Todo lo que crees saber sobre
el origen de la civilización es falso
En
'El amanecer de todo', el fallecido antropólogo David Graeber y el arqueólogo David Wengrow ofrecen una imagen absolutamente nueva y radical del pasado.
Durante generaciones hemos visto a nuestros antepasados más remotos como seres primitivos, ingenuos y violentos. Se nos ha dicho que solo era posible alcanzar la civilización sacrificando libertades o domesticando nuestros instintos.
En este ensayo, los reconocidos antropólogos David Graeber y David Wengrow demuestran que estas concepciones, que surgieron en el siglo xviii, fueron una reacción conservadora de la sociedad europea ante las críticas de los intelectuales indígenas y que no tienen un aval antropológico y arqueológico.
En el rastreo de esta falsa línea de pensamiento, este libro defiende que las comunidades de la prehistoria eran mucho más cambiantes de lo que se ha pensado; un planteamiento que desarticula los relatos fundacionales más arraigados, desde el desarrollo de las ciudades hasta los orígenes del Estado, la desigualdad o la democracia.
El amanecer de todo es una nueva historia de la humanidad, un texto combativo que transforma nuestra comprensión del pasado y abre camino para imaginar nuevas formas de organización social.
Una obra monumental que cuestiona las ideas de pensadores como Jared Diamond, Francis Fukuyama y Yuval Noah Harari (a este lo desacreditan por completo). Porque la suposición de que las sociedades se vuelven menos igualitarias y libres a medida que se hacen más complejas y «civilizadas» no es más que un mito.
"Guerras y pandemias no son necesarias para cambiar jerarquías"
entrevista para Europa Press por su libro ‘El amanecer de todo’, en el Hotel de las Letras - Eduardo Parra - Europa Press MADRID, 11 Oct.
El libro que cuestiona el gran 'engaño' de la Historia:
"Se nos ha hurtado por completo lo que era la vida antes del capitalismo"
'El amanecer de todo' sostiene que los derechos humanos, la igualdad y el progreso han sido usurpados como inventos europeos para sostener una falsa idea de progreso. "Europa tuvo éxito porque desarrolló tecnologías de destrucción mejores", afirma este ensayo 'superventas' que refuta las ideas de Harari, Pinker o Fukuyama
La sociedad tlaxcala, aliada de los españoles en la conquista de México, es un ejemplo de democracia no europea del siglo XVI.
¿Y si la historia no fuera como nos la han contado? "Se nos ha contado que antes de la llegada del capitalismo moderno la vida social humana era aburrida y no pasaba nada. Eso es completamente erróneo, la historia de la humanidad es muy diferente", asegura el arqueólogo David Wengrow, coautor de 'El amanecer de todo'.
"La historia de la humanidad es muy diferente a lo que nos ha contado"
Junto al fallecido antropólogo David Graeber, Wengrow publica este libro en el que ofrece una nueva visión del pasado, desde los principios básicos de la historia, pasando por el origen del Estado o el concepto de democracia. "La historia de la democracia se ha contado de una forma extraña, ignorando que existían sociedades democráticas incluso antes de la llegada de los europeos América. Había muchísimas sociedades que se organizaban de una manera parecida a la democrática", asegura el autor.
¿Comunismo y libertad?
Otro de los grandes temas tratados en 'El amanecer de todo' es la relación entre libertad e igualdad. "Creo que nuestra idea de libertad es muy abstracta", reflexiona Wengrow. "En nuestra día a día disfrutamos de poca libertad real porque seguimos horarios y órdenes de nuestros jefes. Adoramos la libertad como idea, pero no la practicamos mucho".
Y le lanzamos una pregunta que tanto hemos escuchado en España. ¿Comunismo o libertad? Él lo tiene claro. "Parecen ser dos cosas opuestas en nuestro pensamiento. Pero en las sociedades donde las personas experimentan libertades reales en su vida diaria, estos términos no entran en oposición", explica Wengrow.
"Adoramos la libertad, pero no la practicamos mucho"
Para el arqueólogo, "existe una especie de comunismo básico, un comunismo de base en el que se genera un sistema donde no se permite que nadie caiga en la pobreza absoluta, porque si eso ocurre es imposible llegar a ser libre". Y añade: "Si conseguimos proporcionarnos un nivel básico para poder tener una vida digna, la libertad real es posible Lo puedes llamar comunismo, si quieres, pero comunismo con 'c' minúscula", dice entre risas.
