El sarampión como ejemplo
Distinto a lo que la mayoría cree, no existe tal cosa como un virus 
causante de enfermedades. Las suposiciones sobre la existencia de los 
virus se basan en erradas interpretaciones que hemos arrastrado 
históricamente y no en engaños o en malas prácticas deliberadas, como yo
 mismo había supuesto antes. En la actualidad, nuevos y mejores 
hallazgos “científicos” explican el origen, el tratamiento y la 
prevención de todo tipo de enfermedades, no sólo las “virales”. Incluso,
 fenómenos tales como la aparición –simultánea o cercana en el tiempo– 
de síntomas que hasta ahora habían sido interpretados como consecuencia 
de un contagio por transmisión de patógenos, pueden ser explicados desde
 otra perspectiva gracias a estos nuevos hallazgos. El resultado supone 
una nueva concepción de la vida que realmente viene de antiguo, y de la 
integración cósmica de todos los procesos.
Esta “nueva”, o mejor dicho redescubierta, manera de ver las cosas 
sólo puede surgir fuera de la “ciencia”, entre otros motivos, porque los
 implicados en las instituciones científicas no cumplen con el primer y 
más importante deber científico, que no es otro que cuestionar y dudar 
constantemente de todo. De otra manera, ya hubiesen descubierto que las 
interpretaciones erróneas no sólo llevan mucho tiempo construyéndose, 
sino que, además, debido a los procesos “anticientíficos” de los años 
1858, 1953 y 1954, se han convertido en un dogma.
La transición hacia una nueva explicación de la salud, la enfermedad y
 la curación sólo será posible en la medida en la que todos los 
terapeutas y científicos implicados puedan mantener su reputación 
intacta con ello. Abundan explicaciones, tanto desde el punto de vista 
histórico como desde la nueva concepción de la biología y de la vida, 
para todo tipo de emociones, de ignorancia y de comportamientos. Y ésta 
es la segunda buena nueva; la reversión y el perdón son tanto más 
efectivos cuando mejor se puedan comprender las cosas y aprender para el
 futuro.
Sin embargo, me consta que, para mucha gente, puede ser difícil de 
aceptar intelectualmente la explicación de la realidad que ofrezco en 
este artículo, en particular para aquellos directamente implicados en el
 tema, como son los médicos, los virólogos o aquellos empleados en el 
sector de la salud en general, y en especial para quienes han sido 
afectados por diagnósticos erróneos o que, debido a éstos, hayan perdido
 a seres queridos. La propia dinámica de las teorías de la infección, 
como en el caso del siDA, BsE, sArs, MErs, Corona y las diversas gripes 
animales, puede desembocar en el colapso del orden público; por tanto, 
pido por favor que todos aquellos que lleguen a descubrir los hechos 
concernientes a la “no existencia” de los supuestos virus, traten el 
tema de una manera lo más sistemática, objetiva y desprovista de 
emociones posible.
 
La situación actual
 
Todas las suposiciones que identifican a los virus como agentes 
causantes de enfermedades no son correctas y se basan en errores de 
interpretación fácilmente reconocibles, comprensibles y demostrables. 
Las causas reales de las enfermedades y de aquellos fenómenos adscritos a
 los virus ya han sido investigados y están al alcance de todos. En 
lugar de trabajar con virus, todos los científicos en el laboratorio 
trabajan con componentes típicos de células o de tejidos moribundos. 
Creen que dichas células y tejidos mueren porque han sido infectados por
 un virus. En realidad, esos tejidos y células de “laboratorio” están 
muriendo de envenenamiento e inanición como consecuencia de las 
condiciones metodológicas requeridas por el ensayo. En éstos, los 
virólogos retiran la solución nutritiva en la que conservan a las 
células y tejidos y los envenenan con antibióticos tóxicos para después 
exponerlos a sangre, saliva y otros fluidos corporales presuntamente 
infectados. De esa manera, creen que la muerte de las células y los 
tejidos es provocada por los virus, pero en realidad ésta ha ocurrido 
por sí misma sin la intervención de material “infectado” alguno. ¡Y los 
virólogos no han caído en la cuenta de esto!
Según la lógica científica, deberían haberse llevado a cabo 
necesariamente pruebas de control con este nuevo método descubierto para
 la supuesta multiplicación de virus, por las cuales descartar que el 
método mismo haya sido el que haya generado dichos resultados o los haya
 distorsionado. En estas pruebas adicionales –las pruebas de control– 
deberían haberse adicionado sustancias estériles o tejidos sanos de 
personas y animales a las moribundas células y tejidos bajo 
investigación. ¡Estas pruebas de control jamás se han llevado a cabo en 
esta “ciencia” hasta hoy! En el marco del proceso judicial del virus del
 sarampión, encargué a un laboratorio independiente la realización de 
estas pruebas de control, con el resultado de que los tejidos y las 
células murieron de manera idéntica a como lo habrían hecho si hubieran 
entrado en contacto con material supuestamente infectado.
El objetivo de las pruebas de control es descartar que el método o 
técnica empleado sea el que genere el resultado. Las pruebas de control 
son la máxima obligación y el fundamento exclusivo según un resultado 
pueda ser considerado científico. Como veremos más adelante, durante el 
proceso judicial sobre el virus del sarampión, el perito elegido por el 
jurado determinó que las publicaciones científicas sobre las que se 
fundamenta toda la virología no contienen ningún tipo de prueba de 
control. De ahí extraemos la conclusión de que los científicos 
implicados actúan de manera muy poco científica sin percatarse de ello.
La explicación de esta manera de proceder, incompatible con cualquier
 pretensión científica, tiene un punto de partida histórico: en junio de
 1954 fue publicada una especulación contradictoria y anticientífica 
según la cual se consideraba la muerte de células y tejidos en un tubo 
de ensayo como un posible indicio de presencia de un virus. Seis meses 
después, el 10.12.1954, el autor de esta deliberación recibió el Premio 
Nobel de Medicina por otro tema distinto de naturaleza igualmente 
especulativa. Con esta distinción, la
 especulación de junio de 1954 fue elevada al rango de hecho científico y
 hasta hoy no ha sido cuestionada. Desde entonces, la muerte de células y
 tejidos en un tubo de ensayo se considera como prueba de la existencia 
de los virus.
 
