30 septiembre 2012

La DEUDA es una colosal extorsion a nivel mundial

 Un libro que informa en detalle y de forma clara sobre el gran engaño que vivimos y en manos de la mafia financiera en la que hemos dormido despiertos

La tiranía de la deuda en el imperio de los acreedores

 

El antropólogo estadounidense David Graeber, líder del movimiento 'Occupy Wall Street,' reexamina en la obra 'En deuda' los violentos cimientos económicos del capitalismo, describe la deuda como una herramienta de los Estados para controlar a los ciudadanos y emplaza a una condonación de los créditos

El antropólogo estadounidense David Graeber

El antropólogo estadounidense David Graeber

 
David Graeber,  ha conseguido lo que en el subtítulo de este En deuda (Ed. Ariel) promete: 

Una historia alternativa de la economía. En efecto, en poco más de quinientas páginas y otras doscientas de notas y excelente bibliografía, Graeber destila su tesis central: “¿Qué es una deuda al fin y al cabo


Una deuda es tan solo la perversión de una promesa. Una promesa corrompida por la matemática y la violencia.” 

Y es que a lo largo de este libro la idea de que la violencia está inscrita en nuestra lógica económica y se haya en la misma naturaleza de sus instituciones es clave para entender la propuesta de su autor:

Hacer tabla rasa de toda la deuda y comenzar de nuevo. Y sí, así dicho parece un tanto naif, ¿lo es?, pero les aseguro que el lector de En deuda se va a encontrar con un repaso impecable de la historia de la economía desde Mesopotamia hasta la actualidad y así intentar demostrar la falacia que se encuentra detrás de la tesis de Adam Smith de que la propiedad, el dinero y los mercados son anteriores a las instituciones políticas y la base misma de la sociedad humana.
'El prestamista y su esposa'. Cuadro de Quentin Metsys.

El trueque según Smith es consustancial a la naturaleza humana y en ello radica la historia económica por lo cual las instituciones políticas no tienen otro sentido que el garantizarlo y protegerlo. Y aquí es donde David Graeber desmonta el argumento desde la antropología al considerar el trueque como “un subproducto colateral del uso de monedas practicado por personas acostumbradas a transacciones en metálico cuando por una u otra no tenían acceso a moneda.”

Y dando por demostrado que sin dinero los sistemas de trueque no se dan, y aceptando que la moneda no es mercancía sino unidad de medida, la pregunta que se realiza es

¿Qué mide el dinero?: “Deuda. 

Una moneda es, efectivamente, un pagaré”. Es así como los Estados crean los mercados para la garantía del pago de la deuda y lo que los justifica, por ello la historia de la misma deuda y de los mercados es inseparable de la violencia, la esclavitud, la conquista, y siempre vinculado a instituciones fuertes (sean divinas, imperios, monarquías…) porque Estado y Mercado se necesitan mutuamente para su supervivencia. En suma, que trueque y moneda son deuda y para que esta sea fiable requieren al Estado que tiene como finalidad la garantía de la misma.

La esclavitud ocupa un lugar importante. 

Siendo como es una consecuencia de la guerra en alguna de sus formas, el perdedor “entrega su vida”, la deuda entendida como absoluta e infinita.
Al aparecer el mercado de esclavos la deuda deja de ser absoluta y se convierte en cuantificable, de hecho el autor sostiene que fue exactamente esta operación la que hizo posible el surgimiento de la forma contemporánea del dinero.

Por tanto es la deuda lo que nos hace posible imaginar al dinero en su sentido contemporáneo, y por tanto lo que ahora llamamos mercado, un lugar donde todo está en venta porque todos los objetos son (como los esclavos) separados de sus antiguas relaciones sociales y existen solo en relación al dinero.

David Graeber:
“La esclavitud formal se ha eliminado, pero (como puede corroborar cualquiera que trabaje de ocho a cinco) la idea de que uno puede alienar su libertad, al menos temporalmente persiste.
En realidad es la que determina qué debemos hacer la mayoría de nosotros en nuestras horas de vigilia, excepto, en gran medida, apartada de la vista.

Pero esto se debe, sobre todo, a que somos incapaces de imaginar como sería un mundo basado en arreglos sociales que no requieran la constante amenaza de tásers y cámaras de videovigilancia.”

El autor a partir de ahora pasa a discernir los “grandes ritmos” que definen el actual momento histórico. Comienza por los primeros imperios agrícolas (3500 a.C) donde ya existían mercados, continúa por la etapa de las primeras acuñaciones de moneda (Era Axial, 800 .a.C) coincidiendo con el nacimiento de las mayores religiones del mundo en la China, India y Medio Oriente, donde usando el término de Geoffrey Ingham lo define como “complejo militar-acuñador” y le añade “esclavista”.
Y si esta etapa será la de la aparición de los ideales complementarios de los mercados y las religiones, la Edad Media fue el periodo en el que ambas instituciones comienzan a fusionarse:
“Si la Era Axial fue la era del materialismo, la Edad Media fue ante todo, la era de la trascendencia. El derrumbe de los antiguos imperios no llevó, en su mayor parte, al surgimiento de otros nuevos. En lugar de ello, movimientos religiosos otrora subversivos acabaron catapultados a la posición de instituciones dominantes.

La esclavitud entró en declive o desapareció, al igual que el nivel general de violencia.  
Conforme el comercio volvió a despegar, también lo hizo el ritmo de innovaciones tecnológicas; la paz más duradera trajo mayores posibilidades no tan solo para el movimiento de especias y sedas, sino también de gentes e ideas.”

Durante la mayor parte del periodo medieval la moneda se desvinculó considerablemente de las instituciones coercitivas y florecieron instituciones que requerían de un mayor grado de confianza social.

En la Era de los Imperios Europeos (1500-1971) el mundo experimentó una reversión de la esclavización masiva, el saqueo y las guerras de destrucción junto al consiguiente y rápido regreso del oro y plata como la forma principal de dinero.

Graeber destaca del periodo la disolución entre el dinero y las instituciones religiosas, y su posterior vinculación con instituciones coactivas (en especial el Estado), fue aquí acompañado de una reversión ideológica al “metalismo”.

El crédito pasa así a ser una prioridad para todo gobierno y una forma de financiar el déficit, forma de crédito inventada para financiar las expansiones y sus guerras.
Evidentemente, también es el momento del surgimiento del capitalismo, revolución industrial, democracia representativa… ¡y otra vez el autor retorciendo nuestras creencias más indiscutibles!, lo que consideramos libertad económica ha estado fundamentada en una lógica como la mismísima esencia de la esclavitud:

“… el nacimiento del nuevo capitalismo no es sino un gigantesco aparato financiero de crédito y deuda que opera, en la práctica, para extraer más y más trabajo de todo aquel que entra en contacto con él, y en consecuencia produce un crecimiento en la cantidad de bienes materiales. No lo hace solo desde la obligación moral, sino, sobre todo, empleando la obligación moral para movilizar pura fuerza física. En todo momento, reaparece la conocida, pero típicamente europea, asociación de guerra y comercio, a menudo en formas sorprendentemente nuevas.” Por estas formas Graeber se refiere a las Bolsas, deudas nacionales (dinero-deuda era dinero-guerra) y otras corporaciones privadas.

Y la última etapa, la actual, que comienza en 1971 cuando Richard Nixon anuncia el fin de la convertibilidad del dólar al oro acabando de manera definitiva con el patrón oro internacional y creando así los regímenes de libre flotación de la actualidad. Es la era del dinero virtual donde rara vez interviene el papel moneda en las grandes operaciones y las economías nacionales se mueven a través del crédito. La especulación y los instrumentos financieros se han convertido en una entidad en si misma sin ningún vínculo inmediato con la producción o el comercio.

Y una reflexión sobre el entristecido hombre de hoy y su carga como individuo en las sociedades de hoy:

Todas estas tragedias morales parten de la noción de que la deuda personal está causada, en último término, por excesos, que se trata de un pecado contra los seres queridos, y, que, por tanto, la redención es cuestión de purgar y de restaurar una ascética abnegación (…); es, en definitiva, la propia vida social la que se ve como un abuso, como un crimen, como algo demoniaco.”


En fin, habrá notado el lector que David Graeber tiene una visión antagónica con la concepción mayoritaria de la Economía se mezcla con una interpretación igualmente alternativa de la Historia. ¡Y desde la antropología!, ¡Les aseguro que se agradece!
Este es un libro lleno de erudición (he evitado centrarme en las cuestiones más propias del debate filosófico) que desde luego supera muy de largo la práctica totalidad de la literatura indignada y que no debe faltar en ninguna biblioteca que pretenda abarcar el pensamiento de nuestro tiempo.

El mundo necesita condonar todas las deudas existentes

Tanto las internacionales como la de los consumidores. De esta manera, se “aliviría sufrimiento” y la humanidad recordaría que el “dinero no es inefable”, que “pagar los propias deudas no es la esencia de la moralidad” y que la democracia es el sistema que permite a las personas ponerse de acuerdo para buscar lo mejor para todos.
Esta es la “propuesta” que lanza el antropólogo estadounidense David Graeber.

La propuesta de Graeber, doctor en Antropología y profesor del Goldsmiths de Londres, no es producto de una genialidad propia, siquiera de una observación de la realidad económica del mundo occidental, sumido en una grave crisis de deuda desde 2008.  516 de páginas, en las que reexamina los orígenes de diferentes mitos y aseveraciones que el sistema ha convertido en verdades indiscutibles como el origen del capitalismo o el propio concepto de deuda.

La premisa que da lugar al análisis de la historia económica es contundente.

Tras la explosión de la crisis en 2008 quedó patente que “la historia que se había contado a todo el mundo durante la última década se había revelado como una inmensa mentira”. 
Por lo que Graeber considera imprescindible iniciar un “auténtico debate público acerca de la naturaleza de la deuda, del dinero y de las instituciones financieras que han acabado teniendo el destino del mundo en sus manos”. Un debate indispensable en las puertas de un cambio de era, según Graeber. “Cada vez más, parece que no tenemos otra opción”, asevera.

El análisis de Groeber, reconocido anarquista, arranca desde la propia raíz del asunto. El origen de la economía. La teoría tradicional explica el nacimiento de la economía a través de El mito del trueque. Una vaca por 40 gallinas. Para Groeber el trueque no es más que “un subproducto colateral del uso de monedas practicado por personas acostumbradas a transacciones en metálico cuando por una u otra razón no tenían acceso a moneda”.

Pero la confusión histórica no es casual. Adam Smith, en su obra La riqueza de las naciones (1776), acude al trueque para señalar la economía como un mero intercambio, como dos partes de un contrato.