Estas son solo unas pinceladas de un trabajo que nos invita a la revolución cuando indagamos en nuestra propia historia.
Steven Pinker sólo tiene dos menciones en el índice onomástico de El amanecer de todo (Ariel).
Yuval Noah Harari tiene cuatro.
No son muchas para un libro de 841 páginas, pero su obra se intuye a lo largo de todo el texto
La
Prehistoria de la humanidad es un mapa en blanco casi sin referencias. Decenas de miles de años previos a la invención de la escritura con restos escasos y dispersos, donde las afirmaciones categóricas sobre los modos de vida de nuestros antepasados debieran estar fuera de lugar.
Cómo es posible entonces que una serie de bestsellers sobre el origen de la civilización hayan tenido tanto éxito en los últimos años plagados de explicaciones elocuentes acerca del surgimiento de la agricultura, de la jerarquía, del estado, o de la civilización en su conjunto cuyas ondas concéntricas llegan hasta el presente.
El antropólogo David Graeber y el arqueólogo David Wengrow defienden en
'El amanecer de todo: una nueva historia de la humanidad' que lo que estos libros nos han contado, los de
Steven Pinker,
Yuval Noah Harari o Jared Diamond es falso, no son más que
nuevos mitos para los urbanitas del siglo XXI que además reciclan, sin su originalidad ni su magia, las ideas de pensadores de hace tres siglos.
David Graeber es doctor en Antropología y profesor del Goldsmiths College de Londres. Tiene un largo historial de activismo y compromiso político y entre su vasta bibliografía destaca el libro, ?Lost People: Magic and the Legacy of Slavery in Madagascar? sobre la organización asamblearia de un pueblo de Madagascar, obra de cabecera del movimiento Occupy Wall Street, del que Graeber es uno de sus líderes intelectuales. Colabora habitualmente en medios como The Nation, Mute, The New Left Review y Harper?s. En 2006, la London School of Economics le reconoció como ?un destacado antropólogo que ha transformado radicalmente el estudio de la cultura?.
Graeber y Wengrow trabajaron este libro impresionante, tal vez el más radical e impactante de los que se hayan publicado en mucho tiempo, durante una década y, justo cuando lo terminaron al fin, el primero murió sorpresivamente el 2 de septiembre de 2020, a los 59 años.
"Graeber", recuerda Wengrow, "era mucho más que un antropólogo. Era un activista e intelectual público de reputación internacional que intentaba vivir de acuerdo con sus ideas de justicia social". Ahora Wengrow se ha quedado solo para defender un trabajo colectivo y, cuando nos encontramos con él en su visita a Madrid, lo hace con tanta beligerancia como buen humor.
PREGUNTA. Si Engels escribió el 'Anti-Dhuring', y Deleuze y Guattari escribieron, el 'Anti-Edipo', ¿Graeber y usted has escrito el 'Anti-Pinker'? Porque, veamos, defienden que los bestsellers de Diamond, Fukuyama, Harari o Pinker no es que sean erróneos, es que son tonterías...
RESPUESTA. Sí, en realidad si se fija usted en un libro como 'Los ángeles que llevamos dentro' de Steven Pinker, encuentra una especie de 'neoHobbes' estilizado.
Y si observa 'Los orígenes del orden político', de Francis Fukuyama, comprobará que anda siempre mirando atrás siguiendo a Rousseau. Es como si el tipo de personas que escriben estos libros solo fueran capaces de urdir versiones modernas de lo que escribieron aquellas dos grandes mentes de hace tres siglos:
Hobbes y Rousseau.
Pero hay un problema... ¡básicamente dicen lo mismo! Jajaja.
En el siglo XVIII era original, subversivo y excitante, pero si sigues diciendo lo mismo hoy lo único que demuestras es que no eres nada original. No hemos escrito un libro anti nadie, porque esas simplificaciones de las que hablamos ni siquiera lo merecen.
Wengrow y Graeber (Kalpesh Lathigra)
P. Estos autores aseguran que se basan en un montón de datos nuevos. También venden, por cierto, un montón de libros con sus relatos sobre el origen de la civilización...
R. Sus historias sobre el origen de la civilización no sólo son imprecisas sino que no son ni siquiera historia, se trata de nuevos mitos.
