Una encuesta. Responda sí o no.
¿Cree que el desarrollo de la tecnología ayuda de forma  significativa a construir 
un mundo más justo?
¿Es nuestra democracia mejor que la de hace 30 años porque las redes sociales nos permiten participar, 
comprometernos y
 compartir sin las intervención de los gobiernos?
¿Hay que desconfiar de
 una empresa privada que pretende escanear “todo el saber humano” y 
custodiarlo por el bien de la humanidad?
¿Se responsabilizaría de todo lo que ha hecho y dicho en 
internet escondido en el anonimato?
En una escala del 1 a 10, ¿con qué nota valoraría nuestro servicio?
Durante una buena parte del su ensayo 
Sociofobia (2013), 
César Rendueles cuestiona la llamada “utopía digital” soñada, entre otros, por 
gurús de Silicon Valley, optimistas de las tecnologías de la comunicación y defensores del 
copyleft. En un mundo como el de hoy, donde “una renovación del 
timeline
 de Twitter parece la nueva revolución neolítica”, Internet se eleva 
como “
la utopía postpolítica por antonomasia.
Se basa en la fantasía de 
que hemos dejado atrás los grandes conflictos del siglo XX, […] que 
hemos superado la apuesta por un Estado benefactor que soluciona algunos
 problemas pero ahoga la creatividad en un océano de burocracia gris”.
Estos ciberfetichistas, que según Rendueles confían en las 
propiedades casi mágicas de
 las nuevas tecnologías para resolver problemas sociales tradicionales, 
“imaginan un mundo lleno de emprendedores celosos de su individualidad, 
pero creativos y socialmente conscientes. Donde el conocimiento será el
 principal valor de una economía competitiva pero limpia e inmaterial. 
Donde los 
nuevos líderes económicos estarán más 
interesados por el surf que por los yates, por las magdalenas caseras 
que por el caviar, por los coches híbridos que por los deportivos, por 
el café de cultivo ecológico que por el 
Dom Perignon”.
Mira, más luces rojas. En un artículo reciente titulado 
Fetichismo de la innovación, 
Evgeny Morozov escribía que “todo se está digitalizando e interconectando y las instituciones pueden elegir entre innovar o morir. Tras 
cablear al mundo entero,
 Silicon Valley nos aseguró que la magia de la tecnología ocuparía 
naturalmente cada rincón de nuestra vida. A partir de esta lógica, 
oponerse a la innovación tecnológica equivaldría a renunciar a los 
ideales de la Ilustración: 
Larry Page y Mark Zuckerberg son simplemente los nuevos Diderot y Voltaire, reencarnados en empresarios con pinta de empollones”. En 
Contra el rebaño digital, el gurú Jaron Lanier ya avisaba en 2011 de los peligros de un “totalitarismo cibernético”.
El Círculo cuenta el ascenso de Mae Holland en una empresa 
tecnológica de nombre homónimo. La acción se sitúa en un futuro próximo 
en el que la compañía (una amalgama de los grandes gigantes de internet 
que todos conocemos hoy día) domina casi por completo la actividad 
digital del mundo entero; a la manera de una araña, expande su red en 
todos los campos del conocimiento y opera en todos los mercados 
posibles, convirtiéndose así en una suerte de Gran Hermano que acumula 
información sobre las personas. Cuando Mae consigue el empleo sus 
primeras impresiones son de incredulidad y admiración ante una manera de
 operar que le resulta misteriosa e incluso inadecuada; sin embargo, 
pronto irá encontrando un sentido innato a las acciones del Círculo y 
convirtiéndose en una seguidora fiel de sus «doctrinas».
Se ha resaltado en muchos sitios las semejanzas de esta novela con grandes clásicos como 
1984 o 
Un mundo feliz.