Smith y los posteriores historiadores de la economía olvidan adrede,  que  

la historia del mercado y de la deuda, y del capitalismo por extensión, están ligadas a la guerra, la conquista militar, la esclavitud o el tráfico de personas

Remarca Groeber que la deuda y el mercado no han existido sin la compañía de una institución fuerte, ya sea ley sharia, la monarquía de origen divino, o el Imperio romano que imponen a ciudadanos o súbditos que imponga determinados tributos, impuestos y dé valor a las deudas adquiridas.

La diferencia entre los dos conceptos resulta fundamental para conseguir una definición del concepto “capitalismo”. Si partimos de que la economía surge del intercambio el capitalismo puede ser conceptualizado como un sistema que “permite a quienes tienen ideas potencialmente comercializables reunir recursos para hacer realidad”. Por tanto, incluyendo todo lo anteriormente descrito, el capitalismo no sería más que el sistema en el que los que poseen capital manda e imponen condiciones sobre los que no lo tienen.


Todas las sociedades, menos esta, han protegido a los ciudadanos de los acreedores

Para Groeber, la economía como tal surge en el momento en el que en la antigua Mesopotamia se iniciaron a contabilizar por escrito las deudas. En todas y cada una de las experiencias humanas en sociedad, argumenta Groeber, ha existido la deuda. Sin embargo, las diferentes civilizaciones, como la romana o la griega, quienes también se vieron envueltas en diferentes crisis de deuda, insistieron en “suavizar el impacto, eliminar abusos evidentes como la esclavitud por deudas” o “emplear los botines del imperio para proporcionar todo tipo de beneficios extra a sus ciudadanos pobres a fin de mantenerlos más o menos a flote pero que nunca cuestionaran el propio concepto de deuda”.

Asimismo, otras sociedades aplicaban una especie de año Jubileo en el que se borraban todas las cuentas y se reiniciaban las cuentas para que las bases sociales del sistema no se sublevaran.

El imperio capitalista, forjado durante los últimos 500 años, aprendió esta lección. A través de la deuda, sus principales potencias establecieorn una jerarquía mundial condenando a una gran mayoría del mundo a una esclavitud eterna (en este punto el autor pone como ejemplo la historia de Haití, pero sabía cómo mantenerse.

El sistema en una "situación de conflicto de clases" límite que ponía en peligro su propia viabilidad, debido al auge del comunismo en el período de entreguerras y tras la Segunda Guerra Mundial, supo repartir “los botines del imperio de la deuda” entre los ciudadanos de los países dominantes.

Tal y como hizo Roma o Atenas para superar sus respectivas crisis de deuda.

En el caso de que las instituciones no respondieran a tiempo a la situación de crisis se corría el peligro de una sublevación popular.

“A lo largo de la mayor parte de la historia, cuando ha aparecido un conflicto abierto entre clases, ha tomado la forma de peticiones de cancelación de deudas:
la liberación de quienes se contraban en la servidumbre por ellas y, habitualmente, una redistribución más justa de las tierras”, escribe.

El sistema aplicó las tesis keynesianas y “suspendió la guerra de clases”. “Para explicarlo crudamente: a las clases trabajadoras y blancas de los países de Atlántico Norte, de Estados Unidos a Alemania, les ofrecieron un trato.

Si acordaban dejar de lado las fantasías de cambiar radicalmente la naturaleza del sistema, se les permitiría mantener sus sindicatos, disfrutar de una amplia gama de ventajas sociales (...)”, explica.

Aunque el déficit ha descendido a un ritmo moderado, la presencia de la deuda no ha dejado de crecer.



La conquista neoliberal

Sin embargo, en 1979 con la llegada de Ronald Reagan y Margaret Thatcher al poder en Estados Unidos y Gran Bretaña, respectivamente, el sistema capitalista volvió a mutar y el “trato quedó deshecho”.

Así quedó explícito en el ataque conjunto que ambos dirigentes lanzaron a los sindicatos de trabajadores.
En ese momento, el sistema buscó que todos los ciudadanos se convirtieran en “rentistas”, que jugaran en el mercado y, al mismo tiempo, les “animó a pedir préstamos”. Lo llamaron la “democratización de las finanzas” o "neoliberalismo", Groeber no duda en calificarlo como “el imperalismo de la deuda”.

"La crisis demuestra que lo que nos han dicho los últimos diez años es mentira"

En este sistema los ciudadanos son “minúsculas corporaciones, organizadas en torno a la misma relación entre inversor y ejecutivo: entre la fría y calculadora matemática del banquero y el guerrero que, endeudado, ha abandonado cualquier noción personal de honor para convertirse en una especie de máquina desgraciada”.
Sin embargo, esta forma de capitalismo también ha fracasado y ha llegado a su fin porque está demostrando cada día que transcurre desde el inicio de la crisis que todo es “una flagante mentira”.

No obstante, a diferencia de otras fases de la historia el Estado o el Imperio no ha actuado para defender a la población de los acreedores. Muy al contrario, ha obligado a los “deudores pobres” a rescatar a los “deudores ricos” y ha modificado las normas para proteger a los acreedores de manera que el pago de la deuda por parte de los pobres sea obligatoria.

Resulta que no todos tenemos que pagar nuestras deudas, sólo algunos”, analiza.

Reiniciar el sistema

Por ello, Groeber emplaza a “limpiar la pizarra [de deudas] a todo el mundo y volver a comenzar”. La manera de organizarse en esta nueva etapa aún es desconocida. La alternativa no lo tendrá fácil, recuerda Groeber, quien señala que durante los últimos treinta años la sociedad ha presenciado “la creación de un vasto aparato burocrático para la creación y mantenimiento de la desesperanza” cuyo objetivo es asegurarse de que “los movimientos sociales no crezcan, florezcan o propongan alternativas”. “Cualquier idea de cambiar el mundo parece una fantasía vana e infundada”, apunta.

El primer paso de la nueva forma de organización social está señalado. “Limpiar la pizarra de deudas”. Después, apunta Groeber habrá que continuar debatiendo. “Lo que sí sabemos es que la historia no ha acabado y que surguirán con total seguridad nuevas y sorprendentes ideas”, concluye.



Una historia alternativa de la deuda

Extracto literal del libro 'En deuda. Una historia alternativa de la economía', del antropólogo David Graeber, publicado en España por la editorial Ariel.

Un relato provocador de por qué el sistema económico ha impuesto a lo largo de la historia la idea de la devolución de la deuda como un imperativo moral:

más INFO     Cómo medir 5.000 años de deuda


Hace dos años, por una serie de extraordinarias coincidencias, asistí a una fiesta en el jardín de la Abadía de Westminster. Me sentía un poco incómodo.

No es que los demás invitados no fueran agradables y amistosos, ni que el padre Graeme, organizador del acontecimiento, no fuera un anfitrión encantador y amable. Pero me encontraba fuera de lugar.

En cierto momento el padre Graeme intervino para decirme que había alguien, cerca de una fuente cercana, a quien me gustaría conocer. Resultó ser una joven esbelta e inteligente que, según me explicó, era abogada, «pero del tipo activista. Trabaja para una fundación que proporciona apoyo legal para los grupos que luchan contra la pobreza en Londres. Creo que tendrán ustedes mucho de qué hablar».

Y conversamos. Me habló de su trabajo. Le conté que durante años había estado implicado en el movimiento global por la justicia social («movimiento antiglobalización», como estaba de moda llamarlo en los medios de comunicación). Ella sentía curiosidad. Por supuesto, había leído mucho acerca de Seattle, Génova, los gases lacrimógenos y las batallas callejeras, pero... bueno, ¿habíamos conseguido algo con todo eso?

«En realidad», repliqué, «es asombroso todo lo que conseguimos en aquellos dos primeros años».


«¿Por ejemplo?»

«Bueno, por ejemplo casi conseguimos destruir el FMI.» Resultó que ella desconocía lo que era el FMI, de modo que le expliqué que

 el Fondo Monetario Internacional actuaba básicamente como el ejecutor de la deuda mundial: 

«Se puede decir que es el equivalente, en las altas finanzas, a los tipos que vienen a romperte las dos piernas».

Me lancé a ofrecerle un contexto histórico, explicándole cómo, durante la crisis del petróleo de los 70, los países de la OPEP acabaron colocando una parte tan grande de sus recién descubiertas ganancias en los bancos occidentales que éstos no sabían en qué invertir el dinero; de cómo, por tanto, Citibank y Chase comenzaron a enviar agentes por todo el mundo para convencer a dictadores y políticos del Tercer Mundo de acceder a préstamos (en aquella época lo llamaban go-go banking); cómo estos préstamos comenzaron a tipos de interés extraordinariamente bajos sólo para dispararse casi inmediatamente a tipos de más del 20 por ciento por las estrictas políticas de EE.UU. a principios de los 80; cómo esto llevó, durante los años 80 y 90, a la gran deuda de los países del Tercer Mundo;  
cómo apareció entonces el FMI para insistir en que, a fin de obtener refinanciación de la deuda, los países pobres deberían abandonar las subvenciones a los alimentos básicos, o incluso sus políticas de mantener reservas de alimentos; así como la sanidad y la educación gratuitas;
y cómo todo esto había llevado al colapso y abandono de algunas de las poblaciones más desfavorecidas y vulnerables del planeta.

Hablé de pobreza, del saqueo de los recursos públicos, del colapso de las sociedades, de violencia y desnutrición endémicas, de falta de esperanzas y de vidas rotas.

«Pero ¿cuál era tu posición?», preguntó la abogada. «¿Acerca del FMI? Queríamos abolirlo.»

«No, acerca de la deuda del Tercer Mundo.»

«También la queríamos abolir. La exigencia inmediata era que el FMI dejara de imponer políticas de ajuste estructural, que eran las que causaban el daño inmediato, pero resultó que lo conseguimos sorprendentemente rápido.

El objetivo a largo plazo era la condonación. Algo al estilo del Jubileo bíblico.* Por lo que a nosotros concernía, treinta años de dinero fluyendo de los países más pobres a los ricos era más que suficiente.»

«Pero», objetó ella, como si fuera lo más evidente del mundo, «¡habían pedido prestado el dinero! Uno debe pagar sus deudas». Fue entonces cuando me di cuenta de que ésta iba a ser una conversación muy diferente de la que había imaginado al principio.

¿Por dónde comenzar?
Podría haber comenzado explicando que estos préstamos los habían tomado dictadores no elegidos que habían puesto la mayor parte del dinero en sus bancos suizos, y pedirle que contemplara la injusticia que suponía insistir en que los préstamos se pagaran no por el dictador, o incluso sus compinches, sino directamente sacando la comida de las bocas de niños hambrientos.