Como bien señaló Levi-Strauss, el mito no va de precisiones, es un estilo de pensamiento que se sirve de la paradoja de la experiencia humana para ofrecer una resolución que puede ser falsa pero que resulta muy atractiva.
Y tiene una función porque, aunque parezca que se refiere a cosas que ocurrieron hace mucho tiempo, en realidad el mito nos habla del presente. Y lo mismo hacen todos estos autores: proporcionar una aparente solución a las paradojas básicas de la vida moderna.
P. Pero si el registro arqueológico permite dos afirmaciones tan antagónicas, ¿cómo nos tomamos en serio la arqueología? Podemos pensar que vale para justificar cualquier cosa…
R. Soy profesor de arqueología desde hace veinticinco años. La arqueología desarrolló su propio cuerpo de teoría y método así como nuevas técnicas científicas que hoy están muy avanzadas.
No hay motivo para que un lingüista, un psicólogo, un geógrafo o un economista sepan nada de esto. Como me ocurre a mí con sus respectivos campos. Pero entonces, ¿no es extraño que la mayoría de estos libros famosos sobre la prehistoria humana y el origen de la civilización no estén escritos por arqueólogos? ¿Ni por antropólogos?
Esto no significa que los datos de la arqueología se expliquen por sí solos. No lo hacen. Antes de que tengamos documentos escritos, sólo contamos con evidencias, con objetos y paisajes, pero sin testimonios de ningún tipo. Aquí caben muchas interpretaciones, sin embargo, deben ser interpretaciones constreñidas por las evidencias.
Y para la mayoría de mis colegas no lo están, se trata de mitos ya viejos. Sí le confieso que probablemente nosotros los investigadores hemos fracasado al transmitir nuestros hallazgos. Y eso no es culpa de Harari ni de Pinker.
¿No es extraño que la mayoría de estos libros famosos sobre la prehistoria y el origen de la civilización no estén escritos por arqueólogos?
P. En realidad, lo que ustedes hacen es cambiar las preguntas. Consideran que cuestiones ancestrales como el origen del estado o de la desigualdad, no están bien formuladas y se plantean otras nuevas.
R. Totalmente. Y ese es el objetivo de este libro. No es un proyecto finalizado, David Graeber y yo siempre lo vimos como el primero de una serie de libros futuros que queríamos escribir juntos después de limpiar las telarañas de las ideas viejas y encontrar, precisamente, mejores preguntas.
Y con mejores preguntas nos referimos a aquellas que sí podemos empezar a reponer con los nuevos conocimientos que hoy en día sí tenemos. Preguntas que no nos atrapen en formas antiguas de pensar.
Igual que John Berger se planteó en su día nuevas formas de mirar el arte, por ejemplo. No sólo hacen faltas más datos sino también nuevas perspectivas que iluminen lo que vamos encontrando.
P. La primera afirmación contundente de 'El amanecer de todo' asegura que los ideales de la Ilustración europea nacen del encuentro con los nativos americanos.
¡Cómo es posible si no habían leído a Tucídides! ¿Una afirmación tan sorprendente es una provocación? ¿No idealiza también al buen salvaje?
R. Nosotros recogemos las reacciones de algunos de los primeros europeos que viajaron a las primeras colonias americanas, muchos de ellos como misioneros pero también como intelectuales.
Aprendían las lenguas nativas para persuadir a los indígenas de la superioridad de la cristiandad y de la civilización europea. Y les sorprendió los argumentos muy complejos que les respondían personas que no solo no habían leído a Tucídides o a Platón, ¡sino que no leían absolutamente nada!
Cómo es posible que aquellos salvajes, iroqueses, algonquinos, etc. mantuvieran pensamientos tan sofisticados y también tan humorísticos. Y esto no lo observaron uno o dos europeos sino cientos que luego escribieron sobre ello.
La increíble cultura de la argumentación que les sorprendió allí estaba vinculado con el hecho de que no creían en la autoridad coercitiva.
Los nativos podían tener jefes pero, como observó un jesuita, el poder de esos jefes residía en su elocuencia, no en sus órdenes. Y piense que los jesuitas no tienen ningún motivo para idealizar a aquellos paganos malvados, al contrario. No idealizaron nada.
Cómo es posible que aquellos salvajes, iroqueses, algonquinos, etc. mantuvieran pensamientos tan sofisticados y también tan humorísticos
P. Tenemos muy pocos datos sobre los millones de años en los que vivimos en la Prehistoria.
Los historiadores se han inventado lo que ocurrió pintando a los hombres de las cavernas como seres simples sin imaginación.