El big-bang de tus datos
El tema, claro, da para una novela. En El Círculo, editada estos días en castellano por Penguin Random House, el escritor norteamericano Dave Eggers proyecta a corto plazo algunos rasgos de nuestra sociedad actual, conectada, global, viral, basada en el culto al trabajo y a la información, convenientemente suavizada a diario con declaraciones new age
 sobre un fondo de nubes en tu muro de Facebook. Hace al lector avanzar 
en el tiempo apenas unos años o unas pocas décadas, hasta una época en 
la que los siguientes Page y Zuckerberg han sido elevados a la categoría
 de santos en sudadera. Su empresa, llamada El Círculo, aspira a 
convertirse en el germen de una nueva sociedad construida, en efecto, 
alrededor de internet.
'El Círculo' es una 
traducción del Gran Hermano a la era de la sobreinformación, en la que 
la empresa privada ha sustituido al fantasma del estado totalitarioCentrada en los conflictos entre privacidad, seguridad y transparencia, El Círculo
 es una traducción del Gran Hermano a la era de la sobreinformación, en 
la que la empresa privada ha sustituido al fantasma del estado 
totalitario. Porque el Gran Hermano del siglo XXI será un monopolio
 que se ve a sí mismo como un imperio altruista o no será. “La 
vigilancia no puede ser el precio a pagar por ningún maldito servicio 
que recibamos”, se lamenta uno de los personajes. El Gran Hermano como 
aplicación definitiva que integra todas tus necesidades. Bienvenidos a 
El Círculo: una cuenta para todo. Pulsa Me Gusta.El Círculo
 no narra una distopía, sino que transcurre cinco minutos antes de la 
consolidación de esa distopía: en sus páginas asistimos a la 
construcción paulatina, a golpe de lobby, 
desregularización y verborrea sobreactuada e hiperemocional heredera de 
Jobs, de un mundo transparente donde el conocimiento y la información 
están en la cima de la pirámide de valores y el acceso a ellos es una 
obligación moral.
“El conocimiento es un derecho humano básico. El
 acceso igualitario a todas las experiencias humanas posibles es un 
derecho humano básico”. “El estado natural de la información es ser 
libre”. “LOS SECRETOS SON MENTIRAS. COMPARTIR ES QUERER. LA PRIVACIDAD ES UN ROBO”.
 La transparencia puede evitar muchos crímenes y nos hace mejores. Otro 
de los personajes de la novela describe la ideología de El Círculo como 
un “infocomunismo” con una “ambición capitalista desmedida”.
El poder de este nuevo Gran Hermano
 está en nuestros datos. Y combinando y cruzando estos datos 
–familiares, académicos, antecedentes penales, registros de compras, 
contratos, perfiles en redes sociales, fotos de las vacaciones, en qué 
restaurante cenaste ayer– se puede sacar a la luz cualquier información.
 En el futuro, gran parte del trabajo del aparato burocrático del 
régimen será la recogida de datos personales a golpe de encuestas de 
consumidor, en analizar los flujos de megusta y nomegusta y, en general, asegurarse de que su papeleo no caiga directamente en nuestra bandeja de spam. El viral como propaganda.
Un nuevo patriotismo diario
La
 vida cotidiana dentro de unos pocos años o décadas, según la novela de 
Eggers, no va a ser mucho peor que ahora, solo un poco más activa:
 más ventanas en la pantalla para jerarquizar, más datos que interpretar
 porque todo será cuantificable y traducible en porcentajes que hay que 
mejorar. El gran pecado sigue siendo no mostrarse cordial y social y
 olvidarte de poner un corazón y comentar esa carrera en bici tan buena 
que ha hecho aquel tipo al que conociste en una fiesta y añadiste como 
amigo. Ser un buen ciudadano lleva consigo implicarte en injusticias a 
golpe de click y dejar tu opinión sobre cualquier cosa, a favor o en contra, sí o no. Tu esencia interpretada en función de todas las caritas sonrientes que has puesto en el día. Es muy útil para el mercado y es un lenguaje universal. Marca esto como favorito.
