Del ensayista norteamericano Nicholas Carr (ex director de la Harvard Bussines Review):
La automatización supone, una amenaza para el empleo y convierte a los trabajadores en accesorios de la máquina, en ejecutores de labores cada vez más mecánicas, al externalizarse capacidades intelectuales. “Es muy triste. No solo supone una amenaza para el sustento de la gente, sino que nos convierte en observadores más que en actores. Nuestra experiencia y múltiples estudios psicológicos demuestran que implicarse es la forma de estar satisfecho en el trabajo”.
Este proceso se ve alimentado por una doble fuerza: por un lado, las empresas potencian la automatización en pro de la eficiencia y la cuenta de resultados. Y por otro, los trabajadores aceptan de buen grado estas tecnologías:
“Nos inclinamos hacia ellas porque nos ofrecen la ilusión de que tendremos más tiempo libre”. Ahí está la trampa. “Muchos emprendedores e inversores de Silicon Valley nos dicen: ‘Esto mejorará nuestras vidas, nos liberará’.
Esa retórica utópica esconde el hecho de que, en muchos casos, las tecnologías no están haciendo nuestras vidas mejores, ni nos están dando mejores trabajos o actividades, sino que están haciendo cada vez más ricos a los plutócratas de Silicon Valley”.
Carr, rechaza que en este caso se trate del viejo miedo a la máquina de los tiempos de la Revolución Industrial: “Hay una gran diferencia: los ordenadores pueden hacer ahora muchos más tipos de trabajo: no solo se hacen con los de producción, mediante robots, sino que se hacen con los analíticos. Esta vez asistiremos a una pérdida neta de empleos”.
El ensayista norteamericano lleva su reflexión más allá. Existe, dice, una amenaza para nuestra libertad. “La gente hace amistades automatizadas por empresas como Facebook o Twitter, lo que supone que cada vez elabora menos sus propios pensamientos. El ordenador se apodera incluso de áreas íntimas de nuestra vida”.
"Nos inclinamos hacia ellas porque nos ofrecen la ilusión de que tendremos más tiempo libre"
P. ¿Cree usted que la tecnología, de algún modo, puede hacer que seamos menos libres?
R. Sí, así lo creo. La libertad empieza con la libertad de pensamientos, que significa la habilidad de controlar tu propia mente, a qué prestas atención, qué consideras importante. Y ahora que llevamos computadoras encima todo el tiempo, en forma de teléfonos inteligentes, tabletas o lo que sea, el ordenador determina cada vez más adónde se dirige nuestra atención. Las empresas de software y de Internet saben muy bien qué es lo que atrapará nuestra atención. Cuando empezamos a regalar el control de nuestra mente y de nuestra atención, perdemos una fuente muy importante de libertad y libre albedrío.
P. ¿Es un peligro para nuestra sociedad que nuestras búsquedas de información, o compras, estén guiadas?
R. Hay algoritmos secretos que, en cierto modo, nos están manipulando.
P. ¿Nos están manipulando?
R. Lo estamos en muchos casos. Facebook determina con sus algoritmos lo que ves de tus amigos.
Pero como no informa de sus algoritmos, no sabemos qué intenciones tiene, por qué nos enseña una cosa y no la otra. Si haces una búsqueda en Google, son sus algoritmos secretos los que determinan lo que vas a ver y no sabemos cómo escogen lo que nos muestran. Podemos tener la esperanza de que su manipulación es benigna, que nos están ayudando, pero no podemos estar seguros de ello.
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2014/09/19/actualidad/1411146383_037635.html
La tecnologia no esta pensada para hacernos la vida mas facil, esta pensada para concentrar el poder y facilitar los negocios de un puñado de bancos y empresas
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EN EL ENJAMBRE
BYUNG-CHUL HAN
, 2014- Nº de páginas: 112 págs.
- Encuadernación: Tapa blanda
- Editorial: HERDER
- Lengua: CASTELLANO
- ISBN: 9788425433689
¿De
qué modo la revolución digital, internet y las redes sociales han
transformado la sociedad y las relaciones? Han analiza las diferencias
entre la «masa clásica» y la nueva masa, a la que llama el «enjambre
digital».
El «enjambre digital», a diferencia de la masa clásica,
consta de individuos aislados, y carece de alma, de un
nosotros capaz de andar en una dirección o emprender
una acción política común.