Pero ahora defienden ustedes que ni las jerarquías ni las desigualdades que supuestamente trajo la agricultura eran inevitables.
Tampoco en sociedades grandes y complejas. Esto va contra todo lo que creíamos saber. ¿Cómo nadie nos lo contó antes?
R. No decimos exactamente que las jerarquías no son inevitables. Probablemente sí lo sean. Queríamos llamar la atención acerca de todas las maneras increíbles y diversas en que las sociedades humanas se han querido organizar.
Pero he de decirle que su pregunta es exactamente la misma que me hizo David Graeber hace años. A él le preocupaba mucho la cuestión de la escala. Pensaba que los activistas como él cuando participó en 'Occupy Wall Street' tal vez no pudieran llevar su movimiento de la igualdad al conjunto de la sociedad.
Y me preguntó si existía alguna evidencia en el registro arqueológico de ciudades más o menos igualitarias. Yo les respondí que sí y le hablé de los restos ciudades ucranianas descubiertas recientemente de hace seis mil años de antigüedad, de la misma época que las primeras metrópolis de Mesopotamia pero aún más grandes, que muestran eso en su configuración urbana, que carecen de templos o palacios.
No es un caso aislado. Y él, un hombre culto, me dijo lo mismo que usted: ¡cómo es posible que no lo supiera!
Llamamos la atención acerca de todas las maneras increíbles y diversas en que las sociedades humanas se han querido organizar
P. Acabemos volviendo al principio. Pinker y compañía defienden con muchos datos -como la esperanza de vida- que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Ustedes responden que los datos no son tan importantes, que lo que hay que hacer es poner a una misma persona en dos sociedades diferentes y preguntarle dónde quiere quedarse.
Y defienden que elegiría ser feliz en otro tipo de sociedad aunque muere de apendicitis a los veinte años…
R. En nuestro libro explicamos que esa es una dicotomía falsa. Las elecciones que hacemos no tienen que ver con aceptar o rechazar la civilización, eso es exactamente lo que la historia tradicional nos pide que pensemos.
Que si quieres más libertad e igualdad, o eres un soñador o tienes que destruirlo todo para volver a algún tipo de estado de naturaleza. Y ese es exactamente el tipo de daño conceptual que quisimos desmontar. Nunca ha existido un estado natural, se trata de una ilusión. Esta es la pregunta errónea. ¡Sin ofender! Jajaja.
P. Jajaja. Sabe que a los periodistas nos encanta que nuestros entrevistados nos digan que hemos hecho una buena pregunta y nunca dejamos de reflejarlo en el artículo. Sin embargo, no sé si voy a incluir que dice usted que le he hecho una mala pregunta...
R. Si pudiera irse a vivir a otra sociedad y sufrir un ataque de apendicitis,
¿acaso piensa que observarían cómo muere sin hacer nada? ¡No! ¡Le ayudarían! Ha planteado una observación interesante y divertida y, por desgracia, ¡tal vez sí es una buena pregunta!
Sabe, en realidad, donde menos ayuda puedas encontrar en una situación así hoy no es en el Amazonas, es en San Francisco donde miles de ciudadanos viven en un infierno y a nadie le importa. A lo mejor lo que esa pregunta nos dice es que cuando imaginos al salvaje... sólo hablamos de nosotros mismos.
10/2022
"Hay muchos ejemplos maravillosos de esto, como el de la ciudad antigua de Teotihuacán, donde empezaron construyendo grandes pirámides para sacrificios humanos y unas cuantas generaciones después dejaron de hacerlo para invertir esos recursos en rediseñar la ciudad con casas maravillosas. Y no hay ninguna sola evidencia de que hubiese una guerra o pandemia para cambiar jerarquías", ha explicado.
Otro ejemplo que sale a colación es el de la Grecia antigua, considerada el 'padre' de la democracia, cuando para Wengrow tenían "una idea poco común de lo que las sociedades actuales consideran este sistema". "Se asocia con las elecciones de partido, mientras que la democracia de la Grecia clásica era un juego competitivo con perdedores y ganadores. Es más, los griegos clásicos sentían que las elecciones eran antidemocráticas, porque animaba y alentaba al auge de líderes democráticos", ha apuntado.