Los indicios aparentes de la existencia de los virus
 
Todavía hay más. La muerte de tejidos y células también es descrita 
como el aislamiento del virus, en vista de que –presuntamente– se ha 
introducido a la muestra del laboratorio material de un organismo 
externo. Sin embargo, en el sentido estricto de la palabra aislamiento, 
un virus nunca se ha aislado, es decir, nunca se ha representado como un
 todo ni se ha caracterizado bioquímicamente. Las fotos del microscopio 
electrónico muestran en realidad componentes normales de células y de 
tejidos moribundos. Puesto que los implicados sólo CREEn que los tejidos
 y las células al morir se transforman completamente en virus, dicha 
muerte se describe también como multiplicación de éstos. Hasta hoy, los 
implicados sólo se limitan a creer, ya que el descubridor de este método
 publicó un artículo de fe que, gracias a su premio Nobel, se convirtió 
en el referente. Esto será ampliado más adelante.
Esta mezcla sin purificar, compuesta por células y tejidos moribundos
 provenientes de monos o fetos de res y por an- tibióticos tóxicos, es 
catalogada como una vacuna “viva atenuada” apta para su uso ya que, 
aparentemente, contiene virus debilitados. La muerte de tejido y células
 –a causa de inanición y envenenamiento, y no por una supuesta 
“infección”– se interpretó y se sigue interpretando erróneamente como 
prueba de la existencia de virus, así como prueba de su aislamiento o de
 su multiplicación.
De esta manera, la mezcla tóxica resultante, considerada como vacuna 
“viva atenuada”, contiene proteínas y ácido nucleico (ADN, ARN) ajenos 
al cuerpo humano, antibióticos citotóxicos, así como microbios y esporas
 de todo tipo. La vacuna se les administra a los niños en el hombro en 
una cantidad que, de ser inyectada en vena, podría causar la muerte con 
toda seguri- dad. Sólo en casos de desconocimiento absoluto y de 
confianza ciega en las autoridades estatales, que “prueban” y autorizan 
las vacunas, puede alguien describirlas como un “pequeño e inofensivo” 
pinchazo. Estos hechos demostrables constatan la peligrosidad y 
negligencia de aquellos científicos y políticos que alegan que las 
vacunas son seguras, que no causan efectos secundarios y que previenen 
contra las enfermedades. Nada de esto es verdadero ni corroborable; al 
contrario, al mirar de cerca desde una perspectiva científica, no se 
encuentra ninguna utilidad, sólo se encuentran confesiones sobre la 
falta de pruebasacerca de su utilidad.
De los componentes de células y tejidos muertos se extraen 
componentes específicos que son erróneamente interpretados como virus y 
conceptualmente añadidos a un modelo de virus. En la totalidad de la 
literatura “científica” nunca aparece un virus real y completo. El 
proceso de construcción de un consenso con respecto a qué es y qué no es
 un virus enfrentó a los implicados en arduos debates que se demoraron 
décadas en el caso del virus del sarampión. En el caso del supuesto 
Coronavirus-2019 de China (renombrado entretanto a 2019-nCoV), este 
proceso de construcción de un consenso ha tardado sólo un par de clics 
de ratón.
De la sucesión molecular de pequeños fragmentos de ácido nucleico 
proveniente de células y tejidos muertos, cuya composición bioquímica ha
 sido previamente determinada, con un par de clics de ratón y un 
programa informático se construye, según requisitos, un presunto 
material genético mucho más largo y, en teoría completo, de un virus 
antiguo o nuevo. En realidad, estas manipulaciones, llamadas alignement 
(procedimiento de alineación), no arrojan como resultado un material 
genético “completo” de un virus, al cual se le denomina genoma. Durante 
el proceso de construcción conceptual de la “cadena de material genético
 viral”, las secuencias que no encajan se “pulen” y las que faltan se 
completan. De esta manera se inventa una “secuencia de material 
hereditario” que ni existe, ni se encuentra como un todo, ni se ha 
verificado.
En resumen, de pequeños trozos, previamente ordenados dentro de un 
modelo de cadena de material genético viral, se construye 
conceptualmente un trozo más grande que en realidad no existe. Por 
ejemplo, en la construcción “mental” de la cadena de material genético 
del virus del sarampión faltan, en los fragmentos de moléculas celulares
 bajo estudio, la mitad de las sucesiones moleculares que debieran 
representar un virus. Estas se generan bioquímicamente de manera 
artificial o en directo se inventan libremente.
Aquellos científicos chinos que en definitiva alegan que, mediante 
determinados ácidos nucleicos provenientes en su mayoría de serpientes 
venenosas se ha podido construir el genoma del nuevo virus corona 2019 
de China.,son
 víctimas, como todos nosotros, de un desarrollo erróneo a escala 
global. Cuantas más cadenas de material genético “viral” sean 
inventadas, tantas más similitudes “coincidirán” con todo lo que hay. 
Pero, esta equivocación tiene una explicación. Gran parte de la ciencia 
académica funciona así: una teoría es inventada, uno se mueve dentro de 
esa teoría, se le denomina ciencia y se presupone que este actuar 
reflejaría la realidad. La realidad es que sólo se refleja aquella 
suposición original.
 
