El mito de la hoguera: Galileo Galilei
"En la época de Galileo la Iglesia fue mucho más fiel a la razón que el propio Galileo. El proceso contra Galileo fue razonable y justo" (Feyerabend, filósofo agnóstico).
"A partir del Siglo de las Luces hasta nuestros días, el caso Galileo ha constituido una especie de mito, en el que la imagen que se ha reconstruido de los acontecimientos era bastante lejana a la realidad. En dicha perspectiva, el caso Galileo era el símbolo del pretendido rechazo, por parte de la Iglesia, del progreso científico o, incluso, del oscurantismo "dogmático" opuesto a la libre búsqueda de la verdad. Este mito ha desempeñado un papel cultural considerable y ha contribuido a asentar en muchos científicos de buena fe la idea de que eran incompatibles el espíritu de la ciencia y su ética de investigación por un lado, y la fe cristiana por el otro. Es ésta una trágica incomprensión recíproca y se ha interpretado como el reflejo de una oposición radical entre ciencia y fe. Las aclaraciones aportadas por los recientes estudios históricos nos permiten afirmar que dicho doloroso malentendido pertenece ya al pasado" (Juan Pablo II)
Mucho y mal se ha hablado del caso Galileo, no sólo por parte de los naturales enemigos de la Iglesia, sino incluso, por parte de los mismos católicos. La causa, por supuesto, fue la desinformación. Si alguien dudara de esta realidad, nada mejor para convencerlo que un dato recogido por el converso del ateísmo, Vittorio Messori, en su esclarecedor trabajo "Leyendas Negras de la Iglesia": "Según una encuesta del Consejo de Europa realizada entre los estudiantes de ciencias de todos los países de la comunidad, casi el 30% de ellos tiene el convencimiento de que Galileo Galilei fue quemado vivo en la hoguera por la Iglesia. Casi todos (97%), de cualquier forma, están convencido de que fue sometido a torturas. Los que -realmente, no muchos- tienen algo más que decir sobre el científico pisano, recuerdan como frase absolutamente histórica, un "¡Eppur si muove!", fieramente arrojado, después de la lectura de la sentencia, contra los inquisidores convencidos de poder detener el movimiento de la Tierra con los anatemas teológicos. Estos estudiantes se sorprenderían si alguien les dijera que estamos ahora en la afortunada situación de poder datar con precisión por lo menos este último detalle: la frase histórica fue inventada en Londres en 1757 por Guiseppe Baretti, periodista tan brillante como a menudo muy poco fehaciente".
Del caso Galileo se ha hablado mucho y mal. Si debiéramos fijar un punto de partido de este mito, hay que decir entonces que fue particularmente a través de la obra infame del controvertido y polémico Bertolt Bercht (La vida de Galileo Galilei, 1939) donde esta leyenda negra comenzó a difundirse masivamente. Un caso resonante y mejor conocido por todos nosotros es el de Bioy Casares, cuando afirmó que a Galileo lo habían matado...¡Y este era uno de los modelos de la intelligentzia argentina!
Se ha querido convertir a Galileo en un mártir de la ciencia, presentándolo como un paradigma del conflicto entre la ciencia y la fe. La Iglesia, como no podía ser de otra manera, aparece jugando el rol de opresora de todo progreso científico, y de la modernidad en general. Lo cierto es que tan ligeras aseveraciones no parecen condecirse con la verdad de los hechos ni, ciertamente, con la documentación existente y el juicio de los entendidos. No deja de ser curioso el hecho de que la mayor parte de aquellos que pretenden hacer de Galileo un mártir, son personas que, en primer lugar, no cree en ellos. Sorprende también que muchos de estos, adherentes confesos del pensador inglés John Locke, coetáneo de Galileo, omitan su explícita defensa sobre la absoluta compatibilidad entre el cristianismo y la razón, opiniéndose, a la vez, al cuestionamiento de los milagros bíblicos. ¿Y que pensaba Lutero sobre "la razón"? Aquí alguna muestra de ello: "Los anabaptistas dicen que la razón es una antorcha. ¿La razón derrama luz? Sí, como la haría una inmundicia en una linterna".