O que me dijera cuántos de esos países ya habían devuelto dos o tres veces la cantidad que les habían prestado, pero que por ese milagro de los intereses compuestos no habían conseguido siquiera reducir significativamente su deuda.

Podría también decirle que había una diferencia entre refinanciar préstamos y exigir, para tal refinanciación, que los países tengan que seguir ciertas reglas del más ortodoxo mercado diseñadas en Zúrich o en Washington por personas que los ciudadanos de aquellos países no habían escogido ni lo harían nunca, y que era deshonesto pedir que los países adopten un sistema democrático para impedir que, salga quien salga elegido, tenga control sobre la política económica de su país.

O que las políticas impuestas por el FMI no funcionaban. Pero había un problema aún más básico: la asunción de que las deudas se han de pagar.

"Uno debe pagar sus deudas". La razón por la que esta frase es tan poderosa es que no se trata de una declaración económica: es una declaración moral

mas control a traves de la desaparicion del dinero en efectivo 

En realidad, lo más notorio de la frase «uno ha de pagar sus deudas» es que, incluso de acuerdo a la teoría económica estándar, es mentira. Se supone que quien presta acepta un cierto grado de riesgo. Si todos los préstamos, incluso los más estúpidos, se tuvieran que cobrar (por ejemplo, si no hubiera leyes de bancarrota) los resultados serían desastrosos.

¿Por qué razón deberían abstenerse los prestamistas de hacer un préstamo estúpido?

«Bueno, sé que eso parece de sentido común, pero lo curioso es que, en términos económicos, no es así como se supone que funcionan los préstamos. Se supone que las instituciones financieras son maneras de redirigir recursos hacia inversiones provechosas. Si un banco siempre tuviera garantizada la devolución de su dinero más intereses, sin importar lo que hiciera, el sistema no funcionaría.

Imagina que yo entrara en la sucursal más próxima del Royal Bank of Scotland y les dijera:
"Sabéis, me han dado un buen soplo para las carreras. 
¿Creéis que me podríais prestar un par de millones de libras?".

Evidentemente se reirían de mí. Pero eso es porque saben que si mi caballo no gana no tendrían manera de recuperar su dinero. Pero imagina que hubiera alguna ley que les garantizara recuperar su dinero sin importar qué pasara, incluso si ello significara, no sé, vender a mi hija como esclava o mis órganos para trasplantes.
Bueno, en tal caso, ¿por qué no?
¿Para qué molestarse en esperar que aparezca alguien con un plan viable para fundar una lavandería o algo similar?
Básicamente ésa es la situación que creó el FMI a escala mundial... y es la razón de que todos esos bancos estuvieran deseosos de prestar miles de millones de dólares a esos criminales, en primer lugar.»

No llegué mucho más lejos porque en ese momento apareció un banquero borracho que, tras darse cuenta de que hablábamos de dinero, comenzó a contar chistes acerca de riesgo moral, que de alguna manera no tardaron en convertirse en una historia larga y no especialmente interesante acerca una de sus conquistas sexuales. Me alejé del grupo.

Sin embargo, la frase siguió resonando en mi cabeza durante varios días.

«Uno debe pagar sus deudas.»

La razón por la que es tan poderosa es que no se trata de una declaración económica: es una declaración moral. Al fin y al cabo, ¿no trata la moral, esencialmente, de pagar las propias deudas? Dar a la gente lo que le toca. Aceptar las propias responsabilidades. Cumplir con las obligaciones con respecto a los demás como esperaríamos que los demás las cumplieran hacia nosotros. ¿Qué mejor ejemplo de eludir las propias responsabilidades que renegar de una promesa, o rehusar pagar una deuda?

Me di cuenta de que era esa aparente evidencia la que la hacía tan insidiosa. Era el tipo de frase que hacía parecer blandas y poco importantes cosas terribles. Puede sonar fuerte, pero es difícil no albergar sentimientos intensos hacia asuntos como éstos cuando uno ha comprobado sus efectos secundarios. Y yo lo había hecho. Durante casi dos años viví en las tierras altas de Madagascar. Poco antes de que yo llegara había habido un brote de malaria. Se trataba de un estallido especialmente virulento, porque muchos años atrás la malaria se había erradicado de las tierras altas de Madagascar, de modo que, tras un par de generaciones, la gente había perdido su inmunidad.

El problema era que costaba dinero mantener el programa de erradicación del mosquito, pues exigía pruebas periódicas para comprobar que el mosquito no comenzaba a reproducirse de nuevo, así como campañas de fumigación si se descubría que lo hacía.

No mucho dinero, pero debido a los programas de austeridad impuestos por el FMI, el gobierno había tenido que recortar el programa de monitorización. Murieron diez mil personas.
Me encontré con madres llorando por la muerte de sus hijos. Uno puede pensar que es difícil argumentar que la pérdida de diez mil vidas humanas está realmente justificada para asegurarse de que Citibank no tuviera pérdidas por un préstamo irresponsable que, de todas maneras, ni siquiera era importante en su balance final.
Pero he aquí a una mujer perfectamente decente, una mujer que trabajaba en una fundación caritativa, nada menos, que pensaba que era evidente. Al fin y al cabo, debían el dinero, y uno ha de pagar sus deudas.

***


El mismo hecho de que no sepamos qué es la deuda, la propia flexibilidad del concepto, es la base de su poder. Si algo enseña la historia, es que no hay mejor manera de justificar relaciones basadas en la violencia, para hacerlas parecer éticas, que darles un nuevo marco en el lenguaje de la deuda, sobre todo porque inmediatamente hace parecer que es la víctima la que ha hecho algo mal. Los mafiosos comprenden perfectamente esto. También los comandantes de los ejércitos invasores.

Durante miles de años los violentos han sabido convencer a sus víctimas de que les deben algo. Como mínimo, que «les deben sus vidas», una frase hecha, por no haberlos matado.

Hoy en día, por ejemplo, la agresión militar está tipificada como crimen contra la humanidad, y los tribunales internacionales, cuando se los convoca, suelen exigir a los agresores el pago de una compensación. Alemania tuvo que pagar enormes indemnizaciones tras la Primera Guerra Mundial, e Irak aún está pagando a Kuwait por la invasión militar de Sadam Hussein en 1990.

Sin embargo, la deuda del Tercer Mundo, la de países como Madagascar, Bolivia y Filipinas, parece funcionar de manera exactamente opuesta. Los países deudores del Tercer Mundo son casi exclusivamente naciones que en algún momento fueron atacadas y conquistadas por las potencias europeas, a menudo las potencias a las que deben el dinero.

En 1895, por ejemplo, Francia invadió Madagascar, depuso el gobierno de la entonces reina Ranavalona III y declaró el país colonia francesa.

Una de las primeras cosas que hizo el general Gallieni tras la «pacificación», como les gustaba llamarla, fue imponer pesados impuestos a la población malgache, en parte para poder pagar los gastos generados por haber sido invadidos, pero también, dado que las colonias tenían que ser autosuficientes, para sufragar los costes de la construcción de vías férreas, carreteras, puentes, plantaciones y demás infraestructuras que el régimen francés deseaba construir.
A los contribuyentes malgaches nunca se les preguntó si querían aquellas vías férreas, carreteras, puentes, y plantaciones, ni se les permitió opinar acerca de cómo y dónde se construían.

Al contrario: durante el siguiente medio siglo, la policía y el ejército francés masacraron a un buen número de malgaches que se opusieron con demasiada fuerza al acuerdo (más de medio millón, según algunos informes, durante una revuelta en 1947).
Madagascar nunca ha causado un daño comparable a Francia. Pese a ello, desde el principio se dijo a los malgaches que debían dinero a Francia, y hasta hoy en día se mantiene a los malgaches en deuda con Francia, y el resto del mundo acepta este acuerdo como algo justo. Cuando la «comunidad internacional» percibe algún problema moral es cuando el gobierno de Madagascar se muestra lento en el pago de sus deudas.

Pero la deuda no es sólo la justicia del vencedor; puede ser también una manera de castigar a ganadores que no se suponía que debieran ganar. El ejemplo más espectacular de esto es la historia de la República de Haití, el primer país pobre al que se colocó en un estado de esclavitud mediante deuda. Haití era una nación fundada por antiguos esclavos de plantaciones que cometieron la temeridad no sólo de rebelarse, entre grandes declaraciones de derechos y libertades individuales, sino también de derrotar a los ejércitos que Napoleón envió para devolverlos a la esclavitud.

Francia clamó de inmediato que la nueva república le debía 150 millones de francos en daños por las plantaciones expropiadas, así como los gastos de las fallidas expediciones militares, y todas las demás naciones, incluido Estados Unidos, acordaron imponer un embargo al país hasta que pagase la deuda. 

La suma era deliberadamente imposible (equivalente a unos 18.000 millones de dólares actuales) y el posterior embargo consiguió que el nombre de Haití se convirtiera en sinónimo de deuda, pobreza y miseria humana desde entonces.



comentarios varios:

- Describe perfectamente la situación de Andalucía. Una colonia de las potencias europeas cristianas, colonizada completamente en el siglo XV, convertida en despensa latifundista del Estado Español y a la que impiden cada x tiempo mediante genocidios y matanzas, que se rebele y luche por su autonomía. Curiosamente también fueron los andaluces los primeros en joder a Napoleón. Europa y España evitan que expropiemos las tierras robadas por los latifundistas, 56% del territorio andaluz pertenece a un 2% de terratenientes (Iglesia, Domech, Alba, etc), que absorven todas las "ayudas"/limosnas de la Unión Europea. Evidentemente, todo este robo se hace con la ayuda del resto del estado español y de los intelectuales y medios que ignoran la situación de Andalucía a favor de burguesías norteñas como la de Artur Mas.

- Excelente articulo que aclarará dudas a más de uno sobre la verdadera razón de ser del FMI y además nos deja muy claras las intenciones de nuestros actuales políticos, junto con las instituciones Europeas y el nefasto FMI. Lo justo? No pagar. 29/09/2012 - 13:50h


Si un día hacemos comprender a este país de cabezas huecas que es imprescindible una auditoría de la deuda, privada y pública, habremos hecho la revolución definitiva... tiembla Florentino. 


#FMI Creia que eran las siglas del Fondo Monetario Internacional,sin saber realmente lo que era o quienes eran.


