Galaxia Gutenberg / Círculo de lectores. Barcelona, 2012. 1.200 páginas, 27,90 euros. Calificación: cinco estrellas
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Otra vision de la conspiracion: 
 
 
Adam Weishaupt, fundador de los Illuminati, también trabajó intensamente
 como miembro de la orden Masónica Gran Oriente para preparar la así 
llamada ‘revolución’. (
Nesta Webster, "La Revolución" francesa, Londres, 1919, Pág. 20-21.) Al mismo tiempo, el Illuminati había ganado una fundación segura en Francia. Un judío portugués, 
Martínez Paschalis, había formado grupos del Illuminati por el país en 1787. El 
Conde Honore Gabriel Riqueti de Mirabeau (alias Leónidas) se tranformó en el líder Illuminati más importante.
Otro Illuminatus importante, el escritor y editor, 
Johann Joachim Christoph Presagie (1730-1793), alias Amelius, 
había viajado a París en el mismo año para organizar la revolución francesa y dar la señal ‘
vamos’ para la rebelión dos años después, según el libro de Johannes Rogalla von Bieberstein "
Die These von der Verschworung 1776-1945" (Frankfurt am Main, 1978).
Como Illuminatus, Presagie había tenido éxito haciendo los contactos con
 otros francmasones, también en Suecia. Él publicó la primera revista 
Masónica durante los años 1116-1119. Él también tomó parte en la 
convención Masónica en Wilhelmsbad en 1782.
 
Weishaupt había enviado al judío 
Giuseppe Balsamo
 (nacido el 8 de junio de 1743 en Palermo), quién se presentó bajo el 
falso título Conde Alessandro Cagliostro, en Francia para que los 
Illuminati controlaran las órdenes Masónicas francesas. Cagliostro- 
Balsamo había sido reclutado en Frankfurt am Main en 1781. ("
El Sendero de la Serpiente", Hawthorne, California, 1936, pág. 163.)
Un año antes, se había declarado líder de la francmasonería egipcia. 
Cagliostro también tomó parte en el importante Congreso Masónico en 
París el 15 de febrero de 1785. Cagliostro fue expulsado de Francia en 
1786 en relación con el "asunto del collar". Fue encarcelado en Roma en 
1789, después de intentar levantar una Logia Masónica y fue sentenciado 
al encarcelamiento por vida. Cagliostro murió el 26 de agosto de 1795.
El lacayo más importante de Rothschild, Adam Weishaupt, también fue 
enviado a París con fondos ilimitados para sobornar a hombres 
importantes, organizar una revuelta y deponer al rey. Un comité secreto 
fue designado en la convención Masónica de febrero de 1785 para 
coordinar las acciones de la revolución. Esta incluía a San-Martin, 
Etrilla, Franz Anton Mesmer, Cagliostro, Mirabeau, Charles Maurice de 
Talleyrand (en realidad T. Perigord), Bode, Dahlberg, Barón de Gleichen,
 Lavater, Conde Louis de Hesse, y representantes del Gran Oriente de 
Polonia y Lituania. ("
El Sendero de la Serpiente", Pág. 73.)
Weishaupt siempre jugó el papel principal a las reuniones del Illuminati en París. 
Él invitó a miles de asesinos a París.
Muchos pasquines contra la Reina Marie Antoinette comenzaron a circular 
en París (Svenska Dagbladet, 27 de sept de 1987). Después de esto, se 
lanzaron hojas impresas para incitar al pueblo a sublevarse. El objetivo
 de los francmasones era destronar al rey. La máquina de propaganda fue 
hábilmente tendida. Marie Antoinette fue transformada en el símbolo de 
todo el mal en el reino.

Estos
 llamados revolucionarios que trabajaron para minar el orden establecido
 eran a menudo jóvenes y muchos entre ellos era judíos o francmasones, 
según el historiador Henrik Berggren, Ph. D. (
Dagens Syheter, 20 de enero de 1987, "La Gramática de la Revolución"). 
Los trescientos hombres que tomaron el poder bajo la Revolución francesa eran todos Illuminati. (
Gerald B. Winrod, "Adam Weishaupt - "Un Diablo Humano", pág. 37.)
Marat y Robespierre pertenecían oficialmente a la organización 
"revolucionaria" 'Los Amargados'. La 'Asociación de los Iguales' también
 había estado activa en París desde 1786. Esta organización había ya 
decidido en el mismo año, dónde encarcelar a los "enemigos del pueblo."
Los líderes revolucionarios Mirabeau, Garat, Robespierre, Marat, Danton,
 Desmoulins y muchos otros eran Illuminati, según Gerald B. Winrod, 
"Adam Weishaupt - "Un Diablo Humano" (pág. 36).
Según Nesta Webster, Danton y Mirabeau eran originalmente miembros de la
 Logia Masónica "Les Amis Reunis" (Los Amigos Reunidos) sobre la cual el
 Illuminati también puso su marca. 
Louis Leon Saint-Just, llamado uno de los padres del totalitarismo, también era francmasón.
 El Illuminati se tomó los clubes Jacobinos en 1789. 152 de estos
 clubes estaban activos el 10 de agosto de 1790, según la Enciclopedia 
Británica. Los Jacobinos tenían una red centralizada sobre toda Francia.
El primer club fue tomado por los colaboradores cercanos de Weishaupt, Bode y el Barón de Busche.
Los fondos de los Jacobinos sumaban 30 millones de libras en 1791. Los 
investigadores honestos han señalado que la historia de los Jacobinos es
 de hecho una parte de la historia del Illuminati. No debemos olvidar 
que uno de los títulos de 
Weishaupt fue "Patriarca de los Jacobinos". Los Jacobinos también llevaron gorras rojas las cuales llamaba las "gorras de la libertad" o gorras Jacobinas.
Según la propaganda actualmente conocida, Louis XVI era un tirano 
implacable y estúpido. En la realidad, él era afable, una persona bien 
intencionada, un hombre de familia expresivamente religioso y, además 
extremadamente ágil de mente y un literato, según la biografía del Rey 
del historiador francés Eric Le Nabour, "Le pouvoir et la fatalite" ("El
 Poder y la Fatalidad"). Leía a menudo sus enciclopedias. Louis era tan 
miope que tenía dificultad para reconocer a las personas a una distancia
 de sólo unos pasos. Era un buen cerrajero y tenía conocimientos de 
mecánicas que sorprendieron a los expertos contemporáneos. Le gustaban 
la carpintería y el trabajo en madera. El rey no tenía interés en los 
glamorosos aspectos de vida en la corte. Louis tenía 16 años cuando se 
casó con Marie Antoinette de 14 años de edad. Nunca viajó al extranjero.

Los Illuminati han logrado presentar tan negativa como sea posible la 
imagen de Louis XVI y su Francia al mundo pos-revolucionario. No fue la 
extravagancia y el malgasto de la corte lo que causó el enorme déficit 
estatal, sino el apoyo de Francia a la Revolución norteamericana.
Los costos de la guerra contra Inglaterra fueron astronómicos. Louis XVI
 fue la primera cabeza de estado del Viejo Mundo en reconocer esta nueva
 república. Gustavus III fue el segundo.
Louis XVI habían reformado el sistema judicial, abolido la tortura en 
1788, humanizó las prisiones y desarrolló un servicio de salud. 
Pavimentó el camino a la caída de la monarquía a través de las 
constantes pequeñas concesiones a los francmasones y a los Illuminati. 
La revolución no fue organizada en un país indigente, sino en una nación
 floreciente. Las exportaciones de Francia se habían multiplicado diez 
veces durante el siglo. La industria y la agricultura habían hecho 
grandes adelantos.
La red francesa de más de 40.000 kilómetros de caminos empedrados era admirada por un asombrado mundo. (
René Sedillot, "Le cout de la Revolution francaise" / "Los Costos de la Revolución francesa", París, 1986.)
Un presagio de la catástrofe por venir ocurrió casi exactamente un año 
antes, en la mañana del 13 de julio de 1788, una gran tormenta asoló por
 el país. En pocos minutos la temperatura bajó 13 grados, el sol se 
ocultó y granizos como piedras, del tamaño de la cabeza de un bebé, 
cayeron sobre los campos de cultivo más ricos del país -900.000 
hectáreas fueron afectadas, los árboles fueron arrancados de raíz, las 
viñas fueron destruidas y las cosechas se estropearon. Más de mil 
pueblos sufrieron. Los tejados fueron barridos por el viento y las 
torres de las iglesias se derrumbaron. No pasó tiempo antes que los 
supersticiosos se demostraran en lo correcto - era una terrible señal de
 calamidad y violencia, de súbita muerte. Tampoco fue una buena señal 
que el precio del pan comenzara a subir día a día, 
las hordas de mendigos marchaban por los caminos y más de 100.000 indigentes marcharon a París.
Otro mal agüero fue que el invierno de 1788-1789 en Francia, fue 
sumamente severo. El puerto de Marsella se congeló totalmente. Todo el 
tráfico entre Dover y Calais se detuvo. Los molinos se congelaron y no 
podían moler el trigo, por lo cual la escasez de pan se puso desastrosa.
Por esto el populacho pudo ser incitado a sublevarse. Los alborotos 
siguieron a lo largo del invierno. El 1 de marzo de 1789, el teniente de
 19 años, Napoleón Bonaparte, fue enviado a Dijon para aplastar un 
alboroto pero se negó a tomar el lado del rey. Escogió entregarse a los 
revolucionarios.
 Las fuerzas oscuras del Illuminati fomentaron los alborotos en el campo francés.
 Las deudas debidos al déficit estatal consumieron la mitad del 
presupuesto francés. Todo este dinero encontró su camino a las manos de 
usureros prestamistas judíos.
Todos estos factores fueron explotados. El tiempo para el golpe había 
llegado para los conspiradores que habían unido a los clubes Jacobinos.
Como un firma del preludio, Mirabeau llamó al Estado General el 5 de 
mayo de 1789, justo después del treceavo aniversario de la fundación del
 Illuminati. Marx describió a Mirabeau como "el león de la revolución."
 En el comienzo de la Revolución existían 282 Logias Masónicas en Francia, de las cuales 266 estaban controladas por el Illuminati, según Nesta Webster (
la Revolución" "Mundial, Londres, 1921, pág. 28). Fueron esto mismos grupos quienes organizaron todos los alborotos y problemas.
El 13 de julio de 1789, a las 11 hrs., los conspiradores se reunieron en
 la iglesia Prix San-Antoine dónde prepararon un comité revolucionario y
 discutieron cómo organizar la milicia revolucionaria. Dufour del Gran 
Oriente presidió la reunión. Incluso la caída de la Bastilla fue 
planificada por estos francmasones, según el testimonio de Gustave Bord.
 (
V. Ivanov, "Los Secretos de Francmasonería", Moscú, 1992, pág. 120.)
Al día siguiente, el 14 de julio, el pueblo fue incitado a marchar hacia la fortaleza de la Bastilla con hachas en sus manos. 
Contrariamente
 a lo que el mito de los Illuminati dice acerca de esto, no hubo asalto y
 captura de la Bastilla. Simplemente capituló ante las amenazas de 
cuatro francmasones. De esta manera fue tomada la Bastilla. En la 
realidad, no tenía mucho sentido tomar la Bastilla - las autoridades ya 
habían decidido demolerla para construir una área de albergue.
 Ni un solo prisionero político se encontraba en la Bastilla. 
 