El «enjambre digital», a diferencia de la masa clásica,
consta de individuos aislados, y carece de alma, de un
nosotros capaz de andar en una dirección o emprender
una acción política común.
La hipercomunicación digital
nos aleja más del otro, bajo la ilusión que nos acerca,
y destruye el silencio que necesita el alma para reflexionar
y ser ella misma. Se percibe solo ruido, sin
sentido, sin coherencia. Todo ello impide la formación
de un contrapoder que pudiera cuestionar el orden establecido,
que adquiere así rasgos totalitarios.
nos aleja más del otro, bajo la ilusión que nos acerca,
y destruye el silencio que necesita el alma para reflexionar
y ser ella misma. Se percibe solo ruido, sin
sentido, sin coherencia. Todo ello impide la formación
de un contrapoder que pudiera cuestionar el orden establecido,
que adquiere así rasgos totalitarios.
«El hombre teclea en lugar de actuar», dice
Han. Hemos sometido las máquinas que nos explotaban,
pero ahora «son los aparatos digitales los que nos
esclavizan, transformando todo lugar en un lugar de
trabajo.»
Se ha dejado atrás la Biopolítica y nos dirigimos
a la era de la Psicopolítica,
El psicopoder es más eficiente que el biopoder ya que, con ayuda de la vigilancia digital, controla y mueve a las personas desde dentro,
incidiendo en los procesos psicológicos inconscientes.
incidiendo en los procesos psicológicos inconscientes.
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somos los "tontos utiles":
SERVIDUMBRE VOLUNTARIA
ESCLAVITUD VOLUNTARIA
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El día que Steve Jobs prohibió que sus hijos usaran el iPad:
Sorprendentemente, la mayoría de los gurús tecnológicos limitan su acceso a los pequeños //
"Es porque hemos visto de primera mano los peligros de la tecnología. Lo he visto en mí mismo"
De Benito Kozman / El Viralero | Redacción – vie, 19 sep 2014 17:10 CEST
Hace muchos años circuló como mito urbano la historia de un alto directivo de la marca Coca Cola que tenía terminantemente prohibido que sus hijos consumieran en casa el famoso refresco. En lugar de ello, mucha agua y zumos naturales…
Pues resulta que algo similar parece que ocurrió en su momento dentro de las paredes de la residencia del visionario Steve Jobs, el fundador de Apple,
el magnate de la industria tecnológica, uno de los hombres más
importantes de finales de siglo XX e inicios del XXI, al menos en lo que
a avances tecnológicos respecta.
Steve Jobs sujeta en 2010 lo que entonces era el nuevo iPad. (Getty Images)
De acuerdo con un artículo escrito por Nick Bilton para el New York Times,
el periodista rememora la ocasión, a finales de 2010, en que supuso
delante de Jobs que los hijos de este adorarían el iPad. Pero cuál
sería su sorpresa cuando supo de muy buena fuente que la familia
Jobs, con cuatro hijos nacidos entre 1978 y 1998, regulaba el acceso de
sus vástagos a la tecnología.“No lo han utilizado”, fue la respuesta del también primer accionista individual de The Walt Disney Company. “Limitamos la cantidad de tecnología que nuestros hijos usan en casa”, recalcó.
Bilton confiesa que se había imaginado el interior de la casa familiar plagado de pantallas táctiles, la mesa del comedor confeccionada a base de azulejos iPads, además de iPods bajo las almohadas de las habitaciones de los invitados, como si fueran cajas de chocolate que se regalan a los amigos…
De ahí que el columnista del New York Times no dude en calificar al cofudador de Píxar como un padre low-tech. Lo curioso es que al parecer Jobs no fue el único. De acuerdo con este artículo, no son pocos los ejecutivos de la alta tecnología que controlan, a veces con mano dura, el acceso de sus hijos a los artefactos y programas que ellos mismos idean, fabrican y promueven.
CHRIS ANDERSONUno de estos padres restrictivos es Chris Anderson, ex editor de Wired y ahora mismo Director Ejecutivo de 3D Robotics, un fabricante de aviones no tripulados, quien ha establecido controles parentales para todos los dispositivos tecnológicos de su hogar.
"Mis hijos nos acusan, a mí y a mi esposa, de ser unos fascistas –ha confesado Anderson-, excesivamente preocupados por la tecnología; dicen que ninguno de sus amigos sigue en sus casas las mismas reglas".