Me gusta leer y me jacto de ello,pero hoy me he dado cuenta de que soy una ignorante y, no se nada.Me da pavor pensar que España está a punto de ser controlada por y para siempre por el FMI. Admiro a los Islandeses,los unicos que hasta ahora se han negado a pagar la deuda de los bancos y politicos corruptos.

¿Por qué no podemos ser como ellos y decIr -NO-.? 29/09/2012 - 16:30h


- Encontré el primer capítulo en una librería, gratis. Leerlo me ha provocado muchas reflexiones. Lo más interesante es el método, el antropológico, para estudiar un concepto que habitualmente asociamos a otra disciplina (economia). Esta práctica acostumbra a dar muy buenos análisis. Hoy he terminado el primer capítulo y espero poder seguir leyendo si puedo reunir el dinero para el libro (25€). Muy recomendable.


- Solo un puntualización: El FMI no funciona mal, cumple su función a la perfección, otra cosa es que su función sea tan abominable que la gente de bien sea incapaz de aceptarlo. Para quienes aspiran a gobernar el mundo al completo, cualquiera que intente levantar la cabeza es un enemigo a eliminar. Buscare y comprare el libro. 29/09/2012 - 23:53h


- Muy interesante el artículo, intentaré hacerme con el libro. Contestando a Fatim y estando de acuerdo en que me gustaría una solución a la islandesa en España a mi parecer es imposible en el actual contexto político, y no sólo porque gobierne un partido de derechas y conservador, sino porque aún gobernado un partido de izquierdas se lo impediría la oligarquía y élite financiera que fundamentalmente es de derechas y conservadora, que estando en la oposición tienen un inmenso poder. Este país necesita con urgencia una clase política comprometida con la gente, una clase política madura y que no le tema a una democracia participativa y que evolucione sin miedos, dejando el lastre de "las dos Españas", necesita unos políticos limpios y fiables, osea, que aborrezcan la corrupción, si a esto le añadimos una mayor implicación del ciudadano de a pie en política, mejor. Pero este panorama se me antoja lejano. 30/09/2012 - 11:48h


- Ojalá esto lo leyeran (y lo entendieran) los que dicen que los que protestan en la calle son unos ignorantes delincuentes de extrema izquierda que no representan a nadie. 30/09/2012


- Lo siento pero me deprimo profundamente después de leer esto porque comprendo que incluso los bien intencionados que creemos luchar contra la pobreza , la desigualdad y la justicia social, debemos estar muy bien informados y no caer en la trampa de los conceptos falsamente morales prefabricados e insertados estratégicamente(ecologia, sobrepoblacion , calentamiento, vacunas ...deuda y tantos mitos modernos)  por un sistema capitalista cuyos actores principales lo rentabilizan en su favor saltándose precisamente todas las normas éticas y morales. 30/09/2012 - 12:48h


# Bien, eso es lo que llamaba Marx "el pathos de la indignación". A partir de ahí, podemos ir progresando. 


- En este país siempre ha habido:
1- Una oligarquía muy poderosa (nobleza, clero, grandes empresarios, financieros, burguesía, mandos del ejército).
2- Una clase política corrupta, caciquista, ladrona, sin escrúpulos y parte de o marioneta de los anteriores.
3- Y una parte de la población cateta, analfabestia, fanática y lobotomizada (los de "el PP ha ganado por mayoría absoluta y puede hacer lo que quiera" y "los que protestan son unos vagos, leña al perroflauta") seguidora sin fisuras de los nº1 y 2 antes que el pueblo. Por estos 3 cánceres, por estas 3 razones, este país necesita una limpieza de arriba a abajo para solamente tener la mínima esperanza de mejorar en algún aspecto, sino no habrá manera.
El único intento serio de cambio, modernización y limpieza ocurrió en 1931-1933 y luego 1936, pero ya sabemos cómo acabó, por culpa de los del punto número 1 y luego los del 2 y los borregos del 3 que les seguían.|

- Que lastima que solo mantengamos las tradicciones mas estupidas, y aquellas interesantes e importantes como esta se dejen de practicar

- La Deuda os hará libres. En efecto el cogollo fundamental radica en el reparto del riesgo inicuo entre prestatarios y elites que luego traspasan las consecuencias a las poblaciones; en el caso español entre la sobreliquidez de los prestamistas alemanes que recogieron grandes beneficios de la burbuja española que sus capitales inflaron y las elites locales bancario-empresariales del pelotazo... Y ahora los pelotazos de los "prodisturbios"... htttp://enjuaguesdesofia.blogspot.com 30/09/2012 - 18:06h


esto nos demuestra la injusticia del mundo.¿cómo no hay alguien con sabiduría que ponga orden? la humanidad está cansada de sufrir. Ya es hora de que esto termine!! | 30/09/2012 - 18:08h

# Yo mañana mismo voy a buscarlo en la biblioteca.Sin duda que me aclarará bastantes dudas. Saludos. 30/09/2012 - 19:16h


- Para los que aún no tengáis el libro os sugiero oír una magnífica exposición sobre los orígenes de la deuda del economista parlamentario portugués Francisco Louça invitado en la última edición del aula de filosofía Castealao (buscar a la derecha con título "Clausura XXIX, Francisco Louça",habla aprox a la mitad del video) http://aulacastelao.com/multimedia/multimedia/ 30/09/2012 - 20:22h

- El problema de la izquierda siempre ha sido la suposición muy, pero que muy equivocada, de que una fase temporal del capitalismo, el capitalismo industrial, era la máxima y prioritaria expresión del sistema. El capitalismo industrial nace cuando el capital comercial entra en lo que ahora llaman "economía real", alentada por la demanda de los recien creados estados nacionales y sus múltiples guerras. La clase obrera industrial no fue, no es ni será la clase que va a terminar con todas las clases. Ahora representa un porcentaje minoritario de los asalariados, con un peso cada vez más comparable al de los campesinos cuando la industria era lo predominante. Al final, el capitalismo industrial analizado por Marx solamente se impuso en el continente de forma masiva tras la II Guerra Mundial y ha durado hasta los años ochenta del siglo pasado. El seguir enganchados al obrerismo decimonónico o a su versión keynesiana de izquierda recién resucitada no va a servir de nada. Con todo respeto a las luchas oberas del pasado, hay que pasar página. | 01/10/2012 - 09:52h


- Genial, buenísimo análisis en la línea de la genealogía de la moral de Nietzsche que indica que culpa y deuda tienen la misma raíz etimológica, o el libro el hombre endeudado de Lazzarato donde entiende la deuda como dominación política. 01/10/2012 - 10:05h


- Buenos días, no conocía este libro, se agradece la reseña. Será mi próxima compra, junto con el nuevo de Markaris: La espada de damocles. | 01/10/2012 - 11:53h


#1 Te puedo asegurar que en el "Norte Burgués" nos da arcadas de asco ese latifundismo depredador de tu tierra. La historia sería muy diferente sin el latifundismo que ha expulsado constantemente hacia afuera buena parte del pueblo andaluz. Para cuando una limpia de señotingos parasitarios del papel cuché?.

- ¿Por qué se define a la joven como esbelta e inteligente? Inteligencia no es sinónimo de sabiduría, es verdad. Pero, ¿cómo es posible que no supiera lo que es el FMI? En fin, un libro al parecer interesante, aunque me imagino que las historias que se cuentan para unir los comentarios importantes son un poco ingenuos. Tal vez sirva para saber que no solo las venas de latinoamérica son las que están abiertas...

#1 Viendo como han votado al primer comentario, que puedes estar no deacuerdo con lo de los norteños, (para mi, los del norte). Me queda claro, que de aquí (de los problemas) no salimos. #No tenemos ni unidad ni, empatia por otros. Y lo gracioso, es que al igual que estan exprimiendo Andalucia, como dice #1 , también están exprimiendo a otras comunidades y sus habitantes que por algún motivo han votado encontrar a #1. Pero lo mas sangrante es que no hay comunidad buena o mala, si no hijos "de", que absorben en comunidades o donde sea, esas ayudas que deverian de llegar a todos y que normalmente, y como vemos a diario, se pierden o despilfarran sin saber muy bien por que y "por quien". No somos enemigos, unas comunidades y otras, eso es algo algunos interesados quieren hacernos creer, que somos enemigos, y así les quitamos el ojo de encima a "aquellos" que nos están arruinando. Madrid-Barcelona, Málaga-Sevilla no somos enemigos, solo somos diferentes, yo no les estoy robando, yo no le estoy haciendo pagar en los impuestos, yo no le estoy reduciendo su sueldo .... arrrrrggggg (rabia), No somos enemigos, los enemigos son otros, que hace que nos enfrentemos unos con otros, ese es el problema.


- Cuando me refiero a norteños, obviamente, no hablo del pueblo trabajador. Y sí, es bastante curioso que por quejarme de una situación REAL de colonialismo latifundista, me premien con 63 votos negativos.



- Yo les recomiendo para tener otra imagen de como está montado el tinglado este de las finanzas.. que se lean esta obra de teatro (http://www.cervantesvirtual.com/obra/ganaras-el-pan-con-el-sudor-del-de-enfrente--0/) que es muy descriptiva de como funcionan bancos en connivencia con los poderes del estado. Es una obra escrita desde la óptica de un cristiano de base. Una verdadera metáfora de la realidad actual.

- Por qué Rafael Correa, presidente del Ecuador es el mejor que hemos tenido??? Porque lo primero que hizo al llegar al poder es establecer una auditoría de deuda, la cual arrojó terribles injusticias a lo largo de toda la historia republicana del Ecuador, y luego utilizó al mercado para pagarla, porque la deslegitimó, luego presionó al mercado diciendo que no la iba a pagar, y cuando los bonos tuvieron un castigo al valor nominal de casi el 60% las compró el Estado Ecuatoriano a los acreedores, haciendo caer en una trampa a los tramposos, es decir ganándoles en el propio juego a los que siempre nos impusieron estas cosas, es cuestión de inteligencia y decisión, todo se puede hacer.

23 septiembre 2012

LIBROS REVISIONISTAS DE LA HISTORIA HUMANA

Libros Revisionistas que valdria la pena "Revisar" - nos encontraremos varias sorpresas:

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En el prólogo de su obra, Paul H. Koch describe, como la imagen arquetípica del “Diablo” fue robada de una divinidad de los antiguos dioses griegos por parte de los primeros fundadores de la Iglesia Católica, con la intención de vencer por completo el paganismo que aún se practicaba en la Europa de los primeros siglos de la era cristiana, con el objeto de imponer la posición de esa doctrina.