En su último sermón de Wittenberg, dice: "La razón es la grandísima ramera del diablo; por su esencia y manera de ser, es una meretriz dañina; una prostituta patentada del demonio; una prostituta comida por la sarna y la lepra, que debería ser pisoteada y destruida, ella y su sabiduría [...] Échale basura a la cara para afearla. Debería ser ahogada en el bautismo [...] La abominable merecería que la relegaran al más sucio lugar de la casa, las letrinas."
Los límites propuestos para el presente trabajo nos impiden extendernos sobre este claro asunto con la profundidad requerida, razón por la cual trataremos de dejar en claro los puntos sustanciales, remitiendo al lector a otras obras para su mayor conocimiento. Quienes mejor lo han investigado son, entre otros, Vittorio Messori, Walter Brandmuller, Mariano Artigas, el Centro de Estudios Inquisitoriales, la Comisión creadas por Juan Pablo II, y en nuestro país, los historiadores Tomás Barutta, Guillermo Furlong y Antonio Caponnetto.
Algunas cosas deben quedar claras:
1) Por lo pronto, Galileo no vivió en tiempo medievales, como frecuentemente se afirma, sino en el siglo XVII.
2) Tampoco fue torturado ni ejecutado (¡menos quemado!) ni por la Inquisición ni por nadie. Tampoco fue excomulgado. Todo el castigo consistió en prisión domiciliaria con ciertos privilegios, gozando, a la vez, de una pensión papal. Así, en misiva a su amigo Paulo Rinieri, luego del segundo proceso, escribe: "y se me señaló como cárcel, con generosa piedad, la casa del amigo más querido que tenía en Siena, el arzobispo monseñor Piccolomini, de cuya amabilísima conversación gocé con tal sosiego y satisfacción de mi ánimo que allí reanudé mis estudios y encontré y demostré gran parte de las conclusiones mecánicas sobre la resistencia de los sólidos y otras especulaciones". Durante el proceso se puso a su entera disposición la vivienda de un alto funcionario inquisitorial, siéndole destinadas las habitaciones más cómodas y espaciosas. El Padre Maculano -comenta Brandmuller- le hizo allí una muy cortés recepción, indicándole que podía moverse por la casa y por el jardín con entera libertad, servirse de su criado y surtirse de alimentos de la cocina del <
3) No fue procesado por la Inquisición española ni la medieval, sino por la romana. Fue tratado con gran respeto y consideración, como se puso advertir en la carta recién mencionada. Jamás fue perseguido, ni por el Santo Oficio, ni por los Papas (fue gran amigo de Paulo V y de Urbano VIII), ni por los jesuitas (entre quienes gozaba de una gran reputación, estima y respeto), ni por nadie. No tenía gran simpatía por algunos dominicos, es cierto, pero tampoco la tenían los jesuitas.
4) No fue reprendido o procesado por sus teorías científicas sino por su indisciplina. En 1616 se había comprometido frente al Santo Oficio y el pontífice a enseñar la doctrina copernicana sólo como una hipótesis. Sin embargo, faltaría a su palabra; lo que daría origen, después de nuevas y repetidas advertencias al proceso de 1633.
5) La Iglesia Católica siempre ha manifestado su vivo aprecio por Galileo, reconociendo sus enormes dotes intelectuales e incansable voluntad de trabajo (no debe olvidarse que en la actualidad puede apreciarse una estatua del astrónomo en el Vaticano). En 1612, recibido en audiencia por Paulo V, fue colmado de elogios, distinciones y privilegios tanto por el pontífice como por varios cardenales, y el entonces presidente de la Academia Romana de Lincei. Aunque, como hace notar Guillermo Furlong, "fueron los jesuitas quienes le llenaron de gozo, y colmaron sus aspiraciones, además de avalar sus descubrimientos". Es oportuno hacer notar que la Roma de aquellos tiempos, eminentemente católica, era el centro cultural y científico de toda Europa. Esto, indudablemente, gracias al constante impulso y promoción que de las distintas ciencias hacía la Iglesia. Por esta mismísima razón se encontraba Galileo, justamente, en la Roma del Papa. Para prueba fehaciente de ello, bastan como ejemplos el Collegio Romano de los jesuitas, la recién mencionada Academia Dei Lincei, y eruditos de la talla de Clavius, Grienberger, Van Maelcote y Lembo, entre otros. De hecho, como bien apunta el Padre Ángel Peña, el primer gran observatorio astronómico, el más antiguo del mundo, y que funciona desde 1579, es el del Vaticano. Y las primeras universidades europeas y americanas fueron fundadas por la Iglesia Católica.