Había sólo siete personas encarceladas. Cuatro de éstos eran tristemente
 famosos estafadores y falsificadores. El joven Comte de Solages había 
sido encarcelado a petición de su padre ya que había cometido severas 
ofensas (incesto). Dos de los presos de la Bastilla estaban mentalmente 
enfermos; uno de éstos era un irlandés con una barba de 1 metro de larga
 que afirmaba ser el propio Dios.
Del libro: Bajo el signo del escorpión
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mas informacion: 
Napoleon fue el bueno de la historia contra el perfido Imperio Britanico:
Este documento que os enlazo
 y que me ha enviado un lector de la página sobre la época de Napoleón 
alumbra un gigantesco cambio de la Historia que nos enseñaron en la 
escuela, en España, acerca de la figura del emperador francés.
Bien es cierto que procede del Instituto Napoleónico México-Francia, 
pero los datos que aporta en torno a la conspiración de los banqueros al
 servicio de Inglaterra concuerdan de tal manera con lo que ahora 
sabemos acerca de la independencia de los actuales estados americanos de
 habla hispana que me parece que se va a convertir en Historia Oficial 
dentro de no mucho.
El documento del escritor e historiador francés Maximilien Vox, recrea 
desde otro punto de vista los acontecimientos europeos alrededor de la 
victoriosa batalla napoleónica de Austerlitz;
 mientras el emperador triunfaba, en la retaguardia el banquero Ouvrard 
estaba llevando a la bancarrota al estado francés al frente de la 
Compañía de Negociantes Reunidos que proveía de aprovisionamientos a las
 tropas galas. La descripción que hace de esas maniobras es muy 
detallada y bastante confusa, por lo que habrá de estudiarse como se 
merece, pero después de las dos primeras lecturas que he realizado todo 
ello conecta muy bien con la conspiración Rotschild que desembocó en la 
Batalla de Waterloo 1815, que todos ya conocemos.
Lo interesante de este documento es que entendemos muchas otras cosas 
gracias a él porque, por ejemplo, aparece la moneda española como 
avalista de este conglomerado (y a su vez el oro mejicano), que en un 
oscuro contubernio acaba afectando gravemente a la banca española, de 
una manera que parece calcada a la época actual.
El principio consistía en utilizar los cuatrocientos millones de la 
reserva de oro que duerme inaccesible en los sótanos del virrey de 
México, bloqueada por los cruceros ingleses – para echar mano sobre el 
dinero vivo y corriente que yace en el bolsillo del contribuyente 
francés.
El mecanismo es ingenioso, pero simple: contra adelantos autorizados a 
9%, la compañía Ouvrard-Négociants Réunis (Ouvrard Negociantes Reunidos)
 se hace entregar por el Tesoro las deudas de los recaudadores 
generales, garantizadas por anticipado con el ingreso de los impuestos 
inmobiliarios. Habiéndolos hecho negociar a 6% por la Banca de Francia, 
usa el producto para soldar a los proveedores generales del ejército: 
MM. Ouvrard, Vanlerberghe et Cie. A cambio, los cofres del Estado 
reciben bonos de la Caja de Consolidación de Madrid: pues justamente se 
acaba de encargar del «subsidio de neutralidad» anualmente impuesto al 
gobierno español una cierta sociedad Ouvrard et Cie de Bordeaux – cuyo 
coasociado no es otro que el rey Carlos IV de España en persona: el 
contrato está firmado: Yo, el Rey. Dicha sociedad recibió el monopolio 
exclusivo del comercio con la América española, incluido el de los 
metales preciosos.
El circuito consiste, así, en pagar en tintineos de piastras, – y cobrar
 en billetes de la Banca de Francia: pues la garantía de base es 
puramente teórica, haciendo Pitt oídos de mercader a las solicitudes de 
la banca anglo-holandesa Baring and Rope que se encargó de importar a 
Europa el fabuloso metal del que se alimenta la guerra. El grupo Ouvrard
 está pues obligado a sisar del Tesoro, mediante un millón de comisión 
entregada bajo mano al comisionario Roger, el permiso exorbitante de 
extraer contra simple recibo los fondos disponibles en la caja de los 
recaudadores generales de las contribuciones. De tal forma que la Banca,
 presentando a éstos las deudas descontadas, no puede recibir nada más 
que los recibos de los Négociants Réunis. Ha emitido papel contra papel.
 
Lo que logro entender es que el bloqueo inglés del oro español guardado 
en México, que a su vez debía pagar a Napoleón por su protección de los 
piratas ingleses, no llegó a Europa, de manera que Francia quedó 
desabastecida del metal, y así estos acreedores-banqueros comenzaron a 
sisar de la banca francesa, al tiempo que el rey español Carlos IV 
traicionó al pueblo español al asociarse con los banqueros sionistas y 
cederles el monopolio exclusivo del comercio con la América Española. 
Algo “clavado” a lo que ha sucedido con el rey y los gobernantes 
actuales que han vendido las empresas españolas al capital sionista”.
Nos enteramos (yo al menos lo desconocía) que en aquella época 
Inglaterra había decretado un bloqueo comercial sobre Francia y los 
países neutrales (incluido España) que es la explicación política de la 
época de los piratas.
España, tomada por los banqueros sionistas, había sido aliado histórico 
de Francia en la independencia de las colonias norteamericanas y por eso
 atacaron conjuntamente Portugal (al servicio de Inglaterra).
La invasión napoleónica posterior, que se desarrolla el año siguiente de
 la vuelta de Napoleón de Austerlitz (1807-8) fue para evitar que 
Inglaterra se quedara con España, luego la historia oficial acerca de 
los supuestos valores democráticos de las constituciones liberales es 
falso: eran los falsos valores liberales, que en realidad no es más que 
el imperio inglés lo que se jugó en esa “
guerra de la independencia“.
 De manera que los supuestos guerrilleros españoles fueron el 
equivalente decimonónico a los soldados del ISIS actuales; eran 
bandidos, como los narcotraficantes actuales.
A la luz de los datos exhibidos por Maximilien Vox, Carlos IV traicionó al pueblo español, de manera que 
la llegada de su hijo Fernando VII habrá de ser estudiada con otra luz, con 
el carlismo, enfrentado al rey Fernando VII, como posible ganador moral de esta batalla.
Casi con total seguridad, todos los golpes de estado del siglo XIX y la 
batalla entre liberales y conservadores tuvieron como telón de fondo la 
disputa sobre quién tenía derecho a emitir la moneda: si los banqueros 
sionistas (ingleses) o el gobierno español. En vuestros países debió 
ocurrir exactamente lo mismo. Al igual que en Estados Unidos, por 
supuesto.
Decididamente, tenemos que reescribir la Historia.
 
www.rafapal.com/
---este es el documento mencionado al principio de este ultimo articulo: 
| PRESENTACIÓN 
                                GENERAL |  | 
 
                              | Por 
                                Eduardo Garzón-Sobrado Presidente-fundador del Instituto Napoleónico 
                                México-Francia
 |  | 
 