Sus palabras se muestran más graves cuando admite: "Es porque hemos visto de primera mano los peligros de la tecnología. Lo he visto en mí mismo, no quiero ver que eso suceda a mis hijos", recalcó.
En casa de Alex Constantinopla, por ejemplo, Director Ejecutivo de la Agencia OutCast, una firma tecnológica centrada en comunicación y marketing, el hijo menor de cinco años tiene prohibido el uso de aparatos de lunes a viernes, mientras que los otros dos mayores, de entre 10 y 13 años, disponen sólo de 30 minutos al día en los días de escuela.
EVAN WILLIAMS
Por su parte, Evan Williams, fundador de Blogger, Twitter y Media, y su esposa, Sara Williams, no esconden que, en lugar de iPads, sus dos hijos tienen cientos de libros “que se pueden tomar y leer en cualquier momento”.
Evan Williams habla durante una conferencia en San Francisco, en 2012 (REUTERS/Stephen Lam)
Según algunos estudios, los niños menores de 10 años parecen ser más susceptibles a convertirse en adictos a la tecnología, por lo que los padres más atentos a este problema reducen a cero su uso durante los días de estudio.
Y luego, durante el fin de semana, el acceso al iPad y a los teléfonos
inteligentes puede ir de los treinta minutos a las dos horas…Para los niños entre 10 y 14 años, el uso de la computadora estaría autorizado durante la semana, pero solo si se trata de hacer los deberes escolares.
Llama la atención de este analista y de buena parte de la sociedad que sean los mismos implicados en el sector tecnológico quienes lancen una señal de alarma al resto de los factores de la sociedad sobre la exposición a contenidos nocivos como la pornografía o el mismo acoso entre menores, además de la alarmante tendencia a la adicción infantil hacia toda una seductora variedad de dispositivos tecnológicos y redes sociales de los que nosotros, hace apenas veinte o treinta años, no teníamos ni la más remota idea.
Y como Steve Jobs falleció en octubre de 2011 sin que Nick Bilton le hiciera la segunda parte de la pregunta, a este no le quedó más remedio que acercarse a Walter Isaacson, el biógrafo del genio de Palo Alto: “¿Qué hacían los hijos de Jobs cuando estaban en casa?”
“Todas las noches –relató el amigo del genio-, Steve
se reunía a cenar con su familia en la larga mesa de la cocina, y allí
conversaban sobre libros, sobre historia y muchas cosas más. Nunca nadie
sacó un iPad o una computadora. Y sus hijos no parecían en lo absoluto adictos a esos dispositivos.”
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ESTAMOS
PERDIENDO NUESTRA CAPACIDAD DE CONCENTRACION Y LECTURA PROFUNDA.
“Los efectos de la exposición a internet y las pantallas en la lectura profunda despiertan preocupación entre los científicos. ¿Por cuánto tiempo se mantiene la atención en un texto?
Un martes cualquiera, a las 8:30 de la mañana, el andén del metro de Madrid es una colección de hombres y mujeres con la nuca doblada. Miran las pantallas de sus móviles y leen al ritmo que marcan las yemas de sus dedos que suben y bajan. Esta imagen se repite por las calles de España, en las salas de espera del médico,
en las colas de los supermercados. Leemos mucho, a todas horas y a
trompicones. El cambio en la forma de leer y procesar la información se ha convertido en una creciente fuente de observación y preocupación entre neurocientíficos y psicólogos, que temen que nuestra capacidad de concentración y de leer en profundidad esté mermando.
Los científicos trabajan con la hipótesis de que la forma de leer en internet, rápida, superficial y saltando de una información a otra junto a la expansión de las redes sociales y de los teléfonos inteligentes, han cambiado no solo nuestra forma de leer sino también nuestro cerebro.
Los científicos trabajan con la hipótesis de que la forma de leer en internet, rápida, superficial y saltando de una información a otra junto a la expansión de las redes sociales y de los teléfonos inteligentes, han cambiado no solo nuestra forma de leer sino también nuestro cerebro.
“Es muy plausible que la lectura profunda sea menos compatible con la lectura en las pantallas y que sea más difícil concentrarse porque las redes sociales, los correos, los anuncios web compiten por la atención del lector. Ese es el patrón que emerge de numerosos experimentos”, indica Anne Mangen, del Centro para la Investigación y la Educación Lectora de la Universidad de Stavanger, en Noruega, y presidenta de la plataforma europea E-Read.