En cualquier caso, el arqueólogo considera "un error" el buscar modelos de sociedades del pasado para la actualidad. "Cuando se habla de problemas contemporáneos hay que buscar soluciones contemporáneas, como hicieron otras sociedades en su momento cuando se sintieron atrapadas y así surgieron ciudades, Estados o se pasó al modelo de la agricultura", ha matizado.
Occidente son "los salvajes"
Wengrow trae a colación la necesidad de salir de la visión estandarizada de las sociedad actuales, recordando en el libro cómo los "salvajes" para varias tribus indígenas son los propios ciudadanos occidentalizados, "que viven condicionados por el dinero incluso en sus espacios más íntimos".
"Permitimos que el dinero entre en las relaciones entre padres e hijos, entre los hermanos...no es que los indígenas no utilicen el dinero, ya que muchas sociedades tenían sus propias monedas como por ejemplo las conchas. La gran diferencia entre su dinero y el nuestro es que ellos solo lo utilizan en casos específicos y nunca permitirían que se convirtiera en la forma de interactuar con amigos y personas más cercanas", ha lamentado.
Una guerra "catastrófica"
De igual manera, considera que las sociedades actuales "no se deben limitar a mirar en las grandes revoluciones o ideologías de los últimos 200 años" para alcanzar sistemas más igualitarios o libres. "La situación actual en Europa es el mejor ejemplo de estar atascado: en términos geopolíticos, los Gobiernos están paralizados y no son capaces de prevenir una guerra catastrófica debido a las cadenas de dependencia del gas", ha lamentado.
"Todo esto que está ocurriendo entre Putin y la UE trae al foco la convergencia entre problemas sociales y políticos. Así que, en cierto modo, puede que lo que esté pasando en realidad demuestre que lo se necesita son soluciones globales, no aquellas que diseccionan a la sociedad humana en diferentes categorías (problemas políticos, económicos...)", ha concluido.
«Me han reprochado cientos de veces que temamos a nuestros capitanes, cuando ellos se ríen y hacen burlas de los suyos. Toda la autoridad de sus jefes está en la punta de su lengua, pues es poderoso en tanto sea elocuente; e incluso si se mata hablando y sermoneando, no será obedecido salvo si place a los salvajes»
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Opino que para que esto sea posible es preciso no haber sufrido inculcacion jerarquica desde la cuna.
Esto me hace interesarme sobre la estructura familiar y los roles en las edades y entre los sexos.
Si no se empieza por el principio se esta perorando sin base, como hacen los moralistas y los clerigos tratando de enmendar con silogismos y mandatos una construccion emocional, pues son las emociones las que conducen a elaborar, aceptar o rechazar la ideas.
Los mitos sobre los orígenes del mundo tienen un efecto psicológico fundamental: sin importar su validez científica, justifican la situación presente y limitan nuestra capacidad de imaginar mundos posibles. La sociedad capitalista moderna está fundada sobre dos variantes de un mito único.
Una historia cuenta que nuestra vida como cazadores-recolectores era «desagradable, brutal y corta», hasta que llegó el Estado y nos permitió prosperar. La otra historia dice que los humanos, mientras vivían en un infantil estado de naturaleza, eran felices y libres, pero luego llegó la civilización y «todos corrieron al encuentro de sus cadenas».
Son dos variantes del mismo mito porque asumen un recorrido histórico unilineal que comienza con igualitarios grupos de cazadores-recolectores y culmina con el desarrollo de la complejidad y la jerarquía sociales. También alimentan la misma perspectiva fatalista sobre el futuro: sea que elijamos a Hobbes (el primero) o a Rousseau (el segundo), nos hacemos a la idea de que lo mejor que podemos hacer para abordar nuestros dilemas actuales es remendar ligeramente el paño de la política. La jerarquía y la desigualdad son el precio inevitable de haber madurado.
Ambas versiones del mito nos presentan el pasado de la humanidad como una sopa primordial de pequeños grupos de cazadores-recolectores, sin ninguna perspectiva ni pensamiento críticos, donde no sucedió prácticamente nada hasta que nos embarcamos en el proceso que, con el advenimiento de la agricultura y el nacimiento de las ciudades, culminó en la Ilustración moderna.
Ahora bien, The Dawn of Everything está llamado a convertirse en un clásico precisamente porque destruye ese mito, bautizado por los autores como «el mito del salvaje estúpido». Ni una mínima porción de toda la evidencia arqueológica disponible prueba la existencia de un pasado semejante al de aquel viejo mito fundacional.