Todo aquello que nos motiva y que nos conduce a un determinado comportamiento, ha sido inyectado en nuestras conciencias por parte del sistema social que nos rodea; y que todos aceptamos por el sólo hecho de sentirnos seguros y tranquilos. Pero el autor se hace una serie de cuestionamientos que plantea en forma de dudas y preguntas, tales como:

¿Qué ocurre si las cosas no son en verdad como se supone que son?

¿Y si la mayor parte de lo que nos enseñaron, de lo que nos enseñan día a día, está incompleto o desenfocado con propósitos determinados pero ocultos para nosotros?
¿Qué pasa si todo lo que nos rodea funciona de acuerdo con unas reglas del juego que no conocemos a pesar del impresionante desarrollo tecnológico que tenemos y que nos hace sentir como los reyes del mundo?


Basado en el polémico artículo que los profesores Mearsheimer y Walt publicaron en la London Review of Books en marzo de 2006, este libro profundiza en el que hasta ahora había sido un tema tabú: el impacto del lobby israelí en la política exterior de Estados Unidos. Describe el extraordinario nivel de apoyo material y diplomático que Estados Unidos proporciona a Israel y sostiene que este apoyo no puede explicarse sólo desde un punto de vista estratégico o moral, sino que se debe en gran medida a la influencia política de una coalición flexible de individuos y organizaciones que trabajan activamente para moldear la política exterior estadounidense en un sentido favorable a Israel.




Historia universal de la destrucción de los libros  Fernando Báez


Los hombres que queman libros saben lo que hacen
George Steiner

Esta destrucción ha acompañado a la escritura desde sus inicios: el hombre que crea es el mismo que destruye, la bibliofagia nace en el momento mismo de la inscripción.

De esta situación da cuenta el excelente libro del venezolano Fernando Báez, crónica de viaje a través de la destrucción de libros escrita en fornida prosa.

Historia universal de la destrucción de los libros relata la inefable masacre cometida con las bibliotecas desde sus comienzos en la región mesopotámica de Súmer (hace 5.300 años aproximadamente), pasando por el emperador chino Qin Shih Huang Ti (213 a.C.), la quema de manuscritos en Constantinopla, la de la España medieval, la destrucción de códices prehispánicos, los expurgos inquisitoriales, la hoguera del oprobio hecha por los nazis (1933), hasta los memoricidios efectuados por los serbios (1993) y, aun ahora, el bibliocausto en Irak.

Su trabajo no puede sino mover a la indignación, puesto que demuestra, en sus palabras, que “el instinto destructor es cultivado socialmente, desarrollado en la madurez individual, y su grado de daño responde a las expectativas sociales de quien lo ejerce.
Ningún individuo o sociedad destruye o mata sino aquello con lo que no quiere dialogar.
Es el monólogo más radical de la acción vital.

Destruir un libro es negarse al diálogo que supone la razón plural de éste”.

La destrucción de libros es, en este sentido, una profunda negación, lo que recuerda desde luego a Borges en su ensayo sobre Nathaniel Hawthorne (Otras inquisiciones), en donde menciona una obra del estadounidense, Earth’s Holocaust, en la que confabulados todos los hombres deciden exterminar el pasado en una hoguera a la que inflaman, entre otras cosas, con todos los libros. Esta destrucción obliga a pensar en obras similares como la noveleta ilustrada de Cortázar Fantomas contra los vampiros multinacionales,narración que principia con extraños robos en las principales bibliotecas del mundo. En este caso se pretende abolir la insurrección poniendo la inteligencia en llamas.

Esta destrucción es una metáfora de la ideología voraz de la economía y la política contemporánea.

Otro libro parecido, aunque con un sostén más bien filosófico, es el de Ray Bradbury, que tiene uno de los epígrafes más contundentes y seductores de la literatura: Fahrenheit 451: la temperatura a la que el papel de los libros inflama y arde.

La utopía negativa de Bradbury es un territorio en el que no cabe la tristeza ni la diversidad; las personas son unidimensionales, se ha abolido la contingencia y la humana capacidad de hacerse daño: la lectura no tiene lugar. Montag, bombero encargado de exterminar los libros puesto que propulsan la reflexión y roban la tranquilidad, es el ejemplo de una destrucción que no crea, su fuego es definitivo. Los habitantes de su novela viven alienados, son fantasías huecas y monocordes. Sin embargo su narración no niega la memoria, los marginales de su comarca son prueba del recuerdo, evocan las palabras porque conocen de memoria los libros.

El proverbial libro de Báez, un verdadero hito literario, conmueve tanto por su temática como por su vigor intelectual, por su función política sustentada en un discurso autónomo, crítico y responsable.

El autor, ex asesor de la Unesco sobre daños al patrimonio cultural iraquí, da cuenta de la extinción de obras irrecuperables (manuscritos de las primeras traducciones al árabe de Aristóteles y tratados de Omar Khayyam, entre otras tantas maravillas).

Afortunadamente Báez y su obra no son una rara avis. El profesor estadounidense Nicholas A. Basbanes, autor de la trilogía A Gentle Madness, Patience and Fortitude y A splendor of Letter lo corroboran. Basbanes es un defensor de la palabra escrita, del libro como objeto.

Fuente: http://www.letralia.com/ed_let/decada/06.htm


DERROTA MUNDIAL e INFILTRACIÓN MUNDIAL de Don Salvador Borrego Escalante PDF

Esta entrega de la obra de Salvador Borrego Escalante constituye una Edición de Homenaje, conmemorativa a uno de los libros revisionistas más importantes de todos los tiempos: “Derrota Mundial”, y su extraordinaria secuela: "Infiltración Mundial".



Son ediciones con imágenes a color, mapas de las campañas militares, imágenes seleccionadas y actualizadas, para realzar el relato más completo e integral que se haya realizado sobre la Segunda Guerra Mundial.

Hay que destacar que las ediciones de estos libros son inconseguibles hoy en día, salvo alguna que otra librería selecta especializada o bibliotecas privadas. La web ha posibilitado el acceso a los pocos sitios virtuales que ofrecen algunos libros de Salvador Borrego, sin embargo el problema radica en el total desconocimiento de tan grande investigador latinoamericano y su obra.

Es increíble que un libro de semejante calidad y tan importantes contenidos con más de 20 ediciones, y un tiraje de miles de ejemplares, no se conozca. Es claro que el sistema ha impedido su difusión para evitar que la lucidez y esclarecimiento político que expresa llegue a un gran sector de la sociedad, pues pone en evidencia intereses políticos y sociales que sostienen los grupos de poder que orquestaron la guerra más grande que ha conocido la humanidad.

De hecho una de las razones que nos movió a realizar esta edición, primeramente digitalizando los libros originales, es que en la red circulan ediciones distorsionadas para confundir a miles de seguidores y conocedores que buscan asiduamente estas obras.

Salvador Borrego expone los orígenes de la Segunda Guerra Mundial, y nos lleva a través de la historia del marxismo, la irrupción del bolchevismo y la revolución mundial pregonada por sus mentores; la respuesta de occidente, el surgimiento de los fascismos y los nacionalismos, el poder ejercido desde las grandes transnacionales, la banca internacional y la propaganda detrás de la conspiración urdida para levantar a 134 naciones en contra de Alemania y en defensa del comunismo naciente.

La obras muestran fehacientemente que no fueron el odio racial, ni el afán de dominación, las causas de esta terrible contienda -argumentos sostenidos por la propaganda y la educación dirigida- sino el factor económico, el poder de la banca internacional que se vio amenazado por la irrupción del Nacional Socialismo y su peculiar manejo de un sistema monetario respaldado por el trabajo y no por el patrón oro.

En este libro avalado por una exhaustiva investigación de alrededor de quinientas obras especializadas, y más de 5000 recortes de periódicos y revistas, el autor nos lleva por un viaje extraordinario a los escenarios de las grandes campañas militares de la Segunda Guerra Mundial. El lector podrá vivir el dramatismo de las acciones bélicas narradas con extraordinario realismo. Aporta conclusiones estratégicas, destaca las virtudes marciales y el valor de los beligerantes, que muestran su gran formación castrense y filosófica.

Salvador Borrego nos advierte del peligro que se cierne sobre todas las naciones del mundo al someter su soberanía bajo el poder global del supra capitalismo. Es una obra colosal, digna de un hijo de nuestra América, de un patriota, un hombre lleno de voluntad y espíritu que con su legado nos ha dado un ejemplo a seguir




05 septiembre 2012

La necesidad de un enemigo: "El islamismo"


Como antaño el comunismo, un fantasma recorre Occidente: el islamismo.

Huérfano del peligro rojo, el mundo occidental enseguida se forjó un nuevo enemigo. A falta de chivo expiatorio ofreció una nueva cara de la amenaza que alimenta su imaginario colectivo.

Herramienta total, el peligro verde añade ventajas desconocidas al peligro rojo. 

Porque a los ojos de un Occidente que sucumbe fácilmente a la fascinación negativa del «los otros», los islamistas presentan estigmas de una diferencia radical.

Seres siniestros surgidos de no se sabe dónde, sin cara y sin piedad, los islamistas estarían ubicados en el límite de lo humano. Pero esta, digamos satanización, entra en contradicción con el recuerdo de turbias connivencias:
¿Quién no recuerda el idilio de Al-Qaida con la CIA

La paradoja solo es aparente, porque el mandato de mirar el islamismo como origen de todos los males se acompaña de un esfuerzo constante para perpetuar la amenaza, libre de confeccionar todas las piezas de «yihadismos» carnavalescos exhibidos ante las cámaras el tiempo de una llamada electoralista.

Pero esta duplicidad, a su vez, está basada en una mezcla fraudulenta de islamismo y yihadismo lista para alimentar una retórica binaria: eso que hay que eliminar en bloque, nos dicen, es un mal absoluto, total e indiferenciado. Erradicar el virus islamista, hacerlo desaparecer de la faz de la tierra, es un discurso demasiado somero para no levantar sospechas.

Este enfoque centrado en un objeto imaginario es la matriz de una serie, por lo menos, de errores geopolíticos: negación morbosa de los orígenes del terrorismo, belicismo hipócritamente adornado de virtudes democráticas, incomprensión voluntaria de las revoluciones árabes, complacencia reiterada respecto al colonialismo israelí. En efecto, el espantapájaros islamista ha provocado, en primer lugar, una formidable ceguera ante las causas de la violencia yihadista.

Según Occidente, ese terrorismo sería una oscura mezcla de paranoia y fanatismo cuya explicación correspondería al mismo tiempo a la psiquiatría ordinaria y al estudio de las mentalidades religiosas. 

Sin embargo esta doble explicación no se sostiene. 

