero principalmente de los beneficios obtenidos por el
tráfico de heroína. Bill Casey, director de la CIA durante la
administración Reagan, fue el encargado de perfeccionar este último
método de financiación.
Los
mujaidines, cada vez que ocupaban un territorio en Afganistán, obligaban
a los agricultores a cultivar la amapola del opio, posteriormente el
ISI y la CIA protegían y escoltaban camiones y aviones cargados de opio,
hasta los laboratorios que los narcotraficantes tenían en Pakistán, en
la frontera con Afganistán, al amparo del dictador paquistaní y aliado
de Washington Zia Ul-Haq, donde el opio era transformado en heroína. La
droga llegaba a EE.UU. y Europa a través de las redes de la CIA o del
MI6 británico y la mafia siciliana era la encargada de comercializarla.
Los ingentes beneficios obtenidos por la venta de heroína, que durante
los años 80 provocó una auténtica epidemia en Estados Unidos y
especialmente en Europa, sirvieron para proporcionar a los mujaidines
(entre quienes se encontraba un joven Osama Ben Laden) el más
sofisticado armamento, con el que, durante más de 14 años (la guerra
terminó en 1992), sembraron el caos y la destrucción en Afganistán.
La victoria
de los mujaidines y del imperialismo yanqui en Afganistán truncó las
esperanzas de un pueblo que aspiraba a alcanzar el progreso y el
desarrollo social, tras siglos de regímenes medievales.
Por otro
lado, los efectos de esta siniestra política de financiación de la
guerrilla anticomunista de los mujaidines fueron devastadores para la
población civil de la región, pues, sólo en Pakistán, el número de
adictos a la heroína creció de prácticamente cero en 1979, a 1,5
millones en 1985. También en los países occidentales, la adicción a la
heroína se extendió como una plaga mortal durante la década de los 80,
coincidiendo su momento más álgido con el de mayor intensidad bélica en
Afganistán.
Charles
Cogan, ex-director de la CIA de esta operación afgana, en unas
declaraciones a la televisión australiana, admitió cínicamente: “No creo
que debamos pedir perdón por ello. Cada situación tiene sus secuelas.
Hubo secuelas en términos de drogas, sí, pero se cumplió el principal
objetivo. Los soviéticos abandonaron.”
Recientemente
y a pesar de que el actual régimen político de Afganistán ha sido
impuesto por los EE.UU., el propio Parlamento de este país lo ha dejado
bien claro, al acusar a los ejércitos de ocupación de ser los
responsables del transporte de la heroína hacia otras naciones de
occidente para costear diferentes guerras, a lo largo de la historia.
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