Byung-Chul Han:
Nacido
en Corea del Sur y formado en Alemania, es el pensador de referencia
del nuevo milenio y el que critica con mayor dureza los vicios de la
sociedad digital: de la dependencia de las redes al atracón de series.
"El ocio se ha convertido en un insufrible
no hacer nada"
Su último libro, 'Buen entretenimiento', recuerda al trabajo de Neil Postman 'Divertirse hasta morir.
Mi libro Buen entretenimiento no es apocalíptico. En él me refiero al juego. Bajo la presión de tener que trabajar hoy nos hemos olvidado de cómo se juega. El ocio sólo sirve hoy para descansar del trabajo.
El tiempo laboral se ha totalizado hoy convirtiéndose en el tiempo absoluto. Realmente deberíamos inventar una nueva forma de tiempo. Si resulta que nuestro tiempo vital o la duración de nuestra vida coincide por completo con el tiempo laboral, como en parte está sucediendo ya hoy, entonces la propia vida se vuelve radicalmente fugaz.
Lo contrario de la sociedad del juego es nuestra sociedad del rendimiento, nuestra sociedad del cansancio, en la que cada uno se explota voluntariamente a sí mismo creyendo que así se está autorrealizando.
Esa es una cuestión interesante. Me gustaría explicarla filosóficamente. Nuestra capacidad perceptiva ha perdido hoy la capacidad de demorarse en algo. Nuestra percepción asume una forma serial. Se apresura de una información a la siguiente, de una sensación a la siguiente, sin llegar nunca a un final.
Matamos el tiempo con entretenimiento cutre que nos entontece. El ocio es una forma vacía del trabajo ¿Qué opinión le merecen los movimientos hedonistas que reivindican el placer de lo lento como 'slow-food' frente a 'fast-food'? ¿Son realmente revolucionarios?
La actual crisis del tiempo no radica en la aceleración, que podría solucionarse con estrategias de desaceleración, como por ejemplo slow food o yoga. A la actual crisis del tiempo yo la llamo "discronía".
No es cierto que yo demonice el medio digital. Como todos los medios, también el digital tiene un potencial emancipador. Da más libertad. Pero lo que sí me parece muy problemático es que esta libertad se torne hoy de muchas maneras una coerción.
El narcisismo y exhibicionismo exacerbados por la “sociedad virtual” del siglo XXI amenazan con la desaparición del Eros.
¿Están en peligro de extinción el misterio, la fantasía, el amor, el erotismo, incluso la protesta política?
La proclamación neoliberal de la libertad se manifiesta en realidad como un imperativo paradójico: sé libre.
Domina una economía de la supervivencia en la que cada uno es su propio empresario.
El neoliberalismo, con sus desinhibidos impulsos narcisistas del yo y del rendimiento, es el infierno de lo igual, una sociedad de la depresión y el cansancio compuesta por sujetos aislados.
Los muros y las fronteras ya no excitan la fantasía, pues no engendran al otro. Dado que el Eros se dirige a ese otro, el capitalismo elimina la alteridad para someterlo todo al consumo, a la exposición como mercancía, por lo que intensifica lo pornográfico, pues no conoce ningún otro uso de la sexualidad. Desaparece así la experiencia erótica.
Podemos utilizar razonablemente los medios sociales con objetivos políticos. Gracias a ellos nos podemos interconectar y actuar en común.
No es la digitalización la que nos hace narcisistas. Ella se limita a intensificar el narcisismo que ya hay. La comunicación digital estuvo dominada en sus comienzos por ideas utópicas.
El sistema está enfermo. Hay que combatirlo, en lugar de tratar inútilmente de remediar los síntomas Toca mirar alrededor.
De las protestas de los chalecos amarillos me llama la atención que no sólo no tienen dirigentes, sino tampoco visiones.
Hoy se elimina todo lo que no reporta un provecho inmediato, es decir, económico.
Se renuncia a la formación integral a cambio de la formación profesional.
Renunciar a la filosofía significa renunciar a pensar.
La filosofía es un pensamiento meditativo, que se distingue del pensamiento calculador. Hoy el pensamiento se asimila cada vez más al cálculo.
El pensamiento calculador da continuidad a lo igual. La palabra alemana para meditar, sinnen, "darle vueltas a algo", significa originalmente "viajar".
Por tanto, en un sentido enfático pensar es dar vueltas, viajar.
Es estar en camino hacia otro lugar.
Es estar en camino hacia otro lugar.
El pensamiento meditativo y filosófico es el único capaz de engendrar algo totalmente distinto. Hoy vivimos en un infierno neoliberal de lo igual.
Para este infierno de lo igual resulta un peligro el pensar, la filosofía, porque interrumpe lo igual a favor de lo totalmente distinto, es más, a favor de una forma de vida totalmente distinta.
Por eso es precisamente en el infierno de lo igual donde habría que introducir la filosofía como asignatura obligatoria, en lugar de eliminarla.
De lo contrario sólo prosigue lo igual.
La revolución empieza con el pensamiento. La filosofía es la comadrona de la revolución
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MAS SOBRE EL TEMA:
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Sus obras La agonía del Eros, La sociedad del cansancio, La expulsión de lo distinto, En el enjambre, Sobre el poder, La sociedad de la transparencia, El aroma del tiempo, Psicopolítica, Topología de la violencia, etc. (todas ellas editadas por Herder) han cautivado a gente muy diversa en todas las lenguas, atraídos por las críticas del autor al individualismo, el capitalismo y las nuevas tecnologías.
1 Los filósofos a los que descubrió y amó. Byung-Chul Han nació en Seúl (Corea del Sur), donde estudió ingeniería mecánica.
2 Su filosofía es tan seguida como criticada. Su pensamiento es un maremágnum en el que esclavitud y libertad, pasión y represión, sexo y amor se confunden y mezclan en intrincadas conexiones que, además, inciden unas en otras.
“La sociedad del cansancio”, editada por Herder, una de las obras más famosas de Han.