                              | 
                                    
 
                                      | 
                                          
 
                                            | 
« 
                                                El sistema del gabinete inglés 
                                                será siempre aniquilar 
                                                a Francia como su único 
                                                rival, y reinar después 
                                                despóticamente sobre el 
                                                universo entero ». |   
                                            | 
Conde 
                                                Simón de Voronzov, embajador 
                                                de Rusia en Londres, 1803. |  |  | 
 
                              | 
En 
                                  un artículo publicado en el diario de 
                                  su Fundación de la cultura estratégica, 
                                  y difundido enseguida en la publicación 
                                  de Internet Global Research, el general 
                                  Leonid Ivachov, vice-presidente de la Academia 
                                  de Asuntos Geopolíticos, escribe:
 -----« ¿Cuál 
                                  es la verdadera razón por la que los 
                                  Estados Unidos desencadenarían un conflicto 
                                  militar en Irán? Actividades que tienen 
                                  consecuencias de proporción mundial no 
                                  pueden estar destinadas más que a tratar 
                                  un problema mundial. Ese problema no es para 
                                  nada un secreto – es la posibilidad de 
                                  una quiebra del sistema financiero internacional 
                                  sobre el dólar estadounidense. Actualmente, 
                                  la masa de la moneda estadounidense rebasa el 
                                  valor total de todos los haberes estadounidenses 
                                  por un factor de diez. Todo lo que se halla 
                                  en los Estados Unidos - industrias, inmuebles, 
                                  tecnologías de punta, etc., - ha sido 
                                  hipotecado más de diez veces por doquier 
                                  en el mundo. Una deuda de semejante amplitud 
                                  no podrá ser reembolsada jamás, 
                                  solo puede ser retardada. Los montos en dólares 
                                  que figuran en las cuentas de los individuos, 
                                  de organizaciones y de Tesoros públicos 
                                  constituyen una realidad virtual. Estas entradas 
                                  no se apoyan sobre productos, objetos de valor 
                                  o nada que exista en la realidad. Si este endeudamiento 
                                  estadounidense es simplemente eliminado, será 
                                  el fin de la regla bien establecida del becerro 
                                  de oro. La importancia de los eventos que están 
                                  por venir es realmente épica. Es por 
                                  ello que el agresor ignora las consecuencias 
                                  catastróficas globales de su ofensiva. 
                                  Los “banqueros mundiales” en quiebra 
                                  necesitan un evento de fuerza mayor de proporciones 
                                  mundiales para salirse con la suya. La solución 
                                  ya está prevista. Los Estados Unidos 
                                  no tienen nada más que ofrecer al mundo 
                                  para salvar al dólar en declive que operaciones 
                                  militares como las de Yugoslavia, Afganistán 
                                  e Irak. E incluso esos conflictos locales no 
                                  dan más que efectos a corto plazo. Es 
                                  preciso algo mucho más importante, y 
                                  esa necesidad es urgente. »
 
Este texto neurálgico 
                                  se torna aún más interesante en 
                                  el caso que nos ocupa cuando, por medio de un 
                                  ejercicio de transposición histórica, 
                                  lo aplicamos – respetando toda proporción 
                                  por supuesto – a los sucesos que marcaron 
                                  el Imperio, y de los cuales se estudiarán 
                                  algunos de los aspectos financieros más 
                                  importantes en el artículo que presentamos 
                                  a continuación así como a través 
                                  de los textos que se incorporen sucesivamente 
                                  a ésta rúbrica..Reemplacemos por un momento a los Estados Unidos 
                                  por Inglaterra, y a las diversas operaciones 
                                  militares evocadas por Ivachov por las guerras 
                                  de Coalición impuestas a Napoleón. 
                                  Tendremos entonces frente a nosotros en toda 
                                  su espantosa desnudez una de las dos claves 
                                  de las constantes ofensivas armadas financiadas 
                                  por Albión contra el Emperador: la hegemonía 
                                  comercial internacional.
 En efecto, Napoleón se enfrentó 
                                  toda su vida a los demonios del capitalismo 
                                  salvaje, del libre mercado, derivados de las 
                                  teorías económicas del barón 
                                  Joseph Dominique Louis, y en especial a la corriente 
                                  anglosajona – ciega y brutal – derivada 
                                  de la doctrina de Adam Smith y de sus émulos 
                                  (muy bien conocida y despreciada por el Emperador), 
                                  y que a la larga se convertirá en el 
                                  credo y dogma de nuestro mundo mundializado 
                                  actual: valor fundado sobre la oferta y la demanda, 
                                  comercio libre de toda prohibición y 
                                  control, la concurrencia elevada a nivel de 
                                  principio, el sistema del crédito público 
                                  y de los empréstitos, « que 
                                  no son más que un juego de anticipaciones 
                                  ruinosos », escribirá 
                                  el soberano en una nota para el reporte de la 
                                  situación del Imperio, en octubre de 
                                  1808.
 En un decreto de diciembre de 1810, explica 
                                  más detalladamente, en torno al tema 
                                  del sistema del empréstito que: «Este 
                                  medio es a la vez inmoral y funesto; impone 
                                  por adelantado a las generaciones futuras; sacrifica 
                                  al momento presente lo que los hombres tienen 
                                  más caro, el bienestar de sus niños; 
                                  arruina insensiblemente el edificio público 
                                  y condena a una generación a las maldiciones 
                                  de las que la siguen.» En 
                                  verdad éstas no eran palabras vacuas, 
                                  y es sorprendente constatar que tras su ascensión 
                                  al poder, después de haber encontrado 
                                  una Francia exangüe, arrasada por el bandolerismo 
                                  y en plena bancarrota tras diez años 
                                  de guerra ininterrumpida, para el año 
                                  1802 el Primer Cónsul ya había 
                                  levantado y restablecido por completo la economía 
                                  nacional, precisando para semejante hazaña 
                                  tan sólo dos años. 
                                  A pesar de los incesantes conflictos que tuvo 
                                  que enfrentar en los años siguientes, 
                                  para 1813 el Emperador, sin haber contractado 
                                  jamás un empréstito, 
                                  había creado en Francia una base institucional 
                                  y una administración tan sólidas 
                                  y fabulosas que el Tesoro del Eliseo rebozaba 
                                  con trescientos millones de francos... 
                                  ¡De qué maravillar a nuestros dirigentes 
                                  modernos!
 
Como lo veremos 
                                  a lo largo de este expediente, Napoleón, 
                                  rechazando el pujante sistema de libre intercambio, 
                                  nunca quiso aplicar una concepción global 
                                  a la economía europea, prefiriendo al 
                                  liberalismo económico una política 
                                  empirista y de reglamentación. Preocupado ante todo por el buen aprovisionamiento 
                                  de las comunidades, por el desarrollo social 
                                  común y el amparo de las clases desfavorecidas 
                                  y campesinas, impuso un régimen proteccionista 
                                  que concedía un gran valor al desarrollo 
                                  de la agricultura y de la industria manufacturera, 
                                  en suma, un sistema que algunos especialistas 
                                  han llamado « colbertista » por 
                                  su manifiesto conservadurismo.
 
                                  
 
                                    | 
 « 
                                          El dinero es el nervio de la guerra 
                                          », señalaba el Emperador, 
                                          – en cierto modo parafraseando 
                                          al Mariscal de Sajonia cuando afirmaba 
                                          que « para hacer la guerra 
                                          se necesitan tres cosas: dinero, dinero, 
                                          y más dinero » – 
                                          y tal vez nunca en la historia se vio 
                                          un ejemplo tan claro y viciado como 
                                          durante el enfrentamiento a muerte que 
                                          se libró entre Inglaterra y Francia, 
                                          entiéndase entre la oligarquía 
                                          plutocrática y Napoleón 
                                          I. En efecto, la ancestral 
                                          rivalidad franco-británica iba 
                                          más allá de los océanos 
                                          y se llevaba a cabo a una escala planetaria.
 Es de notar que Inglaterra, 
                                          que entonces se encuentra en plena expansión 
                                          colonial, no ocultó nunca su 
                                          ambición de dominar el mundo; 
                                          para ella en particular, en este enfrentamiento, 
                                          no se trataba de nada menos que de una 
                                          carrera a la supremacía 
                                          mundial, política, pero ante 
                                          todo comercial, 
                                          para apropiarse las materias primas 
                                          a bajo precio, obtener mercados comerciales 
                                          protegidos y asegurados por posiciones 
                                          estratégicas que garantizasen 
                                          unos como otros. Para alcanzar sus fines, 
                                          Inglaterra contrarresta la fuerte posición 
                                          territorial de Francia en el continente 
                                          con un arma más poderosa, una 
                                          manifiesta superioridad naval que le 
                                          brinda un predominio indiscutido y le 
                                          permite despojar a las demás 
                                          naciones de sus riquezas y posesiones. 
                                          ¡Malhaya a quien ose no secundar 
                                          sus planes! ¡Recordemos la incautación 
                                          inglesa de los navíos neutros 
                                          a partir de 1807, o, ese mismo año, 
                                          más terrible aún, el bombardeo 
                                          homicida y perverso de Copenhague y 
                                          la masacre de los civiles de esa ciudad!
 Esta verdadera razzia 
                                          generalizada se concentra específicamente 
                                          en el enfrentamiento con Francia, a 
                                          la que el gabinete británico 
                                          quiere arrebatar las islas de Martinica 
                                          y de Guadalupe, además de diversos 
                                          establecimientos: factorías, 
                                          plantaciones y dependencias ultramarinas. | 
                                          