En cambio, todo indica que el recorrido de la historia humana fue mucho más diverso, apasionante y divertido de lo que tendemos a pensar, pues en un sentido no fue en absoluto «un recorrido». Nunca vivimos permanentemente en pequeños grupos de cazadores-recolectores. Tampoco fuimos nunca permanente igualitarios. Si existe un rasgo que define nuestra condición prehistórica es la desconcertante capacidad de desplazamiento, casi constante, en una matriz de sistemas sociales de diversa naturaleza económica, social y política.
Graeber y Wengrow sostienen que la única manera de explicar esta variedad caleidoscópica de formas sociales es postular que nuestros ancestros no eran tan estúpidos, sino que eran agentes políticos conscientes, capaces de configurar sus relaciones sociales de acuerdo a las circunstancias. En ese sentido, sugieren que solían modificar sus identidades sociopolíticas con frecuencia, como un modo de evitar los peligros del poder autoritario.
Entonces, en vez de preguntarnos, «¿Por qué surgió la desigualdad?», tal vez deberíamos preguntar: «¿Por qué nos estancamos en ella?». Esa es solo una de las muchas tesis defendidas en este asombroso libro.
Dar vuelta el relato
El valor del libro depende en buena medida de su enfoque ecléctico. Wengrow es profesor de Arqueología Comparativa en el University College de Londres. Es conocido por sus trabajos sobre la prehistoria política y cultural de África y Eurasia. Graber, reconocido en vida como uno de los individuos más brillantes de su generación y fallecido repentinamente en septiembre de 2020, era profesor de Antropología en la London School of Economics.
Juntos exploran una serie de descubrimientos arqueológicos recientes, que prueban el carácter anómalo del relato tradicional (por ejemplo, testimonian la existencia de antiguas ciudades igualitarias), pero que, hasta ahora, no salieron de un círculo de especialistas que no desarrollan sus consecuencias. En ese sentido, los autores analizan los descubrimientos arqueológicos con ojos de antropólogos. El resultado es un viaje apasionante al pasado, que salta de continente a continente y de una esfera social a la otra, hasta construir una historia que, dependiendo de la familiaridad del lector con el archivo arqueológico, adoptará más o menos la forma de una revelación.
Por ejemplo, contra la idea de que los «primitivos» pasaban todo su tiempo en grupos aislados, aprendemos que la uniformidad de la cultura material de Eurasia durante el Paleolítico superior, indica que nuestros ancestros vivían en una enorme comunidad imaginaria, que abarcaba varios continentes. Contra lo que indicaría la intuición, cuando consideramos la historia de la humanidad, comprobamos que, a medida que las poblaciones empezaron a hacerse más grandes, la magnitud de las sociedades individuales tendió a decrecer.
De los sitios monumentales como Göbekli Tepe en Turquía o Hopewell en Ohio, aprendemos que los seres humanos recorrían periódicamente largas distancias para reunirse en enormes centros de interacción cultural, dedicados a la recreación y al intercambio de conocimientos. Esas travesías, que dependían de la posibilidad de ser bien recibidos en una comunidad ampliada, eran un rasgo típico de la vida de nuestros ancestros.
Después el libro aborda la agricultura. La imagen heredada dice que el nacimiento de la agricultura conllevó la emergencia más o menos automática de sociedades estratificadas. Sin embargo, este supuesto choca con un fenómeno como el «play farming» del Amazonas, que muestra que sociedades acéfalas, como los Nambikwara, a pesar de estar familiarizados con técnicas de domesticación, decidieron conscientemente no convertir a la agricultura en la base de su economía y optar por un enfoque más distendido, que oscilaba entre la recolección y el cultivo (En general, la agricultura surgió en ausencia de alternativas más fáciles).
También aprendemos que las primeras sociedades agrícolas de Oriente Medio surgieron como respuestas igualitarias y pacíficas frente al carácter predatorio de los recolectores de los cerros aledaños. Fueron sobre todo las mujeres las que impulsaron el desarrollo de las ciencias del cultivo. Otra cosa de la que nos enteramos es que las complejas obras de irrigación se hicieron muchas veces sin jefes: incluso en los casos en que existían estructuras jerárquicas, las obras fueron realizadas a pesar de la autoridad, y no a causa de ella. La expansión gradual de la agricultura alrededor del mundo fue mucho menos lineal de lo que hubiésemos imaginado.