4 Totalitarismo invisible. Es este sistema un modelo nuevo y ajeno al que ha existido en la historia previa. Si el comunismo y el fascismo eran movimientos que coaccionaban al individuo a base de la fuerza externa, el capitalismo se ha convertido en un sistema totalitario que aplica la fuerza internamente.
Para Han, la mentalidad del trabajo que establece el capitalismo, la libre competencia, la productividad, la creación de riqueza, destruye a los ciudadanos Pese a lo que indican los datos (la violencia ha ido bajando con los años), Han defiende que esta sólo se ha transformado. Ya no son necesarios los genocidios y grandes masacres, porque se ha inventado un sistema nuevo, mucho más sutil. La guerra ya no es la herramienta, sino la violencia sistémica, anónima, no revelada. Y la ejerce el propio individuo contra sí mismo. Un nuevo concepto inventado por Han que funciona a través de la libertad individual, que se traduce en esclavitud. La expresión de las propias ideas es para él, en realidad, una mordaza, y la violencia ya no es externa, sino que es interiorizada, por lo que no se puede luchar contra ella.
5 Individualismo. El gran problema de la sociedad, y que nace del liberalismo (cuya principal característica es anteponer los derechos del individuo sobre los del colectivo), es el egoísmo. La gente sólo vive en torno a sí misma y ha perdido sus valores de vivir “para los demás”. Miramos únicamente por lo que nosotros queremos y luchamos por alcanzar nuestros objetivos particulares. Y son precisamente esos hábitos, en opinión de Han, el origen de todos los problemas que tenemos.
La única cura es cambiar ese sistema y recuperar la mirada receptiva hacia la realidad del otro. Vivir para los demás –esperando que los demás vivan también por nosotros, obviamente–. Sólo acabando con nuestro narcisismo podremos evitar los males que nos asolan.
6 Hipertransparencia. La existencia de cualquier cosa depende de que sea previamente expuesta. Esto es el resultado de la norma cultural creada por el capitalismo, que nos impulsa a la divulgación voluntaria de nuestra información. Un sistema nocivo en el que la transparencia no es en modo alguno una virtud, sino un arma para que nos abramos de par en par a expensas de valores sociales como la vergüenza, el secreto y la confidencialidad.
La exposición hasta el exceso (que tilda de “pornográfica”) convierte todo en mercancía. Todo ha de ser entregado desnudo, sin misterios, listo para ser consumido de inmediato. Y esto mata el placer, pues este exige cierto ocultamiento. No todo ha de ser comprendido, no todo ha de estar disponible, no todo tiene por qué gustarnos.
Esto es también consecuencia del capitalismo, cuya mercantilización de la vida es inherente a sí mismo, matando el secreto y el misterio que ineludiblemente acompañan los trances más importantes de la existencia.
7 La agonía del Eros. Esta hipertransparencia es especialmente peligrosa en lo que al sexo y el amor se refiere. Vivimos en una sociedad tan sexualizada –pornografía, publicidad, promiscuidad, exhibicionismo (todos resultados de la transparencia)– que ha terminado matando al amor, al erotismo, al deseo. Y puesto que el pensamiento, en opinión de nuestro autor, se basa en la oposición –en el deseo de lo que no entendemos–, esta agonía del Eros es, en realidad, una agonía del propio pensamiento.
8 Hipercomunicación. También relacionado con el punto anterior. Internet, las redes sociales y, en general, toda la revolución digital han transformado y corrompido el fundamento de la sociedad. Existimos como un enjambre digital de individuos aislados, sin acción colectiva, sin sentido. Hemos generado una hipercomunicación que destruye el silencio, viviendo en un ruido constante que nos aturde y que nos impide cuestionarnos el orden establecido en que vivimos, el ya citado totalitarismo invisible.
Existimos como un enjambre digital de individuos aislados, sin acción colectiva, sin sentido, en un ruido constante que nos aturde 9 Críticas a su filosofía. Todas estas cuestiones han contado con múltiples detractores. Que Han –curiosamente, alguien que se estableció en Europa para disfrutar de la libertad que no tenía en la hermética sociedad coreana– traduzca la libertad en esclavitud suena a novela de George Orwell (“La libertad es esclavitud, la guerra es la paz, la ignorancia es la fuerza”, lema del partido Ingsoc en 1984).
Todos los problemas que identifica el autor son culpa de la libertad alcanzada por la humanidad: libertad para expresarse, para relacionarse, para innovar. Las redes sociales, una herramienta que ha puesto en conexión a millones de personas en todo el mundo, se descubren como algo apuesto, que margina y aísla al individuo. El sexo, libre y banalizado, alejado del yugo al que lo sometió la historia y la moral religiosa, es malo porque destruye el amor. La libertad para trabajar, para comprar, para movernos y alcanzar nuestras metas es esclavitud.
“La sociedad de la transparencia”, de Han, publicado por Herder.10 Las preguntas que su pensamiento provoca. ¿La gente ya no se relaciona? ¿Ya no se ama?
Han achaca al capitalismo el ser un movimiento totalitario violento y silencioso, cuya mayor atrocidad es su la que suele catalogarse como su principal virtud: la libertad y el derecho del individuo. No son pocos los que se preguntan qué es entonces el sistema que defiende, pues todos los movimientos totalitarios que han existido han llegado de concepciones colectivistas, opuestas al individualismo. No pasa inadvertido que precisamente esos regímenes que anulan el individualismo hayan pasado a la historia como los más terroríficos y crueles. La posición de Han, contraria a esa idea de libertad, es vista con recelo en el mundo.
Otro aspecto que se critica de su filosofía es la aparente incapacidad que tienen las personas para vivir, pensar, tomar decisiones. De sus páginas se extrae una idea del ser humano como un robot, mutilado mentalmente, que no cuenta con voluntad propia alguna y que está totalmente supeditado al sistema opresor en el que está inmerso. Nos habla de sociedad del cansancio, de la hipertransparencia, de la autoviolencia… ¿Acaso no tenemos responsabilidad sobre nuestras vidas?