 
                                            |  |   
                                            | 
                                                
 
                                                  | 
No 
                                                      desprecies a tu enemigoCaricatura 
                                                      – británica 
                                                      – que evoca una lección 
                                                      de civismo suministrada 
                                                      a los salvajes de las colonias 
                                                      inglesas. Detalle picante: 
                                                      el maestro de este peculiar 
                                                      curso no es un catedrático 
                                                      o un religioso, sino un 
                                                      comerciante, representado 
                                                      bajo los rasgos característicos 
                                                      de John Bull.
 |  |  |   
                                    |  |   
                                    | 
La 
                                        famosa expedición de Egipto y la 
                                        encarnizada reacción de Inglaterra 
                                        contra dicha iniciativa deben entenderse 
                                        dentro de ese contexto. Por lo demás, 
                                        Inglaterra mantiene fuerzas de ataque 
                                        terrestres y navales constantemente reforzadas 
                                        en las Baleares, en Malta, en Nápoles, 
                                        en Sicilia, incluso en Livorno, y posee 
                                        desde 1713 la llave maestra del Mediterráneo, 
                                        Gibraltar, puerta comercial de África 
                                        y las Indias. |  
En estas condiciones, 
                                  dispuesta a todo para concretar su proyecto 
                                  de dominio universal – su proyecto 
                                  global sería una expresión 
                                  más edulcorada y actual – la opulenta 
                                  Albión se encuentra en una excelente 
                                  posición para poner en marcha todos sus 
                                  recursos a fin de derrotar a Francia, su enemigo 
                                  hereditario, y ante todo a su soberano, que 
                                  de manera abierta desafía y se opone 
                                  a su sistema financiero, sobre el cual se sustenta 
                                  todo el edificio económico y expansionista 
                                  de Inglaterra. El destino todo entero del imperio 
                                  británico está en juego, y, desde 
                                  Londres, el gabinete de los Pitt y de los Castelreagh 
                                  no escatimará esfuerzos ni dinero, prodigando 
                                  éste último espléndidamente 
                                  (66 millones de libras de oro 
                                  de la época, es la cifra oficial) para 
                                  organizar una tras otra a las coaliciones 
                                  de los estados absolutistas de Europa, financiando 
                                  las innumerables guerras por procuración 
                                  que ensangrentaron al continente durante veinte 
                                  años, por ende condenando a Napoleón, 
                                  muy a su pesar, a la guerra a perpetuidad, 
                                  siempre en estado de legítima defensa 
                                  de Francia, de su integridad, de sus valores, 
                                  y de su cultura. Estos conflictos son los que 
                                  como resultado de una maquiavélica manipulación 
                                  semántica concebida y fabricada por el 
                                  gabinete inglés, y perpetuada por sus 
                                  comparsas y deudores, se persiste erróneamente 
                                  en conceptuar como «Guerras Napoleónicas» 
                                  cuando en realidad no fueron otra cosa que guerras 
                                  de coaliciones; el lector avisado apreciará 
                                  la diferencia. 
Para concluir, 
                                  podemos decir que el enfrentamiento entre Inglaterra 
                                  y Francia de alguna manera se asemejó 
                                  a una moderna Guerra Púnica, salvo que 
                                  a una escala mundial. « Mi 
                                  posteridad, dice 
                                  el Emperador a Caulaincourt en 1812, 
                                  que juzgará con imparcialidad, pronunciará 
                                  entre Roma y Cartago. Su juicio será 
                                  a favor de Francia. Ésta no combate hoy, 
                                  a pesar de lo que se diga, más que por 
                                  el interés general. Luego es justo que 
                                  las banderas del continente se unan a las nuestras. 
                                  Francia no combate hoy más que 
                                  por los derechos más sagrados de las 
                                  naciones, mientras que Inglaterra no defiende 
                                  más que los privilegios que se ha arrogado. 
                                  » Es triste constatar que la posteridad no ha 
                                  emitido el fallo esperado, y persiste en su 
                                  error de condenar al Emperador Napoleón, 
                                  último paladín del principio del 
                                  Derecho privado mediterráneo contra el 
                                  principio de libre asociación anglosajón, 
                                  último campeón en la lucha secular 
                                  entre las vistas políticas de estas dos 
                                  culturas.
 Sin duda no ajeno a estas nociones, el poeta 
                                  y humanista Henri Heine aseveró que: 
                                  « En Waterloo, no fue Francia la que 
                                  perdió, fue el mundo ». Nada 
                                  es tan cierto como esta afligida constatación.
 En este sentido también, no cabe duda 
                                  que la vida y la obra del Emperador, hoy más 
                                  que nunca, constituyen una importante fuente 
                                  de reflexión, una incontestable prueba 
                                  de su persistente modernidad, pero ante todo 
                                  un ejemplo más, por desgracia sin parangón 
                                  en la actualidad, para la juventud y el futuro 
                                  del mundo.
 | 
                    
 
                      |  | 
 
                      | Maximilien 
                        Vox (1894-1974) | 
                    
                      |  | 
 
                      | 
                            
 
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                                    | 
« 
                                        Cuando un gobierno es dependiente 
                                        de los banqueros para el dinero, son los 
                                        últimos, y no los dirigentes del 
                                        gobierno, los que controlan la situación, 
                                        puesto que la mano que da está 
                                        por encima de la mano que recibe. 
                                        [...] El dinero no tiene patria; los 
                                        financieros no tienen patriotismo y no 
                                        tienen decencia; su único objetivo 
                                        es la ganancia ». |   
                                    | 
Napoleón. |  |  | 
Militarmente, 
                    la campaña 
                    de Austerlitz terminaba en apoteosis; financieramente, 
                    estuvo cerca de acabarse por un desastre. El 2 de diciembre, 
                    si Napoleón hubiese sido derrotado, estaba además 
                    arruinado. 
Mientras nuestros ejércitos 
                    avanzaban a marchas forzadas, ganando batallas « con 
                    sus piernas más aún que con sus bayonetas », 
                    se peleaba en las calles de París frente a las ventanillas 
                    de la Banca de Francia, que no rembolsaba más que un 
                    billete a la vez, en escudos contados uno por uno, lentamente, 
                    para ganar tiempo...
Pues ya no había más 
                    que papel en las cajas públicas; y todo ese papel, 
                    por un acto de pasapasa fantástico, portaba la misma 
                    firma que las facturas cuya contraparte estaba supuesto asegurar: 
                    la del más célebre negociante de los tiempos 
                    modernos.
Gabriel-Julien Ouvrard, celta 
                    de ojo azul, de tez fresca, nariz breve y labios finos, ciertamente 
                    no presenta el tipo semita: es sin embargo bajo esos rasgos 
                    que Napoleón parece haberse representado el peligro 
                    « judeo-capitalista » tal como se le presentó 
                    durante su paso por Estrasburgo, a su regreso de Alemania, 
                    cuando los alsacianos se quejaron ante él de los usureros 
                    judíos. La lucha en dos frentes que va a entablar apenas 
                    esté de regreso en París es uno de los episodios 
                    más curiosos de su reino, y de los menos conocidos. 
                    Tratemos de ver claro.
                    
                      | 
Ouvrard, 
                          cuyo nombre legendario se quedó como un sinónimo 
                          de especulación, había comenzado a los 
                          diecinueve años dándose cuenta, desde 
                          1789, que toda revolución política debuta 
                          inevitablemente por una derroche de papel impreso. Tomó 
                          opción sobre el conjunto de la producción 
                          papelera del Poitou, y realizó un beneficio neto 
                          de 300,000 francos-oro.A los veintidós años, importador en Nantes, 
                          especula con los ultramarinos coloniales. A los veintitrés, 
                          primer millón. Veinticuatro, banquero en París. 
                          Veinticinco, proveedor en el ejército. Veintiséis, 
                          quince millones. Veintisiete, abastecedor general de 
                          la marina. Veintiocho, treinta millones: propietario 
                          de Azayle-Rideau, Mar1y, Luciennes, Saint-Brice, Villandry, 
                          Clos-Vougeot. A los veintinueve años, mantiene 
                          a la bella Madame Tallien y comienza a hacerle una serie 
                          de niños, uno de los cuales será el Dr. 
                          Cabarrus.
 