La patología mental de los terroristas se supone de antemano, y nada demuestra que sea la razón de los actos cometidos. Al «psiquiatrizar» el fenómeno terrorista se ofrece un pretexto que permite ignorar los motivos. Eximiendo de entrada cualquier racionalismo, incluso en el asesinato, el yihadismo se reduce al estatuto de rareza antropológica.

En resumen se hablaría de una aberración sin una causa atribuible, como si nada pudiera explicarla salvo la enajenación mental de sus ejecutantes, a quienes de esta forma se despoja de cualquier responsabilidad política. 
¿Para qué buscar las razones de esta locura asesina, nos dicen, cuando existe por naturaleza y sin motivos? Porque lo más sorprendente es que continúa y profundiza un mal absoluto.
Curiosa paradoja: Moralmente se condena con energía el terrorismo mientras al mismo tiempo, sin darnos cuenta, se le absuelve.

Si realmente los terroristas están locos, hay que conceder que no hay nada que entender en sus actos. Entonces, ¿qué sentido tiene la indignación moral que suscitan dichos actos si al mismo tiempo se afirma que los terroristas no son responsables?
Esta contradicción interna del discurso con respecto al terrorismo no es la única. Porque el hecho de ubicarlo en la dudosa categoría de las enfermedades mentales nos invita a contemplar a los terroristas como auténticos «locos de Dios». Esos asesinos serían iluminados de una singular especie que ansían realizar aquí y ahora las promesas ancestrales de la tradición religiosa.

Los terroristas serían los ejecutantes de un plan divino que exige a la vez el sacrificio de los puros y la destrucción de los impuros. Lejos de intentar convertir a los demás, los suprimirán para implantar el reinado de una fe que ya no tendrá rival.

Familiar al pensamiento occidental, que a menudo lo ha combatido, el fanatismo suministra aquí el esquema explicativo: dicho fanatismo sería la causa esencial de la violencia ciega que afecta de manera indiscriminada a civiles y militares, niños y adultos, impíos y apóstatas.
Favorecedora del crecimiento de los extremismos, la frecuentación de lo absoluto se convertiría en el deseo de destruir todo lo que no se ajusta a sus propias exigencias. Adaptado a las necesidades de la causa, el dogma religioso proporcionaría así la furia destructiva de los yihadistas, la razón de su radicalismo, inyectándoles el ardor mortífero que los lleva hasta el final. 
Más sutil y menos abstracta que la anterior, esta interpretación tiene el mérito, obviamente, de tomar en serio el discurso de los intereses: entender lo que dicen los propios yihadistas no es indiferente a la comprensión del fenómeno. Pero aún hay que rodearse de precauciones imprescindibles.

En primer lugar hay que evitar poner la interpretación religiosa por encima de la interpretación psiquiátrica. Si esos locos de Dios están locos eso es, nos dicen generalmente, porque tienen una relación con Dios que los enloquece: su propia concepción de la religión los impulsaría al acto criminal.

Todo el mundo sabe que el terrorismo contraviene la letra y el espíritu de la enseñanza coránica, lo que basta para condenarlo desde el punto de vista religioso. Pero la incoherencia doctrinal del yihadismo, sin embargo, no es sinónimo de locura en el sentido psiquiátrico.

La atribución a sus adeptos de una especie de delirio milenarista no contribuye a clarificar el análisis, en tanto que es desmentido por la biografía de numerosos yihadistas. La locura nunca da una explicación satisfactoria de cualquier cosa, y remitir a la psiquiatría la ideología yihadista no es más racional que remitir a la psiquiatría a sus afiliados. Machacar a porfía la teoría de la manipulación perversa de aprendices de terrorista por parte de sus crueles patrocinadores, finalmente, se limita a resumir una trivialidad: en una organización clandestina la jerarquización es una necesidad de la supervivencia.

Al fondo, las oscuras causas del fanatismo forman un esquema interpretativo que proyecta una falsa claridad sobre lo que pretende explicar:  
es un esquema que sirve de parapeto para rechazar cualquier intento de racionalizar el terrorismo basándose en el análisis de sus verdaderos motivos. 
Pretexto de una ignorancia voluntaria, el manejo de dicho esquema permite la conservación ilusoria del secreto a voces al que sirve de pantalla la cháchara mediática: el terrorismo es la continuación de la política por otros medios.

Pero lo esencial, para el discurso dominante, es seguir actuando de forma que el árbol religioso no deje ver el bosque político. Aplicado al fenómeno terrorista, el procedimiento suma dos ventajas: permite incriminar directamente a la religión musulmana a la vez que exonera a la política occidental de su responsabilidad en el origen del yihadismo. La doctrina del choque de civilizaciones perpetúa así su perniciosa onda expansiva imponiendo una lectura esencialista de los conflictos que desgarran el mundo. Basta con achacarlos a una causalidad diabólica que coincide, como por encanto, con un islamismo que se cuidan mucho de definir.

Y sin embargo, cuando un yihadista castiga a Francia por su política en Afganistán matando a militares franceses, o asesina a niños judíos para vengar a los de Gaza, esos actos deleznables no son una iniciativa aislada de un individuo socialmente desclasado o enfermo mental. Negar a esas acciones criminales su carácter político es sustraerlas de cualquier análisis racional. Y en consecuencia se impide continuar el proceso de una forma diferente, con lo que permanece legítimo el enfoque de la emoción y el anatema.

Por otra parte, el hecho de negarse a admitir que el terrorismo es un arma política implica una negación de la historia, tanto si se trata de las oleadas terroristas de los años 80 y 90, directamente vinculadas a los conflictos de Líbano y Argelia, o de los atentados de la OAS en los años 60. Pero poco importa la realidad histórica: el dogma contemporáneo exige que no haya nada que entender.

En efecto, según dicho dogma, cualquier intento de análisis intelectual es eminentemente sospechoso porque el hecho de analizar políticamente, ¿no es comprender hasta cierto punto? ¿Y comprender no es absolver hasta cierto punto? Sin embargo esa presunta equivalencia entre comprensión e indulgencia se basa en la confusión mental y la hipocresía. En realidad es todo lo contrario: comprender realmente el fenómeno yihadista implica considerar a los autores de sus actos individuos responsables y someter a una crítica despiadada las razones que ellos invocan. Es la exigencia de poner en perspectiva sucesos inscritos en una historia que debe ser asumida por quienes la hacen.

En resumen, es recordar a cada uno sus responsabilidades pasadas y presentes, reconocidas o inconfesables. Así, nadie ignora que el yihadismo arraigó en la Península Arábiga al abrigo de una alianza entre Estados Unidos y la monarquía wahabí. Se sabe que alimentada con petrodólares se extendió ampliamente en el mundo musulmán con la bendición de Occidente. El origen de Al-Qaida no es un misterio para nadie: fue el efecto combinado de la obsesión antisoviética de Estados Unidos con el terror saudí ante la penetración «jomeinista». Fruto venenoso de los amores de la CIA y los muyahidines, la organización terrorista ha rendido buenos servicios a las oficinas secretas de un Estados Unidos, cuya política en Oriente Medio fue y sigue siendo una mezcla de cinismo y torpeza que ha llegado a cotas insólitas.

Victoriosa de entrada sobre el Ejército Rojo, la inconfesable coalición, sin embargo, acabó disolviéndose. La causa de ese divorcio no es ningún misterio: se trataba de una triple manzana de la discordia. La humillante ocupación del suelo sagrado de Arabia, el calvario del pueblo iraquí sometido al embargo y la complacencia culpable con respecto al ocupante israelí, hay que creer que fueron demasiadas para Bin Laden. El siniestro contratista quiso ajustar sus cuentas con un patrocinador extranjero cuyo éxito regional chocaba con su visión del mundo.

Si el idilio estadounidense-yihadista llegó provisionalmente a su final no es porque el Occidente democrático tuviera que pelear inevitablemente contra el enemigo implacable de sus nobles principios. Fue porque los objetivos en principio convergentes pronto dejaron de serlo. La idea, tranquilizadora en el fondo, de que el origen del yihadismo es el odio a un Occidente impío es invalidada por su propia historia. Curioso enemigo mortal que cobraba sus servicios a precio de oro y cuyo síndrome de agente doble y la subcontratación fraudulenta nunca dejaron de dar sorpresas.

Así, más allá de la negación patológica de una turbulenta complicidad, aparece una verdad tan repugnante como innegable: Al-Qaida no desapareció de la lista de las frecuentaciones recomendables hasta que el propio Bin Laden declaró el final del idilio. El divorcio no fue consumado por un Occidente que rechaza moralmente el terrorismo, sino por los propios terroristas debido a la discordancia entre su agenda política y la de sus patrocinadores.

Inconfesable pero conocida por todo el mundo, esta historia niega para siempre la credibilidad de las proclamas occidentales respecto al mal absoluto que representa el yihadismo. Pero al mismo tiempo señala el absurdo del fraude que consiste en confundirle con el islamismo democrático. Esa confusión, que se ha mantenido deliberadamente, ha causado estragos impresionantes en el campo occidental cuando por fin el mundo árabe se sacude el yugo de la tiranía. El pueblo tunecino y el pueblo egipcio no deben a nadie más que a sí mismos la expulsión de los potentados que los dominaban, porque Occidente era al mismo tiempo su generoso financiero y su principal adulador.

Frente a la oposición de un movimiento islamista cuya culpa principal era reclamar elecciones libres, Mubarak y Ben Alí se beneficiaban de una indulgencia a toda prueba. Deshonrados en Túnez y en El Cairo todavía eran ensalzados en las redacciones de París: cómo olvidar a Alexandre Adler, quien confesaba su admiración por el «despotismo ilustrado» de Mubarak, al que atribuyó la virtud de servir de barrera del odioso islamismo.

Se recordará durante mucho tiempo a Michèle Alliot-Marie, que propuso acudir en auxilio de Ben Alí con la porra made in france en la mano. Apoyo activo a los dictadores árabes que practican la tortura y la detención arbitraria por un lado, condena indignada de la violencia terrorista por otro: es tal la duplicidad occidental, y en particular la francesa, que parece convocar, al negarle cualquier expresión política, aquello que pretende vilipendiar.

Pero a pesar de sus esfuerzos, Occidente no ha podido impedir la eclosión de eso sobre lo que pretendía poseer el privilegio natural impidiéndoselo a los demás: la democracia. En efecto, lo inimaginable es que esa revolución democrática haya ocurrido a pesar de Occidente, de manera no violenta, y además bajo el efecto de un impulso popular que se presumía imposible entre los árabes. Lejos de dejarse encerrar en la alternativa suicida entre el sometimiento a sus amos protegidos de Occidente o la deriva yihadista dedicada a perpetuar las desgracias de los árabes, los revolucionarios optaron por expulsar a uno y a la otra.