Estas y muchas otras reflexiones son las que giran en torno a la obra del popular filósofo surcoreano, que ha conseguido atraer hasta sus libros tanto a aquellos que creen a pies juntillas sus planteamientos como a los que no ven más que fisuras en los mismos. Sea como fuere, no ha dejado a nadie indiferente y si quieres posicionarte no te queda más opción que esta: leerlo. Sólo así podrás decidir de qué lado estás.
“La expulsión de lo distinto”, de Byung-Chul Han
Cuántos
padres se endeudan para poder llevar a sus hijos a Disneyland después
de hacer la comunión, o comprarles un teléfono móvil de última
generación para que puedan chatear durante todo el día con sus amigos.
Lo hacen no porque quieran, o porque puedan, o porque les parezca bien.
Lo hacen para evitar que sus hijos sean señalados en su colegio, en su
barriada. Temen que eso, el hecho de que no tengan algo que tiene todo el mundo, les diferencie. Son prisioneros del terror de lo igual. Hacemos lo que hacemos, vivimos como vivimos porque todo el mundo lo tieneo todo el mundo lo haceo todo el mundo lo compra.
Esto que ocurre actualmente es distinto a lo que pasaba no hace mucho.
Recuerdo en mi infancia cuando le decía a mis padres que quería esto o
aquello porque un amigo lo tenía; éstos me respondían con la consabida
fórmula: “Si tu amigo se tira por un puente, ¿tú también vas a
tirarte?”. Había una resistencia, una presión externa,
unos distingos. Eran tiempos en los que seguramente primaba todavía la
negatividad: la era inmunológica de la que ha hablaba Foucault.
Byung-Chun Han pone sus propios ejemplos en La expulsión de lo distinto.
Cuántas personas viven centradas en los “atracones de series” (p. 10),
cebadas como ganado consumiendo vídeos y películas sin límite, porque
todo el mundo lo hace. Cuántas personas viajan por el mundo sin
experimentar nada. Todos iguales, preocupados de hacerse fotos y selfiespara luego colgarlos en redes sociales esperando el me gustade
sus contactos. Cuántas personas entran en Facebook y sólo se relacionan
con otras personas que son iguales a él o ella, que piensan igual que
él o ella, pasando de largo de los desconocidos y de gente que piensa de
manera distinta.
Este es el mundo donde impera elterror de lo igual. El argumento completo de Han es que no hay nadie detrás empujando a hacer este tipo de cosas: es uno mismo. La presión viene desde el propio interior del sujeto. Como puede leerse en otro de sus opúsculos (La sociedad del cansancio)
es el propio sujeto del rendimiento el que se aprieta a sí mismo, el
que se fuerza hasta la extenuación. Eliminado lo otro también queda
eliminado el otro explotador. Como sabemos, el análisis de Han no es de
corte marxista-dickensiano: es el sujeto el que “se muele a palos o se
asfixia a sí mismo” (pp. 9-10). Es autodestrucción.
Han desarrolla así un análisis de los
males de nuestro tiempo y de nuestra cultura. Lo expuesto anteriormente
es un botón de muestra de lo que puede leerse en La expulsión de lo distinto. Este pensador dedica su filosofía a la crítica dela fase más actual y reciente del capitalismo.
A lo largo y ancho de una serie de pequeños ensayos ha ido lanzando un
conjunto compacto de tesis relacionadas con la cultura, el arte, la
comunicación, el sujeto y las relaciones sociales, etc. Es este sentido,
La expulsión de lo distinto (2017), que centra su análisis y
reflexión en la alteridad, encaja perfectamente en este conjunto de
pensamientos y temáticas que he denominado “Saga de la Sociedad
Positiva”.
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“Los
tiempos en los que existía el otro se han ido” (p. 9). Con esa frase
comienza Han su libro. No dice nada y lo ha dicho todo. En las restantes
ciento y pico de páginas aborda, con su peculiar estilo provocador de
críticas claras y frases cortas y concisas, las diversas formas de la pérdida o eliminación de la alteridad en nuestro tiempo.
De nuevo lo vemos en diálogo con otros filósofos (en este volumen
destacan Heidegger, Baudrillard, Levinas, Adorno, Handke o Canetti,
entre otros), añadiendo ejemplos de la literatura, el cine y las artes
plásticas (la poesía de Celan, El extranjerode Camus, 1984de Orwell, Anomalisade Charlie Kaufmann, La ventana indiscretade Hitchcock, las esculturas de Koons, etc.) y expresiones culturales contemporáneas (binge watching[atracones], shitstorms[linchamientos digitales], selfies, etc.).
En el capitalismo neoliberal y la revolución digital vivimos en el reino de lo igual. Uno de los elementos principales que hace a este mundo tal y como es el terror a lo distinto. Y de los nuevos terrores nacen nuevas violenciasque
empezamos a vislumbrar pero que todavía no somos capaces de comprender
completamente. El capitalismo, por ejemplo, niega la autonomía material
del cuerpo, imponiéndole una marca. Somos ganado humano marcado a fuego.
El cuerpo es una cosa, un objeto, una mercancía a la que hay que sacar rendimiento.
El complejo problema que plantea Han es que el capitalismo neoliberal
convence al sujeto para que sea él mismo el que se explote, para que se
aliene a sí mismo sin necesidad de presión.
Asistimos a la expulsión y a la
eliminación de lo otro-distinto pero sin usar la represión. Esto
convierte este tiempo en una singularidad destacable. El Poder para conseguir lo que quieren ya no necesita oprimir, ni reprimir, ni censurar, ni restringir. Han no está diciendo que se haya terminado la violencia. La violencia actúa como siempre, para nuestra desgracia, pero con otro plan de ataque. Igual que hicieron los aqueos con los troyanos, el Caballo de Troya que nos entregaron fue el de la libertad. El actual Poder ya no teme la libertad. Y es que de la libertad ya no surge ningún contrapoder,
no surgen alternativas competentes que pongan en peligro su hegemonía.