Los tests de los virus
 
Ante la falta de pruebas de control, los involucrados aún no se han 
dado cuenta, hasta hoy, que los tests de detección de “virus” siempre 
detectan como “positivos” a un determinado número de personas en función
 de cómo se configure el procedimiento de la prueba o test. Para la 
comprobación del supuesto virus se emplea una plantilla que realmente no
 proviene de ningún “virus” sino de los tejidos, células y suero (sangre
 sin componentes sólidos) fetal con los que se ha trabajado, 
provenientes principalmente de animales como monos y vacas. En vista de 
que estos animales y las personas son bioquímicamente muy parecidos, 
está claro que sus componentes –erróneamente interpretados como “virus”–
 van a ser detectados en todas las personas por el procedimiento del 
test del virus. Algunos “virus” y sus respectivas vacunas – (pero no el 
“virus del sarampión”) proceden de fetos humanos abortados. Resulta 
obvio que, por un lado, los tests detecten únicamente moléculas 
presentes en cualquier ser humano y, por otro lado, que las vacunas 
puedan desencadenar reacciones alérgicas muy peligrosas definidas como 
“enfermedades autoinmunes”.
El empleo de suero fetal, considerado tejido líquido, ralentiza 
enormemente la muerte de las células y de los tejidos bajo estudio, 
hasta el punto en que, sin su utilización, los experimentos difícilmente
 podrían llevarse a cabo. Sólo el empleo de suero fetal sirve a los 
científicos: ni el suero de seres vivos adultos ni ningún otro producto 
sintético es equivalente. Dicho suero fetal no sólo está altamente 
contaminado, sino que además se obtiene de la manera más cruel posible 
de fetos animales y de sus madres sin anestesia alguna. Contiene todos 
los tipos de microbios conocidos e imaginables, sus esporas y una 
cantidad desconocida de proteínas. De este suero fetal se obtienen –así 
como de tejidos de riñones de simios– los componentes que 
conceptualmente conforman el modelo de virus, que no existe en realidad,
 y que la totalidad de la literatura “científica” nunca ha podido 
demostrar como un “virus” completo.
Estas sustancias son las bases de las vacunas, lo que hace entendible
 por qué especialmente las personas vacunadas son más proclives a 
resultar “positivas” en todos los “tests” de virus a los que se sometan.
 Los tests sólo comprueban la presencia de los componentes animales de 
los supuestos “virus” tales como proteínas animales y ácidos nucleicos, 
que, con frecuencia, son idénticos o parecidos a las proteínas y ácidos 
nucleicos presentes en humanos. Los tests virales, por tanto, no 
comprueban nada específico y en ningún caso la presencia de un “virus”, 
de manera que dichos tests no tienen ninguna validez. Sólo sirven, como 
en el caso del Ébola, VIH, gripe y demás, para causarle un shock 
paralizante al paciente, que por sí mismo puede llevarle a la muerte, o a
 un tratamiento erróneo más o menos peligroso o mortal.
Cabe aquí mencionar que todas las pruebas de detección de un virus 
nunca dicen “sí” o “no”, sino que se configuran de manera que sólo a 
partir de una determinada concentración se valora una muestra como 
“positiva”. De esta manera mu- chas, pocas o ninguna persona o animal 
pueden arbitrariamente resultar positivos en función de cómo se haya 
configurado el test. La dimensión de esta ilusión científica queda 
patente tan pronto como síntomas “normales” son descritos como SIDA, 
BSE, gripe, SARS, sarampión etc. exclusivamente cuando se presenta un 
resultado “positivo” de un test.
 
Detalles determinantes
 
Hasta 1952, los virólogos creían que un virus era una proteína o una 
encima tóxica, que era directamente venenosa y que de alguna manera se 
multiplicaba dentro del cuerpo humano y se propagaba entre humanos y 
animales. La medicina y la ciencia descartaron esta idea en 1951, ya que
 los supuestos virus nunca fueron visibles bajo el microscopio 
electrónico, y, ante todo, porque sí se llevaron a cabo pruebas de 
control. De esta manera, se reconoció que también en la descomposición 
de órganos y tejidos de animales sanos se generaban los mismos deshechos
 que anteriormente se catalogaban como “virus”. La virología se había 
contradicho a sí misma y se había rendido.
La esposa de Francis Crick, posteriormente galardonado con el premio 
Nobel, dibujó en 1953 una doble hélice y la publicó en la famosa revista
 científica Nature como un presunto modelo científico de un material 
genético, lo cual desencadenó un revuelo y una expectativa con muchas 
consecuencias posteriores y dio origen a la llamada genética molecular. 
De pronto se buscaban las causas de las enfermedades en los genes. La 
idea de lo que era un virus cambió de la noche a la mañana: ya no era 
una toxina, sino una secuencia genética peligrosa, un material 
hereditario, una peligrosa cadena de material genético viral. Fueron 
químicos jóvenes quienes fundaron la nueva virología del gen. Estos 
químicos no tenían ni idea de biología ni de medicina, pero contaban con
 recursos ilimitados para investigar. Ni ellos mismos sabían que la 
vieja virología se había rendido.
Hace más de 2000 años ya dijo Jesús: “Perdónalos, porque no saben lo 
que hacen”. En el año 1995, una vez hicimos la pregunta de la 
demostración y publicamos las respuestas, podemos añadir: y porque no 
pueden admitir que lo que han aprendido y practicado no es cierto y, aún
 más, que es peligroso para la salud. Porque hasta la fecha, nadie ha 
tenido la amplitud de miras ni el valor de decir la verdad y se han 
desarrollado todo tipo de conceptos carentes de demostración científica 
acerca del “sistema inmune” o de la “epigenética” para sostener unas 
teorías inventadas y ajenas a la realidad.
En 1858, la teoría de las células y de la enfermedad causada por un 
veneno (lat. Virus) de Virchow se elevó al rango de dogma y de ella se 
derivó por primera vez, por lógica forzosa, la idea de un virus no 
definido. Más tarde, apareció la idea de las bacterias patógenas, 
después la idea de las toxinas bacteriales, tras ella la idea del 
virus-toxina hasta desembocar en la renuncia de dicha teoría en 1952. 
Desde 1953, se desarrolló la idea del virus-gen a partir de la idea 
original de Virchow del veneno causante de enfermedades, y ésta sirvió 
como base para la elaboración de la teoría de los genes cancerosos. La 
“guerra contra el cáncer” se fundamentó durante la era Nixon y, 
posteriormente, la idea del gen capaz de cualquier cosa. todas las ideas
 sobre los genes fueron completamente contradichas en el año 2000. En 
ese año se publicó con datos incoherentes el llamado Proyecto Genoma 
Humano con la ridícula afirmación de que había podido descifrarse todo 
el genoma humano, aun cuando más de la mitad tuvo que ser inventado.
Hasta hoy, la población no es consciente de que los académicos 
implicados muy difícilmente van a reconocer parte de su culpa en estos 
desarrollos erróneos con tan enormes repercusiones.
 