Hasta aquí, la sinopsis de este artículo compuesta por tres párrafos introductorios de fácil lectura en internet, con enlaces que le permitirán saltar a otras páginas. A partir de ahora viene el resto del artículo, mucho más largo y en el que se desarrollarán las afirmaciones arriba expuestas. Es muy probable, sin embargo, que usted no llegue hasta el final, que se distraiga y corra a comprobar los mensajes de su móvil o salte a otra web. No se preocupe, no será el único.
Maryanne Wolf, neurocientífica cognitiva de la Universidad estadounidense de Tufts, es un referente en la materia. “Temo que la lectura digital esté cortocircuitando nuestro cerebro hasta el punto de dificultar la lectura profunda, crítica y analítica”, explica por teléfono Wolf, quien accede a abandonar por unos minutos su encierro californiano, donde trabaja en su próximo libro sobre la lectura. “Nuestra mente es plástica y maleable y es un reflejo de nuestros actos. Las investigaciones nos dicen que ha disminuido mucho nuestra capacidad de concentración. Los jóvenes cambian su atención unas 20 veces a la hora, de un aparato a otro. Cuando se sientan a leer, tienden a reproducir esa lectura interrumpida y en zigzag. Tenemos que ser conscientes de que estamos en medio de un cambio muy profundo”
Wolf cree que el momento histórico que más se asemeja a la revolución actual fue la transición de los griegos de la cultura oral a una centrada en la escritura. Sócrates, gran defensor de la cultura oral, protestó contra la cultura escrita, porque pensaba que era el único proceso intelectual capaz de probar, analizar e interiorizar conocimientos y de conducir a los jóvenes a la sabiduría y la virtud, explica Wolf. Las ideas escritas, creía, cortocircuitarían este proceso.
En 2010, David Nicholas presentó con la University College de Londres un estudio que dio la vuelta al mundo y que puso el foco en lo que llamaron la generación Google y que concluyó que los nativos digitales, nacidos a partir de 1993, eran más incapaces de analizar información compleja y más propensos a leer a toda prisa y de forma más superficial. Desde entonces, los teléfonos inteligentes y las redes sociales han ocupado parcelas y minutos de nuestras mentes antes liberados. El último informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) resalta la rápida penetración de los smartphones en España y cifra en 73.3 las conexiones por cada 100 habitantes. “Neurólogos y psicólogos confirman ahora que aquel diagnóstico no ha hecho más que empeorar. Nuestro cerebro ha perdido capacidad de concentración. La gente ya no quiere leer largo y profundo. El cambio es rapidísimo y los teléfonos inteligentes han acelerado este proceso porque hacen además que la gente lea en movimiento, lo que supone una distracción adicional. Las implicaciones para nuestra cultura y nuestra sociedad son inmensas”.
Andrew Dillon, catedrático de Psicología de la Información de la Universidad de Austin, en Texas, es otro de los grandes estudiosos del fenómeno y no alberga dudas de que “asistimos a un cambio en nuestra forma de leer. Durante siglos apenas ha habido cambios. Aprendíamos a leer y a lo largo de nuestra vida íbamos perfeccionando esa habilidad. Ahora todo eso ha cambiado. Vamos saltando de un vínculo a otro. Leemos mucho, pero de una forma muy superficial. Como sociedad, estamos perdiendo la capacidad de formular ideas profundas y complejas. Corremos el riesgo de estar atontándonos, de pensar de manera más simplista y fragmentada. Tenemos que dar a la mente la oportunidad de manejar ideas complicadas”.
Los expertos como Maryanne Wolf, autora de “Cómo aprendemos a leer”, recomiendan reservar un tiempo cada día para desconectar de las pantallas y de internet para recobrar el sosiego y la concentración
necesarios para la lectura profunda. Wolf explica que no solo basta con
sentarse y coger un libro. Aconseja dejar fuera de la habitación el móvil y la tableta para no sucumbir a la tentación. “Hay que hacer un esfuerzo consciente, porque cada vez nos bombardean con más información. La tecnología que hemos creado es un imán para la lectura superficial”, coincide Andrew Dillon, decano de la Facultad de la Información de la Universidad estadounidense de Austin (Texas).