Somos la sociedad más libre que haya existido nunca jamás en toda la
historia de la Humanidad. Y, seguramente, nunca antes un poder
hegemónico controló a una Humanidad tan dócil como la de ahora. Cuando
la revolución digital se lanzó ese Poder se guardó un as en la manga: hipertrofiar el ego del ser humano medio.
Éste usa esa libertad para elegir la marca de su móvil, a qué video de
gatitos da el “me gusta”, vender la ropa que no usa en una plataforma
digital o decidir contra quién dirige su indignación en las redes
sociales. El narcisismo y la desaforada manifestación de pasiones, a
través de internet y las redes sociales, hacen imposible una
contra-respuesta racional y adecuada al Poder.
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El
rechazo a la alteridad no sólo puede verse, dice Han, en la
comunicación de las redes sociales o en la autoalienación en pos del
rendimiento. En acontecimientos globales muy recientes puede verse este
intento denodado de eliminar al otro y a lo distinto del mundo:
el auge de los nacionalismos étnicos en Europa, la crisis de los
refugiados en el Mediterráneo y la frontera de México y EEUU, el avance
de la xenofobia defendida por políticos de inmensa relevancia (Trump,
por ejemplo), etc.
Y ¿qué hacer?, entonces. La alternativa que propone Han a este obligado statu quode
negación de la alteridad no difiere mucho de las propuestas que
aparecen en sus otros opúsculos. Si la gente espera algún tipo de
manifiesto grandilocuente, Han será decepcionante; leerá sus argumentos y
no entenderá nada. La pragmática que propone Han es siempre orientadora e individual.
Han no habla a las masas, ni al conjunto de la sociedad para que ésta
haga una nueva revolución. Dudo mucho que Han quiera cambiar el sistema,
pero tengo gran seguridad en que lo que quiere realmente y busca son cambios personales,
que haya cada vez más gente que se dé cuenta de todos los elementos del
propio sistema que hemos interiorizado para, poco a poco, ir acabando
con ellos. Por eso su alternativa a esta destrucción de lo otro-distinto
les suena a muchos como acción minimalista. Frente a lo mismo ir
buscando lo otro, frente a lo igual ir buscando lo distinto, frente a la
cercanía buscar la lejanía, frente a la xenofobia ofrecer hospitalidad;
y así sucesivamente. Esto que a muchos les parece una perogrullada
insuficiente se consigue, dice Han, mediante una ética de la escucha, un reencuentro amistoso y amoroso con el otro y una recuperación del arte que nos llene de asombro.
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Byung-Chul Han: «Hoy no se tortura, sino que se "postea" y se "tuitea"»
El surcoreano Byung-Chul Han es la nueva estrella de la filosofía. Sus ensayos son auténticos «best sellers» que llevan meses en nuestra lista de más vendidos. Afirma que ha seguido en su vida, sin saberlo, el significado de su nombre
Actualizado:
Estudió Filosofía en la Universidad de Friburgo y Literatura alemana y Teología en la de Múnich. Profesor de Filosofía y Estudios Culturales en la Universidad de las Artes de Berlín, lo último que ha publicado en España, y en Herder, la misma editorial que sus anteriores cuatro libros, es Psicopolítica, en el que dirige su mirada crítica «hacia las nuevas técnicas de poder del capitalismo neoliberal, que dan acceso a la esfera de la psique, convirtiéndola en su mayor fuerza de producción».
Siguiendo la pauta establecida por sus primeros ensayos, como La sociedad del cansancio y La agonía del Eros, Byung-Chul Han hace hincapié en que la psicopolítica recurre a un «sistema de dominación que, en lugar de emplear el poder opresor, utiliza un poder seductor, inteligente (smart), que consigue que los hombres se sometan por sí mismos al entramado de dominación».
Sentados junto a una ventana que da a la noche, y que le servirá al filósofo para pensar con la mirada perdida durante minutos y minutos, hablamos a tres bandas: las preguntas en español han de ser vertidas al alemán, y viceversa. Tres tés verdes, una mesa cubierta con el ineludible mantel de cuadros rojos y blancos, y una vela temblorosa que acentúa la irrealidad del encuentro. Se nota que no le gustan las entrevistas, y mucho menos los periodistas, aunque indagará sobre el grado de conocimiento de su obra y de su figura en España.
Aunque dice que dispone de todo el tiempo del mundo, al cabo de media hora mirará por primera vez el reloj. La impaciencia le irá reconcomiendo hasta proponer que le enviemos las preguntas por correo electrónico. En dos horas que pasan con una lentitud exasperante, el momento más extraño es cuando a la pregunta de si la filosofía es un género literario o una disciplina científica responde: «Ninguna de las dos».
Entonces ¿qué es la filosofía?
Esa es una pregunta muy difícil.
Tras cuatro largos minutos de silencio contemplando la noche berlinesa intentará una respuesta. Pero tanto la pregunta como la respuesta desaparecerán de la versión final. Eran más de cuarenta los interrogantes que traía conmigo. Tras la criba a la que sometió el cuestionario el filósofo coreano, y que tuvo que sortear con el mejor tino la traductora e intérprete, Elizabeth Rudolph, esto es lo que quedó de la conversación (y de la correspondencia electrónica) con Byung-Chul Han, que llegó con un libro de tapas duras y negras que ocultó bajo sus manos finas y sin anillos. Hasta que lo abrió para precisar una idea: era una de sus obras.