Los supuestos bacteriófagos
 
Lo que se conoce como bacteriófagos o fagos fueron el modelo para la 
idea, desarrollada en 1953, del virus-gen en el cuerpo humano, animales y
 plantas. Su existencia se conocía desde 1915, pero no fue hasta la 
introducción del microscopio electrónico en 1938, cuando se pudo 
fotografiar a estos fagos, aislarlos completamente como partículas y 
determinar y caracterizar bioquímicamente todos sus componentes de una 
vez. El aislamiento, que conlleva concentrar las partículas y separarlas
 de todos los demás componentes (= aislamiento) para posteriormente 
fotografiarlas en dicho aislamiento y caracterizar dichas partículas 
aisladas químicamente, nunca se ha llevado a cabo con los supuestos 
virus que afectan a humanos, animales y plantas por el mero hecho de que
 no existen.
Los investigadores de bacterias y fagos que, por el contrario, sí 
trabajan con estructuras reales, son los que aportan el modelo de cómo 
podrían verse los virus que afectan a personas, plantas y animales. 
Estos “especialistas en fagos” han pasado por alto en la caracterización
 de estos fagos como devoradores de bacterias, que el fenómeno de 
creación de estas partículas no es más que un efecto extremo del cultivo
 de bacterias de manera endogámica en laboratorio. Este efecto, la 
formación y liberación de fagos (devoradores de bacterias, alias virus 
de las bacterias), no se encuentra en bacterias auténticas recientemente
 obtenidas de organismos o del entorno. Las bacterias no cultivadas se 
transforman en las conocidas como formas de supervivencia, las esporas, 
cuando a dichas bacterias se les retiran lentamente las soluciones 
nutritivas o las condiciones de vida se vuelven imposibles. Esta forma 
de espora les permite sobrevivir largo tiempo o hasta “infinito” de 
manera que, una vez que vuelvan a darse las condiciones de supervivencia
 necesarias de dichas esporas, volverán a surgir automáticamente nuevas 
bacterias.
Sin embargo, si estas bacterias son aisladas para luego ser 
multiplicadas una y otra vez, pierden poco a poco todas sus cualidades y
 capacidades. Muchas de ellas mueren durante el proceso de cultivo 
endogámico, pero no automáticamente, sino que se transforman 
abruptamente en pequeñas partículas que, dentro de la concepción de la 
teoría del bien y el mal, son interpretadas erróneamente como 
bacteriófagos. En realidad, estas bacterias están constituidas por los 
“fagos” y se reconvierten nuevamente en estas formas de vida cuando las 
condiciones de supervivencia no son la idóneas. Günther Enderlein 
(1872–1968) describió este proceso de generación de bacterias a partir 
de estructuras invisibles, así como su evolución a formas más complejas y
 su vuelta a la etapa anterior.
Basado en estos motivos rechazó la teoría de las células según la 
cual la vida procede de las células y está celularmente organizada.
 Yo mismo, siendo un joven estudiante, aislé uno de estos “fagos” 
encontrado en un alga marina y en su momento creí haber descubierto el 
primer virus “inofensivo”, el primer “sistema de virus-huésped”.
La concepción de que las bacterias son organismos que pueden vivir 
autónomamente sin otros seres vivos no es correcta. De manera aislada 
mueren automáticamente transcurrido un tiempo. Los implicados no han 
caído en la cuenta de que tras el “aislamiento” exitoso de una bacteria 
una parte de la muestra se congela y se trabaja con ella durante 
décadas. El concepto de la bacteria, la idea, de que puede ser un 
organismo vivo autónomo, es un artefacto de laboratorio, es un error de 
interpretación.
La suposición resultante de que las bacterias no mueren es también 
incorrecta. Inmortales son las bacterias únicamente cuando se encuentran
 en simbiosis con muchas otras bacterias, hongos y posiblemente con 
muchas otras formas de vida desconocidas, o difícilmente 
caracterizables, como las amebas. Las amebas, bacterias u hongos, crean 
esporas tan pronto como las condiciones de vida dejan de ser las óptimas
 y despiertan tan pronto como éstas vuelven a un nivel óptimo. Si se 
compara con el ser humano se llega a la misma conclusión: Sin un entorno
 vivo, del cual, y con el cual se pueda vivir, nada puede existir.
Esto va más allá. No sólo la concepción antes mencionada se cae por 
su propio peso, también la idea y la suposición del hecho aparentemente 
comprobado de una materia muerta. Las observaciones y suposiciones de 
una “materia activa” (como los físicos la denominan) y animada es 
desestimada como vitalismo anticientífico. Sin embargo, hay indicios de 
que todos los elementos, a los que la “opinión predominante” de la 
“ciencia” no les concede ninguna fuerza vital, se desarrollan desde la 
sustancia original de la vida.:
 la sustancia de la membrana del agua. De los elementos se originan los 
ácidos nucleicos y en torno a ellos la vida biológica en forma de 
amebas, bacterias, tardígrados (osos de agua) y otras formas cada vez 
más complejas. Hay dos saberes que fundamentan este enfoque. El primero 
de ellos puede uno verlo en sí mismo y en otros, en concreto que la vida
 biológica en forma de nuestro cuerpo es una materialización de unidades
 de conciencia.
Las interacciones y cambios concretos de nuestros órganos y psique, 
causados por choques de información como por ejemplo una palabra 
hiriente o liberadora, son entendibles y corroborables en uno mismo y en
 otros y permiten una cierta predictibilidad. Con ello se cumplen los 
tres criterios de la caracterización científica. Estos
 conocimientos y este saber acerca de las interrelaciones nos liberan de
 la mentalidad dualista de bueno-malo llena de miedo y de los 
consiguientes patrones de conducta. Con esta iluminadora comprensión se 
explican los fenómenos de la enfermedad, la curación, las crisis en los 
procesos de curación, los bloqueos en dichas curaciones y los fenómenos 
de la sucesión de enfermedades, alias contagios en la antigua manera de 
pensar. Virus, es hora de que te vayas.
La pesadilla de los científicos materialistas parece haberse hecho 
realidad: la materia, en apariencia inanimada, es materia animada y 
vital. El vitalismo, según el cual hay una fuerza vital inherente a 
todo, fue combatido por los filósofos griegos post-socráticos Demócrito y
 Epicurio y por la Ilustración que se remitió y legitimó expresamente en
 ellos. La fundamentación explícita era evitar que se repitiera el abuso
 de la fe que se había dado a lo largo de la historia. Hasta aquí, todo 
bien. Sin embargo, los ilustrados obviaron que al negar y desestimar 
como no cuantificable a la conciencia, al espíritu y a sus áreas de 
efecto, se convirtieron ellos mismos de manera no intencionada en 
destructores de la vida y en enemigos mortales del hombre. Ellos 
adaptaron en su concepción materia- lista del mundo, punto por punto, 
todas las interpretaciones históricas del dualismo del bien y el mal, 
características de los filósofos, de las religiones y de los teóricos 
del estado.
Estas interpretaciones del bien y el mal, descubiertas y descritas por Silvio Gesell. (en el campo de la medicina) y por Iván Illich (en general), se incrementan constantemente
 por motivos de beneficio económico, con consecuencias fatales. Nuestro 
sistema monetario, con su inherente imposición de crecimiento constante y
 creciente, genera crisis cíclicas y conlleva ganadores cada vez más 
poderosos y simultáneamente pobreza y miseria crecientes. Los 
implicados, que desconocen los obstinados y matemáticos mecanismos 
propios del sistema monetario, interpretan esto como la existencia de un
 principio independiente de maldad. Las personas éticamente puras del 
lado de los ganadores entienden sus ganancias, inevitablemente 
generadas, como gracia o elección divina. Esto no sólo fue la base del 
maniqueísmo (Mani = fundador de la religión, sus seguidores = 
maniqueos), sino que además fue y es la fuerza de empuje de los aspectos
 peligrosos y las repercusiones de la industrialización, como ya 
detectaron Max Weber y otros.
 