El método copernicano no fue considerado sólo por Galileo, como pretende hacerse creer, sino también por numerosos contemporáneos suyos, especialmente por doctísimos jesuitas, como el recién mencionado Grienberger y Scheiner, que demostraron ser más científicos que el mismo Galileo, ya que no se aventuraron a sostener como verdad irrebatible algo sobre lo que no existían pruebas categóricas y definitivas, como exige la ciencia.
6) La teoría heliocéntrica copernicana sostenida por Galileo, no podía ser probada, científicamente, más allá de que existían algunos fundamentos e indicios que daban cierta credibilidad a su tesis. Por ello la Iglesia, sabia y prudente, permitió a Galileo considerar tal teoría como una posibilidad, pero no como una verdad inobjetable, inconclusa, como pretendía el estudioso. No se diga que el criterio de la Iglesia fue aislado y acientífico, pues debe recordarse que hasta el mismo Copérnico y Kepler habían considerado el heliocentrismo simplemente como una hipótesis bien fundada. "¡Cuán grande habría sido su disgusto, y tal vez su indignación, si hubiesen podido saber que todavía en 1964 el heliocentrismo sería tenido como una mera hipótesis!", expresaba con razón el padre Guillermo Furlong.
Si la verdad le dio la razón siglos después, era algo que la Iglesia ni nadie podían saber; como nadie podría hoy saber a ciencia cierta qué nuevos descubriemientos tomarán lugar en los próximos 50 años, o qué rectificaciones científicas se impondrán. Así, dice un reconocido historiador: "Sólo un profeta hubiera podido saber entonces que los miembros de la Curia erraban y que el astrónomo se iba a ver justificado y avalado por el desarrollo científico. La Iglesia decidió acertadamente, dado el exacto momento histórico, en base a la evidencia fehaciente que en aquel momento existía. ¿No obró conforme a la más elevada razón y ciencia, que exigen pruebas tangibles, irrefutables y categóricas? Resulta evidente que sí. Entre otros, el insospechado físico Pierre Duhem asombraría al mundo en 1906 cuando declaró sin tapujos ni eufemismo alguno que "la lógica estuvo de parte de Osiander, Bellarmino y Urbano VIII, y no de parte de Kepler y Galileo."
Otro insospechado, el biólogo Tomás Henry Huxley escribe, en carta fechada el 12 de noviembre de 1885, a su colega el profesor Mirvart: "Durante mi estadía en Italia, he estudiado el asunto (los procesos de Galileo) y he llegado a persuadirme de que el Papa y los cardenales, tenían la razón de su parte".
No puede dejar de citarse las palabras del Premio Nobel Arthur Koestler frente a esta polémica: "La gloria de Galileo descansa sobre descubrimientos que nunca hizo y sobre hazañas que nunca logró. Contrariamente a lo que se afirma en muchos libros, incluso recientes, de historia de las ciencias, Galileo no inventó el telescopio. Ni el microscopio. Ni el termómetro. Ni el reloj de balancín. No descubrió la ley de la inercia, ni las manchas solares. No aportó contribución alguna a la astronomía teórica. No dejó caer pesos desde lo alto de la Torre de Pisa; y no consiguió demostrar la veracidad del sistema de Copérnico. No fue torturado por la inquisición, ni excomulgado, no dijo "eppur si muove" (sin embargo se mueve); nunca fue un mártir de la ciencia".