En el que tal vez sea el mejor capítulo del libro, los autores analizan la cuestión de las ciudades. Hoy, la existencia de grandes ciudades igualitarias, su mera idea, parecen utopías. Pero Graeber y Wengrow argumentan que es así cuando pensamos las ciudades como la coalescencia, en un espacio físico único, de comunidades imaginarias previamente existentes —que tienen sus propias conductas y normas igualitarias—, primero por temporadas y cada vez más como formas estacionarias, es decir, como experimentos conscientes con las formas urbanas.
Sitios como Çatalhöyük, al sur de Anatolia, aportan evidencia incuestionable de la existencia antigua de ciudades de ese tipo, sin que existan signos de ningún tipo de dominación autoritaria. (En general, cuando estos aparecen, son palacios, templos, fortificaciones, etc.). Otras ciudades antiguas como Cahokia, en Mississippi, o Shimao, en China, evidencian la sucesión temporal de distintos órdenes políticos, que a veces pasaron de ser autoritarios a igualitarios: queda abierta la posibilidad de que los cambios hayan sido el resultado de revoluciones urbanas.
Los últimos capítulos están centrados en el «Estado», o, mejor dicho, en la confusión que conlleva definir sociedades como la incaica o la azteca mediante la categoría de «Estados incipientes», cuando en realidad eran mucho más diversas de lo que ese forzoso término nos hace pensar. Desde las sociedades olmeca y chavín de Mesoamérica hasta los shilluk del sur de Sudán, The Dawn of Everything nos presenta un surtido de estructuras autoritarias que existieron a lo largo de la historia. Hacia el final del libro, encontramos esa gema arqueológica que es la civilización minoica —un «precioso obstáculo»—, donde toda la evidencia apunta a la existencia de un sistema de dominación política femenina, probablemente una teocracia comandada por un grupo de sacerdotisas.
Por supuesto, hay mucho más en el libro. Pero el leitmotiv que recorre todos los capítulos es que, si queremos comprender todos esos fenómenos, estamos obligados a reposicionar la intencionalidad colectiva en el cuadro de la historia humana, como una variable explicativa real, es decir, asumir que nuestros ancestros eran seres creativos, totalmente capaces de organizar de manera consciente sus relaciones sociales.
Los autores no descartan en absoluto la importancia de las determinaciones ecológicas. Pero conciben su programa como un intento de mover el eje hacia una posición más sensible en el marco del continuo agencia-determinismo, que suele quedar anclado en un solo extremo. La conclusión fundamental es que esta nueva imagen de nuestro pasado expande nuestras perspectivas sobre el futuro. Los sentimientos fatalistas sobre la naturaleza humana se evaporan a medida que volteamos cada una de las páginas del libro.
Un futuro más libre
Fieles a la ley de Ostrom —«cualquier cosa que funcione en la práctica debe funcionar en la teoría»—, Graeber y Wengrow establecen un nuevo marco para interpretar la realidad social que nos presentan los descubrimientos empíricos.
En primer lugar, nos convocan a abandonar ciertos términos, como sociedades «simples» y «complejas», por no mencionar «orígenes del Estado» u «orígenes de la complejidad social». Estos términos presuponen el tipo de pensamiento teleológico que los autores cuestionan en el libro. Lo mismo vale para «modos de producción»: saber si una sociedad está fundada en la ganadería o en la pesca es un criterio de clasificación pobre, pues no nos dice prácticamente nada sobre su dinámica social.
En segundo lugar, nuestros autores acuñan categorías nuevas. Por ejemplo, muestran que es posible descomponer la dominación social en tres elementos —control de la violencia, control del conocimiento y poder carismático— y que sus permutaciones se adecúan a patrones consistentes a lo largo de la historia. Mientras que el Estado nación moderno incorpora los tres, las sociedades más jerárquicas del pasado solo implicaban uno o dos, y eso permitía que quienes vivían bajo su régimen gozaran de grados de libertad prácticamente inimaginables en la actualidad.