Resurrección de la virología abandonada en 1951/1952 por el ganador del premio Nobel, John Franklin Enders
 
El contexto más amplio del desarrollo erróneo de la biología y 
medicina, el dogma infundado de la llamada teoría celular según la cual 
el cuerpo se desarrolla a partir de células y no de tejidos, ya ha sido 
tratado en diferentes publicaciones de la revista WissenschaftPlus desde
 2014. En 1858 fue libremente inventada la teoría celular de la vida, la
 “patología celular”, base exclusiva hasta hoy de la biología y 
medicina. Ésta alega que todas las enfermedades provienen de una célula 
que se degenera creando un veneno, virus en latín, que enferma. Dos 
puntos fundamentales fueron condición indispensable y base de la 
aceptación global actual de la patología celular, sobre la que se 
desarrollaron necesariamente las teorías de la infección, del cáncer, de
 los genes y del sistema inmune:
a. La teoría celular sólo pudo imponerse gracias a 
que Rudolf Virchow ocultó conocimientos cruciales sobre los tejidos. Los
 conocimientos ya existentes en 1858 acerca de la constitución, función e
 importancia central de los tejidos en el desarrollo y visibilidad de la
 vida refutaban en lo fundamental a la teoría de la célula y las teorías
 de ella derivadas del cáncer, los genes y la inmunidad.
b. Las teorías de la infección sólo pudieron 
establecerse como un dogma global gracias a las políticas concretas y a 
la euge- nesia del Tercer Reich. Antes de 1933 determinados científicos 
se atrevían a contradecir estas teorías, después de 1933 estos 
científicos críticos fueron apartados.Cabe mencionar que tanto los expertos de uno y otro lado se encontraban mayoritariamente en Alemania por aquel entonces.
Para trabajar con “virus” y poder llevar a cabo pruebas aparentes de 
infección, los “primeros” virólogos previos a la renuncia de la 
virología en 1952 estaban obligados a licuar y filtrar los tejidos 
“enfermos” y descompuestos. El filtrado concentrado contenía, según se 
creía, el veneno de la enfermedad, una toxina, que era constantemente 
producida por las células enfermas. Un “virus” era hasta 1952 un veneno 
patógeno en forma de una proteína que, como una enzima, de manera 
desconocida causaba un daño que desembocaba en una enfermedad y que 
podía propagarse. La idea de un virus tras 1953, año de la publicación 
de una supuesta sustancia genética en forma de hélice alfa, era una 
perniciosa sustancia genética envuelta en una capa de proteína. Entre 
1952 y 1954 tuvo lugar un cambio de paradigma de cómo debía de 
imaginarse un virus.
Con los líquidos filtrados de órganos o fluidos descompuestos, que 
supuestamente contenían dichas proteínas y enzima que representaban al 
virus, se llevaron a cabo “experimentos de infección” con animales. Los 
resultados debían demostrar que había un virus presente y que causaba la
 enfermedad que se le atribuía. Lo que nunca se mencionó públicamente es
 que los síntomas atribuidos al virus nunca pudieron replicarse en los 
experimentos con animales, sólo se consiguieron síntomas “similares”. 
Estos síntomas similares en animales se equiparaban con las enfermedades
 humanas. Esto no puede considerarse como una comprobación científica, 
al contrario.
Aún hoy faltan en los “experimentos de infección” pruebas de control,
 es decir, la comprobación de que los síntomas provoca- dos sean 
causados por un virus y no por la “manipulación” de las muestras durante
 el llamado “experimento de infección”. Con el fin de descartar que no 
fueron los fluidos de tejidos descompuestos los que causaron los 
síntomas en las pruebas con ani- males, se debería de haber llevado a 
cabo exactamente el mismo procedimiento, pero con otros fluidos 
esterilizados, para comparar. Esto en cambio nunca ha ocurrido. Hasta 
hoy se llevan a cabo experimentos crueles con animales durante los que 
–como, por ejemplo, para demostrar la transmisibilidad del sarampión– se
 inmoviliza y rasura a un mono en una cámara de descompresión y se le 
introduce supuesto líquido infectado mediante una sonda por la nariz 
hasta llegar a la tráquea y los pulmones. Los mismos daños en el animal 
serían causados por el empleo de una solución de sal de cocina, de 
sangre esterilizada, pus o saliva. Los síntomas provocados, que sólo son
 “parecidos” a los del sarampión, son equiparados igualmente a los del 
sarampión.
Los fluidos presuntamente infectados son pasados por un filtro 
impermeable a bacterias y/o calentados ligeramente. De esta manera 
deducen los científicos que el sufrimiento y la muerte de los animales 
en los experimentos de infección no será provocado por bacterias, sino 
por patógenos más pequeños, los virus. Los implicados ignoran hechos ya 
conocidos anteriormente, como que existen un número extremadamente más 
alto de bacterias desconocidas que conocidas, que muchas de ellas son 
resisten- tes al calor y que sus esporas no se pueden filtrar. Aquí 
también es importante mencionar que de igual manera no hay indicios de 
que las bacterias provoquen enfermedades. Toman parte a menudo en 
procesos de enfermedad como lo hacen los bomberos para apagar un 
incendio. no son causantes, sino parte de los procesos de reparación con
 pleno sentido biológico. Como prueba aparente del supuesto papel 
negativo de las bacterias tenemos sólo –como en el caso de los virus– 
experimentos con animales extremadamente crueles y sin sentido que 
adolecen del mismo problema: la falta de pruebas de control.
 