Mejor todavía, esta democracia naciente está llevando al poder a coaliciones con un componente islamista mayoritario que tras los escrutinios no reivindica ninguna exclusividad ni instaura ninguna dictadura. El escenario imaginario de la subversión islamista, lejos de producirse, se transforma en el éxito de una democracia árabe responsable que además resiste tanto a las sirenas occidentales como a las del radicalismo yihadista.

El éxito de las revoluciones árabes desvela al mismo tiempo el fracaso de una estrategia, la del apoyo occidental a las tiranías, y el fracaso de una representación, la del islamismo presuntamente irreconciliable con la soberanía popular y los derechos políticos. Lo que ha puesto de manifiesto el éxito de esas revoluciones que se consideraban improbables es el absurdo de una confusión que se ha mantenido a propósito, desde hace decenios, entre el islamismo político y el yihadismo combatiente.

La actitud occidental es tan absurda como la del otro extremo del mundo árabe, la intervención extranjera se atavió, en 2003, con las virtudes de la democracia universal. Prohibidos a los egipcios, los beneficios de la democracia debían instaurarse rápidamente, manu militari, en un Irak sometido a la autocracia baasista con la que sin embargo Washington había establecido una alianza privilegiada frente a Irán. Barrera del islamismo, la dictadura de Mubarak tenía todos los derechos, mientras que a la de Sadam Hussein, de repente, se la acusó de brindar un santuario a los islamistas.

Con el fin de ocultar los auténticos objetivos del asunto iraquí (el afán por el petróleo y el antisionismo baasista) se inventó la monumental superchería de presentar la guerra contra Sadam como una operación preventiva contra el yihadismo. Ironía de la historia, la invasión de Irak proporcionó a los combatientes de Al-Qaida un nuevo escenario de operaciones, sumiendo al país en un caos donde los partidos chiíes próximos a Irán han resultado victoriosos. En un sorprendente escorzo, el New York Times resumía la aventura iraquí: «Estados Unidos ha gastado 200.000 millones de dólares para instaurar una teocracia».

Así, la política occidental ofrece el espectáculo de una incoherencia absoluta donde la invocación ritual de un peligro islamista indiscriminado justifica cualquier cosa: aquí apoya a la dictadura hasta el fondo, allá la elimina a golpes de B-52, una auténtica política del absurdo que daría risa si no fuera porque las poblaciones pagan un precio cruel.

Contra el islamismo, en suma, todo cuela como si como si solo existiese la alternativa entre el aplastamiento policial a través del potentado interpuesto o el bombardeo quirúrgico por vía aérea. Pero el primero se replegó de forma espectacular con las revoluciones árabes victoriosas mientras el segundo, con la acumulación de sonoros fracasos, sigue dando muestras de su inutilidad.

La absurda idea de que se puede imponer la democracia bombardeando a sus futuros beneficiarios consigue, en primer lugar, que se identifique el espíritu democrático con el bombardeo. Como dijo Robespierre: «A los pueblos no les gustan los misioneros armados». La intervención militar se sirve enfáticamente de los principios democráticos, y siempre consiste en llevar los horrores de la guerra al terreno de los otros.

Como si fuera natural añadir a la discordia endógena el suplemento de odio que suscita la invasión extranjera, las oficinas de propaganda occidentales siempre están dispuestas a clasificar la realidad en categorías simplistas. Así, dividen a los beligerantes, con un falso candor, en buenos y malvados, lo que tiene la ventaja de elaborar la guía previa de las futuras salvas de misiles: el simplismo de repartir el vicio y la virtud entre las partes contendientes tiene la ventaja, al menos, de facilitar la logística militar en nombre de una justicia punitiva que no se para en sutilezas superfluas al abordar el «complicado Oriente».

Este asombroso belicismo hipócritamente adornado de buenos sentimientos es el que define la actitud de las potencias occidentales en Oriente Medio. Pero todos conocemos el resultado de esta política falsamente ingenua que tapa la codicia occidental con los oropeles de un humanismo perverso. Con su brutalidad, por todas partes ha causado el efecto de un elefante en una cacharrería. Abortada de forma lamentable en Somalia, donde Clinton retiró sus tropas a la primera escaramuza, esta nueva política de las cañoneras fue un enorme desastre en Irak, devuelto a la Edad de Piedra y abandonado a la guerra civil.

Esa política también causó una catástrofe en Afganistán, de donde pronto desaparecerán las legiones extranjeras después de orinar sobre un último puñado de cadáveres. Se convirtió en tragicomedia en Libia, donde gracias al libertador de Saint-Germain-des-Pres (Sarkozy, N. de T.) se restableció la poligamia incluso antes de que se enfriase el cadáver de Gadafi. A esos desastres en cadena hay que añadir la anunciada ofensiva contra Irán, para la que Obama ya ha suministrado municiones a la aviación israelí con la excusa de una amenaza ridícula frente al arsenal atómico de los presuntos enemigos de la República Islámica.

El hecho de que la democracia occidental siembre sin vergüenza la muerte y la desolación en los países de otros y después se indigne por la violencia resultante, a veces en su propio suelo, es la fuente de una inagotable perplejidad, pero así es: la inversión maligna de la causa y el efecto permite todos los artificios de la propaganda, y en particular el que consiste en imputar a una civilización entera una especie de maleficio intrínseco, una superchería más que ilustra el poder de una ideología cuyo artificio supremo consiste en transformar a las poblaciones víctimas del imperialismo en culpables de nacimiento.

En definitiva se podría pensar que Occidente, de forma inconsciente, ha calcado su actitud de la de su apéndice israelí, cuyo comportamiento típico es el del ladrón que grita ¡al criminal! La obsesiva designación de sus enemigos por parte del Estado hebreo parece que, en efecto, ha creado escuela, dada la patente proximidad de los objetivos señalados en Tel Aviv, Washington, Londres o París. En el centro de la zona de tiro, invariablemente, en primer lugar se agita frenéticamente el diablo islamista: suní o chií, demócrata o yihadista, ganador de las elecciones o el que las reclama humildemente, es la fuente inagotable de todos los males que aquejan a las valientes democracias. Foco de un mal incurable, el islamismo alimentaría esa calaña demoníaca dispuesta a lanzarse sobre el Occidente civilizado.

Aprovechando la confusión de la que emerge la imagen satanizada del barbudo sanguinario, Occidente parece asombrarse ante una burda representación que no es otra que la sempiterna caricatura forjada por la propaganda israelí. La mejor ilustración de esta superchería permanecerá sin duda en la acusación de terrorismo contra Hamás e Hizbulá, que eleva hasta el absurdo la imputación exclusiva de la barbarie que gusta a los incondicionales de esta maravillosa democracia que legalizó la tortura e instauró el apartheid.

Absurdo, en efecto, no solo porque la resistencia armada a la ocupación extranjera es legítima, sino porque teniendo en cuenta los criterios objetivos que definen el terrorismo (violencia indiscriminada contra las poblaciones civiles), es el Estado de Israel el que ostenta, de lejos, el primer puesto. Y si su política es punible según los valores con los que sus defensores se llenan la boca, hace ya mucho tiempo que deberían haber impedido los daños que causan los belicistas que dirigen su gobierno.

Bruno Guigue (Toulouse, 1962), es titulado en Geopolítica por la École Nationales d’Administration (ENA), ensayista, colaborador asiduo de Oumma.com, y autor de los siguientes libros: Aux origines du conflit israélo-arabe, L’Economie solidaire, Faut-il brûler Lénine?, Proche-Orient: la guerre des mots y Les raisons de l’esclavage, todos publicados por L’Harmattan.

Fuente: http://oumma.com/12570/splendeur-misere-dun-epouvantail-lislamisme
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 Ha vuelto a ocurrir y por enésima vez:

¿Qué tienen en común Mayor Oreja, Mariano Rajoy, Acebes Paniagua, Alonso Suárez, Pérez Rubalcaba, Camacho Vizcaíno y Fernández Díaz? Tienen en común que todos ellos han sido ministros del interior en los últimos quince años y salvo Camacho Vizcaíno que apenas ocupó el cargo de julio a diciembre de 2011 y se ve que no le dio tiempo, todos los demás han anunciado clamorosas desarticulaciones de comandos de Al Qaeda… 