 | 
                            
 
                              |  |   
                              | Gabriel-Julien 
                                Ouvrard (1770-1846). |  | 
Había en él 
                    algo de Figaro y de Grandet. Pero también de Fouquet. 
                    En su palacio de Raincy, el Todo-París político, 
                    financiero y galante come, baila y se acuesta en una fiesta 
                    que dura trescientos sesenta y cinco días al año. 
                    Las tres cabinas de porteros están ocupadas por tres 
                    ministros: Talleyrand, Berthier, Decrès. Un solo nombre 
                    faltó siempre al llamado: Bonaparte.
Desde su primer contacto, 
                    en 1795, el general de veintiséis años no se 
                    había tocado el corazón para mostrar al financiero 
                    de veintisiete años una sorda « enemistad » 
                    que debía tener, dice éste último, « 
                    una influencia tan funesta sobre mi vida. Era, añade, 
                    no sin fatuidad, de todos los que componían la sociedad 
                    de Madame Tallien, el que estaba menos en evidencia. Estaba 
                    lejos de prever entonces que él tendría un día 
                    en sus manos los destinos del mundo... 
                    Yo tenía mi fortuna hecha, y Bonaparte la suya por 
                    hacer. Impaciente de toda superioridad (sic) disfrazaba 
                    mal el disgusto que la causaba esta diferencia de posición. 
                    Pero uno se equivocaría si se quisiera tomarme por 
                    un hombre político. Soy únicamente un hombre 
                    de negocios, un especulador que no se niega a ninguna operación 
                    cuando ésta puede realizarse por beneficios. »
Los economistas, y un buen 
                    número de historiadores, se burlaron de las concepciones 
                    financieras de Napoleón o las han tratado con desdeño; 
                    se dio a entender, en la era de oro del capitalismo, que el 
                    Emperador no conocía nada de ello, y que su rechazo 
                    obstinado de fiarse a las teorías del barón 
                    Louis y de organizar el crédito, pertenecía 
                    a una mentalidad de hidalgüelo campesino y de anglófobo 
                    inveterado. Y ciertamente, los principios financieros 
                    del Emperador son de una simplicidad heroica: se resumen en 
                    el buen uso del Debe y el Haber, y caben por entero en la 
                    clásica libreta de la lavandera.
                    Si se obstinó a reducir el arte financiero al de la 
                    contabilidad, no fue por el hecho de tener una cabeza mal 
                    hecha para las nociones convertidas en clásicas de 
                    la economía liberal, sino porque, muy al contrario 
                    – comprendiendo a ésta hasta sus últimas 
                    consecuencias, no quiso de ella. 
                    La pregunta permanece entera de saber si hubiese estado en 
                    su poder oponérsele y si el dinero era – como 
                    lo decía antaño a la tribuna un servidor del 
                    dinero, Léon Say – « más fuerte 
                    que Napoleón ».
                    El rigor de su actitud, durante la discusión judía, 
                    se motivará por la resolución de poner el poder 
                    del « Éstado atravesado a toda nueva extensión 
                    del poder de las finanzas anónimas. Nada le hará 
                    desviarse del principio que los 
                    proveedores y los hombres de negocios son el azote de una 
                    nación.
                    « [Napoleón] decía, recuerda Chaptal, 
                    que el comercio seca el alma por 
                    una codicia constante de ganancia, y añadía 
                    que el comercio no tiene 
                    ni fe ni patria. » Pasquier se 
                    queja del « estado de hostilidad o al menos de desconfianza 
                    en el que el Emperador siempre quería colocarse en 
                    relación al comercio. Se obstinaba en no confiarle 
                    nada, estaba convencido de que no se podía evitar ser 
                    engañado por él, y quería por consecuente 
                    que todas las operaciones se hicieren por medio de la administración 
                    de rentas y por agentes de su gobierno. »
Toda su vida, Napoleón 
                    permanecerá escrupulosamente apegado a lo que escribía 
                    al principio del Imperio: Mientras 
                    viva, no emitiré ningún papel. Y 
                    no es ciertamente la cosa menos sorprendente de su reinado, 
                    que después de tan grandes actos logrados, incluso 
                    después de desastres inauditos, habiendo tomado las 
                    finanzas de Francia radicalmente arruinadas, las haya dejado 
                    más prósperas que las de los demás Estados 
                    e Europa, observa Thiers.
Por su lado, Ouvrard formula 
                    la profesión de fe que se convertirá en el credo 
                    del Siglo XIX: « El único tesoro de los imperios, 
                    es el crédito. Es una desgracia que un gran Estado 
                    como Francia no deba dos o trescientos millones de rentas... 
                    El impuesto mata y la deuda vivifica. »
                    
 
                      | 
Vivifica 
                          a los financieros, se dice su poderoso contradictor 
                          – que ve los grandes beneficios como una especie 
                          de robo hecho al Estado – pero mata las finanzas 
                          públicas. « Todas 
                          las potencias me envidian mi sistema de impuestos, que 
                          consiste en tener muchos de ellos cuyo monto se eleva 
                          o se rebaja según las necesidades, por medio 
                          de céntimos adicionales, como el licor se eleva 
                          o baja en el termómetro, de tal suerte que puedo 
                          bastarme, cualesquiera que sean mis necesidades, sin 
                          recurrir a un nuevo impuesto cuyo establecimiento siempre 
                          es difícil.Quiero hacer el bien de mi pueblo y no seré detenido 
                          por los murmullos de los contribuyentes. A Francia le 
                          hacen falta grandes contribuciones: serán establecidas. 
                          Quiero fundar y preparar para mis sucesores recursos 
                          seguros, que puedan hacer las veces de los medios extraordinarios 
                          que supe crearme. »
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                              | Joseph 
                                Fiévée (1767-1839) |  | 
Fiévée, pederasta 
                    de policía, sabía agradar a su correspondiente, 
                    cuando escribía en una nota secreta a Bonaparte:
                    « Que nunca el Primer Cónsul se deje echar en 
                    lo que hay hoy en día de más democrático 
                    en Europa, el crédito público, 
                    la mayor estafa que el genio financiero haya inventado. Nunca 
                    se me hará creer que una deuda pública sea un 
                    crédito público, ni que sea prudente llevar 
                    al porvenir una parte de los lastres del presente, a menos 
                    de tener la palabra de Dios... »
Y en otra parte: « Si 
                    se mira el dinero que se le puede atrapar a los capitalistas 
                    como prueba de crédito, nada es tan fácil como 
                    darse esa satisfacción, porque nada es más tonto 
                    que la codicia. La historia de las finanzas no es rica más 
                    que en las pruebas de esta aserción. Ofreced a los 
                    capitalistas 5%; si no vienen a vos, ofrecedles 10; si dudan, 
                    ofreced 15, 20, 30, 40, ¡qué importa! Terminarán 
                    por venir, estarán todos sorprendidos cuando les haga 
                    bancarrota y chillarán que hubo injusticia. Se les 
                    podrá responder: « Sois locos o bribones: locos, 
                    si habéis creído que un gobierno cualquiera 
                    podría pagar por mucho tiempo intereses tan exorbitantes; 
                    bribones, si lo habéis esperado.
                    Pero si esos locos se cotizan, como lo han hecho bajo ministros 
                    con crédito público, si se apoderan de la opinión 
                    y la ganan ascendiendo sobre la propiedad territorial, adiós 
                    el gobierno. La monarquía, las finanzas y los capitalistas 
                    morirán juntos; catástrofe digna de todas las 
                    extrañas ideas que hacen de una deuda una riqueza, 
                    y que, reducidas a su verdadera expresión, no serían 
                    más que el arte de siempre gastar por encima de su 
                    ingreso. »
Toda la doctrina Napoleónica 
                    está en esta página, cuya palabra clave es propiedad 
                    territorial.
 Más profundo que los 
                    sistemas: el instinto. En su fibra, Napoleón está 
                    penetrado del amor de la tierra. Tal vez no haya amado verdaderamente 
                    más que a ella.
                    La tierra que se ve, que se toca, que se mide al galope de 
                    un caballo, al paso de un soldado de infantería, y 
                    cuyo retrato, bajo la forma de mapa de estado mayor, es tan 
                    dulce de mirar que uno se acuesta boca abajo sobre él... 
                    La gloria es de aquel quien habrá reunido más 
                    tierra: la dicha, a quien sabe contentarse de poseer un poco. 
                    Así, la propiedad del terrateniente es para Napoleón 
                    la única realidad; el catastro, que lo inscribe, la 
                    tatúa sobre la superficie del suelo, es el arte sagrado 
                    por excelencia.
Geógrafo, geólogo, 
                    geómetra, palabras cargadas de pasión... Tierras, 
                    territorios, el Emperador está enamorado de la corteza 
                    del orbe, hasta en su sabor terroso. Gusta de los ingresos 
                    en corte de madera, de las inversiones en canales, las contribuciones 
                    que se cuentan en jornadas de remoción de tierras... 
                    En Santa Helena, agotará su mundo al manejo de la carretilla 
                    y de la pala de zapador.
En lo cual permanece un romano, 
                    un agrimensor, un hombre de pesos y medidas, que no se fía 
                    íntimamente más que a lo que pesa y se cuenta. 
                    Físico, pone una terrible dosis de desprecio en el 
                    empleo que hace de la palabra metafísico.
                    