Enders y la Polio
 
Hasta el año 1949, los virólogos reproducían los presuntos 
virus-proteína poniendo un fragmento de material descom- puesto 
proveniente de un “tejido infectado” por el virus sobre una lámina de 
tejido “sano” del mismo tipo. La propagación de la descomposición, que 
era visible y pasaba del tejido “enfermo” al sano, se interpretó 
erróneamente como la multiplicación y propagación del virus, del veneno 
patógeno. Las pruebas de control, llevadas a cabo en 1951 por primera 
vez por los virólogos de entonces, constataron que se trataban de 
procesos de descomposición normales y no de un virus presente únicamente
 en tejidos “enfermos”.
Enders “descubrió” por casualidad en 1949 –en un momento en el que no
 pudo disponer de tejido nervioso reciente y “sano”– que también otros 
tejidos distintos a los nerviosos se veían afectados por la 
descomposición cuando entraban en contacto con fragmentos de cerebro de 
una persona muerta por “polio”. Hasta entonces los virólogos tenían la 
creencia de que cada virus podía reproducirse únicamente en aquellos 
tejidos a los que podía dañar. Por el supuesto “descubrimiento” de que 
los “virus” pueden multiplicarse en otros tejidos dentro del cuerpo 
humano sin dañarlos, Enders y sus colaboradores obtuvieron el 10 de 
junio de 1954 el premio Nobel de Medicina.
Desde entonces, el presunto “virus de la Polio” se reproducía 
mezclando piel humana de un feto y tejido muscular de un feto con 
fragmentos de cerebro de personas muertas por polio y llevando la mezcla
 a la descomposición. El filtrado resultante se consideraba que contenía
 el virus. El famoso Jonas Salk tomó esta idea sin mencionar a sus 
descubridores. El filtrado de piel y músculo de feto humano lo empleó 
Salk como vacuna contra la Polio y declaró ante el New York Times que la
 vacuna era efectiva y segura, lo cual le generó a Salk ganancias de 
millones, gracias a la vacuna contra la Polio. Por supuesto, no implicó a
 los descubridores de esta idea de emplear tejidos de fetos humanos 
descompuestos.
Por estos motivos, Enders trabajó bajo mucha presión para desarrollar
 una nueva técnica sobre la cual pudiera reclamar sus derechos desde el 
principio. Decidió apoyarse en el segundo ámbito más lucrativo de la 
teoría de la infección: la sintomática definida como sarampión. Así, 
Enders trasladó la idea y los métodos de la bacteriología y creyó que 
los fagos eran los virus de las bacterias.
Análoga a la técnica ya conocida de demostrar la acción bactericida 
de añadir fagos a un césped bacteriano (placa Petri con una gelatina que
 contiene bacterias y alimento para las mismas), Enders desarrolló una 
para los virus en la que, a un frotis de tejido, se le añadían fluidos 
presuntamente infectados. De manera análoga a la muerte de las bacterias
 por los fagos, la muerte del frotis de tejido con la presencia del 
supuesto virus del sarampión fue equiparada con la prueba de su 
existencia, de su aislamiento y de su reproducción. Exactamente
 este mismo protocolo es el empleado hoy para el sarampión y, con 
pequeños cambios, para la “comprobación” del resto de virus causantes de
 enfermedades. La mezcla de tejidos y células muertas es calificada como
 vacuna “viva atenuada”. No obstante, si los científicos sólo aíslan 
proteínas individuales del virus, asumen que éste ha “muerto”; y si se 
emplean estos componentes individuales para las vacunas, hablamos 
entonces de vacuna inactiva o muerta.
En comparación con otras vacunas, Enders asoció un notorio alto 
número de muertos y afectados por la vacunación de Polio de Salk a la 
contaminación de la vacuna con otros virus humanos desconocidos; 
argumento al que, por otra parte, se aferran sin fundamento los 
conspiradores del “bien y el mal” con sus suposiciones acerca de los 
virus creados en laboratorio y las armas biológicas. Enders trabajó por 
tanto con tejidos de riñones de mono y de suero fetal (sangre sin 
componentes sólidos) prove- nientes de caballos y terneros, y no de 
humanos.
Hay cuatro diferencias determinantes que distinguen la com- probación
 de los fagos de las bacterias, que realmente existen, de la 
comprobación, según Enders, de los presuntos “virus” de humanos y 
animales. Estas diferencias hacen aún más evidente lo erróneo de las 
hipótesis de Enders; quien debido a su premio Nóbel –y a pesar de sus 