Habla con los brazos cruzados, mira brevemente a los ojos. A veces se tapa el rostro con las manos. Es un manojo de contradicciones: sabe que depende de la prensa para que sus ideas se difundan, porque está claro que quiere influir con lo que dice, con su máquina de pensar. Pero le gustaría no tener que hacerlo. Dice de los periodistas culturales alemanes que han escrito libros que son arrogantes, y pregunta si son también así los españoles. Coge la tarjeta del plumilla venido de lejos, la mete con displicencia entre las páginas de su libro, pero después lo piensa mejor y, mientras contesta con fastidio a la última pregunta que malamente logramos hacerle, la retuerce, para dejarla finalmente abandonada sobre el mantel del restaurante mafioso. Byung-Chul Han. Un pensador de nuestro tiempo. Pero también un hombre misterioso. No será fácil descifrarle, aunque en sus libros se esmera en expresarse con claridad. La cortesía del filósofo. El enigma del hombre.
¿El verdadero filósofo es un aguafiestas, el encargado de difundir un mensaje que no se quiere escuchar?
Pienso que la gente que lee mis libros se siente muchas veces personalmente atacada. Algunos los leen casi como una biblia, pero otros los rehúyen como el diablo del agua bendita. Mis libros sacuden el sobrentendido en el que muchos se han acomodado. Concentran la atención de la gente en la parte interior fea, la que se oculta tras la bonita fachada. Dejan al descubierto ilusiones fatales. «Aguafiestas» sería un término demasiado suave.
En «Psicopolítica», su último ensayo, dice que la libertad ha sido un episodio, que vivimos en una luminosa e interconectada ilusión de libertad que en realidad no es más que una voluntaria esclavitud de soledades sin fin, y que, aunque queramos despertar, no podemos. ¿Es tan terrible nuestra realidad?
Vivimos realmente en una ilusión de libertad. No somos tan libres. Se ve que la comunicación que se considera libertad se transforma en vigilancia. Comunicación y transparencia también provocan una obligación a la conformidad. Hoy tenemos la impresión de que no somos sujetos sometidos, sino un proyecto que siempre se renueva, se reinventa y se mejora sin cesar. El problema es que este proyecto, en el que se convierte el sujeto sometido, se revela como figura forzada. El yo como proyecto revela coerciones del propio yo, que se reflejan, por ejemplo, en el aumento del rendimiento o la optimización. Vivimos en una fase histórica particular, en la que la propia libertad genera coerciones.
Para Karl Marx, el trabajo conduce a la alienación. El sí-mismo se destruye por el trabajo. Se aliena del mundo y de sí mismo a través del trabajo. Por eso dice que el trabajo es una autodesrealización. En nuestra época, el trabajo se presenta en forma de libertad y autorealización. Me (auto)exploto, pero creo que me realizo. En ese momento no aparece la sensación de alienación. De esta manera, el primer estadio del síndrome burnout (agotamiento) es la euforia. Entusiasmado, me vuelco en el trabajo hasta caer rendido. Me realizo hasta morir. Me optimizo hasta morir. Me exploto a mí mismo hasta quebrarme. Esta autoexplotación es más eficaz que la explotación ajena a la que se refería el marxismo, porque va acompañada de un sentimiento de libertad.
¿Por qué son tan breves sus libros? ¿Para no contribuir a la sociedad del cansancio?
Hace poco, en el periódico Die Zeit se publicó una entrevista en la que fui presentado como alguien capaz de derrumbar con pocas palabras construcciones enteras de pensamientos que sostienen nuestra vida cotidiana. Entonces ¿por qué hace falta escribir libros voluminosos? Se escriben libros voluminosos porque al autor no se le ocurren aquellas pocas frases con las que echar por tierra el mundo. Es un progreso que mis libros sean cada vez más breves.
¿Sus obras ayudan con su claridad a entender el momento en que vivimos porque la gente está muy perdida y sus libros iluminan esta perdición?
En mis libros describo de dónde viene esta perdición. Entiendo muy bien a los españoles porque lo mismo que sufre España ahora es lo que ya sufrió Corea del Sur. Después de la crisis financiera asiática vino el Fondo Monetario Internacional como un diablo que nos dio dinero pero nos robó el alma. Ahora los coreanos sufren una enorme presión competitiva y de rendimiento. La solidaridad se desintegra. La gente está afectada por depresiones y el síndrome de burnout. Corea tiene el porcentaje de suicidios más alto del mundo. Obviamente, la gente no puede aguantar ese estrés. Y cuando fracasa no responsabiliza a la sociedad sino a sí misma. Tiene vergüenza y se suicida. La crisis económica causó un choque social y provocó una parálisis en la gente.
Asegura que el capitalismo huye hacia el futuro, se desmaterializa, se convierte en neoliberalismo y convierte al trabajador en empresario que se explota a sí mismo en su empresa. ¿No hay salida? ¿Es pertinente volver a hacerse la pregunta ‘qué hacer’?
Resulta que el sistema neoliberal es muy estable e inquebrantable. Nos sentimos libres mientras nos explotamos a nosotros mismos. Esta libertad imaginada impide la resistencia, la revolución. El neoliberalismo aísla a cada uno de nosotros y nos hace empresarios de nosotros mismos.
El Muro de Berlín era tan real, y letal, como la «guerra fría». ¿Qué le dicen sus escombros?
Durante la época del Muro existía un enemigo con el que se estaba en guerra. Este enemigo ya no existe. Hoy la gente está en guerra consigo misma. Hoy estamos en una guerra sin muro y sin enemigo.
En «La agonía del Eros» convoca a Barthes y sus «Fragmentos de un discurso amoroso» para hablar del otro que hace temblar el lenguaje. ¿Ha experimentado ese otro que hace temblar el lenguaje? No lo digo desde una curiosidad impúdica, periodística, sino filosófica: ¿ha de experimentar, sentir, el filósofo lo que dice?
Yo no tengo smartphone. Sin embargo, escribí mucho sobre ello. Lo importante para la filosofía no es la experiencia personal, sino la capacidad imaginativa. Mediante la imaginación es posible ver las cosas más claras que mediante la experiencia directa.
¿Se equivocó Orwell, como tantos otros visionarios? ¿El sistema se ha dado cuenta de que resulta mucho más fácil seducir que obligar, encuentra voluntarios por doquier para convertirse con entusiasmo a la autoexplotación?