Agrega: "La leyenda ha convertido a Galileo en mártir de la libertad de pensamiento y al romano Pontífice en su ignorante opresor, y ha hecho del conflicto una especie de tragedia griega, ennoblecido por el sello de la fatalidad histórica. En realidad fue un choque de temperamentos, caprichosamente provocado y agravado por ciertas coincidencias infortunadas".
A su vez, la comisión para la investigación del caso Galileo, creada por Juan Pablo II, confirmará lo dicho en uno de los puntos de su dictamen final: "De hecho, Galileo no pudo probar de manera irrefutable el doble movimiento de la Tierra, su órbita anual alrededor del Sol y su rotación diaria alrededor del eje de los polos, si bien tenía la convicción de haber encontrado la prueba en las mareas oceánicas, de las que sólo Newton demostraría su verdadero origen. Galileo propuso otro intento de prueba en la existencia de los vientos alisios, pero nadie en aquella época disponía de los conocimientos indispensables para comprender las aclaraciones necesarias. Fueron necesarios más de 150 años para hallar pruebas objetivas y mecánicas del movimiento de la Tierra. [...] En 1741, ante la nueva comprensión de la rotación terrestre alrededor de Sol, Benedicto XIV ordenó que el Santo Oficio (de la Inquisición) concediera el imprimatur a la primera edición de las Opere complete de Galileo.
7) Se debe tener bien presente que la teoría de Galileo fue primero y principalmente puesta en duda por los máximos eruditos de la época, católicos y no católicos. Así, saliendo al cruce de aquellos detractores que omiten convenientemente algunos factores esenciales de la cuestión, dice el cardenal Biffi: "¿A quién se le ocurre preguntarse, por ejemplo, cuál fue, en la época del caso Galileo, la oposición de las universidades y otros organismos de relevancia social respecto a la hipótesis copernicana? ¿Quién le pide cuentas a la actual magistratura por las ideas y las conductas comunes de los jueces del siglo XVII? O, para ser aún más paradójico, ¿a quién se le ocurre reprochar a las autoridades políticas milanesas (alcalde, prefecto, presidente de la región) los delitos cometidos por los Visconti y los Sforza?". Galileo -confirma Biffi- fue desaprobado a causa de la hipótesis copernicana por los ambientes universitarios de su tiempo".
8) Galileo se equivocó muchísimas veces, procediendo, en no pocas ocasiones, de forma poco científica y desleal. Entre sus fallas más graves y evidentes, se refiere el hecho de que rechazó, categóricamene, la idea que sostenían algunos jesuitas y el erudito Kepler, de que la órbita planetaria debía ser elíptica. Llegaría a decir que eso era imposible. Se equivocó. También creyó falsamente que el anteojo agrandaba todos los objetos visibles, según una misma proporción, cualquiera fuese su distancia. Creía que en el "candor lunar" influye la luz de Venus, contra lo que opinaban Kepler y el Padre Vicente Rinieri. Creía que los planetas eran emanaciones atmosféricas y se movían en línea recta, perpendicular a la Tierra, mientras el Padre Grassi sostenía que eran verdaderos astros y recorrían o un círculo excéntrico, alrededor del Sol, o también una elipse muy alargada, que es cabalmente lo que fue demostrado. Una de las pruebas de su doctrina heliocéntrica -según él, la segunda en fuerza probativa- consistía en un hecho falso, como se sabe al día de hoy: el de las mareas; sostenía que era una al día, cuando en realidad son dos y diferentes. No inventó tampoco el compás proporcional, como se ha dicho, sino que sólo lo desarrolló. Como estos, se podrían añadir otros tantos yerros de Galileo. Se ha dicho también, que su proceder fue muchas veces desleal, con lo que todavía no nos referimos al trato que dispensó a quienes más confiaron en él. Y ha sido hartamente probado, por diversos historiadores, el hecho de que cometió plagio en numerosas oportunidades. Por citar un caso resonante y conocido: se adjudicó la invención del telescopio, sabiendo que ha había sido descubierto años atrás, por otro científico.
También se ha confirmado, recientemente, que algunos de sus descubrimientos e ideas fueron tomados de su colega Kepler.