dudas claramente formuladas– llevó a todo el gremio, y con él a todo el 
mundo (ver sólo el pánico del coronavirus) a una trampa… con la 
excepción de un bonito e inquebrantable pueblo suabo a orillas del lago 
Constanza:
- Los fagos de las bacterias son aislados en realidad, y en un sentido
 pleno de la palabra “aislamiento”, con métodos estándares 
(centrifugación por gradiente de concentración). Justo tras el 
aislamiento son fotografiados en el microscopio electrónico; y en un 
paso es determinada tanto su pureza como la composición bioquímica de 
sus componentes: las proteínas y el material hereditario contenido.
- En el caso de todos los “virus” de humanos, animales o plantas, 
nunca se ha aislado un virus, tampoco se ha fotografiado en aislamiento y
 sus componentes no se han representado bioquímicamente. Lo que ocurrió 
fue un proceso de construcción de un consenso que, a lo largo de los 
años, fue identificando componentes individuales de células muertas y 
asignándolos conceptualmente a un modelo de virus. En este proceso de 
interpretación estaban los fagos, que sirvieron como modelos para los 
primeros “virus” dibujados.
- Los tejidos y células empleados para la “comprobación y 
reproducción” de los “virus” son previamente tratados de manera muy 
concreta antes de ser expuestos a la “infección”. Primero se les retira 
el 80% de la solución nutritiva para dejar hambrientas a las células y 
que absorban mejor a los virus. La muestra es expuesta a antibióticos 
para descartar que sean las bacterias –siempre presentes en los tejidos y
 en los sueros– las causantes de la muerte del tejido. Desde de 1972, la
 Bioquímica reconoció que los antibióticos empleados ya dañan y matan a 
las células por sí mismos sin que los virólogos tuvieran este hecho en 
cuenta. Los factores de “inanición” y “envenenamiento”, que en evidencia
 causan la muerte de las células, son en cambio interpretados 
erróneamente como prueba de la presencia, aislamiento, efecto y 
multiplicación de los supuestos virus.
- Las pruebas de control obligatoriamente requeridas por la ciencia, 
con las cuales se podría descartar, que en lugar de un virus lo que hay 
es solamente componentes típicos de células erróneamente interpretados 
como virus, no se han llevado nunca a cabo. Estas pruebas de control sí 
se llevaron a cabo en el caso de los fagos con su correspondiente 
comprobación, aislamiento y caracterización tanto bioquímica como 
mediante el microscopio electrónico.
Las especulaciones de Enders del 1 de junio de 1954acerca
 de la posible comprobación de un “agente” que “eventualmente pudiera” 
tener un papel en el sarampión fueron elevadas al rango de “hecho 
científico” tras ganar el premio Nobel por su “vacuna de la Polio”, 
hecha con fetos humanos. No sólo eso, dichas especulaciones acabaron 
siendo la base fundacional de la nueva virología genética después de 
1952. Unos meses después de ganar el premio olvidó y ocultó sus dudas 
expuestas en la publicación de 1954. Él supuso –molesto por el robo de 
la idea de la vacuna de la Polio por Jonas Salk– que todos los futuros 
desarrollos referentes a una vacuna del sarampión se basarían en su 
técnica.
Enders, en el proceso de matar sus cultivos de tejido de manera 
inintencionada (sin pruebas de control –¡lo que juega un rol principal 
en la defensa frente a la imposición de la vacuna del sarampión!–, 
añadió un frotis de un joven de 11 años, supuestamente enfermo de 
sarampión, llamado David Edmonston a su muestra de tejido, lo que dio al
 modelo original del virus del sarampión, así como a la vacuna, el 
nombre de “cepa Edmonston”. Aquí cabe mencionar que la sin- tomatología 
adscrita a una enfermedad concreta cambia con el tiempo y en aquel 
entonces la enfermedad del joven fue identificada como “sarampión”. 
Incluso hoy una enfermedad puede tener distintas definiciones según el 
país. Como ya hemos mencionado, la muerte del tejido de muestra fue 
conceptualmente englobada dentro de un modelo de virus. Una parte de la 
mezcla de tejido inintencionadamente muerto de simio y de suero fetal de
 ternero se congela para, a través de la sucesiva inoculación de tejidos
 muertos, fabricar nuevamente “virus del sarampión” y “vacunas vivas 
atenuadas” del mismo. Es decir, el cultivo celular original que dio 
lugar al “virus” y a la “vacuna” se renueva progresivamente.
 