 
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                      | El 
                        jardinero de Santa Helena El Emperador Napoleón 
                        labrando en sus jardínes de Longwood House. 
                        Estampa anónima francesa de la época.
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 Su espíritu ama no 
                    proceder más que por cantidades conocidas: ¿por 
                    qué un franco no sería un franco, como el día 
                    es un día, una legua una legua, un hombre un hombre 
                    – y la bola de cañón, que le matará, 
                    una bola de cañón?
Esta curvatura del alma determina 
                    la actitud del Emperador ante el capitalismo y ante la usura. 
                    Él es de antes del progreso moderno, como 
                    nosotros somos de después: los descubrimientos 
                    científicos y los perfeccionamientos mecánicos 
                    todavía no habían vuelto irreversible la noción 
                    de progreso indefinido.
En este sentido, Napoleón 
                    pertenece al mundo de César y de Carlomagno - mi 
                    augusto predecesor. A pesar de las mejoras 
                    aportadas a la balística y al atalaje de las bestias 
                    de tiro, los medios de acción de que dispone no difieren 
                    esencialmente de los de la edad media, ni de la antigüedad. 
                    La distancia, en tiempos de Napoleón, es siempre la 
                    distancia: el tiempo sigue siendo el tiempo. ¡Que la 
                    libra de plata se quede pues una libra!
La obra de reconstrucción 
                    del Consulado fue ante todo financiera; sus efectos duraron 
                    más de un siglo, porque su autor, una vez restablecida 
                    la confianza, se negó a hacer de ella un objeto 
                    de especulación, como a lo que le invitaban incesantemente 
                    los teóricos de la economía a la inglesa – 
                    y los prácticos del pillaje del ahorro, el cual se 
                    concentraba en los fondos públicos. La encerró 
                    con triple cerrojo en las cajas fuertes del Estado, y creyó 
                    haber encontrado al guardián ideal a quien confiarle 
                    la llave. El antes marqués de Barbé-Marbois 
                    era uno de esos políticos supuestamente técnicos 
                    que han costado tan caro a Francia. Su elección como 
                    ministro del Tesoro fue uno de los errores de Napoleón, 
                    como consecuencia de una deformación difundida entre 
                    los « grandes patrones »: la complacencia por 
                    sus propios defectos cuando los hallan en ciertos subordinados. 
                    El espíritu puntilloso de Barbé-Marbois, su 
                    reputación de molestón, su manía del 
                    detalle parecieron al Primer Cónsul los signos exteriores 
                    del talento administrativo.
                    
 
                      |  | 
 
                      | El 
                        gigante del comercio hundiendo al pigmeo bloqueo El coloso comercial, fírmemente asentado 
                        en las islas británicas, rodeadas de buques de 
                        guerra, vierte en el continente todos los productos fruto 
                        de la industria y del tráfico ingleses. Caricatura 
                        inglesa de 1807.
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Las caricaturas de aquel tiempo 
                    son pesadas, pero tienen alcance: un dibujo satírico 
                    representa al ministro-técnico asomado en el balcón 
                    de su ministerio, ocupado en señalar en una libreta 
                    el nombre de los empelados que llegan con retraso. Mientras 
                    tanto, su secretario le está sustrayendo discretamente 
                    millones del bolsillo de su traje.
Ese secretario se llamaba 
                    Roger; ejercía las funciones de funcionario principal 
                    del Tesoro, y el hombre por cuya cuenta trabajaba no era otro 
                    que Ouvrard. Bajo el título patriarcal de la Compagnie 
                    des Négociants Réunis (Compañía 
                    de los Negociantes Reunidos), éste se había 
                    en efecto asociado los principales « hacedores de servicio 
                    »: Séguin, el ilustre inventor, cuyo « 
                    descubrimiento » de la técnica para curtir en 
                    veinticuatro horas le había valido a los ejércitos 
                    de la República el vencer sin zapatos; los hermanos 
                    Michel, peor que sospechosos del asesinato de sus depositantes, 
                    el emigrado Rivière; Vanlerberghe, magnate del mercado 
                    del trigo, cuya mujer, dícese, mantuvo preso al Regente 
                    como garantía de su cinturón. Desprez, antiguo 
                    cajero, uno de los regentes de la Banca de Francia (otra institución 
                    privada) servía de banquero comisionista a una combinación 
                    verdaderamente luminosa.
 El principio consistía 
                    en utilizar los cuatrocientos millones de la reserva de oro 
                    que duerme inaccesible en los sótanos del virrey de 
                    México, bloqueada por los cruceros ingleses – 
                    para echar mano sobre el dinero vivo y corriente que yace 
                    en el bolsillo del contribuyente francés.
El mecanismo es ingenioso, 
                    pero simple: contra adelantos autorizados a 9%, la compañía 
                    Ouvrard-Négociants Réunis (Ouvrard 
                    Negociantes Reunidos) se hace entregar por el Tesoro las deudas 
                    de los recaudadores generales, garantizadas por anticipado 
                    con el ingreso de los impuestos inmobiliarios. Habiéndolos 
                    hecho negociar a 6% por la Banca de Francia, usa el producto 
                    para soldar a los proveedores generales del ejército: 
                    MM. Ouvrard, Vanlerberghe et Cie. A cambio, los cofres 
                    del Estado reciben bonos de la Caja de Consolidación 
                    de Madrid: pues justamente se acaba de encargar del « 
                    subsidio de neutralidad » anualmente impuesto al gobierno 
                    español una cierta sociedad Ouvrard et Cie de Bordeaux 
                    – cuyo coasociado no es otro que el rey Carlos IV de 
                    España en persona: el contrato está firmado: 
                    Yo, el Rey. Dicha sociedad recibió el monopolio 
                    exclusivo del comercio con la América española, 
                    incluido el de los metales preciosos.
                    