No diría que Orwell se equivocara. Describe su mundo, que ya no es nuestro mundo. El estado policial de Orwell, con telepantallas y cámaras de tortura, se distingue fundamentalmente del panóptico digital que representa internet, teléfonos inteligentes y Google Glass, que es controlado por la ilusión de la libertad y la comunicación ilimitadas. Aquí no se tortura sino que se postea y se tuitea. El control que coincide con la libertad es considerablemente más eficaz que aquella vigilancia que se dirige contra la libertad. «Neolengua», se llamaba el lenguaje ideal en el estado policial de Orwell. Tiene que sustituir por completo a la «viejalengua». La neolengua tiene una sola meta: limitar el espacio del pensamiento. Los crímenes de pensamiento deben ser impedidos por la extinción de las palabras que serían necesarias para cometerlos. Por eso se elimina también la palabra «libertad». Ya solo por eso el estado policial de Orwell se distingue del panóptico digital de nuestra época en que se aprovecha excesivamente de la libertad.
La técnica de poder del sistema neoliberal no es ni prohibitiva ni represiva, sino seductora. Se emplea un poder inteligente. Este poder, en vez de prohibir, seduce. No se lleva a cabo a través de la obediencia sino del gusto. Cada uno se somete al sistema de poder mientras se comunique y consuma, o incluso mientras pulse el botón de «me gusta». El poder inteligente le hace carantoñas a la psique, la halaga en vez de reprimirla o disciplinarla. No nos obliga a callarnos. Más bien nos anima a opinar continuamente, a compartir, a participar, a comunicar nuestros deseos, nuestras necesidades, y a contar nuestra vida. Se trata de una técnica de poder que no niega ni reprime nuestra libertad sino que la explota. En esto consiste la actual crisis de libertad.
Trae a colación una cita de Peter Handke: «La inspiración del cansado dice menos lo que hay que hacer que lo que hay que dejar». ¿Se podría extraer de ahí un proyecto político y filosófico?
Tal vez. La política de hoy carece de inspiración. Durante el estado de hiperactividad continúa lo que predomina bajo la bonita ilusión de la falta de alternativas.
Si no he leído mal, dice que cuando la transparencia se convierte en teología acaba sirviendo de justificación ética al neoliberalismo y que, sin limitaciones de índole moral, la transparencia acaba al servicio de una economía insaciable. ¿Es así? ¿Pero no nos sirve también la transparencia como herramienta para limitar la natural tendencia del poder a la mentira y el abuso?
El que relaciona la transparencia solamente con corrupción y con libertad de información ignora su alcance. La transparencia es una coerción sistémica que incluye todos los sucesos sociales para someterlos a cambios fundamentales. Hoy, el sistema social expone a todos sus procesos a una transparencia forzada para acelerarlos. La negatividad del secreto, de lo distinto, o de lo ajeno bloquea la comunicación. La presión de acelerar va acompañada de la disminución de la negatividad. La comunicación alcanza su velocidad máxima donde la igualdad responde a la igualdad. La transparencia estabiliza y aumenta la velocidad del sistema eliminando lo otro o lo ajeno. Esta coerción sistémica convierte la sociedad de la transparencia en una sociedad sincronizada. Lleva a la conformidad y a la sincronización.
A partir de «Melancholia», la película de Lars von Trier, dice que solo un apocalipsis, una catástrofe, podría liberarnos del infierno de lo igual. ¿Qué tipo de catástrofe? ¿Una revolución?
A partir de la protagonista de la película, Justine, se entiende lo que digo: es depresiva porque está absolutamente agotada, fatigada de sí misma. Toda su libido se dirige contra su propia subjetividad. Por eso no es capaz de amar. Y de repente aparece un planeta, el planeta Melancholia. La llegada de la alteridad puede suponer un apocalipsis en el infierno de la igualdad. El planeta mortífero se muestra a Justine como lo totalmente distinto que la arranca del pantano del narcisismo. Ante el planeta letal casi revive. Descubre también a los otros. De tal manera se entrega amorosamente a Claire y a su hijo. El planeta desata un deseo erótico. Eros, como relación con lo totalmente distinto, elimina la depresión. El desastre implica la salvación. Por cierto, la palabra «desastre» tiene su origen en la palabra latina desastrum, que significa «no estrella». Melancholia es una no estrella.
Vivimos en una sociedad que se concentra por completo en la producción, en la positividad. Se deshace de la negatividad de lo otro o de lo ajeno para aumentar la velocidad de la circulación de la producción y del consumo. Solo las diferencias que se pueden consumir están permitidas. No se puede amar al otro al que le han quitado la alteridad, sino solo consumirlo. Quizá sea por eso por lo que hoy crece el interés por el apocalipsis. Uno siente el infierno de la igualdad y quiere escapar de él.
¿En qué medida es «Cincuenta sombras de Grey» uno de los síntomas de nuestro malestar, del amor como rendimiento, como inversión calculada y positiva, de la que ha sido extraído todo riesgo, toda sombra, toda negatividad, todo peligro, todo dolor?
Hoy todo se convierte en objeto de rendimiento. Ni siquiera el ocio o la sexualidad pueden rehuir el imperativo del rendimiento. Pero el Eros supone una relación con lo otro, más allá del rendimiento y de las habilidades que se tengan. Ser capaz de no ser capaz es el verbo modal del amor. El estar en manos de alguien y la posibilidad de resultar herido forman parte del amor. Hoy se trata de evitar cualquier herida cueste lo que cueste.
¿Quién es Byung-Chul Han?