Eggers
 describe un nuevo patriotismo entorno a la cultura de la empresa, 
convenientemente amplificado por sus trabajadores y por ese tipo de 
consumidor-fan de comportamiento casi religiosoEggers describe un nuevo patriotismo
 entorno a la cultura de la empresa, convenientemente amplificado por 
sus trabajadores y por ese tipo de consumidor-fan de comportamiento casi
 religioso. Los empleados son las cobayas de esta utopía diseñada en 
forma de campus universitario: mitad complejo de oficinas sostenible 
ecológicamente, mitad parque de atracciones para adultos, la idea es que
 los circulistas vivan y trabajen en un entorno donde siempre pasan cosas divertidas e inspiradoras y geniales y todos somos más productivos.
El Círculo
 habla, finalmente, de otros temas que sonarán al lector, como el 
derecho al olvido en una época en la que todo queda registrado en la 
nube, los 
juicios antimonopolios a gigantes 
tecnológicos, la batalla entre lo público y lo privado, los 
linchamientos virtuales y el anonimato y la especulación en torno a las 
start-up,
 esa otra burbuja. “Han profesionalizado nuestro idealismo y ha sacado 
rendimiento económico de nuestra utopía”, se lamenta uno de los 
personajes. De pronto, mejorar la democracia se parece a contratar un 
servicio 
Premium.
Todo es mentira
Hace un año, tras la publicación de 
El Círculo
 en EEUU, Eggers, que ha reconocido que no ha profundizado ni se ha 
inspirado en la realidad de las empresas tecnológicas para escribir la 
novela, se vio aupado a la categoría de 
escritor-más-odiado-por-internet, 
una posición donde ya teníamos al también escéptico Jonathan Franzen. Entonces llegaron los 
haters.
En una reseña en la revista 
Wired, la biblia 
high-tech, titulada 
What the Internet Looks Like if You Don’t Understand It, se le recriminaba al autor la falta de documentación y de 
escribir sobre algo que no entiende –cómo
 funciona la tecnología y a la gente que trabaja en el sector–, además 
usar trampas literarias (“escenarios extremos e imposibles que suceden 
solo porque él necesita que sucedan”) y de ser responsable de un 
libro poco realista y aburrido. Un poco como esos artículos que buscan desacreditar a 
Interstellar o Gravity por sus inexactitudes científicas. ¿No hablamos de ficción?
'El
 Círculo' también puede ser irritante como novela. Algunos fragmentos 
son tan poco estimulantes como gestionar tu pantalla, repasar las 
notificaciones, contestar mails, responder a tu madreEl Círculo también puede ser 
irritante
 como novela. Algunos fragmentos son tan poco estimulantes como 
gestionar tu pantalla, repasar las notificaciones, contestar mails, 
responder a tu madre. Demasiada 
información fragmentada, demasiadas ventanas abiertas que saturan al lector. Ese sonido de gota avisa de un nuevo comentario. No puedo más.
 
A veces parece una parodia involuntaria
 de la ambición de un grupo de universitarios, con sus problemas del 
primer mundo, a veces pide que te la tomes muy en serio, pero lejos del 
moralismo que cabría esperar, Eggers muestra a sus circulistas como personajes heroicos
 que sacrifican todo por su empresa y su sociedad porque de verdad creen
 en el progreso y en la mejora de la humanidad, mientras que los 
críticos con la ciberutopía son vistos irremediablemente como peleles condenados al exilio, un nuevo tipo de conservador lunático que apela al contacto piel-con-piel, casi neardentales.
Su
 valor como novela de ciencia ficción ni siquiera depende de que en 2025
 o en 2035 se cumpla algo de lo que describe. Mientras no resolvamos el 
trauma de vivir a caballo entre dos sociedades, la que se desarrolla 
aquí en la red y la que lo hace ahí afuera, separadas por límites cada 
vez más confusos, El Círculo seguirá siendo una novela que trata algunos de los grandes temas y conflictos de nuestro ahora.