 
                      |  | 
 
                      | Pronta 
                        llegada de los productos coloniales; 
                        sátira de la época. | 
El circuito consiste, así, 
                    en pagar en tintineos de piastras, – y cobrar en billetes 
                    de la Banca de Francia: pues la garantía de base es 
                    puramente teórica, haciendo Pitt oídos de 
                    mercader a las solicitudes de la banca anglo-holandesa 
                    Baring and Rope que se encargó de importar 
                    a Europa el fabuloso metal del que se alimenta la guerra. 
                    El grupo Ouvrard está pues obligado a sisar del Tesoro, 
                    mediante un millón de comisión entregada bajo 
                    mano al comisionario Roger, el permiso exorbitante de extraer 
                    contra simple recibo los fondos disponibles en la caja de 
                    los recaudadores generales de las contribuciones. De tal forma 
                    que la Banca, presentando a éstos las deudas descontadas, 
                    no puede recibir nada más que los recibos de los Négociants 
                    Réunis. Ha emitido papel contra papel.
El ministro de las Finanzas 
                    Gaudin escribe en sus Memorias: « De ello 
                    resultó que, al haberse esparcido la inquietud entre 
                    los portadores de billetes, que se presentaron en masa al 
                    reembolso, la Banca se encontró imposibilitada de satisfacer 
                    todas las demandas. En algunos días, el número 
                    de demandantes se elevó a varios miles de hombres de 
                    todas clases, que se juntaban en tumulto y que amenazaban 
                    eminentemente la tranquilidad pública. Se había 
                    logrado dividir a esa muchedumbre haciendo distribuir cada 
                    día, en diversas municipalidades de París, una 
                    cierta cantidad de números que había que representar 
                    a la guardia colocada en las avenidas de la Banca para ser 
                    admitido para entrar. Sin embargo sus billetes habían 
                    llegado a perder hasta 15 por ciento. Se los rechazaba en 
                    los pagos, como siempre se tiene el derecho. Esos rechazos 
                    eran diferidos a los tribunales cuyo embarazo era extremo; 
                    y era imposible prever el resultado de una crisis cuya malevolencia 
                    hubiese podido tan desdichadamente aprovechar, cuando la noticia 
                    de la victoria obtenida en Austerlitz y la de una paz próxima 
                    vinieron a calmar los ánimos y trajeron de vuelta el 
                    orden tan prontamente como había sido turbado.
                    … Este evento, añade, una vez del cocimiento 
                    del jefe de gobierno, le determinó a apresurar la conclusión 
                    de la paz y a precipitar su regreso, a fin de venir a juzgar 
                    por sus propios ojos la extensión del mal, y de avisar 
                    el medio de encontrarle remedio ».
La presencia de ánimo 
                    de Napoleón durante la campaña parece meritoria, 
                    cuando se recorre las noticias que recibía de París. 
                    Ofensiva de los bajistas (detrás de ellos, Fouché), 
                    pánico de los portadores de valores, peleas de calle, 
                    quiebras, suspensión de pagos de la Banca – cada 
                    correo de José Bonaparte le trae un testimonio de la 
                    incuria de aquellos en quienes puso su confianza. Su hermano, 
                    por cierto, rivaliza de pusilanimidad con Barbé-Marbois; 
                    no sueñan más que con pasarse las responsabilidades, 
                    temblando ante las intimaciones de los Negociantes Reunidos, 
                    y conjurando al Emperador, quien se bate en el Danubio, de 
                    ir en su ayuda acerca del partido que se debe tomar.
                    « M. Barbé-Marbois me pareció desear estar 
                    autorizado a hacer pagos de varios millones al Sr. 
                    Vanlerberghe; él cree que es mucho lo 
                    debido a ese proveedor... El Sr. Desprez parece 
                    descreditado; continua pidiendo a la Banca más 
                    billetes de los que ésta puede darle. El Sr. Perregaux 
                    acaba de confesarme que la Banca ya no tenía 
                    más que seis millones de billetes… Se nos 
                    da a esperar piastras de España... El ministro 
                    del Tesoro no propone ningún partido: propuso 
                    hoy reducir los sueldos de un cuarto...
                    Suplico a Vuestra Majestad escribir al Sr. Barbé-Marbois... 
                    La cola llegó hasta las dos mil personas, y hubo muchas 
                    palabras y hasta vías de hecho... La compañía 
                    Vanlerberghe está haciendo bancarrota...
                    En medio de sus ocupaciones tan variadas y tan graves de la 
                    guerra que hace con tanto éxito, es indispensable que 
                    Vuestra Majestad se ocupe un momento de estos dos objetos... 
                    »
                    En el instante decisivo en que Napoleón, vencedor de 
                    los austriacos, deja Viena para dirigirse al encuentro del 
                    ejército ruso, se ve obligado a escribir el billete 
                    siguiente:
« Znaïm, 18 
                    de nov. de 1805 – Hermano mío, recibí 
                    vuestra carta del 15 en Moravia. Sigo al ejército ruso 
                    con la espada en los riñones. En los diferentes encuentros, 
                    ha sufrido una pérdida de aproximadamente seis mil 
                    hombres. Marcha a grandes jornadas para evacuar Austria. Cuento 
                    estar mañana en Brunn. Mis postas avanzadas están 
                    sobre el Olmütz, plaza fuerte en la cual se ha refugiado 
                    el emperador de Alemania. – Todo lo que sucede a la 
                    Banca era previsto desde hace tiempo por la gente sensata. 
                    La razón primera es que descuenta toda clase de papeles 
                    en circulación; pero un vicio radical y al que veo 
                    poco remedio, es que la mayor parte de los agentes tienen 
                    un interés opuesto al del público y del Estado. 
                    Me ocuparé de buscar un remedio a mi regreso; hasta 
                    entonces, hay que dejar ir. Podéis anunciar que estaré 
                    en París antes de Navidad. »
El momento ha llegado para 
                    los Négociants de levantar partida. La Compañía 
                    ha sido íntegramente pagada, declara flemáticamente 
                    Vanlerberghe en el Consejo de ministros; pero, faltando España, 
                    reclama « una ayuda de veinte millones, a falta de la 
                    cual la quiebra es inevitable » y el servicio del abastecimiento 
                    será suspendido. Acordado. Luego, son cien los millones 
                    que Desprez exige a su vez, para asegurar los gastos del Tesoro: 
                    Marbois vacía los cofres de los recaudadores en las 
                    manos de la Compañía, a cambio de la simple 
                    firma d ésta.
El Emperador, de lejos, comienza 
                    a medir la extensión de los daños.
                    « Habéis echado veintiséis 
                    millones al agua... Espero en el transcurso del mes estar 
                    en París, y por el desorden que veo en las finanzas, 
                    tengo mucha prisa... Un ministro ha dicho que valía 
                    más dar cien millones al Sr. Vanlerberghe que dejar 
                    que le falten. Permitidme decir que éste es un argumento 
                    de manicomio. Ese ministro probablemente no conoce las cifras 
                    y no sabe lo que son cien millones... No tenéis derecho 
                    a dar un centavo sin una ordenanza de un ministro. El mundo 
                    perecería, no tenéis derecho de salir de vuestras 
                    atribuciones. »
Ante estas reprobaciones, 
                    el 4 de diciembre solamente, la Compañía es 
                    remplazada en sus funciones esenciales por una agencia de 
                    cinco recaudadores generales. « El ministro ha sido 
                    engañado por esta compañía - constata 
                    plácidamente José… - Es un gran mal del 
                    que somos bien inocentes... pero hay que creer que a la 
                    larga el Tesoro recuperará sus anticipos. »
 « Schönbrunn, 
                    23 de diciembre de 1805 – Hermano mío, os envío 
                    una carta abierta de la cual tendréis conocimiento, 
                    y que entregaréis al Sr. Barbé-Marbois después 
                    de haberla sellado. Dudo si debo atribuir a la traición 
                    o a la ineptitud la conducta de ese ministro. Anticipó 
                    a los proveedores 85 millones del dinero del Tesoro. Si yo 
                    hubiese sido derrotado, la coalición no tenía 
                    un aliado más poderoso.
                    Pongo en suspenso mi juicio, hasta que haya podido esclarecer 
                    por mí mismo la naturaleza de un déficit tan 
                    enorme; El Sr. Barbé-Marbois ha traicionado su deber. 
                    Es inútil hablarle de esto y de alarmarle hasta mi 
                    llegada, que es inminente.
                    Podéis mostrar esta carta al ministro de las Finanzas, 
                    y hacer venir en secreto al cajero que tiene las obligaciones, 
                    para saber lo que salió de su caja, y aseguraros que 
                    no saldrá más de ella. Os diré francamente 
                    que creo que este hombre me ha traicionado. No digáis 
                    nada de esto al Sr. Cambacérès, porque los hermanos 
                    Michel algo tienen que ver en ello, y no sé hasta qué 
                    punto sus intereses pueden estar inmiscuidos. Decid solo ligeramente 
                    al Sr. Marbois que esto es precursor de una tormenta; que 
                    no hay más que un medio de conjurarlo: es que las obligaciones 
                    sean restablecidas al Tesoro a mi llegada. »
En París, el sudor 
                    frío empieza a fluir. « Sire, balbucea 
                    por escrito el muy apesadumbrado José, he recibido 
                    la carta de Vuestra Majestad del 2 nivoso. He remitido al 
                    Sr. Barbé-Marbois la que le estaba destinada; le he 
                    hecho sentir que tenía que hacer todos sus esfuerzos 
                    para restablecer las cosas a su estado natural al Tesoro. 
                    Le haré llegar los mismos consejos por medio de otras 
                    personas; creo que se dedicará a ello con todo su poder. 
                    »
La caja de las obligaciones 
                    está desde ahora puesta, materialmente, bajo triple 
                    cerrojo: pero ya no contiene más que « bonos 
                    Desprez ». El trueno se acerca.
Como todo ministro en déficit, 
                    Marbois se otorga un satisfecit: « En vista de la dificultad 
                    de lasa circunstancias, he pagado y dirigido los asuntos 
                    de la manera más ventajosa. »
« En Napoleón, 
                    dice magníficamente Thiers, la dicha del éxito 
                    no interrumpía jamás el trabajo. Esta alma 
                    infatigable sabía a la vez trabajar y gozar. »
De regreso en las Tullerías 
                    a las diez de la noche, el 26 de enero de 1806, recibe a las 
                    once a Gaudin, ministro de Finanzas; hacia la media noche, 
                    una orden es lanzada por estafetas, convocando para el principio 
                    de la mañana a los ministros del Tesoro y de las Finanzas, 
                    a los consejeros de Estado Defermon y Crétet, Mollien, 
                    director de la Caja de amortización; por otro lado, 
                    a los gerentes de los Négociants réunis, 
                    finalmente al hombre del soborno, Roger.
A las seis de la mañana, 
                    el 27 de enero, Napoleón visita los embellecimientos 
                    realizados al palacio durante su ausencia, a pesar de su aversión 
                    bien conocida por los olores de pintura; a las ocho, el archi-canciller 
                    Cambacérès es introducido al gabinete. Todo 
                    da a creer que es mucho el caso de fusilar; el antiguo responsable 
                    del litigio de Ouvrard tiene buenas razones para preconizar 
                    una liquidación. El consejo de las finanzas apenas 
                    reunido: - Parece, pronuncia 
                    el Emperador, que los mayores peligros 
                    del Estado no estaban en Austria. Escuchemos el reporte del 
                    ministro del Tesoro.
Desde las primeras palabras, 
                    estalla: - Veo de lo que se trata. Es 
                    con los fondos del Tesoro, y con los de la Banca, que la compañía 
                    de los Négociants ha querido sufragar los 
                    asuntos de Francia y de España. Y como España 
                    no tenía nada que dar sino promesas de piastras, es 
                    con el dinero de Francia con lo que se cubrió las necesidades 
                    de ambos países. España me debía su subsidio, 
                    y fui yo quien le proporcionó uno. Ahora es preciso 
                    que los Señores Desprez, Vanlerberghe y Ouvrard me 
                    entreguen todo lo que poseen, que España me pague a 
                    mí lo que les debe a ellos, o que echaré a esos 
                    señores a Vincennes, y enviaré un ejército 
                    a Madrid.
Barbé-Marbois tuvo 
                    entonces un comentario: « Sire, dijo lamentablemente, 
                    os ofrezco mi cabeza ». Y recibió la 
                    respuesta: « ¿¡Qué 
                    quieres que haga con ella, gran pen... !? »
                    
 
                      | 
Entonces 
                          Napoleón hizo entrar, cuenta Thiers, a los miembros 
                          de la Compañía. Los Señores Vanlerberghe 
                          y Desprez, aunque los menos reprensibles, se fundían 
                          en lágrimas. « Durante una hora, confirma 
                          Mollien, me pareció que el rayo caía del 
                          cielo sobre tres individuos sin resguardo. » 
                          El Sr. Ouvrard, quien había comprometido a la 
                          Compañía por medio de especulaciones aventuradas, 
                          estaba perfectamente tranquilo, « inmóvil 
                          como una roca ». Se esforzó en persuadir 
                          a Napoleón de que había que permitirle 
                          liquidar él mismo las operaciones tan complicadas 
                          en las que había comprometido a sus asociados, 
                          y que sacaría de México (*), por la vía 
                          de Holanda y de Inglaterra, sumas bien superiores a 
                          las que Francia había anticipado... Pero Napoleón 
                          estaba demasiado irritado y tenía demasiada prisa 
                          de encontrarse fuera de las manos de los especuladores: 
                          puso a los asociados frente a la necesidad del reembolso 
                          total e inmediato. | 
                            