9) Galileo no fue ningún santo. Su comportamiento personal y público, su característica agresividad, desvergonzada soberbia, desobediencias, etc., han sido puestas de manifiesto por varios historiadores, aun los de tendencia anticatólica. Se toman en cuenta, entre sus tantísimas y poco felices exaltaciones, el grave maltrato del que fue objeto su amigo, y por todos querido, Padre Horacio Grassi, jesuita y astrónomo, al que se refería como un "estúpido, pedante, sollennísimo boe"; tan sólo por haber disentido con él. Durante gran parte de su vida combatió explícitamente la doctrina de Copernico; no obstante, cuando finalmente la abrazó, trató de "estúpidos, pigmeos mentales que no merecen ser llamados seres racionales" a los que no la aceptaban. Se recuerda que llegó a llamar burro incluso al Papa Urbano, otrora su gran amigo. Su enconamiento con los dominicos era por todos conocido, a quienes llegó a dirigirse en formas como ésta: "a esos detestables frailes de Santa María Novella y de San Marcos, una lección de Teología, mejor que la que pudieran sacar de sus viejos y enmohecidos libros de texto". La desobediencia sería tal que, aprovechándose de la buena voluntad e inocencia de un eclesiástico, llegó a poner en la cabecera de su obra Diálogos el imprimatur romano, sin contar con la debida autorización y sin haber remitido a Roma, como se le había exigido, el texto retocado.
Este proceder -comenta Furlong- lo llevó a cometer imprudencias lamentables, y éstas le acarrearon, lógicamente, terribles conflictos. Era una persona sumamente impulsiva: decía lo que pensaba antes de pensar lo que decía, pero sobre todo en el plano de sus relaciones personales, y especialmente con aquellos que no le eran obsecuentes. No obstante, hay que reconocer que era una persona distinta cuando llegaba a serenarse luego de sus arrebatos de ira. Siempre manifestó vivamente, oralmente y por escrito, su filiar amor e incondicional adhesión a la Iglesia Católica y su magisterio. Galileo Galilei morirá como devoto católico.
10) La Inquisición romana sólo prohibió uno de los escritos de Galileo hasta que se corrigieran algunas frases que daban como cierta la teoría heliocéntrica. Subsanado el error, la obra fue inmediatamente permitida. Su principal obra "Discursos y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias", la escribió después del proceso. Murió siendo miembro de la Academia Pontificia de Ciencias.
11) Ya nos hemos referido al comienzo, a aquellos que creen encontrar en el caso Galileo una prueba irrefutable a la inviabilidad del "matrimonio" religiosocientífico, pues la Iglesia se había equivocado en este caso. Lo cual, según ellos, les permite afirmar que su magisterio no sólo carece de idoneidad en el campo científico, sino que lo perjudica gravemente. A esta ligera aseveración se le imponen importantísimas consideraciones. Primero, que nunca nadie exigió a Galileo que abjurase del sistema heliocéntrico porque éste fuera una herejía.
Segundo, y más importante, es imperativo tener en cuenta que tanto en 1616 como en 1633 los órganos que actuaron fueron la Congregación del Indice y la Inquisición, esto es, organismos eclesiásticos en los que no concurría la capacidad de impartir una docencia infalible. Las veces que el Papa intervino, nunca lo hizo ex cathedra.
Por lo tanto, aun concediéndoles la existencia efectiva de algunas desinteligencias o juicios errados o apresurados durante el proceso, por parte de algunos eclesiásticos, esto no hubiera supuesto de manera alguna un error de magisterio de la Iglesia, pues ya se ha precisado el sujeto que debe expedirse para que esta enseñanza sea considerada como juicio universal de la Iglesia. La prueba la da el mismo Galileo, conciente de esta realidad, cuando en carta a su amigo Mersenne manifiesta: "Ahora bien, como no tengo noticia de que esta sentencia haya sido respaldada por el Papa o por el concilio -sino sólo por una congregación aislada de cardenales inquisidores- no pierdo la esperanza de que en este caso ocurra algo parecido a lo que pasó con el tema de las antípodas, que también estuvo más o menos prohibido durante cierto tiempo".