Adorno dijo que los nombres son iniciales que no entendemos pero a las que obedecemos como a nuestro destino. El símbolo chino para «Chul» significa, según el sonido, «hierro» o «metal», pero, según el sentido, también «luz». En coreano filosofía significa «Chul-Hak», es decir, «ciencia de luz». De esta manera seguí en mi vida, sin saberlo, el significado de mi nombre. Llegué a Alemania porque fui admitido por la Universidad Técnica de Clausthal-Zellerfeld, cerca de Gotinga, para estudiar Metalurgia. A mis padres les había dicho que iba a continuar mi carrera de Metalurgia en Alemania. Tuve que mentirles porque no me habrían dejado irme. Me marché a otro país cuyo idioma entonces no sabía ni hablar ni leer y me lancé a una carrera completamente diferente: Filosofía. Fue como en un sueño. Entonces tenía veintidós años. Ahora soy profesor de Filosofía en Berlín.
Byung-Chul Han y el budismo zen como arma anticapitalista
"Bello es el ser sin apetito", escribe Byung-Chul Han en
Filosofía del budismo zen, y en un mundo obeso, que exige ambición a
todos sus individuos, con un ejército de ciclistas inmigrantes para
saciar el hambre infinita, esa frase suena revolucionaria. ¿Qué sería
del capitalismo tardío si se nos acaba el apetito, si nos conformamos
con lo que somos? ¿Será posible atentar contra el sistema desde el
no-hacer?
El filósofo surcoreano Byung–Chul Han,
famoso entre quienes tienen resueltas sus necesidades básicas pero no
sus angustias, lo es justamente porque describe con certeza y sencillez
los motivos que nos tienen en esta desazón generalizada. Sus
diagnósticos y sus libros son como agujas, breves pero agudas, que
pinchan en las heridas que hoy nos hacen sangrar sin dolor: el declive
del deseo, el flagelo de la transparencia o el auge de la
autoexplotación.Pero hace diecisiete años, antes de convertirse en una estrella de la crítica cultural –que no usa celular y cultiva flores en un jardín–, Han escribió un ensayo que si bien no buscaba identificar otro trastorno más de la sociedad neoliberal, leído desde ahora sí consigue entregar una respuesta al malestar posmoderno: el budismo zen.
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Lo que Han pretendía era dilucidar los conceptos que definen y diferencian al budismo zen comparándolos con la filosofía occidental de Platón, Leibniz, Hegel y Heidegger, y aunque lo consigue, el resultado además es una especie de receta involuntaria contra el tedio, la depresión y el narcisismo que predominan actualmente.
No se trata de volver a una retórica new age, de disfrazarse de Sting ni de colgar banderitas en la terraza. Tampoco de ir a un taller de meditación para obtener más rendimiento laboral. Es justamente lo contrario: intentar vaciarse de esa lógica occidental que pretende encontrarle una recompensa o beneficio a cada acción o decisión que tomamos, y simplemente liberarnos de la economía detrás de nuestros movimientos.
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“Bello es el ser sin apetito”, escribe Byung-Chul Han, y en un mundo obeso, que exige ambición a todos sus individuos, con un ejército de ciclistas inmigrantes para saciar el hambre infinita, esa frase suena revolucionaria. ¿Qué sería del capitalismo tardío si se nos acaba el apetito, si nos conformamos con lo que somos? ¿Será posible atentar contra el sistema desde el no-hacer? ¿La inacción puede ser una amenaza?
Eso no se responde en Filosofía del budismo zen, pero de forma indirecta queda sugerido. Han opone el apetito de trascendencia, quizá el peor legado del cristianismo —esta incapacidad de soportar la idea de la muerte y querer sobrevivir a la propia existencia a como dé lugar—, con la inmanencia, el vivir aquí, experimentando la cotidianeidad, ese mundo de “hombres y mujeres, de anciano y joven, sartén y olla, gato y cuchara”.
Algo radical en este frenesí de notificaciones, todos adictos al último meme, paranoides de los spoilers y nunca satisfechos con el final de ninguna serie. El budismo zen, en cambio, “se trata de ver lo inusitado en la repetición de lo acostumbrado”.
La dificultad de asumir este espíritu vacío de apetito, entregado al aquí y al ahora, es que exige liberarse de lo sagrado, ya sea Cristo en la cruz, una foto de Felipe Camiroaga o la confianza en el mercado. Incluso al mismo buda. “Si encontráis a buda, matad a buda”, dijo el maestro Linji. “La nada del budismo zen”, se lee de mano de Han, “no ofrece cosa alguna que pueda retenerse, ningún fundamento firme del que podamos cerciorarnos, nada a lo que pudiéramos agarrarnos. El mundo carece de fundamento”.
Pero el vacío, por otro lado, permite que el sujeto no sólo esté “en” el mundo, sino que en el fondo “es” el mundo. Como anota Han: “El mundo está enteramente ahí, en una flor de ciruelo”.
También se sospecha de la idea del hogar, lo que en el léxico subdesarrollado se conoce como el sueño de la casa propia, y que últimamente ha perdido todo relato llamándose solamente inversión inmobiliaria. Un budista zen no echa raíces —ni bienes raíces— porque eso sería llamar a la trascendencia, proyectarse a un futuro que no existe. “Un monje zen ha de ser como las nubes, sin morada fija, y como el agua, sin apoyo firme”, dice el coreano-alemán. “Ni huésped ni anfitrión; huésped y anfitrión, sin duda”.
Habiendo fallado las revoluciones, y sin alternativas a la vista que reemplacen o se opongan a la metástasis imparable del neoliberalismo, quizá este momento poshistórico, como lo describió Fukuyama, o de no-historia, pueda ser combatido con el no-ser del budismo zen.
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Un filósofo contra la era digital
La demandante hipercomunicación y el exhibicionismo digital
son algunos de los males actuales que el surcoreano Byung-Chul Han
desactiva en libros importantes, como La sociedad del cansancio y La
expulsión de lo distinto. El filósofo afincado en Berlín contó que no
usa smartphone y que solo escucha música analógica como resistencia
política.