 
                              |  |   
                              | El 
                                Conde Barbé-Marbois (1745-1837) |  | 
La permanencia de los « 
                    desempernadores » de la estatua imperial ha sido retomada 
                    desde hace poco por el Sr. Jean Savant, que pone a Ouvrard 
                    (así como a Barras y a Fouché) muy por encima 
                    de Napoleón I. No se cansa de admirar en Gabriel-Julien: 
                    « el secreto del éxito Napoleón, el 
                    artesano de Marengo, la providencia de los príncipes, 
                    el gran curador, y el liberador del territorio: pocos hombres 
                    en el curso de los siglos, – dice, han hecho 
                    a la patria un servicio de esa envergadura ». Su 
                    héroe no ponía tan alto sus ambiciones: « 
                    ¿Estaba acaso encargado de la fortuna pública? 
                    Confiesa sin misterio. No, yo era especulador; vendí 
                    mis productos, puse mis precios... Vender demasiado caro no 
                    es un crimen, al comprador corresponde estar al tanto 
                    ».
                    Es el punto de vista capitalista al estado químicamente 
                    puro, odioso a los ojos del Emperador. Pero no está 
                    probado que haya escrito, y menos aún gritado: El 
                    caso Ouvrard es grave, hay que hundirLE a fondo, 
                    como cree saberlo el Sr. Savant – quien acusa a nuestro 
                    difunto maestro Louis Madelin de falsificación por 
                    haber impreso: hundirLO a fondo (es decir, llevar 
                    el caso hasta sus últimas consecuencias), en su calidad 
                    de escritor francés conocedor de su Littré, 
                    su Larousse, y su vocabulario usual de las expresiones napoleónicas.
Después de haber dejado 
                    ir al consejo, Napoleón retuvo a Mollien, y sin esperar 
                    de su parte ni una observación, ni un consentimiento, 
                    le dijo: Protestaréis hoy 
                    como ministro del Tesoro. El Sr. Mollien, intimidado 
                    aunque halagado, vacilaba en responder – ¿Es 
                    que no tendríais ganas de ser ministro?... 
                    añade el Emperador.
Apenas en funciones, Mollien 
                    instituye una Caja de Servicio en la que los ingresos fiscales 
                    son depositados poco a poco, sustrayéndolos del agio. 
                    Por otra parte, la Banca de Francia deja de ser una empresa 
                    privada para recibir el estatus que la ha hecho ilustre. Se 
                    convierte en « una institución gubernamental 
                    comanditada por particulares », bajo un gobernador nombrado 
                    por el Emperador: Crétet.
« Lo que prueba, 
                    dice todavía Thiers – quien estudió el 
                    expediente de viso - la confusión a la que se había 
                    llegado, es la dificultad misma en la que se estuvo para fijar 
                    la extensión del débito de la Compañía 
                    para con el Tesoro. Se lo suponía primero de 73 millones. 
                    Un nuevo examen lo hizo subir a 84. Finalmente, el Sr. Mollien, 
                    queriendo a su entrada al cargo constatar de una manera rigurosa 
                    la situación de las finanzas, descubrió que 
                    la Compañía había logrado apoderarse 
                    de una suma de 141 millones, de la cual seguía siendo 
                    deudora hacia el Estado. Sin embargo, el activo real de la 
                    Compañía y una presión oportuna sobre 
                    España debían permitir al nuevo ministro colmar 
                    en sus escrituras este inmenso déficit. » 
                  
Lo fue, en realidad, gracias 
                    al renuevo de la confianza, primer fruto de la victoria, así 
                    como a los frutos más tangibles de ésta, los 
                    ochenta millones en oro, en cartas de cambio, en metales preciosos 
                    y en material, monto efectivo de la indemnización, 
                    de las contribuciones y del botín de guerra conquistados 
                    por los ejércitos franceses.
Los Négociants, 
                    condenados a proveer sin cobrar, y responsables del descubierto 
                    español, entablaron entre ellos y contra el Estado 
                    una larga serie de procesos mezclados con quiebras y envenenamientos. 
                    Aún en 1824, arrestado por Vidocq por la requisición 
                    de Séguin, Ouvrard, cada vez más millonario, 
                    preferirá pasar cinco años de confortable prisión 
                    por deudas, a la liquidación de cinco millones de pagos 
                    atrasados.
Gaudin, duque de Gaeta, cuenta 
                    del Emperador una confidencia de una benignidad singular:
Lo fue, en realidad, gracias 
                    al renuevo de la confianza, primer fruto de la victoria, así 
                    como a los frutos más tangibles de ésta, los 
                    ochenta millones en oro, en cartas de cambio, en metales preciosos 
                    y en material, monto efectivo de la indemnización, 
                    de las contribuciones y del botín de guerra conquistados 
                    por los ejércitos franceses.
Los Négociants, 
                    condenados a proveer sin cobrar, y responsables del descubierto 
                    español, entablaron entre ellos y contra el Estado 
                    una larga serie de procesos mezclados con quiebras y envenenamientos. 
                    Aún en 1824, arrestado por Vidocq por la requisición 
                    de Séguin, Ouvrard, cada vez más millonario, 
                    preferirá pasar cinco años de confortable prisión 
                    por deudas, a la liquidación de cinco millones de pagos 
                    atrasados.
Gaudin, duque de Gaeta, cuenta 
                    del Emperador una confidencia de una benignidad singular:
« Ese 
                    caso, le dijo, se terminó 
                    de una manera bien diferente a lo que yo mismo pude pensar. 
                    Estaba bien decidido, desde el primer momento, a mandar detener 
                    a Marbois a mi llegada a París y a hacerle su proceso. 
                    Subí a mi carroza en Schönbrunn, y bajé 
                    de ella en las Tullerías con esa intención; 
                    debía dar la orden al entrar en mi gabinete. Afortunadamente 
                    me vino la idea de escucharle; lo mandé llamar, y puso 
                    una buena fe tan evidente en sus medios de justificación 
                    que me dije: es mi culpa de haber confiado a este buen hombre 
                    un puesto para el que no convenía. No debo hacerlo 
                    la víctima de un error que yo cometí, y lo mandé 
                    de regreso a su casa. »
Un año más tarde, 
                    este estado de desgracia pasajero había cedido su lugar 
                    a un testimonio brillante de confianza y de estima. ¡Ea! 
                    ¡He aquí ese déspota implacable 
                    y salvaje!
                    En efecto, el gran pen... se vio nombrar al puesto 
                    de Presidente del Tribunal de Cuentas, que no dejó 
                    de ocupar hasta la edad de ochenta y seis años; salvo 
                    dos breves interrupciones, una como senador en 1814, para 
                    votar la deposición imperial, la otra como ministro 
                    de la policía, el tiempo de hacer fusilar al mariscal 
                    Ney.
En cuanto al autor de la novela 
                    Moina, o la Pueblerina del Mont-Cenis, convertido 
                    por la gracia de su hermano menor, rey de Nápoles – 
                    donde « los Borbones han dejado de reinar » – 
                    se apresuró en partir, desde el 8 de enero, para tomar 
                    posesión de su corona y de sus Estados. José 
                    recibió durante su trayecto una tabaquera, y un post-scriptum.
                    « Estoy muy contento de mis 
                    asuntos aquí; pasé muchos esfuerzos para arreglarlos 
                    y para hacer restituir a una docena de bellacos, a cuya cabeza 
                    está Ouvrard, quienes engañaron a Barbé-Marbois 
                    más o menos como el cardenal de Rohan lo fue en el 
                    caso del collar, con la diferencia que se trataba de al menos 
                    90 millones. Yo estaba bien resuelto a mandarlos a fusilar 
                    sin proceso. Gracias a Dios, fui reembolsado; eso no dejó 
                    de devolverme el buen humor.
                    Os digo esto para haceros ver cuan bribones son los hombres. 
                    Necesitáis saber eso, vos que estáis a la cabeza 
                    de un gran ejército y pronto de una gran administración. 
                    Las desdichas de Francia siempre han venido de esos miserables. 
                    » 
La ruptura es completa entre 
                    el Imperio y las altas finanzas. No quedará, según 
                    la expresión de Fiévée, más que 
                    a estar atento a dos inconvenientes: « el primero, 
                    que los banqueros no se conviertan en mercaderes; el segundo, 
                    que los mercaderes no se conviertan en banqueros... ».
***
*) El proyecto « mexicano 
                    » de Ouvrard consistía de hecho en obtener el 
                    monopolio de la transferencia de las piastras acumuladas en 
                    México, así como el del comercio con el imperio 
                    español de América. Como explica Michel Bruguière, 
                    con esta medida Ouvrard contaba reembolsarse ampliamente las 
                    deudas de Madrid hacia los proveedores de la flota española, 
                    pagar el subsidio debido por España a Francia, y facilitar 
                    las operaciones del tesoro francés, tanto en su servicio 
                    ordinario como en relación con sus proveedores (entre 
                    los cuales, por supuesto, figuraban en primera fila el mismo 
                    Ouvrard y sus asociados). Inglaterra comprendió perfectamente 
                    la amplitud de la amenaza y declaró la guerra a España 
                    desde que Carlos IV hubo tratado con Ouvrard). EG-S. 
                  
  