Mangen, la investigadora noruega, ha realizado tres estudios empíricos en los últimos años para analizar el impacto de las pantallas en la lectura. En uno de ellos, chicos de 15 años leyeron textos de cuatro folios en papel y otros lo hicieron en formato digital. Cuando les examinaron de comprensión lectora, vieron que los que habían leído en papel habían
comprendido mucho mejor el texto. En otro de sus experimentos
participaron adultos canadienses a los que se les dio un relato muy
triste. Los que leyeron en papel mostraron mayor empatía que los que usaron una tableta. Mangen, como otros expertos, advierte de que aún no se pueden extraer conclusiones generales, en parte porque habrá lecturas que se beneficien del uso de las pantallas, pero la profunda probablemente se resentirá.
La misma cautela transmite Ladislao Salmerón, uno de los dos representantes españoles en el proyecto de investigación europeo. Asegura, sin embargo, que algunos estudios sugieren que la información digital nos proporciona la sensación de una falsa facilidad para analizar los datos y que el miedo es que esa sensación se traslade al ámbito de la lectura profunda, “uno de los actos más complejos del ser humano”. Salmerón, experto en hipervínculos de la estructura de investigación interdisciplinar de la lectura de la Universidad de Valencia, asegura que es muy difícil establecer una causalidad unívoca entre los hábitos de lectura digital y la concentración o la impaciencia. Ha estudiado el movimiento ocular durante la lectura de estudiantes de 13 y 14 años y ha concluido que los alumnos buenos en papel leen mejor también en digital, siempre que utilicen las estrategias de lectura profunda y no abusen del escaneo.
Uno de los estudios a los que Salmerón
hace referencia es el de R. Ackerman y M. Goldsmith, de la Universidad
de Haifa (Israel), que concluye que los alumnos que utilizan la pantalla
estudian menos tiempo que los que leen los mismos textos en papel,
porque la lectura en pantalla genera la sensación de falso aprendizaje y dejan la tarea antes de tiempo. Otro, de la Universidad de Northwestern (EUA), estudió a padres que leen a sus hijos con una tableta y otros que les leen un libro en papel. Estos últimos dedican más tiempo a comentar cuestiones relacionadas con la historia y su vocabulario, mientras los primeros comentan más elementos técnicos (cómo encender el aparato, para qué sirven los botones…) durante la lectura. Otro más, de la Universidad de Connecticut, examinó los efectos de la multitarea en los estudiantes y concluyó que los estudiantes que mensajeaban mientras leían un texto demostraban una comprensión lectora mucho peor.
Naomi Baron, lingüista
de la American University y autora de Words Onscreen: The Fate of
Reading in a Digital World, explica ha realizado experimentos con
universitarios de Estados Unidos, Alemania, Japón y Eslovaquia que indican que se concentran más y mejor cuando leen en papel. Cita estudios que hablan de una cierta resurrección de la lectura en papel. “Hace tres o cuatro años, en Estados Unidos y en Reino Unido mucha gente pensó que la lectura digital iba a acabar con la lectura en papel. Los últimos dos años demuestran que la gente sigue comprando libros”. Para Baron, la cuestión no es tanto el soporte, papel o digital, sino más bien las distracciones inherentes a la conexión a internet y a las redes sociales. “Tengo
alumnos para los que la lectura es el tiempo que transcurre hasta el
siguiente bip que les anuncia que tiene un mensaje en el móvil, que un amigo ha actualizado su Facebook, o que tiene un wasap. El problema es la sensación que producen las redes sociales de que siempre tienes que estar disponible para contestar. Es muy difícil concentrarse, porque la hiperconexión hace que temas estar perdiéndote algo. Somos socialmente más inseguros y estamos más estresados”.
Insiste además, en que la multitarea, a diferencia de otras actividades, no mejora con la práctica. “Si tocas el violín y practicas mucho, acabarás tocando mejor. El problema es que cuando haces varias cosas distintas a la vez –estoy escribiendo y salto a comprar un billete por internet- los estudios psicológicos concluyen que no lo haces tan bien como si haces una sola cosa, por mucho que ejercites la multitarea”.
Los expertos como Wolf recomiendan un tiempo diario de desconexión. No solo basta con coger un libro. Hay que alejar el móvil y la tableta para no sucumbir a la tentación. “Es importante reservar un tiempo cada día para leer desconectados de internet. Hay que hacer un esfuerzo consciente, porque cada vez nos bombardean con más información”, aconseja Dillon.
Lector, ¿sigue ahí?