Se agrega y se subraya que en ningún momento, como se ha mencionado, se calificó de herético al sistema de Copérnico, sino como "totalmente contradictorio con la sagrada escritura". Por esto mismo, jamás se procesó a nadie por adherir a este sistema, como no se procesó a Galileo sino por razones disciplinarias; esto es, por insistir, a pesar de las constantes advertencias que se le hicieron, en afirmar como verdad inconclusa la teoría heliocéntrica en vez de, como aconsejaba la evidencia científica existente en aquel momento, considerarlo una probabilidad.
Por último, a Copérnico la Inquisición romana -que se tenía como la más estricta en materia de prohibición- sólo le censuró temporalmente algunos escritos hasta que los corrigiese: la Iglesia había calificado explícitamente sus obras como "valiosas y útiles". Se debe tener en cuenta que Copérnico había dedicado su obra más importante al Papa.
12) Muy diferente fue, sin embargo, el trato dispensado por los jerarcas protestantes a los distintos eruditos. Si se debiera mencionar sólo un caso, este será sin dudas el del científico Miguel Servet, descubridor de la circulación de la sangre, que sin siquiera ser juzgado, sería condenado a muerte por Calvino. Compárese con la España que toleró a Erasmo por muchísimos años, llegando a ser muy amigo de inquisidores, como Manrique, y de importantes cardenales, que ante todo reconocían su alto grado de erudición.
No se crea tampoco que los protestantes -justamente quienes más y mejor han empleado el caso Galileo contra la Iglesia- eran afines o toleraban la enseñanza de la doctrina copernicana, sino justamente lo contrario: la abominaban públicamente y perseguían a aquellos que la sostuvieran. ¿Qué dice Lutero del sistema copernicano?: "La gente le presta oído a un astrólogo improvisado, que trata de demostrar en cualquier modo que no gira el cielo, sino la tierra. Para ostentar inteligencia, basta con inventar algo y darlo por cierto. Este Copérnico, en su locura, quiere desmontar todos los principios de la astronomía". Melenchton decía, en 1549, que "es una vergüenza y un verdadero escándalo presentar al público opiniones tan alocadas". Dickinson será de la misma opinión. La teología protestante seguirá rechazando la teoría de Copérnico aun en el siglo XIX. Se recuerda, entre otros, al caso del pastor Gustav Knak. Recordemos que el mismo Giordano Bruno, tan utilizado por los enemigos del tribunal, antes de caer sobre él la Inquisición, había sido perseguido ferozmente y excomulgado tanto por calvinistas como por luteranos. "El astrónomo protestante Kepler -cuenta el Padre Peña- por seguir en su misma opinión, fue expulsado del colegio teológico de Tubinga y tuvo que abandonar Alemania y refugiarse en Praga. De allí recibió una invitación para enseñar en territorio pontificio en la universidad de Bolonia."
Sin dudas el objetivo central, parcialmente logrado, de los enemigos de la Iglesia y de la religión -muchas veces en convenientes ropajes filantrópicos, de historiadores o científicos-, ha sido hacer creer al mundo que la Fe y la Ciencia son esencialmente incompatibles entre sí, especialmente si esta fe fuera de filiación Católica. Esta concepción positivista y materialista, cuyo principal exponente se encuentra en Comte, ha pretendido -especialmente desde el caso Galileo- un divorcio de la ciencia con la fe, de la razón y la lógica con la religión, como si fueran diametralmente antagónicas. Tales afirmaciones han sido ya magistralmente rebatidas por prestigiosos científicos, algunos de los cuales se han mencionado. En apoyo a lo antedicho, se invita a consultar aquella declaración que entregaran en Roma a Juan Pablo II doce premios Nobel (J. Dausset, C. de Luve, L. Eccles, F. O. Fischer, H.A. Krelos, F. A. Von Hayek, S. Ochoa, I. Pricogine, C. H. Townes, M. H. F. Wilkins, R. S. Yalow), quienes afirman en forma rotunda que, lejos de ser contrarias la fe y la ciencia, resultan gravemente complementarias, necesitándose mutuamente. Veamos el poema que Juan Pablo II decía al Galileo de Polonia, Copérnico:
"Camminiamo sulle suture. La Terra sembrana liscia, sembrava piana.