Graeber y Wengrow reflexionan mucho sobre este último tema. Más que una obra sobre la historia de la desigualdad, The Dawn of Everything es un tratado sobre la libertad humana. Analizando el archivo antropológico, identifican tres tipos de libertad —libertad de abandonar la comunidad propia (sabiendo que es posible integrarse a otra nueva en tierras distantes), libertad de reorganizar el sistema político (con frecuencia de modo periódico) y libertad de desobedecer a las autoridades sin ninguna consecuencia— que nuestros ancestros parecen haber asumido, pero que nosotros olvidamos por completo (aunque, por supuesto, su conclusión está en las antípodas de la de Rousseau: ¡no hay nada inevitable en esta pérdida!).
El análisis termina invirtiendo la pregunta que deberíamos hacernos cuando pensamos el desarrollo histórico de las jerarquías: «El verdadero misterio no es cuándo aparecieron los jefes por primera vez», nos dicen, «sino cuándo dejó de ser posible reírse de ellos sin tener que responder ante la ley».
La fascinación que provoca el libro obedece en parte a la naturaleza extraña, al menos a ojos contemporáneos, de los fenómenos que describe. Potlach, caza de cabezas y retratos de calaveras; reyes desconocidos, revoluciones, arte chamánico y expediciones visionarias… The Dawn of Everything se deja leer como una novela de ciencia ficción, salvo que la verdadera fantasía está en nuestra visión heredada de la historia humana. La escritura oscila entre lo divertido y lo divertidísimo. Pero, al mismo tiempo, como casi ningún párrafo carece de una intuición importante, la lectura exige paciencia. Difiere de todos los libros sobre la historia de la humanidad a los que estamos acostumbrados.
The Dawn of Everything empequeñece el estilo de Pinker, Jared Diamond o Francis Fukuyama (y también el de Yuval Noah Harari). Cada vez que los no especialistas se meten con la historia humana, terminan reproduciendo inevitablemente los viejos mitos con los que crecimos. Tomemos el caso de Pinker: con toda su charlatanería sobre el progreso científico, sus libros podrían haber sido escritos perfectamente en tiempos de Hobbes, es decir, en el siglo diecisiete, cuando carecíamos de toda la evidencia disponible hoy.
Graeber y Wengrow exponen casualmente la deslumbrante incompetencia de la que dan cuenta estos autores al tratar con el archivo antropológico. Solo un manejo sólido del amplio espectro de posibilidades humanas documentadas históricamente, es capaz de autorizar un lente interpretativo creíble sobre el pasado distante. Pues es así como el investigador se arma de un sentido refinado de los ritmos de la historia humana.
Una de las experiencias que genera la lectura del libro —al menos es mi caso— es el reconocimiento gradual de estar en presencia de una odisea intelectual, difícil de situar en el paisaje actual de la teoría social. Al adoptar nuevamente la posición de los «grandes relatos», el libro establece un corte nítido con las tendencias posestructuralistas y poshumanistas que pueblan el mundo académico contemporáneo. Sabemos que, al menos Graeber, solía definirse como un «prehumanista» que tenía expectativas en realizar plenamente el potencial de la humanidad.
No cabe duda de que esta obra es una contribución en ese sentido. También es posible leer The Dawn of Everything como un capítulo de la Ilustración (sin dejar de considerar que uno de los principales argumentos es que el pensamiento ilustrado surgió, en principio, como una respuesta a las críticas de los intelectuales no europeos). Si se tiene en cuenta la amplitud del ángulo que adopta en el marco de la teoría antropológica y arqueológica, la obra es tan amplia que no admite comparaciones fáciles.
Pero si aun así fuese necesario incurrir en una, habría que decir que su calibre, en otro campo, es similar al de las obras de Darwin o Galileo. Graeber y Wengrow hacen con la historia humana lo mismo que los otros hicieron con la biología y la astronomía. El libro genera el mismo efecto de descentramiento: destronándonos de nuestra autoproclamada posición de pináculo de la evolución social, asesta un golpe a ese pensamiento teleológico que sigue moldeando nuestra comprensión de la historia.
Con la salvedad de que obras como Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo y El origen de las especies apuntaban a la relativa insignificancia del hombre frente al cosmos, mientras que The Dawn of Everything explora todas las posibilidades de acción que tenemos en su interior. Y si Galileo y Darwin agitaron las aguas, Graber y Wengrow no lo hacen menos por ese motivo. En última instancia, una sociedad que acepte la verdadera historia de sus orígenes como la historia oficial —que la enseñe en las escuelas, que infiltre con ella la conciencia pública— será necesariamente una sociedad radicalmente distinta de la sociedad en la que vivimos.
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