En España, el fenómeno está menos estudiado, en parte, porque la expansión de la vida digital ha sido más tardía que en el mundo anglosajón, explica Antonio Basanta, director de la fundación Germán Sánchez Ruipérez: “En España no hay estudios fiables”. Datos de la Federación de gremio de editores sí indican que se venden menos libros: 153,830,000 ejemplares en 2013 frente a los 228,230,000 de 2010. El último barómetro del CIS indica además que la mitad de españoles no compró ningún libro en 2014 y que el 35 % no lee nunca o casi nunca.
Al contrario que sus colegas anglosajones, Basanta mira al futuro de la lectura con gran optimismo. “La tele y la radio también iban a ser una catástrofe. Nunca se ha leído tanto en el mundo ni ha habido tanta información
disponible. Si se maneja bien, puede ser algo extraordinariamente
positivo. No se trata de poner puertas al campo, sino de adiestrar a las
personas para que extraigan el máximo rendimiento de los distintos tipos de lecturas, de la unívoca y de la plural. Picotear o leer con profundidad no son acciones antagónicas, son complementarias. Sí, hay una oferta que nos invade, pero lo que tenemos que hacer es tomar de nuevo el timón”. Basanta cree que la escuela es el lugar en el que la convivencia de las lecturas debe convertirse en un objetivo prioritario. “El sistema educativo no les enseña esas capacidades”.
Un domingo de mayo, a última hora de la tarde, una quincena de personas se reúne para diseccionar “Noticias de un secuestro” de Gabriel García Márquez. Forman parte del club de lectura El Ciervo Blanco y la mayoría hace décadas que dejó atrás
la escuela. En general, reciben internet, los ebooks, las tabletas con
los brazos abiertos, dicen que les permiten profundizar y acceder a
información de una forma inimaginable hasta ahora. No tienen miedo a que su forma de leer se vea afectada por las nuevas tecnologías. “Tengo muchas décadas de libro. No creo que vaya a cambiar mi forma de leer de un día para otro”, piensa Susana Gutiérrez, una abogada de 52 años que hoy participa en la tertulia.
En la otra punta del corrillo literario se sienta Virginia Jiménez, maestra de primaria de 33 años. Su visión difiere bastante de la de sus colegas más veteranos. “Yo lo noto mucho. Ahora me cuesta mucho más concentrarme. A veces leo y tengo que volver a leer lo mismo porque no me entero”. Cuenta que sus alumnos sufren todavía más el cambio. “No se centran y tienen poca capacidad para esperar. Van muy rápido, a lo superficial y no entienden lo que leen, tampoco los que son buenos alumnos. Les preguntas dónde sucede la historia y te responden que la semana pasada”. Este artículo termina aquí. Ya puede pasar a la siguiente tarea.”
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Vivimos una época de
embriaguez tecnológica en la que todos nos inclinamos fascinados ante el
becerro de oro de las nuevas tecnologías.
Sin embargo, debemos hacernos una pregunta antipática:
¿constituyen todas estas nuevas tecnologías avances productivos o tecnologia banal?
¿Por qué entonces se ha ralentizado el crecimiento de la productividad en los países desarrollados?
Dado que el tiempo es un
recurso evidentemente escaso (una constante desde el albor de los
tiempos es que el día tiene sólo 24 horas), la clave del progreso
material a largo plazo es el aumento de la productividad, es decir,
cuánto más logramos producir
en esas mismas 24 horas:
todo aquello que nos haga ganar tiempo es un aumento de la
productividad, y todo aquello que nos haga perder tiempo supone una
caída de la misma.
Los revolucionarios avances
posteriores a la Revolución Industrial supusieron enormes ahorros de
tiempo. Hasta entonces y durante milenios, la productividad apenas
aumentaba y, en consecuencia, generación tras generación las familias
disponían prácticamente
de los mismos recursos que sus antepasados más lejanos. Las granjas del
s. XVIII, por ejemplo, eran muy parecidas a las de los tiempos de Roma.
Con la Revolución
Industrial, y por primera vez en la Historia, se sustituyó la fuerza
bruta del hombre y de los animales por la de la máquina, primero con la
máquina de vapor y, posteriormente, con la electricidad y el motor de
combustión.
También por primera vez el
tren, al barco a motor, al automóvil y, finalmente, al avión lograron
una inimaginable reducción de tiempos de viaje acortando distancias.
Hasta principios del s. XIX los hombres viajaban de la misma forma (a
pie y a caballo) y
los barcos utilizaban la misma tecnología (la vela) que en el Antiguo
Egipto, casi 5.000 años antes.