Fu lungamente creduta un piatto rotondo che l´acqua lambiva del basso
E il Sole dall´alto.
Poi venne Copernico: la Terra perse i suoi cardini e ne divenne carine il moto.
Camminiamo sulle sutura, ma non come prima. Copernico fermo il Sole e dette una spinta alla Tierra".
Para terminar, en 1981, el Papa Juan Pablo II instituiría una comisión integrada por expertos con el fin de investigar profundamente los hechos. La investigación concluiría en el año 1992, arrojando valiosísimos datos, valoraciones y conclusiones. Concluiría el Pontífice en 1992 que "las clarificaciones aportadas por los recientes estudios históricos nos permiten afirmar que este doloroso malentendido pertenece al pasado".
Sumado a esto, mediante investigaciones complementarias, se lograrían nuevos descubrimientos como los de Mariano Artigas, volcado en su invaluable trabajo Galileo y el Vaticano, que, entre otros hallazgos -con las actas del proceso en mano- prueba que Galileo no sólo no fue torturado, quemado o ahogado -corroborando lo antes expuesto- sino que tampoco se lo castigó por sus teorías científicas, sino por razones disciplinarias.
"A no haber mediado un orgullo indomado -reflexiona el historiador Guillermo Furlong-, a no haber sostenido como una verdad cierta lo que desde Copérnico, hasta el día de hoy, no pasa de ser una hipótesis, a no haber ofendido con su lenguaje agresivo y mordaz a los estudiosos de la época, la Inquisición ni se habría ocupado de Galileo, como no se ocupó de Copérnico".
1) LA INQUISICIÓN: UN TRIBUNAL DE MISERICORDIA de Cristian Rodrigo Iturralde
2) LA INQUISICIÓN. ESCLARECIMIENTO Y COTEJO de Tomás Barutta
3) GALILEO Y LA INQUISICIÓN ROMANA de Guillermo Furlong
4) LEYENDAS NEGRAS DE LA IGLESIA de Vittorio Messori
5) GALILEO Y EL VATICANO de Mariano Artigas
Aclaración: este post es un trabajo exhaustivo demostrando que Galileo Galilei nunca fue sentenciado a muerte, ni siquiera torturado.
2 comentarios:
La Inquisición no se ocupó de Copérnico por la sencilla razón de que éste hizo que su "De revolutionibus orbium caelestium" se publicara el día de su muerte. La Inquisición no solía molestar a los difuntos, sino a los vivos. Y en cuanto al caso Galileo, que quemaran públicamente a su amigo Giordano Bruno en 1600 tampoco hay que considerarlo maltrato, presión ni injusticia, ¿verdad?
A MIGUEL SERVET tampoco lo quemo la Inquisicion Española:
Miguel Servet, el científico español que fue quemado dos veces en la hoguera por hereje
Este sabio nacido en Aragón proclamó en el siglo XVI que ninguna autoridad eclesiástica o civil tiene derecho a imponer sus creencias ni a limitar la libertad de cada uno a tener y exponer las propias
También escribió la primera descripción de todo Occidente de la circulación menor de la sangre
Fue ejecutado en Ginebra por iniciativa de Juan Calvino, uno de los padres de la Reforma Protestante
«Servet fue el más radical pensador antiinquisitorial de todos los tiempos»
«Miguel Servet fue uno de los primeros pensadores cristianos de los tiempos modernos que abogó por el derecho de cada individuo a seguir su propia conciencia y expresar sus propias convicciones. Fue el primero en expresar la idea de que era un crimen perseguir y matar por la ideas», escribió Hillar en «Miguel Servet: Los valores de un hereje».
Irónicamente, estas ideas no impidieron que él mismo fuera quemado dos veces en la hoguera por sus argumentos herejes: la primera de forma simbólica por parte de la Inquisición francesa, y la segunda ya con su cuerpo presente y a fuego lento, el 27 de octubre de 1553, gracias a la obra del protestante y déspota de Ginebra Juan Calvino.
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