En efecto, durante un par de días, la noticia ha recorrido los informativos generando alarma social, para desaparecer luego y no volver a tener más noticias de los peligrosos arrestados que, una vez en el juzgado eran puestos en libertad o enviados a la cárcel y condenados luego por delitos comunes. Y no ha pasado una vez, ha pasado en una veintena de ocasiones. No han sido –como anunció el ministerio del interior tras la desarticulación de los últimos tres “presuntos miembros de Al Qaeda”- “cerca de 90 los islamistas detenidos en España, sino algo más de 500… En esta ocasión, como era de esperar desde el momento mismo de anunciarse la desarticulación del “comando”, el juez de guardia de la Audiencia Nacional ha enviado a prisión a uno de los fulanos por tenencia de explosivos (pero no por asociación terrorista), mientras pide ampliación de información sobre los otros dos que no pasaban de ser dos tipos que ¡a los que se les había denegado el asilo político y se iban a buscarlo a otras latitudes! Pero ¿qué diablo está pasando?
La hipótesis central es la siguiente:
1) No existen redes terroristas islámicas en España (y damos por sentado que lo que ocurrió el 11-M fue cualquier cosa menos un atentado islamista) y la prueba es que en los últimos 25 años no se ha producido absolutamente ningún atentado islamista en nuestro país. Pero es que ninguno, ni siquiera un cóctel molotov contra una sinagoga, contra algún centro o empresa judía o, simplemente, contra ninguna estructura de ese Estado que mantiene tropas en Afganistán combatiendo a los talibanes. Tiene gracia –y en realidad desgracia- que los algo más de 500 detenidos que se llevan produciendo desde el año 2000 se presenten inevitablemente como “miembros de Al Qaeda” y/o “peligrosos terroristas islámicos”… ¿Qué peligro puede tener una sigla que en doce años y contando con un mínimo de algo más de 500 militantes no es capaz de tirar ni siquiera una piedra, ni de colocar una bomba, ni de realizar un secuestro, ni siquiera de hacer una miserable pintada en una tapia?
2) No existen redes terroristas islámicas en España porque el Islam considera que en nuestro país todavía no tiene fuerza suficiente como para lanzarse a la ofensiva estratégica, ni siquiera existe un equilibrio de fuerzas, sino que todavía está en inferioridad estratégica, por lo tanto, el trabajo aquí no es de poner bombas –que inevitablemente traerían represión, persecución y desarticulación de los grupos islamistas que, a la vista de la endeblez de sus estructuras no podrían soportar. El trabajo de los islamistas aquí es el de crecer y multiplicarse, edificar mezquitas y hacer trabajar el vientre de sus mujeres, presentándose como “integrados”… Ningún islamista con dos dedos de frente pensaría que en España es tiempo de desencadenar la yihad. La Yihad existe en Afganistán y Palestina, en Irak y allí en donde el Islam está en una posición de ofensiva estratégica. No, desde luego, en Europa. Que con el tiempo las cosas vayan cambiando y que en zonas como Marsella o Cataluña, a la vuelta de unos años se puedan desencadenar esos procesos insurreccionales y terroristas en nombre de la guerra santa, eso no lo ponemos en duda, lo que ponemos en duda es que hoy sea ese el caso. Estamos todavía –afortunadamente- muy lejos de esa hipótesis extrema.
3) Aquellos a los que los sucesivos ministros del interior presentan como “peligrosos terroristas” no son más que
- Delincuentes comunes
- Inmigrantes ilegales que para sobrevivir se dedican a tráficos ilícitos
- Supervivientes de las guerras de Argelia, Bosnia, Chechenia, etc, en fuga y retirados de la acción política
- Individuos que se limitan a recoger fondos entre las comunidades islámicas para enviarlos como ayudas a sus hermanos en zonas de conflicto.
No se trata en ningún caso de terroristas en activo, ni siquiera de gente que hoy tenga interés en la yihad, sino, como máximo y en unos pocos casos, de gentes que hace veinte años, o incluso más, estuvieron militando, habitualmente en el GIA o en los grupos salafistas argelinos. Gente que militó en el islamismo radical hace unos años (o incluso unas décadas) y que hoy solamente buscan un lugar bajo el sol.
4) ¿Quién los detiene y por qué? Es la clave del asunto. Hay tres hipótesis explicativas:
- Los detienen policías españoles en función de confidencias poco solventes de chivatillos que tienen poco que ofrecer y necesitan como sea justificar el que la policía les pague una nómina mensual, inventando informaciones de la nada. Dado que los denunciados como terroristas se dedican a actividades ilegales y comercios ilícitos (habitualmente se trata de vendedores de haschisch o de gentes que han falsificado documentos para obtener permisos de residencia y trabajo). Sin olvidar que todo funcionarios de cualquier cuerpo de seguridad del Estado precisa éxitos para ascender y, a la vista de que ETA ha pasado a mejor vida y que del GRAPO ni nos acordamos, lo único que queda para “triunfar” en la carrera son clamorosas desarticulaciones de islamistas radicales, o así…
- Los detienen policías españoles en función de informes llegados al ministerio del interior, a la audiencia nacional o a la misma presidencia del gobierno, enviados desde EEUU por la CIA y la media docena de agencias de seguridad, por el Departamento de Justicia o por el Departamento de Estado. Y ya se sabe que en España, socialistas y populares, tienen como incuestionables todos los informes que llegan de EEUU. Basta acordarse todavía de la fidelidad perruna con la que los voceros del PP hace 10 años apenas se tomaban los informes evidentemente falsos sobre las “armas de destrucción masivas” de Saddam. Y es que los EEUU tienen necesidad del terrorismo islámico para justificar su política de intervención en los lugares más alejados del planeta. Si no existe un grupo terrorista, se crea y en paz, o al menos se crea la sensación de que existe (recomiendo a todos ver la película Cortina de Humo que estos últimos meses ha sido emitida en distintas televisiones y que es extremadamente realista y mordaz sobre cómo se crean conflictos internacionales de la nada). Sin olvidar que el Mosad es diestro también en la preparación de este tipo de provocaciones para prestigiar la causa de Israel (falta le hace) presentando al oponente como terrorista impenitente: puestas así las cosas, los ciudadanos españoles aparecemos como “sufridores” junto con los ciudadanos judíos, del terrorismo palestino…
- Son detenidos por la policía que requiere éxitos para ocupar las primeras páginas de los diarios (también los ministros del interior creen que pueden utilizar el cargo para ascender: véanse los casos de Rajoy o del propio Rubalcaba que pasaron por el cargo antes de aspirar a destinos mayores. Ascender implica salir en los medios). Por otra parte, a la vista de cómo está la situación en España, hay que pensar que con cierta frecuencia el gobierno de turno aprovecha cualquier cosa (un éxito deportivo, una catástrofe natural, el estreno de una película) para distraer la atención. El dramatismo de la desarticulación de un grupo terrorista (que como el último, el ministro dijo varias veces que se le había ocupado 100 gramos de explosivo “con el que se podía volar un autobús” entroncando el inexistente terrorismo islámico en España con el terrorismo islámico realmente existente en Palestina (y esto es lo que nos hace pensar que esta última desarticulación se ha realizado con materiales procedentes del Mosad). Lo que hizo el ministro anunciando que aquí hay islamistas que intentan “volar autobuses” es crear una imperdonable alarma social (que luego ha quedado desmentida por la Audiencia Nacional que ha dictaminado que no existe grupo terrorista alguno) y eso ha venido en una de las peores semanas de la crisis económica cuando rondamos la petición de intervención por parte de la UE y cuando varias autonomías se han declarado prácticamente en rebeldía económica evidenciando que el gobierno no controla ya todos los escalones administrativos.
5) ¿Y qué hacen los servicios de inteligencia españoles? No ver, no oír, no hablar. Lo más prudente para sus directivos si quieren hacer carrera en esto de la “comunidad de inteligencia” internacional. Los servicios españoles no son más que una prolongación de los norteamericanos. Es otra muestra de nuestra falta de soberanía y de la renuncia a ejercer la soberanía incluso en este terreno. Nuestros servicios ven, oyen y hablan sobre lo que conviene a los servicios norteamericanos, se fían de lo que opinan al otro lado del Atlántico y ven solamente aquellos riesgos que desde la central de la CIA se quiere que se vea. Hay un caso sangrante que nos afecta directamente: Al Queda del Magreb Islámico (AQMI). Hemos pagado en tres ocasiones rescates por cooperantes secuestrados por esta extraña AQMI. Durante el período Sarkozy, a Francia, le ha tocado, igualmente, apechugar pagando rescates y liberando cooperantes. ¿Qué es AQMI? Es lo que la CIA quiere que sea… un “peligroso elemento desestabilizador del Magreb ante el cual hay que tomar medidas, reforzar el dispositivo antiterrorista, reforzar a las fuerzas armadas del Magreb –especialmente de Marruecos- y crear bases militares para defenderse de la amenaza” (esto es, para matar moscas a cañonazos). 

¿Pero que es en realidad? Grupos de bandidos del desierto (que siempre han existido), que firman sus capturas con las siglas de AQMI a sabiendas de que sus exigencias son más convincentes, pero a los que les importa un bledo cualquier cosa que no sea cobrar en dólares o en euros… y, por supuesto, la sigla se inició cuando la inteligencia marroquí tuvo necesidad de crear una organización terrorista cuyas acciones beneficiaran la política de Mohamed VI y perjudicaran especialmente la de su enemigo secular, Argelia. Este tema de AQMI fue investigado hasta la saciedad, especialmente por el régimen libio de Ghadaffi que siempre fue el mejor informado sobre las actividades terroristas en la zona. La Yamahiriya libia realizó varios dossiers sobre AQMI que llevaban todos a la misma conclusión: AQMI es una mezcla de bandidos y agentes de los servicios marroquíes. Pero luego, Ghadaffi fue asesinado, su régimen desmantelado y quienes detentaban estos informes pensaron que era posible negociar con los servicios occidentales su entrega a cambio de su seguridad. Sí, porque el nuevo gobierno libio, está asesinando a los antiguos funcionarios de Ghadaffi, incluso a aquellos que se encuentran en Europa. ¿Y qué ocurre? Que los servicios occidentales no están dispuestos a entrar en estas transacciones, simplemente, porque desde los EEUU solamente existe una “versión oficial” de AQMI: son “peligrosos terroristas islámicos vinculados a la red Al Qaeda”… La conclusión que podemos extraer es que los servicios de inteligencia occidentales trabajan más para que la estrategia política norteamericana en el exterior se haga realidad, mucho más que para la seguridad de nuestros respectivos países. Otro signo de los tiempos.
Quedan las conclusiones. Son pocas y desesperanzadoras. La detención de los últimos tres “terroristas islámicos en España, apenas ha sido tratada en los digitales solventes. La información era demasiado increíble como para que algún medio que intentara mantener un prestigio en el mundo de la información se plegara a reproducir los pobres balbuceos de un ministro del interior que aspira a ser vicepresidente del gobierno. Solamente las televisiones, faltas de noticias de relieve en verano y los diarios mayoritariamente subvencionados por el gobierno y las autonomías, se han hecho eco de la noticia. El “zulo” resultó ser una estantería para guardar especies (de ahí que el nombre que le corresponde a este nuevo “comando terrorista” no sea el “Comando Dixán” como a aquellos detenidos en Barcelona a los que el ministro Acebes, sino el de “Comando Arguiñano” por lo del perejil y las especies.
Del arsenal terrorista al que se refirió Fernández-Díaz en su primera declaración, por supuesto, ni rastro. A velocidad de vértigo, el caso se deshinchó sin pena ni gloria. ¿Para cuándo el siguiente episodio de este sainete?
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Se nos olvidaba decir que Jorge Fernández Díaz es miembro supernumerario del Opus Dei, esa piadosa organización creada por un impresentable elevado a la santidad, autor de estas dos frases, que verdaderamente indican el nivelazo del fulano: “La política es un magnífico campo para el apostolado” y “Dios es el gran legislador del universo”. Cambien la alusión a “Dios” por “Alá” y verán que, a fin de cuentas, Fernández Díaz mantiene concepciones muy parecidas a las de los islamistas… Por otra parte, si alguien quiere saber lo que es un “supernumerario del Opus”, les aconsejo que naveguen ahttp://es.wikipedia.org/wiki/Supernumerario_(Opus_Dei). Sé que se sorprenderán porque eso, justamente, eso es lo que hace y lo que cree, el ministro del interior, Jorge Fernández Díaz. Sin olvidar que el anterior ministro del interior del PP, Acebes Paniagua es miembro de los Legionarios de Cristo, grupo formado a imagen y semejanza del Opus… ¿Para cuándo un TÉCNICO EFICIENTE Y DISCRETO en el ministerio en lugar de iluminados ambiciosos en el peor sentido de la palabra?
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