Por primera vez, la
electricidad permitió no depender de la luz diurna y la noche pudo
transformarse en día sin encender fuego. Se inventaron el telégrafo y el
teléfono, la radio y la televisión, por lo que también por primera vez
el hombre pudo comunicarse
a distancia, transmitir sonido e imágenes y conservarlas.
El frío artificial hizo
posible la conservación de alimentos, el aire acondicionado, el progreso
en climas cálidos, los electrodomésticos liberaron tiempo y trajeron
confort, la producción en cadena permitió un increíble abaratamiento de
los bienes, los
fertilizantes hicieron posible multiplicar la producción de alimentos
con la misma superficie de tierra cultivable (otro recurso escaso) y el
desarrollo de materiales como el acero, el plástico y la fibra de vidrio
facilitaron la fabricación de bienes impensables
hasta entonces.
Todo ello fue posible gracias a la energía barata provista por combustibles como el carbón y el petróleo, hoy tan grotescamente denostados, sin cuya abundancia y eficiencia energética resulta impensable tamaño salto de progreso de la Humanidad.
Desde el punto de vista
humano, el aumento de la productividad siempre ha tenido su origen en el
ingenio y tenacidad de una minoría de inconformistas capaces de
apoyarse en el conocimiento y la experiencia acumulados por generaciones
precedentes y, simultáneamente,
cuestionar creencias arraigadas y limitantes desafiando el statu quo
en la terca convicción de que mejorar es posible. Estos inconformistas
son científicos, inventores y también empresarios, cuyo papel en el
aumento de la productividad a través de
las mejoras del proceso productivo suele ser ignorado.
Por ejemplo, entre 1909 y
1919 Henry Ford, inventor de la producción en cadena, pasó de fabricar
18.000 coches anuales a fabricar 1.000.000 con tal eficiencia productiva
que, en el mismo período, pudo
bajar el precio medio de cada Ford T cerca de un 50%, doblar el salario mínimo en sus fábricas y
lograr beneficios año tras año (frente a tantas “empresas” tecnológicas actuales en las que los beneficios, como Godot en la obra de Beckett, nunca llegan).
Pues bien, este salto tecnológico brutal se produjo, fundamentalmente, entre principios del s. XIX y el segundo tercio del s. XX, y supuso un enorme ahorro de tiempo.
Desde entonces, la productividad en los países desarrollados parece haberse ralentizado, conviviendo avances en el campo de la robótica y la automatización de rutinas con mejoras marginales poco destacables en multitud de productos, evoluciones más que revoluciones.
Esta disparidad entre la percepción generalizada de estar viviendo inmersos en increíbles avances tecnológicos y una mediocre mejora de la productividad causa cierta perplejidad.
Es cierto que muchas innovaciones recientes sólo están dirigidas a la miniaturización y a un ocio generalmente poco inteligente, más que a aumentar la productividad. Incluso el extraordinario invento de internet parece haber tenido un efecto relativamente efímero en la productividad y puede haber caído ya en manos de la ley de rendimientos decrecientes.
De hecho,
¡cuánto tiempo perdemos con ciertas aplicaciones de las nuevas tecnologías como el email o los teléfonos móviles, en los que tecleamos como taquígrafos enloquecidos salivando como perros de Pavlov cada vez que oímos el aviso de que alguien nos ha escrito alguna nadería!
¿Y qué decir del tiempo perdido en las redes sociales (o deberíamos decir asociales), esos instrumentos de propaganda y linchamiento organizado, de control de la población, de fomento de la esclavitud del qué dirán y de incitación a todo tipo de adicciones?
Así surge una pregunta incómoda para una sociedad que sufre de histeria tecnológica:
¿es comparable el salto producido entre 1800 y 1970 con el producido por los cambios tecnológicos del último medio siglo? Pongámoslo de otra manera.
¿es comparable el salto producido entre 1800 y 1970 con el producido por los cambios tecnológicos del último medio siglo? Pongámoslo de otra manera.
¿Qué valoraría más un hogar africano pobre:
agua corriente, electricidad, teléfono fijo, electrodomésticos, fertilizantes, aire acondicionado y un coche, o un ordenador con internet, un móvil llenito de aplicaciones y un perfil en las redes sociales?
basado en articulo de Expansion
05/2017agua corriente, electricidad, teléfono fijo, electrodomésticos, fertilizantes, aire acondicionado y un coche, o un ordenador con internet, un móvil llenito de aplicaciones y un perfil en las redes sociales?