Después de estudiar metalurgia en Seúl, Byung-Chul Han
(1959) mintió a sus padres para irse hasta Alemania a aprender
literatura sin siquiera dominar el idioma. Había otro inconveniente:
“leía demasiado despacio”; entonces, contó en una entrevista, “me pasé a
la filosofía”. Según el último gran crítico cultural formado en Alemania, “para estudiar a Hegel la velocidad no es importante. Basta con poder leer una página por día”.
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En 1994, el hombre que estudió las prácticas del capitalismo chino en Shanzhai: el arte de la falsificación y la deconstrucción en China, se doctoró en la Universidad de Munich con una tesis sobre Martin Heidegger, uno de los autores que permean sus textos donde conecta una amplia tradición de pensamiento (Kant, Freud y Agamben, entre otros) con algunos males actuales.
La expulsión de lo distinto
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Luego sigue: “En la comunicación analógica tenemos por lo general un destinatario concreto, un interlocutor personal. La comunicación digital, por el contrario, propicia una comunicación expansiva y despersonalizada que no precisa interlocutor personal, mirada ni voz”.
Como ejemplo pone a los mensajes que enviamos por Twitter: “No van dirigidos a una persona concreta. No se refieren a nadie en concreto. Los medios sociales no fomentan forzosamente la cultura de la discusión. A menudo los manejan las pasiones. Las shitstorms o los ‘linchamientos digitales’ constituyen una avalancha descontrolada de pasiones que no configura ninguna esfera pública”.
Ser o parecer
De Internet, Han sugiere que solo obtenemos información, “y para ello no tengo que dirigirme a ningún interlocutor personalmente (…) no tengo que desplazarme al espacio público. Más bien, hago que la información y los productos vengan a mí”.En La expulsión de los distinto, el filósofo advierte: “La comunicación digital me interconecta y al mismo tiempo me aísla. Destruye la distancia, pero la falta de distancia no genera ninguna cercanía personal”.
Luego concluye: “Hoy Internet no es otra cosa que una caja de resonancia del yo aislado. Ningún anuncio escucha”.
En La agonía del Eros, otro de sus libros, Han explica que en la actual sociedad del espectáculo domina la importancia del parecer. “Ser ya no es importante —escribe— si no eres capaz de exhibir lo que eres o lo que tienes. Ahí está el ejemplo de Facebook, para capturar la atención, para que se te reconozca un valor tienes que exhibirte, colocarte en un escaparate”, resume.
La sociedad del cansancio
Según Byung-Chul Han, si en la era digital ya no sufrimos amenazas externas, como alguna vez lo fueron el lobo, las enfermedades propagadas por ratas o los ataques virales: hoy —asegura— “la violencia, que es inmanente al sistema neoliberal, ya no destruye desde fuera del propio individuo. Lo hace desde dentro y provoca depresión o cáncer”.Con una sintaxis concreta —sus libros se empinan en promedio por sobre las cien páginas— y una escritura que elogia el aforismo, el filósofo que apenas concede entrevistas denuncia que, en el neoliberalismo, uno se explota a sí mismo hasta el colapso.
Por eso, dijo entrevistado por El País, “la sociedad del cansancio como sociedad del rendimiento no se puede explicar con Marx. La sociedad que Marx critica, es la sociedad disciplinaria de la explotación ajena. Nosotros, en cambio, vivimos en una sociedad del rendimiento de autoexplotación”.
Han piensa que hoy cada cual es un “emprendedor de sí mismo” y busca “optimizarse”. Con esa estrategia del poder, “que ya no tortura sino que fomenta el posteo”, ganan el Estado y el mercado.
Como mostró algún capítulo improbable de la serie distópica Black Mirror, advierte, hoy cada ciudadano es un paquete de datos controlable. Además, la transparencia de la red acelera la emoción, y la emoción acelera el consumo. Ese ritmo enfermizo, asegura, “disuelve la negatividad y elimina lo otro o lo ajeno”.
En su libro La sociedad del cansancio Han describe cómo hemos mutado hacia una sociedad “positiva” sedienta de los “me gusta” anulando así cualquier indicio de negatividad.
La “tiranía de lo igual”
El año pasado Byung-Chul Han compartió una fórmula propia de resistencia política. Según contó en España, no usa smartphone, escucha solo música analógica —en la charla dijo que tiene dos pianos y un wurlitzer— y no hace turismo –”el turista viaja por el infierno del igual, circula como si fueran mercancías”, dijo.Allí también confesó que ha dedicado años de su vida “a cultivar un jardín secreto”, cuya experiencia destila en el libro Loa a la tierra, donde asegura que el jardín lo aleja de su ego y que, pese a que no ha tenido hijos, a través de él va “aprendiendo lentamente qué significa brindar asistencia, preocuparse por otros”.
Según el filósofo, su resistencia consiste en parar —dejar de dar “likes” y de subir variaciones de uno mismo a Instagram— y abrazar la demora —tema al que dedica su libro El aroma del tiempo—, incluso en exigir un tiempo de retiro de esa hiperconectividad que nos hace “esclavos y no amos”. Abandonaríamos así, sintetiza, la “tiranía de lo igual” y dejaríamos de ver lo distinto —al migrante, al extranjero— como una amenaza. Ese otro, al que ni vemos ni tocamos ni olemos.
Algunos libros de Byung-Chul Han
LA EXPULSIÓN DE LO DISTINTO
Páginas: 128
Editorial: Herder
Precio: $12.500
LA SOCIEDAD DEL CANSANCIO
Páginas: 120
Editorial: Herder
Precio: $16.000
SHANZHAI. EL ARTE DE LA FALSIFICACIÓN Y LA DECONSTRUCCIÓN EN CHINA
Páginas: 96
Editorial: Caja Negra
Precio: $12.000.
LOA A LA TIERRA. UN VIAJE AL JARDÍN
Páginas: 186
Editorial: Herder
Precio: $16.000
EL AROMA DEL TIEMPO. UN ENSAYO FILOSÓFICO SOBRE EL ARTE DE DEMORARSE
Páginas: 168
Editorial: Herder
Precio: $16.000
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