La importancia de la victoria en el proceso judicial del virus del sarampión
 
Los puntos decisivos del proceso judicial del virus del sarampión 
(2012 – 2017) como los dictámenes periciales, protocolos y sentencias a 
los que en lo sucesivo me voy a referir, se pueden encontrar de manera 
gratuita en internet en www.wissenschafftplus.de/blog/de.
 otros dictámenes periciales y refutaciones de las suposiciones del 
virus del sarampión, que el jurado no tomó en cuenta, pueden encontrarse
 publicadas entre 2014 y 2017 en diversas ediciones de la revista 
WissenschafftPlus.
El trasfondo del proceso judicial del virus del sarampión comenzado 
en 2011 fue, nada más y nada menos, la protección de la exigencia de 
vacunarse obligatoriamente contra el sarampión. Una antigua ministra 
federal de justicia me llamó y me preguntó por pruebas actuales con las 
que evitar la imposición de la vacunación obligatoria frente al 
sarampión. Un fiscal superior nos dio el consejo de organizar un 
concurso para así asentar, en el juicio resultante, un precedente 
judicial en el derecho civil que asentara que no hay pruebas científicas
 para las suposiciones acerca de la existencia de un virus del 
sarampión, ni de la supuesta seguridad y eficacia de una vacuna contra 
el mismo. Esto funcionó completamente y se puede comprender si se sabe 
que la publicación de John Franklin Enders del 1 de junio de 1954 se 
convirtió en la única y exclusiva base de toda la nueva virología del 
gen; es decir en la base de la producción de vacunas con “virus 
vivientes”, después de que la vieja virología se auto disolviera en 
1951–1952.
Como sabía que el Instituto Robert Koch (IRK), en contra de su 
obligación legal, no había publicado un solo documento sobre la supuesta
 existencia del virus del sarampión, exigí para la obtención de un 
premio de 100.000 euros la presentación de una publicación científica 
del IRK que incluyera una argumentación pormenorizada y científica que 
evidenciara la existencia del virus del sarampión. Un joven médico 
proveniente del Sarre me presentó seis publicaciones, ninguna de ellas 
del IRK: la publi- cación original de Enders del 1 junio de 1954 y otras
 cinco que se refieren exclusivamente a Enders, entre ellas la única 
revisión sistemática del estudio del virus del sarampión. En este 
trabajo se relata con detalle la ardua búsqueda de un consenso, que duró
 décadas para determinar qué componentes de los tejidos moribundos 
debían ser incluidos en el modelo del virus del sarampión y cuáles no. 
Además, se describe cómo el modelo del virus del sarampión fue 
modificado constantemente.
Yo le respondí al joven médico que, en las publicaciones presentadas,
 no se veía en ninguna parte estructuras virales, sino componentes y 
estructuras propias de las células. Él, por su parte, me urgió a pagarle
 la suma completa del premio con el fin de evitarme una ardua (como así 
fue) “disputa legal”. Luego, interpuso una demanda judicial ante el 
jurado provincial de Ravensburg sin presentar las seis publicaciones. El
 jurado falló en mi contra sin ni siquiera haber tenido en la mano las 
seis publicaciones ni haberlas incluido en el acta. Además, la condena 
impuesta por el jurado provincial de Ravensburg tuvo lugar en 
condiciones fuera de lo común.
El demandante, en el juicio de apelación ante el tribunal Superior de
 Justicia de Stuttgart, reconoció ante el juez que no había leído las 
seis publicaciones. Él confiaba, por tanto, exclusivamente en la “ardua 
disputa legal” como única vía para derrotarme a mí y, por ende, derrotar
 la refutación central del concepto de vacunación.
Probablemente fue víctima él mismo de la creencia errónea de los 
virus al confiar en sus colegas, los mismos que tampoco se percataron 
del desarrollo erróneo de la medicina desde 1858. El no querer comprobar
 ni poner en duda sus hipótesis, los hizo tanto agresores como víctimas 
de la creencia en las teorías de la infección y en la confianza en las 
vacunas.
Es creíble que el demandante, que me presentó a mí las pu- 
blicaciones, pero no al jurado, nunca leyera los textos. Como mínimo él 
no los buscó, ya que son exactamente las únicas publicaciones, entre los
 más de 30,000 artículos científicos que tratan el “sarampión”, que 
hacen referencia a la hipótesis de que el sarampión existe. Todos los 
demás, cuya cantidad es imposible de manejar por una sola persona, 
parten “a priori” del hecho de que el virus del sarampión existe y se 
limitan a remitirse “a la cita de la cita” sin tratar el tema de la 
existencia directamente. En conclusión, todo se retrotrae a la aparente 
“demostración” llevada a cabo por Enders el 1.6.1954.
El jurado del tribunal de distrito de Ravensburg se decidió en 2014 a
 procesar la demanda interpuesta por el ya enton- ces médico y concluyó 
que, para el pago del premio, no era necesario presentar publicaciones 
del Instituto Robert Koch. También se concluyó que tampoco era necesario
 que la comprobación de la existencia del virus fuera presentada en una 
única publicación, sino que la exigencia de comprobación del concurso 
podía cumplirse con la suma de 3366 publicaciones (la suma de 
publicaciones citadas en los 6 artículos presentados como evidencia) de 
los años 1954 a 2007.
El perito seleccionado por el jurado, el Prof. Dr. Dr. Podbielski de 
Rostock, argumentó en consecuencia (o el jurado provincial ajustó su 
decisión de apertura a la opinión del experto): “Tengo que aclarar con 
respecto a la terminología, que las comprobaciones en el sentido clásico
 como en la matemática y la física no se pueden dar en la biología. En 
la biología sólo se puede de antemano recabar indicios, que en algún 
momento en su conjunto pueden alcanzar valor probatorio”.
Debido a esta suposición extremadamente anticientífica, fruto de la 
falta de pruebas de Podbielski y de su sesgo causado por las 
discrepancias entre la realidad y sus creencias preconcebidas, ocurrió 
algo que los investigadores de la conducta definen como conducta de 
desplazamiento. Podbielski inventó, en su desesperación, una excusa a 
modo de escapatoria, concretamente que la biología y la medicina que se 
basa en ella, la vacunación etc. son per se anticientíficos y carecen de
 comprobación posible: sólo una colección de indicios puede “en algún 
momento” y “de alguna manera” (=práctica) alcanzar valor probatorio. 
Dicha confesión sobre la poca practicidad de la biología y medicina 
actuales, así como de su evidente falta de rigor científico, no se ha 
plasmado nunca de manera tan clara.
Lo más importante ahora mismo es hacer un uso efectivo, por ejemplo 
por la vía legal, de estas y otras evidencias sobre la falta de rigor 
científico acerca de la teoría de la infección y de las políticas de 
vacunación, que ya están suponiendo una agresión a nuestros derechos 
fundamentales. Desde el 13 de febrero de 2020 se estableció con carácter
 legal la obligatoriedad de la vacunación del sarampión en Alemania y el
 1 de marzo de 2020 se hizo efectiva dicha imposición. Esta imposición 
debe desaparecer. Pueden encontrar más información al respecto en 
nuestro Newsletter.
 
Continuación de este artículo sobre:
1. La obligación de la ciencia a realizar pruebas de control. En 
contra de la declaración judicial protocolizada del profesor Podbielski y
 de sus suposiciones, ni la publicación central presentada como prueba 
de la existencia del virus, ni las publicaciones subsiguientes, 
contienen pruebas de control.
2. La importancia central del veredicto judicialmente vinculante del 
tribunal superior de justicia de Stuttgart del 16 de febrero de 2016, 
número de expediente 12 U 63/15, para la totalidad de la virología y de 
la vacunación.
3. Reportes y recomendaciones que ya se han llevado a cabo para 
“revertir” la obligatoriedad de la vacunación del sarampión serán 
expuestos en la próxima edición Nr. 2/2020 de WissenschafftPlus.
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Listado de fuentes
 
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Virus: un error de interpretación (parte II)         
